"La diosa menor"


Cap. 01: La Doncella.


Hace mucho tiempo, en la lejana tierra de la Antigua Grecia se vivía una Edad Dorada de poderosos dioses y extraordinarios héroes.

Y el más fuerte y grande de todos ésos héroes era el poderoso Hércules.

Sin embargo, y pese a la estrecha relación que guarda esta historia con la del heroico hijo de Zeus, este es el relato de otra entidad muy próxima a él.

Próxima en el más amplio sentido de la palabra en realidad, ya que nuestra protagonista y Hércules compartían un vínculo imposible de negar.

Un vínculo de sangre divina.

Sin embargo, toda historia tiene su principio, y el principio de esta comienza con el rapto del vástago de Hera y Zeus a manos de los secuaces de Hades, el dios mayor ocupado del Inframundo, Pena y Pánico.

Aquello fue una tragedia, el soberano del Monte Olimpo dirigió a los dioses en una búsqueda frenética... pero, para cuando encontraron al bebé, ya era tarde.

Démeter, Diosa de la Agricultura, de la fertilidad de la tierra verde y de los frutos que esta daba, se hallaba por aquel entonces encinta.

Sin embargo, dada su bondadosa y empática naturaleza, no quiso distraer con esta noticia la desesperación y posterior tristeza de su hermana Hera, quien había perdido a su hijo pequeño apenas unas semanas después de haber dado a luz.

Pero nada es invisible a ojos de los dioses, y menos cuando viven tan cercanos unos de los otros en el Olimpo; y Alemonia, deidad menor ocupada del embarazo, la formación de la criatura en el útero y el nacimiento, notó inmediatamente que las consabidas rotundeces de la fértil Démeter no eran ya solamente producto de un exceso de ambrosía y fruta en abundancia.

Tal vez más por ser su trabajo que por pura indiscreción, Alemonia felicitó a Démeter delante del resto de los dioses del Olimpo, dándole la enhorabuena por la nueva vida que portaba en su interior.

Démeter mostró su molestia a la entrometida deidad menor, pero sintió lástima y pesar cuando sintió la inescrutable mirada de su poderosa hermana posarse sobre ella.

No hablaron entre ellas en un tiempo; sin embargo Zeus, sabedor del dolor de su esposa pero justo y comprensivo con Démeter, habló con Hera y calmó la incipiente envidia que comenzaba lentamente a apoderarse de ella.

Así pues, de manera un tanto tentativa, ambas hermanas hablaron en privado. Démeter consoló el dolor de Hera y la hizo partícipe de su alegría.

Hera pidió perdón a Démeter por su irracional comportamiento y decidió que, ya que debería hacerse a la idea de que solo contemplaría desde los cielos crecer a su hijo Hércules, adoptaría como una segunda madre a la criatura que su hermana diera a luz.

Y casi un año después del nacimiento de Hércules, una nueva deidad brotó de las cálidas entrañas de Démeter.

Una niña.

Una pequeña diosa.

Y era radiante como el sol de primavera, hermosa como un capullo en flor, fragante como un lirio salvaje.

La llamaron Perséfone y fue la niña predilecta del Olimpo durante sus años de infancia, en los que aprendió a manipular a los dioses más benévolos a su antojo.

También fue la niña preferida de Hera, quien la colmaba de regalos y caprichos.

Y tal vez fuera precisamente ésa sobreprotección por parte de su madre y de su tía Hera lo que la condujo a ser un alma rebelde, contestona, desobediente y con una lengua quizás demasiado larga para lo que correspondían los cánones de una joven doncella.

A sus quince años tenía por costumbre gastarles jugarretas pesadas a los viajeros infortunados junto con sus amigas las ninfas cuando los pobres desgraciados se hallaban demasiado cerca de un lago o un río en el que, muy frecuentemente, acababan cayendo. Todo esto sucedía mientras Démeter y Hera no miraban.

Sin embargo, en una de ésas "travesuras", fue a dar con el aprendiz de héroe equivocado en el momento equivocado.

