Judal
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Cuando tenía 4 años y el cuerpo frío de su madre era la única sensación que podía recordar, la vida no parecía ser tan mala, no hasta ese entonces. Los ojos vacíos de la mujer y su mano entrelazando su pequeña manita era lo único que podía recordar cada que iba a la cama dormir. No le atemorizaba, al contario, podía dormir en ese cuerpo frío esperando que despertara la mujer. Al lado de él se encontraba el cadáver de su padre aún boca abajo y con los brazos extendidos.
Judal a esa edad no tenía miedo, pero conocía bien lo que era la muerte. Ya una vez había visto lo que era de cerca. Meses atrás lo había comprendido, al saber que uno de sus vecinos había muerto, y se había hecho uno con el ruhk. De hecho ahí era como había comenzado sus problemas. Por ese comentario -"El se ha ido con todas esas aves brillantes"-.
Era una tarde soleada cuando Judal comía los pedacitos amarillos de la fruta que su madre le había picado. Miraba por la ventana mientras todo aquello sucedió.
Recordaba el calor que sentía, y el sabor un poco ácido y dulce de los duraznos. También la voz de su mamá, que acostumbraba cantar dulcemente mientras hacía los deberes domésticos.
También recordaba el aroma levemente dulzón y también amaderado y a lo lejos el sonido de las maderas con las trabajaba su padre. Y por la ventana, fue a través la ventana de su casa donde había mirado eso, el pequeño vecino con el cual había salido a jugar un par de veces estaba en el piso llorando.
Los niños lloraban, lo hacían muy a menudo, pero él no lo hacía, hasta ese entonces pocas cosas le provocaban el llanto. Ver a otro niño llorando en el piso no era algo que al pequeño Judal le llamara a atención, aunque fuera su amigo. Lo que llamó la atención del pequeño niño de cara pálida y de ojos rojos fue el ver como el padre de aquel chico había sacado un hacha, muy similar a la que usaba su padre con los maderos y frente a sus atónitos e incrédulos ojos había arrancado la cabeza del pequeño niño que, en ese momento había dejado de llorar.
Esa había sido la primera vez que el magi del rukh negro había visto tal cantidad de sangre y luego, aquellos pajarillos brillantes levantándose del cuerpo sin vida de alguien para hacerse uno con todas las demás almas.
Su madre había llegado tras él y había abrazado al pequeño rodeando su cuerpo y tapándole los ojos. Un calorcillo protector era lo que sentía, agradable y tibio. El aroma de su madre protegiéndolo de todo ello mientras su voz, calmándolo, esa era la única que jamás había podido recordar.
Justo de después de eso su casa permaneció cerrada, y aunque las personas adultas le había dicho que no volvería a ver a su amigo, él insistía en que su amigo seguía ahí.
Sus padres sabían que Judal, su pequeño Judal era diferente y aunque lo trataban como una joya preciosa después de eso todo había cambiado.
Al siguiente día de la muerte había llovido y el aroma a tierra húmeda era lo único que podía recordar, además del cielo gris y la persona que había llegado a su casa.
Un hombre de talla alta y con turbante con mirada fría. Judal jamás había sentido tanta aversión por una persona, ni siquiera por el padre de su amigo. –"Este pequeño es un magi"- esas eran las palabras que había dicho ese hombre.
Luego de eso la discusión de su padre con aquel hombre y justo después las amenazas, mientras su madre lo abrazaba con cariño, pudo darse cuenta de lo asustada que estaba esa mujer y también pudo darse cuenta de que las palabras de esa persona habían cambiado el rumbo de su vida tranquila y pacífica. – "Él no es su hijo, el destino de ese niño es elegir a un futuro rey, y el imperio de Kou lo reclamará" –
En ese entonces Judal no comprendido lo que significaban esas palabras, pero mucho tiempo después entendería que él había sido la razón por la cual todo su pueblo había perecido.
No pasó mucho después de la visita cuando todo había cambiado, un ejército entero había llegado a su caravana y el mismo aroma a muerte, que ya conocía se levanto como rocío por su pueblo natal.
Ríos de sangre corrían por las calles mientras él jugaba a dar pequeños brinquitos con un solo pie. Los gritos aterradores, el llanto de mujeres y sonidos huecos de cuerpos cayendo mientras los hombres armados arrancaban vidas y todas esas almas ascendían al cielo una tras otra.
Justo después la mano de su mana sujetando la suya mientras corría y él apena y podía mantener el paso, sus pequeños pies habían pisado cuerpos sin vida y sangre caliente mientras huían a ningún lugar, pues aquellos hombres estaban ahí frente a ellos, aún después de estar escapando.
Lo miraron y cruzaron palabras, justo después observó como una espada perforó el cuerpo de su madre y segundo más tarde cayó al piso, luego silencio.
