Se acabó.Se ha acabado todo.

Esas eran las palabras que se repetia John Watson después de la caída de Sherlock. Intentaba no pensar. Intentaba no acordarse de el. De echo muchas veces había intentado imaginarse que nunca lo había conocido, solo para poder dejar ir ese sufrimiento. Ese mismo sufrimiento que lo asfixiaba día tras día, que lo mataba a cada hora, a cada minuto y a cada segundo. De que le servía acordarse de los buenos momentos que habían pasado para retenerlo en su memoria?. Como podía siquiera olvidar su rostro olvidando que ya no podría tocarlo. Tocar su rostro, aquello que tuvo siempre tantas ganas de hacer pero que nunca se atrevió a dar el paso. Era cierto, habían tantas cosas que les quedaban por hacer, tantas cosas que hacían a diario pero que a su lado nunca era suficiente vivirlas unas cuantas veces. Con el siempre había mas, siempre. Echaba de menos cada palabra,cada gesto. Un simple hola, o incluso la ausencia del hola acompañada por unos pasos rápidos y un rápido giro para quitarse la bufanda mientras resoplaba. El olor a café de aquellas tardes en que su amigo comenzaba a dar vueltas por la casa, con su bata azul, mientras se ponía las manos las manos en la cabeza y alborotaba su rizado pelo mientras se quejaba de que necesitaba un nuevo caso. Las noches en que de repente le proponía ir a algún sitio a cenar.-Menudo despilfarrador, siempre gastando-. Pensó.

John se levantó de su sillón y se dirigió a la cocina a prepararse un café. Aquella misma cocina que antes rebosaba vida cuando Sherlock estaba. Con todos sus cacharros por encima de la mesa, las cabezas y restos humanos en la nevera. Lo que antes normalmente era un suplicio ver ahora se tornaba una necesidad de ver. El mismo echo de que aquellas cosas ya no estaban ahí significaba que el no estaba.

Se volvió a sentar,esta vez en el sofá, con las manos cruzadas en la cara y esta hundida en ellas. Parecía que aún podía ver a Sherlock ahí tumbado, con los ojos cerrados, perdido en su mundo,o sentado en el lateral con su portátil, intentando descifrar su contraseña.

Recordaba las caras que ponía cuando algo le desquiciaba, le desconcertaba, o le impresionaba. En ocasiones era todo un teatrero. Echaba en falta las discusiones, esas discusiones a veces tan poco importantes por cualquier chorrada, pero por el simple hecho de debatir. Le parecía poder escuchar su voz, la misma voz que ahora, en ese instante, no era mas que un eco perdido entre el espacio y el tiempo. Tenía miedo, en ocasiones tenía miedo de olvidar como era su voz. Sus casi ininteligibles palabras fugaces cuando hablaba muy rápido, y, por otro lado, sus silencios, que al lado suyo nunca eran incómodos. Esas veces en que se podía pasar todo el día callado, y de repente mirarte con aquellos grandes y profundos ojos, advirtiéndote de que había llegado a alguna conclusión y pronto haría algo. Sus súbitos y repentinos enfados, que lograban arrasar con todo y todos los que se le ponían por delante. En alguna ocasión le había herido con sus palabras, como cuando le dijo que no tenía amigos. Hizo una mueca de risa al recordar aquel día. La cara descolocada que traía, y los ojos vidriosos, exasperados, buscando una explicación a aquellos sentimientos que aparecían en el. Le dijo que no tenía amigos, y el le contestó ese "por que será" tan tajante. Habían tantas cosas que le dolían en su comportamiento a veces, de echo más de las que desearía. Todo lo que tenía que ver con el, le afectaba, desde las cosas buenas hasta las cosas malas. Ese era el problema, que todo lo que tuviera que ver con el le importaba demasiado. Y, con temor a reconocerlo, incluso le importaba mas que el mismo. Imagenes suyas, de palabras, de gestos, incluso su forma de caminar, no paraban de venir a su mente ,y lograban encojerle el pecho. Como si le hubieran metido dentro una bolsa compresora de aire y no parara de apretarle. Cuando le recordaba tanto, parecía que le faltara el aire. Tuvo que dejar la taza de café encima de la mesita, y se llevó las manos a la cara, apretándose con los dedos los laterales de los ojos. No podía llorar. Las manos y los brazos le temblaban, como a un niño al que le da mucho miedo una montaña rusa y que al bajar está desorbitado, perdido, sin rumbo, como flotando, como si la vida que se supone que tiene que vivir no fuera esa, como si todo fuera un sueño.

Si, todo se acabó. Todo acabó en el mismo instante en que Sherlock decidió que no quería seguir luchando y se rindió ante el viento, aterrizando en el suelo, porque no solo murió el, se llevó a John a rastras. Lo había matado en vida, el también se había llevado ese golpe. Porque si, así era, sencillamente él era todo su mundo. Estuviera bien o mal, el hecho es que era su mundo, y ahora había desaparecido. Como un enfermo al que le conectan una máquina para que siga respirando. La máquina que hacía que John siguiera respirando era Sherlock, y ya no estaba, se había ido. Se lo había llevado todo con el. Ya no quedaba nada en aquella casa, solo los recuerdos. En el fondo no se lo creía, cerraba los ojos y lo intentaba visualizar entrando por esa puerta, o que de repente despertaba por el sonido de un violin, venía al comedor y el estaba ahí, tocándolo con su mirada perdida hacía el exterior de la ventana. Pero, de repente, esa ilusión óptica se evaporaba, y desaparecía, como un fantasma. Tal vez es cierto eso que dicen de que debes perder a alguien para que te des cuenta de lo que significa para ti. Había sido un duro golpe, pero cuanto daría por que no hubiese sido tan duro. Había tenido que desaparecer de este mundo frente a sus ojos para para darse cuenta de lo mucho que lo quería. Nunca lo había aceptado, nunca había podido aceptar que lo que sentía por el era mucho más que una estrecha amistad. En realidad, sabía que sentía algo muy profundo por el, algo tan platónico y surreal que hacía que su mente intentara no pensarlo nunca. Por más que intentara negárselo a sí mismo, no servía de nada, por más que intentara negárselo a los demás, no podía negárselo a el, ni a Sherlock. Se preguntaba si el alguna vez había sospechado algo sobre sus sentimientos hacia el. Habían cosas en la actitud de Sherlock que en ocasiones le hacían pensar que era mútuo. Pero ahora de que servía, ya no estaba aquí, ni lo volvería a estar jamás.

-Maldito fanfarrón-.

Cogió el teléfono y marco el número de Mycroft.

-Hola,John?-.

-Mycroft,esta tarde tengo que hablar contigo-.