Hellsing no me pertenece
Este es el primer fic que escribo en este fandon, no es la gran cosa, pero pretendo escribir muchos mas, porque Hellsing necesita mas amor.
El primero tenia que ser de esta mujer ya que cierta personita a la que tengo mucho cariño la adora.
Había observado la batalla sin perder de vista a su superior y al monstruo contra el que luchaba.
Conocía bien los deseos que el padre Anderson sentía de matar a ese monstruo, desde que supo de su existencia y luchó contra el aquella primera vez en irlanda, antes de que Inglaterra se convirtiera en un infierno.
Desde aquella primera batalla cada vez que veía a su superior la mente y los ojos de este vagaban pensando en el vampiro.
Ella nunca se lo diría, pero no estaba segura de si era correcto que aquel ser ocupara sus pensamientos, cuando debía ser dios y su misión lo que los ocupara. Aun así ella confiaba totalmente en él. Ya que era uno de los padres que la habían criado junto a Heinckel en el orfanato y aunque nunca se lo diría le admiraba profundamente.
Cuando sus pensamientos volvieron a la batalla no pudo evitar acercarse más a Heinckel, no podía creer lo que veían sus ojos.
El padre Anderson sostenía entre sus manos el clavo de Elena, una de las reliquias del vaticano del que ella (al igual que el resto de la división de Iscariote XIII) conocía perfectamente sus efectos y su capacidad de convertir al que lo usara en un monstruo.
Incluso el propio monstruo ante ellos conocía sus efectos y trataba de convencer a su superior de que no lo usara. Apretó los puños al ver como se apuñalaba con él.
Parpadeó un par de veces al no percibir ningún efecto. Segundos más tarde al ser atacado por el monstruo las espinas sustituyeron la carne arrebatada por el golpe.
Sus ojos se nublaron y dejo de seguir la pelea porque en aquel momento había acabado todo, el padre Anderson, su padre Anderson ya no volvería a ser el mismo, ganara o perdiera.
Yumiko en su interior derramaba las lagrimas que Yumie trataba de contener, porque ya estaba todo perdido, ya daba igual regresar al Vaticano.
Por eso no lo pensó y cuando el padre Anderson murió y apareció aquel que tiempo atrás le había insultado corrió hacia el sin pensarlo sin percatarse de los hilos que había esparcido aquel mayordomo gritando sin sentir al ver su piel cortada y su cuerpo desmembrado suplicando antes de morir que fuera llevada junto a aquel al que tanto había admirado, fuera el lugar que fuera.