Parecía un sueño, pero era muy real. Supo que era real cuando la noche había llegado y él seguía de rodillas, atónito, mirando el cielo donde ya todas esas almas se habían ido.
Tenía frio y era el único con vida en todo el pueblo. Solo él, él era al único al cual todo el ejército no había asesinado. Con frio se recostó a un lado del cuerpo sin vida de su madre, levantó uno de sus brazos y tal como siempre lo hacía esa mujer se acomodó en el regazo esperando que pronto despertaran y sus almas regresaran a sus cuerpos.
Pero era como su amigo, una vez que un alma se iba al flujo jamás regresaba. Eso también pasaría con todo ahí y esperaba que muy pronto eso sucediera con él, así estaría en el cielo con todos los demás, pero el frío, el hambre y aquella extraña sensación el pecho no parecían ser suficientes para que su alma saliera de su cuerpo, aunque así lo deseaba.
Aún si cerraba los ojos con fuerza y apretaba los puños, él no se iba, estaba ahí y cada vez era más frio y más difícil permanecer al lado de un cuerpo que se carcomía con la descomposición natural y la putrefacción de un cuerpo sin vida. ¿Era muy difícil para el morir?
No supo cuantos días habían pasado, pero el sabor a arena en su boca y el frio en la noche lo tenían tiritando mientras el sol inclemente del día había quemado su blanca piel mientras que sus cabellos negros habían perdido el encanto y se encontraban llenos de sangre y lodo.
Fue ahí cuando aquellas personas que venían en una caravana ambulante, lo habían encontrado, sin mucha dificultad desprendieron al pequeño del cuerpo de su madre, él había peleado por permanecer ahí, al lado del cuerpo de su madre, pero días sin alimento, bajo el sol y el frío extremo fueron suficientes para que no tardara mucho en rendirse, un pequeño niño cayó derrotado frente a un grupo de personas que estaban ahí.
Él pequeño cerró los ojos, y se perdió entre sus sueños, sueños donde podía escuchar la voz de su padre y las risas de su madre.
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Cuando había despertado después de un viaje de cerca de más de un mes, un baño de agua helado era lo que lo había recibido.
Un par de ojos rojos era lo que había visto a través de un turbante, nadie había hablado con él desde que ese viaje había comenzado y su únicos compañeros eran un par de cadenas que lo sujetaban de manos y de pies.
No le molestaban, el frio y el hambre era lo que le molestaba, hasta esa fecha jamás había conocido lo que era tener tanta hambre, tanta que los pedazos de pan mohosos parecían un gran manjar, que hasta el ser vomitados segundos después parecían un desperdicio.
-"Ese niño es un magi, no debería estar encadenado"- esos murmullos se escucharon durante todo el viaje, pero eso no cambió su situación ya que cada que alguien parecía acercarse al pálido niño solo correspondía con pataletas, rasguños y mordidas. Las únicas defensas que podía hacer, y que a pesar de todo mantenían a todos alejados.
Habiendo llegado al palacio y cruzar por primera vez mirada con ese par de ojos rojos, pudo sentir cierta tranquilidad.
El palacio era tan grande que no podía verlo completo sin tener que levantar la cabeza, no era que algo como eso le maravillara, pero al menos podía distraerse en algo. Esos meses de viaje, había pensado mucho, más de lo que un pequeño niño de cuatro años debería de hacerlo.
Pero esos pensamientos se fueron y regresó por completo a la realidad cuando le habían afianzado las cadenas y sin que el pequeño hubiera intentado defenderse le habían despojado de todas su ropas y lo habían dejando en completa desnudez y ahí en medio de un jardín antes de entrar al palacio los chorros de agua fría habían llegado a su piel.
Baldes y baldes de agua fría escurriendo por su piel y su cabello, mientras agua jabonosa se resbalaba por sus respingados hombros – está muy fría, se va a resfriar - Un par de ojos azules se habían posado en él, luego de eso esa misma persona se había quitado unos de los muchos mantos de su ropa y había cubierto al pequeño. – debes tener frío -
El pequeño Judal afianzo esa tela contra su cuerpo y tembló de frio mientras todos aquellos hombres que estaban ahí se inclinaron y le abrieron el paso al de ojos azules. – llévenlo a una de las habitaciones de palacio y denle algo de comer…solo es un pequeño niño-
El par de ojos rojos se fue con ese par de ojos azules, mientras él había sido liberado al fin de las cadenas.
Esa noche había llegado a la habitación más lujosa que había visto y aún no había dicho absolutamente nada después de la muerte de sus padres. A pesar de que ahora su ropa era suave y la cama parecía cómoda sus ojos rojos parecían brillar con miedo mientras todos los que estaban en la habitación vigilaban sus movimientos. En ese momento había dejado de pelear, había dejado de pelear desde que el agua fría lo había tocado y toda esa tierra y rastros de su antigua vida se habían escurrido por su cuerpo
-puedes dormir aquí… no intentes huir, alguien estará en la puerta todo el tiempo- El pequeño asintió levemente, pero cuando tuvo enfrente una enorme cantidad de frutos en la habitación se lanzó sobre estos a devorarlos. Hacía tanto sin sentir ese sabor en su boca, tanto que cuando sintió el sabor de ciertos duraznos en labios varias lágrimas escurrieron de sus ojos mojando sus mejillas.
