La lluvia golpeaba los cristales de la ventana del coche mientras mi madre me llevaba al instituto aquella mañana. La temperatura en Forks rondaba los dieciséis grados y el cielo estaba de un gris claro a causa de un poco de sol que decidió acompañarnos. Mi tía Alice, por supuesto, se había encargado de vestirme y peinarme para la gran ocasión: mi primer día de instituto.

Para ser sincera, era el primer día de mi educación fuera de casa, con profesores de verdad, con otros alumnos, con gente con la que relacionarme… Hasta ese día mi educación había sido extraña, como todo lo que acontecía en mi vida. Mi padre, a veces mi abuelo, era mi tutor, mi maestro y me había enseñado casi todo lo que sé. Pero acabo de cumplir seis años, ya empieza a ser hora de que salga del nido.

Por eso, tuve que enfrentarme a mi primer día en el instituto. Estaba nerviosa por el hecho de asistir a ese lugar nuevo, pero lo que de verdad me inquietaba y atraía era poder relacionarme con gente normal, supuestamente de mi edad. Si todo salía según lo previsto, mi caprichoso cuerpo dejaría de crecer en alrededor de un año, dejando mi aspecto como el de una veinteañera. Supusimos que perfectamente podría pasar por una chica de dieciséis años normal entonces, así que empecé fingiendo tener quince.

Salí del coche tras despedirme de mi madre, que no se acercó demasiado al aparcamiento y me dejó mojarme de camino a la oficina principal. Aun no se me permitía tener coche propio, handicaps de aparentar quince años en un pueblo tan pequeño.

Vivo en las afueras de Forks desde el día en que nací, en la enorme casa de mis abuelos. Mis padres accedieron a no mudarse por el momento, pues las cosas ya estaban lo suficientemente complicadas como para intentar complicarlas más. El pequeño pueblecito de la península de Olympic nos había acogido con bastante cariño, y mientras no llamáramos mucho la atención decidieron que lo mejor para mí era crecer en aquél lugar. La idea era que yo estudiara en el instituto de Forks, y al graduarme buscaríamos un lugar a donde ir. Por el momento vivía con mi familia al completo casi siempre, menos cuando mis tíos decidían irse de viaje. Decían que no nos mudábamos aún para darme algún tipo de educación estable, pero yo sabía que sobretodo era para no alejarme de Jacob.

Jacob, mi Jake, en todos los sentidos el hombre de mi vida. Ha sido el mejor cuidador desde el momento en que nací, mi mejor amigo cuando empecé a crecer, el mejor compañero que alguien pueda encontrar. Ahora, como si pudiera adivinar todo lo que deseo, era mi novio. Poco a poco o de golpe, no puedo saberlo, Jacob pasó de ser mi amigo a ser algo más. O quizás siempre fue algo más que mi mejor amigo, pero yo no lograba verle de otra forma. A mis ojos, Jake pasó de ser mi grandullón y adorable amigo a un hombre grande e imponente que aceleraba mi corazón.

Abrí la puerta de la oficina principal y la señora pelirroja, a la que ya conocía de trámites anteriores, me miró un instante y me entregó un horario y un mapa que se convirtieron en mis compañeros de viaje durante todo el día. La lluvia también decidió a acompañarme por todo el recinto, de clase en clase y a través de las ventanas.

Al contrario de lo que me esperaba tener tanta gente a mi alrededor me inquietó bastante. Aquí estaba sola ante el peligro, por primera vez en mi vida y a lo bestia. Por supuesto, yo no sentía la misma sed que sentían mis padres, mis abuelos, el resto de mi familia y de su especie. Yo no sentía la sed del mismo modo que los vampiros, para mí era una molestia en la garganta que estaba acostumbrada a ignorar las veces contadas en las que me relacionaba con humanos. Esos encuentros se reducían a mi abuelo, Charlie, y a una parte de los quileute que conocían a Jacob. Esa gente que no se asombraría al ver a una niña crecer ante sus ojos en cuestión de días.

Creo que yo tampoco percibía los olores con la misma intensidad que los vampiros, aunque es cierto que era bastante sensible. Por eso los otros alumnos no eran un peligro para mi, ni yo para ellos. Simplemente no entendía del todo como se iniciaban las relaciones humanas normales, porque la mayoría de la gente que conozco forma parte de mi vida desde siempre.

Por eso, esa tarde, cuando acabaron las clases, sentí una especie de alivio. Mientras mi padre me llevaba a casa a toda velocidad, hice balance en mi cabeza y el primer día no había resultado tan malo. Unos cuantos compañeros se habían acercado a hablarme, muy simpáticos, y los entretuve con la mentira de que había estudiado en un internado en Europa hasta que volví a Forks. Se podía decir que una o dos chicas de mi clase sentían simpatía por mí, porque me invitaron a comer en su mesa. Comida, mi gran tormento.

