La carta de reclutamiento descansaba sobre la mesa del comedor, la firma del rey al final como una amenaza implícita.

Su madre no dijo nada de inmediato, pero su expresión daba a entender que sabía lo que venía a continuación. Después de todo, no era nada nuevo para Izuku sentir esa presión en su pecho; se había sentido así incontables veces.

Impotente, aterrado.

Pero cuando por fin no pudo más, cuando su cabeza no se callaba y no dejaba de dar vueltas alrededor de lo inevitable, fue cuando tuvo que explotar.

Su madre no lo merecía, por supuesto. Sólo había tenido la mala suerte de cruzarse en su camino cuando no quería ver a nadie y de ofrecerle consuelo cuando no quería que lo tocasen. Y él, sólo era lo suficientemente cabeza hueca como para no entrar en razón en ese momento y ver que ella no tenía la culpa de nada.

Para cuando estuvo fuera de su casa, cuando el aire le golpeó el rostro en una ola fresca, escuchó a su madre llamarlo a gritos. En ese momento Izuku no quería saber nada de nadie; ni de sí mismo ni de nadie más. Así que echó a correr, el corazón rebotándole en el pecho y el viento haciendo volar su cabello. La adrenalina de desear ir más rápido y de poder hacerlo, de alejarse más de su casa y de lograrlo. Y de dejar sus problemas atrás y no ser capaz.

Antes de darse cuenta, ya estaba en la linde entre el bosque y la aldea. La oscuridad frente a él se abría en todo su esplendor entre los árboles, como la boca de un lobo.

Cualquier persona con sentido común habría dado media vuelta, dando por terminada su rabieta y emprendiendo su camino de vuelta a casa, pero Izuku no se detuvo. En ese momento, pensó que era mejor tenerle miedo a los peligros nocturnos del bosque que a su futuro. Un miedo más fácil de controlar, con un enemigo menos incierto.

No estaba del todo equivocado, pero tampoco gozaba de la lucidez de quien toma una decisión relajado. Se arrepentiría más adelante, lo sabía, pero en ese momento no le importó.

Corrió y siguió corriendo hasta que no pudo más, hasta que sus piernas cedieron y lo abandonaron en el suelo, a merced de las estrellas y en compañía de la más absoluta oscuridad.

Impotente, como se sentía la mayoría del tiempo pero sin poder acostumbrarse nunca, golpeó la tierra bajo su cuerpo con todas sus fuerzas.

El suelo cedió bajo su puño y el aire a su alrededor se arremolinó como resultado del impacto, los árboles agitándose y la tierra negra saliendo despedida de su lugar.

Por supuesto, su mano quedó destrozada al momento.

Izuku miró sus dedos amoratados y acto seguido se dejó caer sobre el desastre que había creado, llorando.

Bueno, para ser sincero, la situación no había mejorado demasiado. Y todo era culpa suya, por supuesto.

Ahora mismo estaba hecho un ovillo en lo que parecía una jaula para jabalíes (o bueno, se repetía a sí mismo que era para animales y no especial para personas, pero la verdad es que parecía sospechosamente hecha a su medida) con una enorme manta en la tapa, lo que le dificultaba la visión para estudiar a sus captores y el entorno.

Sólo sabía que había despertado en esa posición a la mitad de la noche. El resplandor titilante sobre la tierra (en la franja inferior que no cubría la manta) le decía que el cielo estaba aún oscuro y que tenían una fogata encendida. En cuanto a las personas que estaban presentes… tres hombres. No podía verlos, así que era imposible evaluar sus opciones de escape. Eso claro, aunado al hecho de que su mano derecha seguía destrozada por utilizar su poder a lo tonto unas horas antes.

Suponiendo que pudiese romper el metal de la jaula, lo que le costaría lastimarse la otra mano o un pie, tendría después que enfrentarse a tres hombres que (no lo sabía con certeza) tenían toda la pinta de ser mercenarios.

Sería imposible con una mano y otro miembro inutilizado. Mejor esperar por una oportunidad.

— ¿Creen que deberíamos seguir buscando? —preguntó una voz rasposa por encima del crepitar de la fogata. El sonido hizo que Izuku saliera de su ensoñación, parpadeando para ahuyentar el sueño y poniéndose completamente alerta.

Varios hombres respingaron.

— ¿Eres tonto o qué? —respondió uno, su voz más grave que la del anterior —. Mientras ofrezcan dinero, nosotros trabajamos.

— ¡Uff, y cuánto dinero! —exclamó otro.

Varias risas. Izuku no le vio la gracia, pero tampoco dijo nada.

—Llevamos años buscando al puto dragón — se quejó el de la voz rasposa —. Deberíamos regresar y decirle a todo el mundo que no existe a fin de cuentas. Ya saben, como nos dijeron siempre.

