Era de noche y la cazadora se movía entre la espesura del bosque buscando a su presa. Ella no cazaba a un animal, tampoco a una persona, sino más bien a un ente. Un ente que llevaba persiguiendo desde que tenía memoria. Obviamente, aquella era la misión de su vida. ¿Para qué había nacido? ¿Por qué iba a morir? La respuesta estaba clara en su cabeza, al igual que el camino que debía seguir. Se iluminaba ante ella, nunca dudaba, pero siempre se le escapaba. Volteaba los árboles, bailaba entre las ramas y armada con su arco y flechas buscaba paciente con la mirada a aquella sombra oscura que tanto le costaba encontrar. ¿Y qué era aquel ente? ¿Por qué la cazadora lo perseguía? Es una historia demasiado larga, demasiado enrevesada como para pode resumirlo en unas simples líneas. ¿Amor? ¿Odio? ¿Traiciones? Demasiados temas tópicos para la historia de la Cazadora y el Ente. Pero una cosa estaba clara: su relación ya estaba establecida antes de que ambos existieran, antes incluso de la creación del mundo tal y como lo conocemos ahora. ¿Cuántos mundos habían cruzado desde que se conocieron por primera vez? ¿Cuánto habían vivido hasta entonces? Su vida carecía de sentido sin la existencia del otro. La Cazadora lo sabía, al igual que el Ente.

Así pues, cuando los pies de la Cazadora tocaron la tierra, respiró. El Ente estaba ahí, como muchas otras veces cuando se lo había encontrado. Las mismas preguntas sembraban su mente, ¿sería aquel su último encuentro? ¿cómo pensaba capturarlo? ¿acabaría todo de la misma manera? Tensó la cuera de su arco y entre la oscuridad, con la única luz de la luna, esperó a la aparición del Ente. El tiempo para ella había dejado de tener sentido en cuanto entendió su cometido. ¿Pero por qué tenía que capturar al Ente? ¿Por qué debía destruirlo? Porque así estaba escrito, así le habían enseñado desde que tuvo conciencia de sí misma, pero no recuerdos. ¿Era una batalla entre el Bien y el Mal? No. Más bien una batalla entre lo natural y sobrenatural. Una persona viva que perseguía a algo que carecía de vida. Mantuvo esa posición durante un rato y el Ente apareció, repentinamente, como siempre, apoyándose en cualquier parte, dejando ver su silueta oscura y petrificante.

Por los labios de la Cazadora se asomó una sonrisa, como siempre ocurría. Ambos esperaron unos segundos hasta que ella dejó libre la cuerda de su arco y la flecha salió despedida contra el Ente. Este lo esquivó con suma facilidad, como acostumbraba a hacer. Sus movimientos fluían gráciles con los de ella, como si todo estuviera preparado de antemano, como si aquello fuera un precioso baile donde tenían que demostrarle al bosque recóndito de lo que eran capaces. Pero ni por asomo esta analogía se acercaba a la realidad. El Ente atravesó a la Cazadora, ella intentó atacarle en ese corto instante, cuando el Ente se convirtió en ella, pasó a ser parte de ella. Y de nuevo, falló. La desesperación tomó control de la Cazadora, había estado tan cerca del éxito que incluso lo había tocado, pero solamente había sido una mera ilusión, tal y como sucedía siempre. A ambos los separaba un mundo inmenso, corpóreo y etéreo, y a pesar de estar tan cerca, nunca podrían alcanzarse. Quizás fuera aquello realmente lo que les faltara, quizás se estuvieran equivocando todo este tiempo. Pero el Ente no iba a dejar de huir y la Cazadora nunca desistiría en ir a por él. Era un ciclo, y como todos los ciclos que se repiten, este tampoco acabaría.