Ese sabor le recordaba a su madre, a su casa y todo aquello antes de llegar ahí. Sollozó un poco y poco a poco se quedó dormido en esos aposentos en una cómoda cama y grandes almohadones tibios. Todo estaba tranquilo de nuevo, pero no estaba ahí el sonido de esa voz, esa voz que con el tiempo fue olvidando lentamente, como si ellos no hubieran existido nunca y como si su pueblo solo hubiera sido un sueño.
Cuando despertó por la mañana un pequeño rayo de sol iluminó sus pálidas mejillas, se talló los ojos y se dio cuenta que estaba en un lugar desconocido. Se paró descalzo y notó que el piso alfombrado se acomodaba a la perfección a sus pies. Era suave y agradable. Sentía una simpáticas cosquillas entre los dedos de sus pies.
Al lado de su mullida cama y todos los cojines que decoraban la lujosa habitación había ropas limpias y por lo que se imaginó eran para él.
En ese momento tenía puesto solo un camisón blanco y sus cabellos alborotados por todas partes. Justo cuando estaba por decidir si se pondría aquella ropa o no, una mujer con expresión neutra entró a la habitación.
Sus ojos llenos de rabia la alejaron enseguida, aquella mujer solo había dado un paso dentro de la habitación y él había tomado uno de esos grandes almohadones y lo había aventado con furia contra la cara de aquella mujer. Ella no dijo nada solo salió de la habitación y de nuevo todo se quedó en silencio.
Los ojos de Judal fueron a dar a la pequeña ventana de un lugar desconocido. De cualquier forma el cielo seguía siendo azul y las nubes blancas. Soltó un suspiro y se tendió en la cama mientras seguía observando la ropa que estaba ahí.
Había un par de cosas que ahora sabía, el pasado ya no importaba no tenía caso que lo recordara, ya no regresaría atrás, no tenía idea del lugar donde estaba y si al menos podía conseguir algo de alimento podría sobre vivir.
Aunque, tampoco era como si él quisiera sobrevivir, soltó un suspiro más y fue en ese momento cuando notó que uno de esos pajarillos blancos, dejaba de ser blanco se convertía a un color negro profundo. Y estuvo ahí revoloteando sobre el techo de su cuarto por horas.
-Me dijeron que te llamas Judal - Pestañeó varias veces y lo miró atónito. No se había dado cuenta del momento en el cual, otra persona había entrado a ese pequeño cuarto. Y era esa persona, la que tenía el par de ojos azules. Desvió la mirada y solo asintió. – no hablas mucho ¿verdad? - justo cuando estaba por negar con la cabeza aquel hombre se sentó en la cama del menor y miró el lugar. – la habitación es pequeña, pero es acogedora para un pequeño, dime ¿ya tomaste el desayuno? –
El menor negó con la cabeza mientras el mayor acortaba más la distancia con él, no supo en qué momento tocaron su cabeza y le dieron un pequeño golpecillo en la cabeza. – tengo un hermano menor, es casi de tu edad. Se llama Hakuryu, y también un medio hermano se llama Kouha. Supongo que puedes jugar con ellos. –
Judal pestañeo dos veces más y miró a otro lado. No parecía muy interesado con la conversación, saber que había otros niños ahí no cambiaba por mucho el panorama, Nada podía hacerlo. – hoy mismo iniciaras tu entrenamiento, es mejor que comas algo y te vistas. ¿Sabes hacerlo solo? – Judal no se movió ni un milímetro. No era que no supiera, su madre lo hacía por él, pero el muchas veces se ponía la ropa a toda velocidad cuando quería ir con su padre a recolectar algunas especias.
Estaba por ir por aquella comida, cuando sintió como el otro ya le estaba quitando el camisón y buscaba entre todas esas prendas la que iba primero. – No sé cómo es que te ponen tanta ropa, siendo un niño tan bonito no entiendo porque tantas capas- levantó sus brazos dejándose vestir por el mayor hasta que en algún momento mientras le ponía la última bufanda Judal lo miró con el entrecejo ligeramente fruncido.
-Hablas mucho – el mayor lo miró anonadado y le sonrió le despeinó el cabello sacudiéndolo.
- Tienes razón, lo hago… anda vamos a comer - Una vez con toda esa ropa puesta el mayor le dio la mano - anda, iremos juntos a tomar el desayuno… después de eso, tendrás que ir a aprender a usar ese poder que tienes… Judal eres muy importante para nosotros.
