Hola sempais -si es que hay alguno por aquí-, bueno, vengo aquí con un fic de una pareja peculiar. Estaba yo, en mis asuntos, cuando de repente, mirando mi póster de Madara y Sasori, se me vino esta "loca" idea a la cabeza, y en especial, la llamo loca por la parejita que me hice. Estuve dandole vueltas al asunto mucho tiempo, pensando principalmente en mi sempai del SasoZetsu: Deidara-Inuzuka que se ha creado esa rara, pero linda parejita, y me propuse a ser la... tercera, en dejar una historia en esta sección -hay dos más, pero ambas estan en ingles y una incluye a Sakura ¬¬-, así que si hay alguien leyendo esto, se lo agradezco. Sea amable con la pareja D: creo que Sasori con los Uchiha tiene cierto potencial xD.

Bueno, sin más les dejo mi nueva historia, esperando que les guste y merezca sus reviews ^^.

Naruto no me pertenece, es de Masashi Kishimoto, su legítimo y único creador. Yo solo he tomado prestados sus personajes.

Advertencias: Yaoi, mundo alterno (como siempre eweU) y OC en los personajes (Están avisados, así que Mary se quita del peso de los que crítican eso ¬¬)


(~*~Ketsueki no ai~*~)

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1. La rosa con listón negro.

"Ahora estoy en casa, pero no me puedo quedar. Sueño contigo todos los días y tengo que conocer cada pulgada de ti, ¿Vas a hacer mi sueño realidad?" Alexander Rybak, Europa Skies.

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Su cuerpo se envolvía en las tinieblas mientras con agiles movimientos se deslizaba como una especie de sombra alargada por entre los callejones de la ciudad. Todo él era oscuridad, pero una en la que, podrían apostarlo, cualquiera desearía perderse y no salir de nuevo.

Quizá fueran los finos rasgos que enmarcaban su pálido rostro, ó los largos cabellos negros que le caían sobre la espalda, perdiéndose entre el saco negro que, ajustado, dejaba ver en parte su musculatura. Sus ojos tenían una forma almendrada y un tanto alargada, y el borde del oscuro iris, se enmarcaba una fina línea rojiza, de un color carmín, que le daba un efecto tremebundo y hermoso a su apariencia. En definitiva, era una oscuridad profunda, pero al mismo tiempo, atrayente.

Se ajusto la corbata negra, que no se perdía en su ropa gracias a la camisa roja que llevaba bajo el saco. Uno podría decir, que estaba exageradamente elegante para el lugar donde esperaba cenar. Pero eso no le importaba, porque así era su carácter también. Tendría por costumbre el siempre convertirse en el centro de atención, era algo que definitivamente le gustaba. Aunque ahora, procuraría no volverse el todo que la gente esperaba tener cerca suyo, simple y sencillamente, porque estaba hambriento, y sentía una enorme picazón en la garganta.

¡Moría por hincarle el diente a algo!

Siguió andando, cada vez más cerca de la estruendosa música, que desde la esquina anterior, se había hecho presente. Sonrió feliz y satisfecho.

La luna le hacía compañía e iluminaba la acera por donde iba caminando, con un brillo espectral en los ojos que se posaban en cada chico y chica que andaba. Todos olían a loción y reían mientras en grupo se manoseaban antes de entrar siquiera al club. Era una especie de pre calentamiento antes de bailar y construir orgías en el centro de la música.

Pero ninguno de ellos parecía valer ni un poco la pena, mucho menos su atención. Seguía caminando con la mirada fija en aquel portón donde las luces resplandecían, irrumpiendo en la acera con sus multicolores y quitando la bella iluminación de la luna llena, que miraba desde el cielo a los jóvenes que rompían en estridentes carcajadas.

Cuando por fin llegó a la antigua casona, ahora convertida en club, la miró de reojo. Su fachada era más bien de siglos anteriores, restaurados para dar al lugar un aspecto abstracto y llamativo a los chicos. Él encontraba más que nada interesante, las gárgolas que abrían sus escalofriantes fauces y observaban hacia abajo con ojos vacíos y furiosos, como si te invitaran a ser más diabólicos que ellos, y que al mismo tiempo esperaran ver tu sufrimiento, ansiosas de más sangre que tomar entre sus garras. Por las ventanas se podían ver las luces violetas, rojas, amarillas y verdes de los reflectores mientras se movían de un lado a otro. Los ladrillos estaban algo gastados y parecía que alguien les hubiera golpeado con un martillo hasta hacer pequeños hoyos en éstos. Un portón de hermoso tallado de madera se abría de par en par y dejaba ver una especie de salón con gran altura –no había un segundo piso, a menos que se contara como tal la plataforma al final del edificio donde había una docena y media de mesas, y por la que se accedía a través de unas escaleras amplias de caracol–, y por la cual subían unos cuantos chicos mientras reían alegremente y, seguramente, comentaban sobre la música y el buen ambiente. En resumen, que parecía la casa de un antiguo burócrata famoso que había pasado a ser esto.