—Ay, ya cállate. Ve el lado bueno; cazamos la mitad de monstruos del libro de recompensas y encima nos conseguimos un premiecito — le dio un golpecito a la tapa de la jaula, acentuando sus palabras. Izuku sintió un escalofrío recorrerle la espalda —. Sólo nos falta ponerle un vestidito o algo, ¿no? Tiene una cara preciosa.

Una de las voces hizo una exclamación despectiva.

—Pues si lo que te gusta son los hombres…

—Por eso dije que habría con ponerle un vestido, imbécil.

—Pero entonces —se metió el de la voz desgastada —, ¿por qué no mejor nos conseguimos a una muchacha?

—Si me consigues a una más bonita que este niño, dejo que te la folles tú.

Izuku tragó saliva y sintió a su cerebro ir a mil por hora. Tenía que salir de ahí antes de que las cosas se salieran de control.

Inconscientemente, intentó alejarse de los sonidos de las voces, pero la jaula se movió con él.

— ¿Ah? Y hablando del rey de Roma.

A Izuku no le gustó el sonido de la sonrisa en esa voz, así que se echó aún más atrás. La jaula no le permitió ir más lejos, pero al menos con la espalda contra la pared se dijo que podía soltar patadas si era necesario.

Una mano callosa retiró la manta de la cara frontal de la jaula, e Izuku pudo ver los rostros de sus captores. El más cercano —al que pertenecía la voz más ruda — le sonrió con toda la boca, dejándole ver un diente plateado.

—Buenos días, princesita —le dijo.

Uno de los hombres de atrás se asomó a mirarlo —tenía un parche en el ojo derecho, pero en lugar de verse gracioso más bien daba qué pensar, mientras que el de la voz rara resultó traer una armadura —. Cuando el primero lo recorrió de arriba abajo con su ojo izquierdo, una sonrisa le partió el rostro en dos.

—Pues sí, con un vestido y de espaldas no me importaría si fuese un niño —comentó.

Izuku cerró las manos en puños, pero eso sólo lo hizo recordar sus dedos destrozados. Seguía sin poder destruir la jaula.

¿Cómo se suponía que iba a salir de esto?

Piensa, Izuku, piensa. A ver, ahora mismo no puedo salir, pero tampoco pueden hacerme nada si estoy aquí dentro. Tendrían que abrir la jaula para sacarme, así que una vez que lo hagan… usaré mi mano izquierda para golpear a uno. Debería bastar para asustar al resto. Sí, eso haré.

Bueno, peor era nada. Sólo quedaba esperar que los afortunados que no recibirían su golpe fuesen lo suficientemente cobardes como para abandonar a su compañero caído. Izuku se mordió el labio. De no ser así… tendría que pelear con dos manos destrozadas.

El del diente de plata hizo ademán de meter una mano entre las rejas de la jaula, haciendo que Izuku se sobresaltara y soltara un chillido.

—Aww, tu vocecita —exclamó el tipo—. ¿Seguro que no eres una niña? Debí haberte revisado antes de ponerte ahí dentro.

—Pues sácalo de ahí. Divirtámonos un rato con él —propuso el del parche, sin dejar de mirarlo.

Izuku tragó saliva. Aquí venía su fin o su oportunidad para escapar.

—Ugh, puto asco —gruñó el de voz rasposa, poniéndose de pie —. Me hablan cuando terminen con él.

— ¿Qué? No te vayas —repuso el más cercano, volviéndose hacia su amigo —. Ya verás que éste gime igual que una mujer.

El otro pareció pensárselo de verdad un momento, pero justo cuando Izuku creyó que no cedería, se cruzó de brazos y arqueó una ceja.

—Bueno, a ver.

Los otros dos sonrieron con aire triunfante y se acercaron a la jaula. El del diente brillante se lamió los labios. Izuku sintió arcadas, pero concentró su fuerza en el puño izquierdo, listo para liberarla.

El hombre del parche desapareció de su campo de visión, pero el del diente de plata manoseó el mecanismo de la parte superior de la jaula, levantando ligeramente la manta para poder hacer lo mismo con la tapa.

Cuando ésta estuvo abierta, Izuku se preparó para saltar fuera, pero una mano lo agarró del pecho de la camisa desde atrás. Esa parte de la jaula aún estaba tapada, pero sólo se le ocurrió que era el tipo del parche.

Forcejeó, pero con su mano rota no pudo hacer gran cosa.

Mientras tanto, el del diente de plata metió su manaza en la jaula. Entrando en pánico, Izuku le tiró una patada, a lo que el primero siseó de dolor y retiró la mano de inmediato. La tapa de la jaula cayó en su lugar una vez más.

—Agh, maldita puta —exclamó el hombretón, examinándose la mano.

—Habrá que drogarlo primero, ¿o no?

La voz venía de detrás suyo, pero justo antes de que pudiese voltear, el del parche le inyectó algo en el cuello.