- ¡Phil!, ¡Phil! - llamó el joven Hércules haciendo bocina con ambas manos mientras buscaba, completamente desorientado, a su híbrido entrenador - ¡Vale, vale!, ¡lo he pillado! Regla número 66: "un héroe ha de saber siempre orientarse en todo momento en cualquier situación". ¡Sal de una vez!, ¡estoy comenzando a aburrirme!

Lo que el inexperto aprendiz de héroe no sabía es que su libidinoso entrenador andaba a la zaga a escondidas de un nutrido grupo de hermosas ninfas acuáticas y hacía ya varias horas que se había olvidado del muchacho y de su propósito instructivo.

A Philoctetes no se le podía sacar de la isla sin riesgo a que los ojos se le fueran en pos de un par de piernas sobrenaturales. Era matemático.

Así pues, tras emplear varias horas como mirón, al viejo Phil no se le ocurrió nada más inteligente que abordar al grupo de ninfas a las que había estado siguiendo.

Y entre ellas estaba la adolescente Perséfone, quien sonrió divertida al percatarse de la presencia del patizambo sátiro que se aproximaba a ellas.

De este se iban a reír bien, bien. Las ninfas estaban hartas de que mortales, semidioses, criaturas e inmortales anduvieran siempre molestándolas, intentando besarlas por la fuerza, pedirles una cita o lo que era peor: manosearlas.

Y a Perséfone le encantaba ayudarlas a deshacerse de los babosos... aunque sus bromas rozaran a veces incluso lo cruel.

- ¿Podemos ayudarte? - le preguntó la joven diosa al semihombre con la voz más zalamera del mundo - ¿Te has perdido?

Philoctetes se detuvo un momento, sorprendido, e inmediatamente una sonrisa becerril le vino a decorar el redondo rostro cornudo.

La chica que acababa de hablarle, si bien parecía bastante joven, era una de las féminas más bellas que había visto en toda su vida: no muy alta, delgada como un junco, estilizada y grácil, de facciones finas y delicadas, cabellos verdes como la maleza, piel también de un verde pálido y ligeramente nacarado, y labios rosados como una concha de mar.

Vestía de blanco de pies a cabeza como símbolo de su pureza, y las gasas de las que estaba compuesto el atuendo bailaban al compás del viento.

Phil estaba encantado de que aquella visión etérea le hubiera hablado y no se fijó en la malicia que desprendían los enormes ojos sesgados de la joven, amarillos y brillantes como los de un demonio.

- Oh... je je, tal vez sí, chicas, tal vez... - expresó el hombrecillo tímidamente mientras se lamía la palma de la mano para acicalarse los cuatro pelos que aún permanecían asentados en su cabeza – Hace horas que perdí a mi aprendiz por el bosque... es un muchacho alocado, ya me entendéis, y le ando buscando...

Perséfone enarcó una de sus finas cejas verdes. Qué excusa más pobre, hacía horas que las venía siguiendo, lo había notado.

- ¿Un aprendiz? - inquirió - ¿Qué eres?, ¿un artesano?

- Oh, no. – explicó Phil sacando pecho con sumo orgullo – Soy entrenador de héroes. Philoctetes es mi nombre. – dijo manejando lo que él creía que era una sonrisa seductora – Pero vosotras podéis llamarme Phil, encantos.

Las ninfas se miraron entre sí con sonrisas cómplices para luego esperar el siguiente paso que la joven diosa daría con aquel individuo.

Perséfone dejó que su frondosa melena llena de bucles le cayera graciosamente por un lado de la cara mientras continuaba sonriendo.

- ¿Quieres que te ayudemos a encontrar a tu muchacho? - ofreció, segura de que aquello era mentira y el pequeñajo aquel se inventaría cualquier excusa para no buscar a su aprendiz... si es que existía tal aprendiz – Estos bosques son extensos y oscuros. Guardan grandes secretos y no le convendría a un mortal perderse en ellos, y menos aún al caer la noche.

- Oh, por eso no debéis de preocuparos. – dijo Phil haciendo un gesto con la mano para restarle importancia – Mi chico no es un simple mortal al que le dé miedo la oscuridad, ¡es un semidiós!, ¡el mismísimo hijo de Zeus!

Aquello contrarió a Perséfone, creyéndolo aún una mentira. Una mentira que se había tornado en afrenta contra su inteligencia de diosa y contra su familia.