Al parecer –y se alegro al corroborar– no necesitaba estar en ninguna lista para poder acceder al lugar –no es que eso en algún momento fuera a causarle una especie de problemas, puesto que siempre iba preparado con un buen fajo de dinero para sobornar a cualquiera que quisiera impedirle la entrada–, así que lo único que tenía que hacer era pagar quince dólares para que le pusieran un ridículo sello y entrar a divertirse.

El dinero, era el ser más poderoso en la Tierra. Al menos en este tiempo. Se dio el tiempo para burlarse mientas se acercaba a uno de los dos gorilas que cuidaban de la entrada, recibiendo dinero y poniendo sellos con violencia en las muñecas de los jóvenes. Miró de reojo al sujeto regordete y fornido, que acababa de ponerle el sello a una chica de cabellos azulados y luego le ofrecía su atención a él.

–Esto no son unos quince años, tío– le dijo mientras lo miraba de arriba abajo, entre burlón y aburrido. Recibió como respuesta a su comentario una mirada gélida. El gordo se encogió de hombros –.Paga– añadió antes de una mano, en la otra llevaba un sello. Su ropa era negra y ligeramente ajustada, de su cadera, (y debía decir que le sorprendía la capacidad de aquella correa) colgaba una cangurera –.¿Ó no piensas entrar, cara bonita?

Él lo miró, con un vestigio de irritación en la mirada, y sonrió socarronamente.

–Sí– contestó con una grave y con un tanto ronca la voz, tragándose el orgullo y metiendo la mano para sacar el dinero. Justo quince dólares, y se los tendió al sujeto, que al parecer sudaba demasiado, pese a la fresca brisa que corría por la calle –.Toma. No es necesario que me pongas sello, ¿verdad?

–Así corres el riesgo de que te saquen a patadas, porque piensan que te has colado– le contesto, arqueando una ceja –.Pero como tú quieras.

Con la boca ligeramente torcida, se subió un poco de las mangas y le tendió la muñeca. El sujeto le puso un sello y él bajo la ropa, como si hubiera enseñado algo privado a un cualquiera, y después de dedicarle una sonrisa sardónica al tipo, entro al club.

La música retumbo enseguida, y más que antes, hizo vibrar cada hueso de su cuerpo, invitándolo a estremecerse al ritmo. Sin embargo, él se limito a recorrer la mirada por el lugar.

Se sentía ligeramente fuera de lugar de repente, con todo aquel ruido y la ropa poco ortodoxa que llevaban los demás, pero no le dio importancia. En el primer piso, lo único que podía distinguir eran cuerpos sudorosos que se pegaban y separaban en la pista de baile y en primera instancia, el único olor que le penetró la nariz fue el de alcohol y quizá, marihuana. Sinceramente, se sorprendía de la manera en que se entretenían los jóvenes de ahora.

Bueno, él no aparentaba ser mayor de veintidós años, pero mentalmente, tenía la perspectiva de alguien que ha vivido muchas experiencias y que, en realidad, se podría afirmar que era mucho mayor que cualquiera en el salón de ahí. No era probable decir que el único en la Tierra, ya que desgraciadamente, podía haber mucha competencia de sujetos como él.

¿Qué era él? Bueno, bastaba que te gustara un poco el mundo de lo subterráneo, como los humanos llamaban a la Tierra donde las criaturas "de cuentos de hadas" existían, e incluso, de no gustarles, debían de tener la vaga idea de lo que significaba la palabra Vampiro.

Se abrió paso –con relativa facilidad– hacia las escaleras de caracol, que yacían al lado del DJ que sonreía y se lucía con las mezclas que estaba logrando, y subió las escaleras, sin perder un segundo la pista de baile, e incluso lanzando miradas fugitivas a todos los chicos. Muchos de ellos ya tenían un alto nivel de alcohol en la sangre –lo que amargaba en sobremanera el adorable olor a ésta– ó el sudor producía una especie de campo que repelía su agudizado olfato.