Mi mitad vampírica adoraba la sangre fresca, en mi caso animal, y mi parte humana se nutría con alimentos ingeridos. En cuanto a preferencias, podía pasar mejor y con más energía con la sangre, que me daba más tiempo entre toma y toma. La comida humana, aceptada por mi cuerpo, no era lo que más me gustaba, aunque había algunas cosas que lograban gustarme. A menudo comía por darle un gusto a Jacob en las reuniones con su manada a las que me invitaba. Sabía que a él le incomodaba que tomara sangre, por eso algo de comida de vez en cuando era algo que podía tolerar. Aunque sabía que si me decidiera a comer exclusivamente comida podría sobrevivir, la sangre era algo a lo que no iba a renunciar mientras pudiera.

Por eso ese día, a la hora de comer en el instituto, me había supuesto un gran sacrificio. El día anterior me había ido a cazar con Alice y Jasper, por insistencia de éste último. A su ver, cuanta menos sed tuviera, menos me iban a atraer los olores de los estudiantes. Por lo que, cuando vi mi bandeja en el comedor, no sentí nada parecido al hambre. Jugué con un trozo de pan en mi boca y abrí un yogur que apenas probé. Los que me acompañaban parecían tan interesados en lo que hablábamos que no parecieron notar que apenas comí. Mejor, me dije en ese momento, sentada en el asiento del copiloto.

Prueba superada, pensé al entrar por la puerta de la casa. Estaba tan acostumbrada a que mi padre leyera mis pensamientos al pie de la letra y a tiempo real que su sonrisa me hizo dudar. Pero comprendí que estaba orgulloso de mí por haber superado mi primer día. Le devolví la sonrisa sin saber muy bien por qué, ya que en ese momento lo que ocupaba mi mente era Jacob. Generalmente le veía a diario, y haber "perdido" gran parte del día para estar con él aumentaba mis ansias.

¿Cómo ha ido tu primer día?- Me preguntó mi abuela, con una de sus eternas y perfectas sonrisas en la cara.

Genial, abuela- contesté, abrazándola. Siempre sospeché que Esme era el núcleo y sostén de la familia-. Nada fuera de lo normal, creo.

Por lo que he podido saber…- empezó a decir mi padre, lo que significaba que había leído a conciencia todas las mentes posibles mientras me esperaba en el aparcamiento dentro de su coche- tus compañeros no pensaban nada raro sobre ti. Estaban bastante entusiasmados contigo.

¿Entusiasmados?- Dejé la mochila en una silla y me senté. Yo sí me cansaba y acababa de descubrir que el instituto era agotador.

Mi padre sonrió y caminó unos pasos. No me gustó demasiado esa sonrisa y por mi mente volvió a cruzarse Jacob. Le echaba de menos.

Sí, bueno, les gustaste- dijo al fin, dejando de caminar y sonriendo a mi madre, que bajaba por las escaleras.

Impaciente y cansada me levanté de la silla y, con la mochila a cuestas, hice el trayecto, lago incluido, hasta la casita de mis padres, donde aun conservaba mi habitación. A unos metros de la puerta de la casa sentí su olor, penetrante y fuerte, embriagador hasta la médula. Jacob estaba esperándome a las puertas de mi casa, siempre cumpliendo mis deseos. No sé porque me sorprendía aun que Jacob siempre se comportara como yo esperaba. Nunca nada innecesario, nunca nada que me faltase, simplemente todo lo que podía pedir.

Como cuando por fin acepté conmigo misma que Jacob no era mi amigo, que quería algo más, él me besó una noche en la playa de la reserva, pasando de amigo a novio como por arte de magia justo en el momento adecuado. Ahora Jacob era la persona a la que más quería en mi vida y estaba conforme y contenta con las leyendas quileutes que hablaban de imprimación y amor eterno. Si se cumplía para mí nada más me importaba.

En cuanto le vi no pude evitar una sonrisa enorme. Me esperaba sonriente como siempre, alto como un castillo y fuerte, cruzado de brazos y vistiendo únicamente unos pantalones cortos. Jacob era guapísimo y yo a su lado parecía lo que era: una niña. Aunque ya era más alta que mi madre seguía pareciendo una enana al lado de mi novio. Físicamente éramos polos opuestos. Yo no tenía la tez tan blanca como los vampiros, pero parecía pálida en contraste con el resto de la gente. Con Jacob era de risa, como si me hubieran borrado el color de la piel con una goma. Me encantaba mirar como nuestras pieles contrastaban cuando nos tocábamos, o nos sentábamos juntos en algún rincón del bosque. Jacob era enorme, altísimo y fuerte y a mi lado parecía aún más gigantesco. Yo era de estatura normal y complexión delgada, y estaba segura de que cuando alguien nos viera por ahí de la mano pensaría que nos llevábamos más de diez años, sin saber que la realidad superaba la ficción.

Incluso mis manos se perdían entre las suyas, enormes. Jacob era enorme, y era todo para mí. Cuando llegué a su altura me agarró entre sus brazos y me levantó. Me estampó un beso en los labios, espontáneo y fuerte, como todo lo que hacía. Le devolví el abrazo y abrí la boca un poco, ansiosa de él y encantada al dejar pasar su lengua. ¡Cómo le echaba de menos!

Dejé caer la mochila al suelo mientras apretaba los hombros del chico y besaba sus labios carnosos. Ese hombre era mi debilidad. Por fin logró soltarme y volvió a sonreírme.