Aquel... desgraciado, ¿osaba adjudicarse la tutela del hijo de Zeus, hijo a su vez de su tía Hera, quienes le habían perdido antes de que ella misma naciera?

Se sintió insultada, terriblemente furiosa, pero guardó las apariencias y mantuvo su encantadora sonrisa.

- ¿El hijo de Zeus, dices? - inquirió haciéndole gestos con la mano al sátiro para que se acercara al lago donde ella y sus amigas se habían estado divirtiendo momentos atrás.

Phil, ignorante de las intenciones de la diosa adolescente y sumamente contento, se aproximó a la que él creía que era una ninfa como movido por un resorte hasta que sus pezuñas de cabra rozaron el agua.

- Oh, sí. – confirmó muy animadamente – Es un buen muchacho... un poco torpe y desmañado con su fuerza, pero ya aprenderá. Le estoy enseñando a controlarla.

El hijo de Zeus, fuerza... aquel individuo sabía de lo que estaba hablando. ¿Podría ser él uno de los que lo secuestraron siendo bebé?

Perséfone hizo una llamada silenciosa a la criatura del lago tocando la superficie del agua con su mano. Le interrogaría, le sonsacaría información... averiguaría quién había estado tras el secuestro e informaría a sus tíos Hera y Zeus de inmediato. Se pondrían muy contentos, centrarían su atención en su... primo, y a ella la dejarían hacer su santa voluntad en paz, sin tanto control y sobreprotección.

Tan embelesado se hallaba el semihombre mientras sus patas de cabra se aventuraban más en el agua, que no notó el incipiente remolino de burbujas que fue formándose en la superficie hasta que, repentinamente, una enorme cabeza de serpiente surgió de las aguas y encaró de frente al súbitamente paralizado hombrecillo.

- ¡Dioses! - exclamó aterrorizado al tiempo que salía corriendo en dirección contraria.

Pero, a una seña de Perséfone, la enorme serpiente acuática atrapó con la extremidad de su cola al huidizo sátiro y enrolló su cuerpo escamoso en torno a él mientras la cabeza le observaba con ojos hambrientos.

- Te presento a Caribdis, Phil. – anunció Perséfone acariciando el lomo del monstruo cariñosamente – Antaño fue una encantadora ninfa, como las aquí presentes. – dijo señalando a las sonrientes ninfas a su alrededor – Sin embargo hubo un diminuto, pequeñito, chiquitín pero muy grave problemilla de territorios marítimos y fue transformada por Zeus y ahora guarda el Estrecho de Mesina. Está aquí solo de visita. Saluda a Phil, Caribdis.

La enorme serpiente abrió sus terribles fauces y profirió un agudo bramido que dejó al semihombre más blanco que el papel.

- Has dicho que eras un entrenador de héroes. – comenzó Perséfone enfadándose cada vez más – Has mentido acerca de los motivos que te han traído a nosotras… ¡Has OSADO decir que el hijo de Zeus era pupilo tuyo! - entrecerró sus brillantes ojos amarillos, que refulgían peligrosamente como dos dagas afiladas - ¡¿Qué sabes del hijo de Zeus?!, ¡¿qué sabes de su secuestro dieciséis años atrás?! ¡Habla o te juro por la ira de Poseidón que terminarás más pronto que tarde sirviéndole de bocadito de cabra a Caribdis!

- ¡No!, ¡te equivocas!, ¡yo no secuestré a Hércules! - imploró Phil más muerto que vivo observando el tamaño de los colmillos del temible monstruo.

Aquello alimentó la ira de la joven diosa.

- ¡Caribdis! - ordenó la doncella haciendo una seña.

La serpiente comenzó a apretar en torno al regordete cuerpo de Philoctetes.

- ¡Suelta a Phil! - oyeron los presentes que exclamaba la voz de un joven.

Perséfone, Phil, las ninfas y la serpiente marina se giraron bruscamente para ver quién había hablado.

Perséfone distinguió entre la maleza la figura esbelta de un muchacho que debía de ser de su edad. Pelirrojo, de ojos azul magnético e impecable perfil griego, el joven portaba una armadura con capa, una espada en la diestra y escudo en la siniestra, listo para defenderse.