Pero ahí, justo en el momento en que subió el último escalón, volvió a identificar el olor embriagante que le había decidido ir hacia aquel club que, en lo que a él concernía, era demasiado ruido y aburrido. Cerró los ojos, complacido por el simple hecho de identificar que ahí dentro había alguien con el potencial de ser mirado, de que él le hablara y le prestara su absoluta y total atención.

Volvió a abrirlos justo cuando se sentó en una de las mesas más cerca de la orilla y volvió a dedicarse a mirar a todos sus pretendientes.

En realidad, le venía igual si era hombre ó era mujer, al final, de todos modos, se lo comería. Lo dejaría tirado a sus pies mientras hundía los colmillos en su cuello. La simple idea le hizo estremecer el cuerpo en una especie de éxtasis perfecta, de una ansiedad incontenible.

Cada rincón era una cara diferente, lo ideal sería dejar de perder el tiempo en observar a las mujeres. La fragancia de aquella sangre era claramente la de un hombre. Y nada más interesante que un poco de variedad al final del mes. Quizá sería el de cabello azulado que saltaba de un lado a otro, ó el de cabello castaño que yacía en aquella esquina, comiéndose a besos con una mujer. Puede que el de cabello oscuro y ojos grises, ó el de cabello negro con ojos azules.

Sus ojos yacían con un brillo mientras más impaciente se ponía. En realidad, él se jactaba de no perder los estribos, pero era difícil cuando no podías dejar de pensar en aquel suculento aroma, entre dulce y amargo que empezó a llenar su nariz. No debía estar lejos, le dio una mirada a los jóvenes que estaban en esa misma plataforma y desecho la idea de que estuviera ahí, casi inmediatamente, pues de haber sido así, se habría percatado desde el mismo instante.

Empezó a tamborilear la mesa mientras su búsqueda se volvía el doble de rápida.

Y entonces, ésta se detuvo en un punto en el piso de abajo, en la esquina del club, donde había dos mesas pegadas lo más posible a la pared. Había dos chicos ahí –aunque el rubio parecía más bien una chica–, iban vestidos con pantalones de mezclilla y unas camisas desfajadas. Desde su lugar, el vampiro percibió la desgana que tenía el pelirrojo, que hundía la cabeza entre sus brazos y pegaba la nariz al mantel semi blanco de la mesa, eso lo podía saber sin siquiera verlo. Era delgado, y también podía decirse que pequeño, no tendría más de diecinueve años y se mantenía reacio a lo que le decía el rubio, levantando las manos y haciendo un discurso con pelos y señales, que el pelirrojo, más bien se limitaba a ignorar.

Se mantuvo con la mirada fija en él. Sabía que debía identificar su cena pero se quedo abstraído, sin poder apartar los ojos de aquel humano. No podía verle el rostro y aún así, se había prendando de la especie de energía que decía "Mírame. Ahora soy un blanco fácil". A él le gustaban los retos, y se emocionaba al sentir cómo querían correr sus presas, pero se sintió absorbido por aquel, intrigado por saber cuál era su rostro.

Así que se mantuvo serio, olvidando la música y el ajetreo que había incluso en el reducido espacio de aquella plataforma, para verlo atentamente.

Después de unos minutos, algunos chicos llegaron al lado de ambos y se sentaron, dándole palmadas en el hombro al pelirrojo y, creyó que sería correcto suponer, tratando de levantarle el ánimo. Muchos de ellos eran apuestos, pero ninguno que le llamara tanto la atención como el pelirrojo, aunque quizá era solamente que aún no había podido verle la cara y solo se sentía intrigado. Bueno, el chico de largos cabellos rubios y rasgados ojos azules era bastante inquieto y sonreía afablemente en dirección al pelirrojo. Se veía como algo que desayunaría algún día.

Al lado del rubio estaba un albino de ojos violeta, que más bien parecía un bocazas y que llevaba varias tarras de cervezas, tenía la camisa desabotonada y dejaba ver parte de su pecho. Quizá, el aroma provenía de él y era tan perceptible por el hecho de que tuviera el cuello tan desprotegido. Al lado de éste iba un peli naranja de peculiares ojos grises y muchas perforaciones en la cara –definitivamente no se acercaba ni remotamente a su tipo–, que abrazaba a una chica de cabellos azules y ojos naranjas. En frente estaba un chico de cabellos castaños y ojos verdes, que observaba detenidamente y con aburrimiento a sus compañeros, y al lado del pelirrojo, estaba un chico de cabellos negros y ojos del mismo color, sonreía tímidamente y le acercaba una tarra de cerveza al albino, que la tragó instantáneamente.