¿Cómo ha ido el primer día en el instituto?- Preguntó recogiendo mi mochila- ¿Ha sido una tortura?

No- contesté mientras me pasaba un brazo por los hombros. Abrí la puerta de la casa-. Ha sido normal, pero te he echado de menos.

Me besó en el pelo y me siguió hacia dentro de la casa, dejó la mochila en una silla de la mesa y se acomodó en una butaca del salón. Me miró sin perderse nada mientras yo me recogía el pelo con una goma, me quitaba la chaqueta y sacaba los libros de la cartera. Bostecé, no estaba acostumbrada a madrugar. Si en algo me parecía a Jacob era en lo mucho que me gustaba dormir. Y esa misma mañana la tortura de levantarme temprano había empezado para mí.

Me acerqué a él con una sonrisa tonta en la cara. Empezaba a acostumbrarme a esa sensación tan maravillosa que me recorría el cuerpo de punta a punta, inundando cada célula de mi ser, cuando veía a Jacob o pensaba en él. Eran más que simples mariposas en el estómago, era como volar, flotar, era algo más parecido a la posesión. El hombre que me esperaba en la butaca era mío desde antes de nacer, estaba segura de eso. Me planté frente a él y me agarró con sus enormes manos como si yo no pesara nada y me sentó en el brazo de la butaca, con mis piernas descansando sobre él. Me pasó un brazo por los hombros y me atrajo a él para así tenerme cara a cara.

Sólo tuve que girar un poco la cara para poder besarle, agarrando su cara a la vez para controlar mejor la situación. Él me devolvió el beso lenta y suavemente, pero para mí no era suficiente y devoré su boca con ansia. Él me tenía abrazada y me apretujaba entre sus enormes brazos, mientras nuestro beso era cada vez más cálido y salvaje. No recuerdo muy bien cuánto rato llevábamos así o por qué, pero acabé sentada sobre él, apretando sus hombros y sus brazos con mis ansiosas manos. No sé si era su cuerpo pero tenía un calor fuera de lo normal en ese momento.

Sus cálidas manos se colaron bajo mi camiseta y subieron por mi espalda. Cuando llegaron al cierre del sujetador, volvieron a bajar, acariciando mi piel con los dedos. Todos mis sentidos se pusieron al cien por cien de su capacidad, pero sólo podían captar a Jacob, el resto de mi entorno quedaba reducido a nada para mí. Yo intentaba no hacerle daño con mis uñas en los hombros, y me fue casi imposible no hundirlas en su carne cuando mordió mi labio inferior con pasión.

De golpe, y para mi sorpresa, Jacob puso una mano sobre uno de mis pechos, sobrepasando los límites que yo estaba segura de que él había establecido en su mente. No le culpaba, yo también deseaba algo más que besos, y me costaba horrores no entrar en temas mayores. Llevaba días con una idea fija en la cabeza, que seguro que mi padre ya había captado, e intentaba plantearle a mi novio el tema de alguna forma. Por eso su mano en mi pecho fue divina.

Aun con la pasión con la que nos devorábamos la boca, la mano de Jacob empezó lenta y cuidadosamente, apretando mi carne entre sus dedos después, algo tímidamente. Un gemido se escapó de mi boca para perderse en la suya, pero estoy segura de que lo captó, porque su mano se tornó algo menos suave sobre mí.

Creo que en cuestión de nano-segundos perdí el control y puse mi diminuta mano sobre la gigantesca de Jacob sobre mi pecho y apreté, mientras pegaba mi cuerpo el máximo al de él. Era divino y sentí unas ganas apremiantes de que ese hombre me tocara en todos los lugares de mi cuerpo de la misma manera. Deseaba a Jacob, deseaba ser de Jacob para siempre, y sobretodo, deseaba que Jacob me hiciera el amor.

Me pregunto si hubiera pasado en ese sillón de no ser porque él me sacó de encima suyo a una velocidad increíble y me dejó tranquilamente sentada a su lado, en el respaldo. Antes de que pudiera darme cuenta de qué pasaba oí y vi a mi padre entrar por la puerta, con mi madre al lado. Seguro que en ese momento estaba colorada en extremo, mientras intentaba ordenar mi mente para no pensar en la manaza de Jacob acariciándome un pecho. Tarde, por la cara de mi padre no hacía falta seguir buscando excusas. Aunque nos encontró a ambos sentados y con las manos a la vista, lo sabía perfectamente.

Me daba lo mismo, ya habían tenido conmigo una charla sobre novios, sexo, adolescencia y todas esas cosas que yo sabía de sobra con antelación. Y estaba segura de que mi padre sabía lo que yo sentía y lo que estaba planeando pedirle a Jacob, y no iba a esperar mucho. Si sabía eso, nada más podría ofenderle.

Todo quedó en una sonrisa forzada por parte de Jacob, mi padre intentando disimular su opinión en su cara y yo dando vueltas a la cabeza. Pero aunque todo hubiera quedado reducido a un momento de tensión, para mí se había abierto la caja de Pandora. Nunca más los besos con Jacob serían suficientes, no después de haber sentido su mano en mi cuerpo.