- ¡Chico! - exclamó Phil, aliviado - No es que me guste meterte prisa, pero... ¡SÁCAME DE AQUÍ!

Las ninfas se dispersaron ante la posibilidad de una batalla y solo quedaron la serpiente marina Caribdis y Perséfone mirando al joven intruso con un brillo peligroso en los ojos.

- Te ordeno que sueltes de inmediato a Phil, ¡ahora! - demandó el muchacho a la chica de los cabellos verdes.

Perséfone entrecerró los ojos.

- ¿Y con qué derecho se cree un mortal para desafiar a Perséfone, Diosa de la Primavera, la Fertilidad y la Resurrección? - le encaró furibunda.

El joven dio un respingo al oír aquello. Y el hombre-cabra, desde su delicada posición, también.

- ¡Soy Hércules! - exclamó finalmente - ¡Hijo de Zeus y Hera!

Perséfone se echó a reír pese a la ira que iba adueñándose paulatinamente de su razón.

- ¡Sí, claro! - exclamó la joven diosa - ¡Y yo debería tragarme semejante patraña del primer mortal que se cruce en mi camino! Buen intento, chico, pero nada salvará a tu entrenador de las fauces de Caribdis. – y en esto que se pellizcó la barbilla pensativamente – Y ahora que lo pienso, ¡a ti tampoco, impostor! ¡Mátale, Caribdis!

La gigantesca serpiente marina cargó contra el muchacho y lo derribó de un coletazo. El chico se golpeó contra un árbol y lo tumbó con el impacto.

Sin embargo, y contra todo pronóstico, volvió a levantarse y arremetió de nuevo contra el monstruo.

- ¡Ése juego de pies, chico, ése juego de pies! - exclamaba Phil desde la cola enroscada de Caribdis - ¡Vigila los dientes y recuerda la regla 95: "CONCÉNTRATE"!

Perséfone observaba la escena desconcertada. Aquel muchacho... no era normal, un humano corriente no se hubiera levantado tras el coletazo de Caribdis.

El joven trataba de acercarse al cuerpo de la serpiente, pero sus dientes le prevenían de cualquier intento más allá de la orilla de lago.

En una de ésas el monstruo le pilló la capa con los dientes y le lanzó de cabeza al lago. En territorio acuático, Caribdis tenía ventaja.

Bajo el agua, mientras Phil retenía el aire, el joven se asió a una de las escamas de la cabeza de la serpiente y comenzó a apretarle el pescuezo.

La doncella del Olimpo todo lo que pudo ver desde la superficie fue cómo la enorme serpiente marina era arrojada fuera del agua para caer pesadamente sobre la hierba del bosque con los ojos dándole vueltas, derrotada por completo.

El muchacho salió del agua con Phil en sus brazos y lo depositó en tierra, sacudiéndole para que respirase. O se moviera. Porque el semihombre no se movía.

- ¡Phil!, ¡Phil!, ¡contéstame, por favor! - exclamó mientras se le llenaban los ojos de lágrimas al ver que su entrenador no reaccionaba.

Perséfone se acercó a ellos despacio.

- Déjame a mí. – dijo simplemente mientras hacía al que ya sabía que era su primo a un lado y depositaba su mano pálida sobre el pecho velludo del sátiro.

La palma le brilló un instante y, súbitamente, Phil aspiró, tosió, escupió mucha agua y volvió a respirar normalmente mientras esgrimía una sonrisa tonta.

- Ya está, se acabaron las prácticas de orientación. – balbuceó alzando el dedo índice para desmayarse acto seguido.

Hércules suspiró aliviado y giró la cabeza en dirección a la que había sido tanto la agresora de Phil como su salvadora.

- Gracias... por salvarle. – dijo el muchacho esbozando una sonrisa.

Perséfone no contestó y le abrazó con fuerza. No sabía por qué se sentía tan mal por sus acciones ya que siempre hacía lo que le daba la gana, ni por qué se sentía tan reconfortada de que su primo no estuviera enfadado con ella.

- Estoy tan contenta... de haberte hallado vivo... primo... - dijo la chica con la voz entrecortada por la emoción.