Con suma irritación de que el pelirrojo no levantara la mirada, siguió observando y esperando, atento todavía al aroma, por sí se hacía más fuerte, ó por el contrario, desaparecía.

(0*0*0)

–Mira Sasori, ya déjate de dramas– le dijo por tercera vez Hidan, con las palabras arrastradas –.¿Qué si el Uchiha bastardo te rechazo por el subnormal de Kisame? Como si fuera la gran cosa.

Más de uno de los acompañantes le devolvieron una mirada gélida al albino. Deidara estuvo a punto de propinarle una patada, pero se abstuvo al mirar que Sasori ni siquiera se molestaba en mandar a callar al bocazas de Hidan.

–Eres un desconsiderado– le dijo Konan, mientras estiraba la mano y tocaba un poco el hombro del pelirrojo, en señal casi paternal –.No te preocupes, Sasori kun. Puedes contar con nosotros, si quieres hablar ó lo que sea…

–Lo que yo quiero es largarme de aquí– susurro él, sin quitar la frente del mantel. Se sentía realmente incómodo e irritado por la insistencia de sus amigos de sacarlo a rastras de su casa y llevarlo a un club que le desagradaba –.Quiero quedarme en mi casa. Solo.

–Vamos, Sasori danna– dijo Deidara en tono condescendiente, sonriendo de manera simpática –.No querrá hacer eso. ¡La noche es joven y ya lleva varios días en cama sin salir ni nada! Estamos de vacaciones, debería de estar alegre, hum.

–Pues no lo estoy– dijo de manera déspota, mientras levantaba la cabeza y fulminaba con la mirada de café grisáceo al chico. Sus ojos presentaban unas ojeras algo pronunciadas, y yacía demasiado pálido y demacrado –.Así que cierra la boca, Deidara.

El rubio lo observó con el ceño fruncido y se sentó enfadado y con los brazos cruzados.

–Pues allá usted, hum.

El pelinegro extendió un brazo y rozó el de Sasori, intentando transmitir su energía positiva.

–Vamos. No se desanime, Sasori san. Estoy seguro de que Itachi san no quiso que esto resultara así– le dijo, en tono amable. Cuando Hidan estaba a punto de hacer un comentario, el castaño lo pateo debajo de la mesa.

–¡Las pelotas!– gritó Hidan mientras maldecía y se sobaba la espinilla. Sasori miró a Hidan con el ceño fruncido –¿Por qué mierdas me has soltado ese golpe, Kakuzu? ¡Jashin te castigará, lo juro!

–No me importa, con tal de que no tenga que oírte más– le contestó el castaño con una sonrisa sardónica. El albino alzo el dedo corazón y se lo mostro al chico.

–Lo siento, chicos– dijo el pelirrojo. Miró a Deidara, que se mantenía con los brazos cruzados y mirando hacia el otro lado, con actitud ofendida –Lo siento, Deidara. No tenía por qué mandarte a callar. Ya sé que no debería de ser tan aguafiestas, pero les juro que me muero del sueño.

–Entonces vámonos– dijo Konan, con una sonrisa.

–¡Pague quince dólares!– gritó Kakuzu, con una vena en la sien –¡Ustedes dijeron que valdrían la pena!

–¡Eres un tacaño!– grito Hidan. Sasori sonrió de lado.

–No… ustedes deberían de quedarse aquí. Yo regreso. Disfruten de la noche– se paro, haciendo hacia atrás la silla. Todos lo miraron, algo preocupados –.No se apuren. Nos vemos mañana.

Por un momento, Sasori sintió un escalofrío y miró hacia los lados. Se sentía incómodo desde cierto momento y quería salir de ahí. No tenía ganas ni de fingir que agradecía el gesto de sus amigos. Cogió la chaqueta que llevaba puesta y suspiro. El sonido le atronaba los oídos y se sentía con ganas de vomitar. Cuánto daría porque sus amigos no se hubieran molestado en intentar que tomara un poco de la buena vida.

Ahora eso, en realidad, ya no le importaba. Nada importaba desde Itachi… Se limito a mirar la nada, olvidándose de la sensación de que lo observaban para hundirse un poco en el sentimiento de dolor que llevaba varios días habitando en su pecho.