Izuku jadeó de dolor al sentir el dolor agudo, apartándose de ese lado de la jaula y llevándose la mano buena al cuello. Un dardo.

Mierda, mierda, mierda.

El único hombre en su campo de visión sonrió, aunque aún estaba sobándose la mano dañada.

—Nunca pensé que esos tranquilizantes podrían servirnos para esto.

El de la armadura de encogió de hombros desde su posición.

—Si duermen a un puma, ¿por qué no a un muchacho?

¿A un puma? Esto cada vez pintaba peor. Tendría que usar su poder para destrozar la jaula y esperar lo mejor de una pelea contra tres hombres armados. Todo antes de ceder ante los efectos del dardo.

Se irguió lo máximo posible, con la intención de soltarle un puñetazo a la parte frontal de la jaula —y con suerte mandar a volar al tipo del diente de plata —, pero cuando volvió a formar un puño, la energía no acudió a su llamado. En su lugar, la cabeza empezó a darle vueltas.

—Oh, ya está mareado —dijo una voz. Esta vez no pudo reconocer cuál.

—Sácalo ya —urgió otra —. Si se duerme antes de que empecemos será muy aburrido.

Izuku sintió que los párpados le pesaban.

Maldita sea. No siento… los brazos…

Pero justo entonces, el hombre de la armadura soltó un grito ahogado y cayó al suelo con estrépito. Los otros dos dieron un salto en su lugar y dejaron caer la manta de nuevo sobre la jaula, dejando al chico a ciegas nuevamente.

— ¡Eh!, ¿y tú quién eres? —demandó el la voz grave, el sonido acompañado del característico desenvaine de una espada.

Izuku se encogió en su jaula, consciente del peligro, del hecho de que no sabía a qué debía temerle ni cómo se defendería. Aguzó el oído, pero no pudo escuchar la respuesta del atacante con claridad. Lo que sea que hubiese dicho se perdió en el camino entre sus oídos y su cerebro.

—A ver si vas pidiendo una disculpa o algo, niño —espetó el hombre del parche, justo antes de correr hacia la amenaza y acto seguido soltar un grito de dolor.

Izuku escuchó cuando cayó al suelo, el sonido reverberando hasta su propio oído contra la tierra.

— ¡Cabrón! —gritó el mercenario restante, contrario a como predijo Izuku que haría al ver que tenía las de perder. No tuvo que ver para imaginárselo alzando su espada y perdiendo al instante.

— ¡Aghhh!

Otro golpe sordo contra la tierra, y después sólo quedó el crepitar de las llamas.

Izuku se quedó helado en su jaula, envuelto en una nebulosa de químicos, pero aún cuidadoso de no moverse un ápice. Si el extraño no le prestaba atención a la enorme jaula junto a la fogata —sonaba estúpido con sólo desearlo —, tal vez Izuku podría salir de ahí en una pieza. Tal vez.

Entonces escuchó unos pasos. Lentos, seguros. Zapatos contra tierra.

Un chasquido de lengua, una expresión de irritación.

—Putos humanos con sus putas fogatas.

Una golpe… no, una patada. Una patada contra madera. ¿Contra la fogata? Y después silencio total, no más crepitar de fuego.

Izuku abrió los ojos —no recordaba haberlos cerrado — para encontrarse con un mundo borroso, como si alguien hubiese desdibujado una pintura, como si lágrimas le hubiesen nublado la vista.

De repente, hubo un poco más de luz. No es como si fuese mucha la diferencia, estando como estaba, con los ojos estropeados por la droga, pero ahora en lugar de poder ver sólo la silueta de sus propias manos, ahora podía distinguir el color morado azulado de sus dedos hechos papilla. Seguían siendo una mancha, pero que tuviesen color era prueba de que había más luz.

Izuku sintió que la cabeza se le iba hacia atrás hasta topar con las rejas de la jaula. No supo si dolió, pero escuchó el lejano sonido de su cráneo golpear las barras. Abrió los ojos de nueva cuenta —otra vez sin recordar haberlos cerrado, oh sorpresa — y se encontró con alguien mirándole desde arriba, esta vez la manta totalmente retirada. Eso último explicaba el cambio de luz, pero con su nueva capacidad visual, la persona frente a Izuku tenía por rostro una mancha oscura. La luna —o lo que parecía la luna — brillaba por encima de su cabeza.

—Estás hecho un maldito asco —comentó una voz, que el muchacho atribuyó a la silueta frente a él. Sonaba irritado, pero no hacia él, sino más bien hacia todo en general.

Izuku no pudo evitar pensar que este hecho era gracioso, así que sus labios se separaron en un débil intento de sonrisa.

—M-me siento… del maldito asco… —balbuceó, su voz apagándose con cada palabra.

Pensó que el otro no habría podido escuchar hasta el final, pero curiosamente, después de un momento la silueta le dedicó un bufido divertido.

Eso fue lo último que registró en su cerebro antes de desmayarse.