Helga no soportaba a Olga por ser el centro de atención de su familia. Ni siquiera notaban que existía por su culpa. Todos los días desde su más tierna infancia, la menor de las Pataki vivía el abandono de sus padres presentes, pero ausentes. Y sin embargo, Olga siempre buscaba la manera de atosigarla con mimos y cursilerías que la exasperaban aún más. Helga ya se lo había dicho antes y eso siempre terminaba en negras lágrimas no suyas, sino de Olga, que quedaba sumamente herida por el desprecio de su hermana. Helga no entendía el por qué ella seguía insistiendo en estar unidas si apenas se veían en las cortas temporadas en que Olga vacacionaba en la casa Pataki. No lo entendía, hasta aquella noche en que lo escuchó todo.

Normalmente Helga tenía un dormir muy pesado, una vez que caía en el sueño, no despertaba por nada del mundo. Esa noche en particular, estaba totalmente fastidiada porque el estúpido de Gerald había estado mencionando a su amado cabeza de balón todo el tiempo. El pelos necios no parecía recordar que la última vez los vió en San Lorenzo besándose, horas antes de que Arnold decidiera quedarse allí con sus padres. El nombre del rubio le sacudió mil emociones viejas e infinitamente intensas que no le dejaban dormir. Eran casi las tres de la mañana cuando escuchó ruidos en el cuarto de Olga.

Se escabulló de puntitas, intrigada por el origen de esos repetitivos pero quedos sonidos que parecían gemidos. Las luces del pasillo estaban apagadas, la habitación de sus padres también estaba oscura cómo la de Olga pues por las rendijas de la puerta no se colaba ninguna luz. Muy pero muy despacio abrió la puerta de Olga para evitar que el molesto rechinar de la puerta la pusiera en evidencia.

Entonces lo vió. Vió aquello que siempre quiso saber y que deseó no haber sabido nunca.

La luz de la luna entraba por la ventana y dejaba al descubierto dos siluetas muy conocidas en la cama de su hermana. Se trataba de su padre, sobre una desnuda Olga, que mordía una de las almohadas de su cama. El reflejo de la luz realzaba la forma de su padre, quién con cadencioso ritmo penetraba ansiosa y brutalmente a su hija mayor. Olga lloriqueaba entre las almohadas

Helga se quedó petrificada, tan callada mientras sus ojos abiertos de par en par cómo platos absorbían aquella escena prohibida. Big Bob gemía con cada embestida. De pronto se detuvo y giró fácilmente a la frágil Olga, poniéndola de espaldas y de rodillas.

-Papi, por favor… no…..-Gimotió en un leve susurro suplicante.

-Hicimos un trato, Olga- Masculló, ansioso, frotando su duro miembro entre las nalgas de su hija mayor- O me complaces en todo, o tu hermana tomará tu lugar….

Olga lloró en silencio y susurró algo que Helga no alcanzó a escuchar. Momentos después, su padre sodomizaba a su hermana mayor quien ahogaba sus gritos de dolor en la almohada. La joven Pataki salió sigilosamente de la habitación, cómo un fantasma y tan blanca cómo uno de verdad.

Ahora entendía todo: La preferencia absoluta de su padre hacia Olga, la manera de Miriam de evadir de la realidad con el alcohol. Seguramente ella lo sabía desde siempre. Esa noche no pudo dormir, se quedó en la cama, rígida y tensa hasta que escuchó el pesado andar de macho satisfecho de su padre, dirigirse a su alcoba matrimonial. A Helga le venía a la menta una y otra vez lo que su hermana le había dicho hacía mucho tiempo "Debes creer que soy afortunada por la atención que me dan, pero tengo que fingir todo el tiempo cómo una muñeca de cuerda. Me enferma hacerlo… Que suerte que no se fijen en ti…"

Amaneció y Helga no pegó un ojo en toda la noche. Era sábado y decidió salir al muelle para aventar piedras. Llevaba su chaqueta puesta mientras bajaba las escaleras sin hacer ruido, cuándo notó que había alguien en la cocina. Era Olga, que estaba batiendo la masa para los hot cakes del desayuno y le daba la espalda. Helga se acercó y la abrazó fuerte.

-Buenos días, hermanita bebé- Sonrió Olga- ¿Te encuentras bien?- le preguntó al notar que Helga tenía lágrimas en los ojos.

-Siempre creí que tú eras la afortunada por tenerlo todo… Pero yo soy la afortunada por tenerte a ti….

Olga abrazó a su hermana menor, en silencio y complicidad. Ninguna estaba ahora, tan sola ahora que compartían el mismo secreto.