–Sasori…– intentó decir el rubio –.Yo te acompaño, hum.

El pelirrojo despertó de sus ensoñaciones y sacudió la cabeza, en gesto negativo.

–Para nada, mocoso. Quiero estar solo (no te ofendas) y… pensar las cosas.

–Pero…

–He dicho que no– dijo, lanzando una mirada hiel a todos. Los demás se encogieron de hombros y lo dejaron marcharse. Deidara se hundió en su lugar.

–Vale. Hechas una llamada cuando llegues a tu casa, hum– le pidió. Sasori asintió y se fue del club.

(0*0*0)

Era hermoso. Nunca había visto un chico tan apuesto como aquel. Con los desordenados cabellos en la frente y la nariz recta y fina, aquellos ojos tristes pero de un color tan hermoso. Por un momento agradeció que lo hubieran echó enojar –porque claramente había levantado la cabeza para reprochar algo–, y dejarle ver ese rostro.

Se hizo incluso hacia delante, pendiente de lo que pudiera capturar en aquella imagen. Sintió muchos deseos de acercarse y hablar un poco. Puso la barbilla en la mano y lo miró atentamente.

De repente, notó la violencia con la que se ponía de pie y agarraba su saco. Dirigió unas cuantas palabras a sus amigos y luego se fue caminando del club. Él se mantuvo con el ceño fruncido unos segundos antes de ponerse de pie y bajar los escalones de caracol. Casi corrió y empujo a la gente, aunque se limito a andar como una sombra a paso rápido detrás del joven. Miró unos instantes a sus amigos, el rubio miraba la entrada y pareció percatarse de cuando cruzaron sus miradas ambos, pero al segundo siguiente se preocupo más por seguir al chico.

El ambiente de alcohol que invadía su nariz se disipo con la brisa fresca que le llevaba aquel embriagador aroma a la nariz desde su derecha. Cerró los ojos y lo aspiró. Sonrió con eficacia antes de girar sobre sus talones y posar la mirada hacia la oscura calle, por donde se iban algunos chicos ó apenas venían, pero el único interés que tuvo en esos momentos, fue del pelirrojo, que con la cabeza gacha hundía las manos en los bolsillos de su chaqueta de cuero negra.

Sintió un estremecimiento recorrer su cuerpo y se pasó la lengua por los labios, saboreando anticipadamente su presa. Con el mismo caminar elegante con el que había llegado, siguió al pelirrojo por la calle.

(0*0*0)

La sensación de que lo observaban desapareció unos segundos antes de volverse a hacer omnipresente. Miró sobre su hombro con recelo, pero lo único que se encontró fue con la calle casi desierta. El ruido de la música había menguado cuando dio vuelta en la esquina y solo los faroles iluminaban la calle, la luna, había quedado escondida por una enorme nube negruzca.

Sasori se estremeció y volvió a caminar, con las manos metidas en el saco y moviéndolas frenéticamente, para distraerse con algo. Cuando un gato maúllo y fue interrumpido brutalmente por el sonido metálico de un bote de basura, Sasori dio un salto y miró hacia atrás con la respiración agitada. Su mirada recorrió frenéticamente todo el lugar, pero no encontró nada más que al gato corriendo a su lado.

–Estúpido gato– susurro entre dientes y siguió caminando, intentando relajarse, arguyendo interiormente que solo era paranoia.

Si mucho le dolió pensar en Itachi, le concedió llegar a su departamento con cierta tranquilidad.

Encendió la luz y suspiro pesadamente. No hacía falta anunciar su llegada, pues nadie la esperaba. Vivía solo desde los diecisiete, pues su abuela había muerto el año en que los cumplió y de eso habían pasado ya dos años. Y sus padres, bueno, ellos habían muerto desde que tenía seis.

Echó una mirada al solitario lugar. El departamento estaba más bien exageradamente limpio, dos sillones beige que rodeaban a una televisión y muchos cuadros colgados de las paredes. Intentó deshacerse de la sensación de frío yendo a la cocina y encendiendo el boiler, pensando que sería bueno tomar una ducha que le relajara un poco los músculos. Cuando el fuego dentro del aparato se encendió, se imagino yéndose a la cama a descansar, aunque sabía que esa noche –al igual que las dos pasadas– se limitaría a dar vuelta tras vuelta en la cama sin llegar nunca a reconciliar el sueño.