- ¿Primo? - inquirió Hércules sin entender.

Perséfone rompió el abrazo y sonrió.

- ¡Sí! - exclamó contenta - ¡Tu madre es la hermana de mi madre! ¡Somos primos, Hércules!

- ¿Eres mi prima? - preguntó el joven aprendiz de héroe cada vez más confuso - ¿Quién es tu madre?

- Mi madre es Démeter. – expuso Perséfone muy orgullosa.

- ¿Tía Demi? - Hércules abrió mucho los ojos.

- No te recomiendo que la llames así, le pone de los nervios. – rió Perséfone – Es una mujer bastante susceptible con los nombres, si sabes a qué me refiero.

Los dos se rieron de buena gana.

Y hablaron largo y tendido mientras se dirigían, Hércules llevando a un inconsciente Phil sobre el hombro, al final del bosque para encontrarse con Pegaso, el caballo alado, que ya estaba preocupado por qué les habría sucedido a sus dos amigos

- Siento lo de tu entrenador. – se disculpó Perséfone encogiéndose de hombros – Pero cuando me dijo que eras su pupilo... pensé que estaba mintiendo y que sabría algo acerca de tu desaparición. Me parecía más factible eso a pensar que estaba como una cabra. – en esto que sonrió maliciosamente - ¡Como una cabra!, ¿lo pillas?

- Sí, ya, bueno... - a Hércules su prima le parecía simpática, pero no compartía en absoluto su insultante sentido del humor.

Pegaso les recibió primero con una pirueta en el aire, luego olisqueando detenidamente de arriba abajo a la joven diosa. Concluyó que le gustaba el olor y le dispensó una enorme lametada, contento.

Perséfone se rió y, mientras se limpiaba la mejilla llena de saliva equina, observó a su primo montar en el fantástico animal.

- ¿Te llevamos a algún sitio? - le ofreció Hércules.

- Déjame en la puerta del Monte Olimpo, si no es mucha molestia. – replicó ella distraídamente hasta que reparó en la mirada triste de su primo al mencionar la morada de los dioses – Vaya, lo siento Herc.

Hércules negó con la cabeza sonriendo.

- No importa. – dijo simplemente y la ayudó a montar.

En el camino Perséfone pensó detenidamente en que, en realidad, en el Olimpo no había nadie de su edad y se aburría inmortalmente allí, con su madre y su tía encima de ella constantemente.

Además de que vivir en el Olimpo suponía estar todo el día ociosa.

Por otro lado su primo le caía bien, y seguro que tendría amigos de su edad. Sería entretenido estrechar lazos familiares y conocer gente nueva.

- Oye, primo… – dejó caer - ¿Dónde vives?, ¿qué haces en tu día a día?

- Reparto mi tiempo en entrenar con Phil en su isla y en estudiar en la Academia Prometeo.

- ¿Y tienes amigos en ésa academia?

- ¡Claro! Ícaro y Cassandra son mis mejores amigos.

- ¿Crees que sería mucha molestia si me los pudieras presentar? - inquirió Perséfone mientras su primo giraba la cabeza sorprendido – Créeme, Herc, el Monte Olimpo es un rollo patatero. No hay gente de nuestra edad, todos son varios miles de años más viejos y yo lo que quiero es hablar con gente joven, conocerte a ti ahora que te he encontrado...

- No hay problema. – sonrió Hércules con su habitual desenfado y buena predisposición a ayudar a los demás - ¿Cuándo te vendría bien?

Perséfone se animó.

- ¿Mañana puede ser? ¡Di que sí, primo, di que sí!

- Pues mañana te vengo a buscar si quieres por la mañana. – accedió el joven encantado - ¿Te dejará venir tía Demi?

- Si le digo que voy contigo, sí. Se quedará más tranquila, no sabes lo sumamente angustias que es mi madre...

Y así lo acordaron.

Y también fue así como Perséfone se vio envuelta en las singulares aventuras que surgirían una detrás de otra alrededor de su primo semidiós.


Nota de la autora: hale, ahí lo llevo :D. Las menciones de los personajes de Ícaro y Cassandra pertenecen a "Hércules: la serie animada". Si no la habéis visto, buscadla en YouTube, está graciosa :)