Se sentía un completo absurdo por haberse permitido dejarse llevar por el amor, y se sentía todavía más idiota por estar sucumbiendo al dolor.

–Como si ya no estuviese lo suficientemente acostumbrado a sentirlo– susurro entre dientes mientras abría la puerta del baño y sacaba una toalla blanca, para colgarla y dejarla en el inodoro.

Abrió el cancel y decidió que esa noche se daría el lujo de llenar la tina y quedarse ahí hasta que sus dedos se volvieran pasas. Abrió la llave del agua caliente y dejó que ésta corriera en la tina con rapidez. Se puso de pie y camino hasta su cuarto. Sin prender la luz sacó de la cómoda un pants gris y ropa interior limpia. Por un momento, recordó que debía de llamar a Deidara, pero ahora negó con la cabeza y se limitó a dejar el celular en la cama mientras se quitaba la camisa y dejaba al descubierto su torso.

La luna apareció y se coló por la ventana mientras él se agachaba y buscaba los huaraches que usaba para cuando se duchaba. Al encontrarlas se sentó en el suelo y se quito los tenis con violencia, los aventó a un rincón.

Salió del cuarto y se metió al baño y cerró la puerta de éste, más por costumbre que por verdadera necesidad. El vapor ya llenaba la habitación y él se limitó a dejar el pants sobre el inodoro y quitarse las chanclas mientras se desabrochaba el cinturón y se bajaba los pantalones.

Mientras se quitaba los calcetines y la ropa interior se miró en el espejo. Era cierto lo que Deidara le había dicho, su rostro estaba completamente diferente a antes. Sus pómulos estaban demasiado sumidos, como si no hubiera comido en un largo periodo de tiempo y sus ojos yacían vacíos e inexpresivos, como un día lo estuvieron, pero que había dejado de observarlos así desde que recordaba, se había enamorado de Itachi.

Su compañero había sido alguien a quien conocía de la escuela y que era perfecto en todos los sentidos. Era el chico más popular de la escuela y ni siquiera hablaba, además, lo habían postulado como delegado y era el más inteligente del colegio. Debía agregar que nunca le había agradado, pero que gracias a un proyecto en que no le quedo más remedio que estar con él decidió que no era tan malo como creía y comenzó a frecuentarlo –aún a costa del desagrado que le producía a Deidara, su mejor amigo, como persona–, e irremediablemente había terminado enamorándose de él.

Itachi era gay, así que Sasori creía que tenía una posibilidad. Hasta que el año pasado, había regresado desde otra ciudad, el antiguo amigo del Uchiha: Hoshigaki Kisame.

Todo se derrumbó entonces. Y al final, siempre sí Itachi se quedo con su amor de la infancia.

Eso había destruido a Sasori –aunque no querría admitirlo, y nunca lo haría en voz alta, pero ya era hora de aceptarlo– y lo había convertido en una sombra de lo que había sido antes.

Cuando el agua caliente le quedo al cuello suspiro cansado. No quería saber nada del mundo.

Cerró los ojos. Por un momento, casi resultó tentador hundir la nariz y la cabeza hasta el fondo, pero no lo hizo, así que se limitó a quedarse quieto.

El tiempo transcurrió lentamente. En las yemas de sus dedos ya aparecían las características de siempre que pasabas mucho tiempo en el agua, aunque Sasori se limito a mirarlos distraídamente durante un largo periodo de tiempo, sin pensar siquiera en salir.

Y fue entonces que escucho, claramente –si sus sentidos no habían sucumbido de nuevo al dolor– que la puerta de la casa se abría y se cerraba. Se sentó erguido en la tina, con los cabellos escurriéndole agua y con la respiración agitada. Su corazón empezó a latir con fuerza descomunal.

–¿Hola?– susurró, con apenas fuerzas –¿Hay alguien ahí?

Se sintió un completo estúpido por preguntar eso. Cuando vio que pasaba una sombra por la rendija de la puerta se le fue el corazón a la garganta. Se levantó y se arrepintió del sonido que hizo el agua mientras salió de ésta, pero ya nada se le podía hacer. Salió de la tina con cuidado y se puso la toalla en la cintura, para cubrir su miembro y salir del baño.

La corriente fría que le pegó en cuanto abrió la puerta le hizo estremecerse y le sacó una maldición cuando su piel se hizo de gallina. Miró el departamento, sin encontrar señales de vida. Sosteniendo todavía la toalla y tratando de respirar con fuerza para calmarse, recorrió la cocina, su taller (la habitación frente a su recamara) donde sufrió del primer vestigio de horror ante su arte. Las marionetas colgaban ahí, como sombras de ahorcados. Sasori prendió la luz, sería fácil que pasara desapercibido a una persona si no lo hacía. Pero no había nadie.

Cuando entró a su cuarto se le hizo un nudo en la garganta, pero al prender la luz no había nada. Una brisa entraba por la ventana –que estaba seguro, había dejado cerrada–, se acercó y la cerró, asomándose un poco para ver si encontraba algo fuera de lo normal. Pero ahí solo estaban los vagabundos de siempre, junto a un bote con fuego dentro mientras ellos se frotaban las manos e intentaban darles calor.

Se alejo de la ventana y cerró la persiana. Fue de nuevo al baño y, sin ganas de meterse de nuevo, quitó el tapón y se puso el pants.

Bueno, ahora podía sumar la paranoia y las alucinaciones a las cosas que había obtenido del rechazo de Itachi. Sacudió la cabeza de un lado a otro. ¿Por qué tenía que pasarle eso a él?

Volvió a salir del baño y, como medida de precaución cerró todo con seguro. Se aseguro de que todo estuviera en orden y un poco incómodo se fue a acostar a la cama. Trató de distender sus emociones y su cuerpo, pensando que no debía preocuparse, que era lógico que se sintiera amenazado y empezara a tener alucinaciones, puesto que no había dormido en un par de días, y que eso era una razón más que suficiente. Con un regaño mental hacia su persona, se metió bajo de las sábanas y se arropó.

Cuando su cabeza tocó la almohada, se mantuvo con los ojos abiertos, mirando de un lado a otro. Seguro de que en cualquier momento una de sus marionetas despertaría, tomaría un cuchillo y lo mataría.

–Bueno que si así fuera, terminaría este suplicio– se dijo para calmarse. Estaba seguro de que no podría dormir. Pero se equivoco.

Cual fuera su sorpresa al sentir los parpados repentinamente pesados. Cuando parpadeaba, se hacía más difícil abrirlos de nuevo. Una especie de voz le susurraba que todo estaba bien, que podía dormir plácidamente y que ninguna pesadilla acudiría en su búsqueda.

Cuando al tercer ó cuarto parpadeo, vio una sombra acercarse, hubiera querido ponerse de pie, pero ya se hallaba muy cansado y no pudo siquiera volver a abrir los ojos cuando esta sombra ya estiraba la mano hacia él.

(0*0*0)

Delicioso. Cuando sus colmillos asomaron sobre los labios pálidos, su garganta ya ardía demasiado. Y veía a ese chico recostado en la cama, con las sábanas cubriéndole hasta el cuello. Había sentido su miedo, aunque le habría gustado aclararle que éste era irracional.

Se acercó cautelosamente, con una ligera sonrisa alzándose desde la comisura de sus labios, y tomo la orilla de las sábanas, descubriendo lentamente, e imaginando la caricia de la tela en ese cuerpo que se le antojaba tan frágil, como si al ponerle los dedos encima, se fuera a romper. Aunque, sería mejor que no aplicara demasiada fuerza.

Cuando empezó a inclinarse sobre la cama, aspiro aquel aroma de la sangre del pelirrojo. En ese momento, fue como si nunca hubiera podido probar la sangre y hasta ahora la probara de verdad.

Lo escuchó suspirar mientras le apartaba unos desordenados cabellos del cuello y rozaba con sus labios la manzana de Adán. Y luego los llevaba hasta el cuello. Abrió la boca y los colmillos asomaron todavía más largos.

–Tranquilo… Todo saldrá bien– le dijo en un susurro mientras terminaba de hundir los dientes en su cuello.

Sasori lanzó un gemido, e incluso apretó entre sus dedos las sábanas, como si le hubiera dolido. Dos líneas finas de sangre corrieron desde su cuello hasta las sábanas blancas. Madara lanzó una exclamación ahogada mientras tomaba entre sus dedos los hombros del pelirrojo y lo atraía hacia sí, levantando con extrema facilidad hasta el punto en que él estaba prácticamente erguido, sorbiendo la sangre del pelirrojo, que tenía los brazos flácidos a los lados, el desordenado cabello echado hacia atrás y los ojos finamente apretados.

Por un momento Madara soltó un rugido gutural al no poder detenerse. Había planeado conservar un poco de aquella sabrosa recompensa, pero de lo único que podía seguir siendo capaz era de rodear con los brazos la espalda de Sasori y apretarlo contra su pecho mientras seguía bebiendo.

El ardor de la garganta ya se había terminado y sentía su cuerpo hormiguear. Si continuaba así, mataría a Sasori. ¿Cuándo le había importado eso? Se viera los cuerpos desangrados de sus víctimas –al menos quince la última década–, preparadas para que pareciera que solo era otro asesino en serie. Normalmente eso solo pasaba cuando la sangre era suculenta. Pero esta, le parecía a Madara una especie de paraíso.

Clavó sus uñas en el cuerpo de Sasori y segundos después, gracias a una fuerza misteriosa, logró por fin soltarlo.

Sasori cayó sobre su almohada, más pálido que antes y con el ceño ligeramente sorprendido. Madara se limpió con el dorso de la mano la sangre que corría por su barbilla, y para no desperdiciar nada de la comida la lamió de su propia piel y se deleito un poco con ella antes de agacharse y abrir la boca para tomar la que corría por el cuello del pelirrojo, pero creía que si lo hacía, no podría contenerse y se imagino al día siguiente, con la prensa en aquel pequeño departamento, intentando tomar foto del que yacía ahí, tan perfecto, con aquella belleza tan sublime, muerto. Y sin ningún sospechoso.

No. No valía la pena matarlo ahora y quedarse privado de una o dos visitas más. Con los dedos apenas rozándole la piel al pelirrojo, le apartó los mechones que caían sobre su frente, dejándola descubierta. Se fijo detenidamente en su rostro de niño que no rompe un plato y sonrió.

Era como una especie de rosa medio marchita. Pero ahora, le pertenecía.

Nunca, en sus trescientos años de vida, había probado sangre más deliciosa. Cerró los ojos y aspiro un poco más de la esencia que emanaba Sasori.

Tenía que visitarlo de nuevo, si algo estaba seguro es que no podía terminar todo eso de manera rápida, en una sola noche. Quizá hasta debía esperar a que recuperara la sangre que esa noche le había quitado y venir a visitarlo.

Sí. Eso era una buena idea.

Se alejo con cierta pesadumbre del pelirrojo y se fue de la habitación con paso sigiloso, sin molestarse en volver a arroparlo ni nada. Se fue y volvió a combinarse con las sombras, perdiéndose entre las tinieblas, ansioso y satisfecho de su cacería. Deseoso de volver otra vez.

(0*0*0)

A la mañana, un furioso Deidara subía las escaleras del edificio donde vivía el pelirrojo. Había estado toda la noche marcando a la casa y al celular de Sasori. Cuando llamó a Tobi, para decirle que iba a la casa, el buen chico le dijo que Sasori debía estar bien y que la única razón por la que no contestaba era porque se había quedado dormido y que por fin, después de tanto tiempo, podía descansar.

El rubio prefirió decir que era así y no marcar hasta la mañana, para que Sasori contestara, pero en cuanto no lo hizo decidió ir a la casa. Cuando llegó a la puerta del departamento número 22, encontró que en el suelo estaba una rosa roja, con un listón negro atado en el tallo. Se agachó y la levantó, observándola con curiosidad.

Después de unos segundos se encogió de hombros y tocó la puerta del pelirrojo. Pasaron unos minutos y nadie abrió. Deidara empezó a ponerse nervioso, siguió tocando y gritando, pero el resultado fue el mismo: Nada.

Salió disparado hacia donde el portero, y le pidió ayuda. Debido a la histeria del rubio, el hombre subió rápido y abrió la puerta de Sasori. Deidara dejo en la mesa la rosa y corrió al cuarto de Sasori, donde lo encontró más pálido que nunca, pero plácidamente dormido.

TO BE CONTINUED.


Bueno, hasta aquí este capítulo. Nuevamente agradezco si leyeron esto y lo terminaron, ya sé que es una cosa rara ¬¬U, pero así soy yo, así que ni modo. ^w^ Espero que les haya gustado y dejen un review para que se haga una conti, ¿saben? o me gustaría dejarle ahí, aunque si el caso es que sí dejen un review, se tendría que esperar a que les haga la conti de lo demás.

El título significa, según mi querida alumna Ookami -jeje, otra vez ayudandome con los títulos ^^U- "Amor por sangre". Muchas gracias, Ookami chan (o3o).

Ok. Muchas gracias por entrar a la historia, espero leerlos en un review :3

Matta ne~, sempais