ADVERTENCIAS: Yaoi. Muerte de un personaje, lime.
COMENTARIOS ADICIONALES: Esta historia es una serie de 30 drabbles, hechos con una palabra base que le sirve de título. Colocaré 5 por vez. Esta es una historia sin fines de lucro. Todos los personajes pertenecen a su creador.
SLICE OF LIFE
Pelea
Dohko cogió al otro niño de los hombros e intentó empujarlo fuera de la lecho, aquel trató de devolverle el empellón, pero sus pies estaban apalancados sobre mantas arrugadas y resbaladizas y no pudo, finalmente fue tirado al suelo con todo y la ropa de cama.
– ¡Vete! – Le gritó entonces Dohko – No tienes por qué estar aquí.
El niño sobre el suelo era muy flaco, pálido y sus grandes ojos estaban aguando.
–No… no llores.
Le dijo con apuro, no solía ser tan agresivo pero los chicos mayores a veces le jugaban bromas y encontrarse a un extraño echado sobre su cama lo hizo reaccionar casi sin pensar. Todos los aspirantes jóvenes vivían en un grupo de cabañas conocidas como El Refugio, y como dentro de ellas nadie vigilaba, allí era donde los mayores le atacaban.
–Mejor ya vete.
Le repitió, sin saber qué más decir, hacer llorar a otros no era algo que lograra con frecuencia y no se sentía bien.
–No – le respondió el otro niño alzando la frente.
El chino dio una patada en suelo, molesto.
– ¡Que te vayas!
– ¡No! – Respondió el otro, ahogadamente – Mi maestro me dijo que lo esperara aquí.
–No me importa lo que…
– ¿Lo que yo diga? – interrumpió una voz grave, Dohko se giró y vio que a la puerta de la cabaña se alzaba un hombre, no podía verlo bien pues su cuerpo ocultaba casi toda la luz, que además le quedaba de espaldas, pero reconoció el tono de los cabellos y se puso pálido al creer que se trataba del patriarca. Pero el individuo no se dirigió a él, si no hacia su discípulo.
–Levántate Shion – el niño obedeció –, debiste presentarte adecuadamente antes de instalarte.
El chiquillo asintió con la cabeza, luego junto las manos al frente e hizo una reverencia, primero hacia su maestro y luego hacia el otro niño, aunque al hacerlo sus ojos relampaguearon con rencor: había sido retado por su culpa.
–Soy Shion, aspirante a la armadura de Aries, compartiremos esta cabaña durante mi estancia en el Santuario.
No lo dijo en un tono precisamente educado, pero Hakurei lo dejó pasar y miro a Dohko, que sintió escalofríos, mas comprendiendo lo que el caballero quería de él lo hizo enseguida.
–Yo soy Dohko, aspirante a la armadura de Libra. – y aunque en ese punto debía decir algo como: "puedes quedarte aquí", se dejó esa parte.
La luz los deslumbró a ambos cuando Hakurei se marchó, se miraron con disgusto y apenas dejaron de oír los pasos del hombre, se atacaron. Mucho tiempo después recordarían alegremente ese día como la primera de sus peleas, en el día que se conocieron.
Pequeño
Gruñó removiéndose en la cama, a pesar de que era bastante grande no le gustaba compartir, intentó de todo para tratar de sacar al otro niño de su cabaña, pero había sido inútil.
La mayoría de las cabañas eran compartidas–la mayoría de los niños no vivían mucho tiempo–, pero él que siempre se defendía con fiereza había sido dejado de lado. Le gustaba más estar solo porque el espacio era poco, pero Shion no se iría de allí hasta que se loe ordenaran: tenía la impresión de que si su maestro lo había unido al otro debía ser por alguna razón; ya le había ayudado a entrenar bastante, pues con sus constantes peleas, estaba todo el tiempo en guardia, incluso esa noche, aunque no se movía era muy consciente de la posición de Dohko, por si intentaba atacarle en cualquier momento.
Finalmente, el chino lo hizo, lanzó las cobijas al suelo y le llamó:
–Bájate de la cama, no te quiero allí.
Shion suspiró, al menos habían empezado con palabras, usualmente era un golpe primero y luego los gritos; se puso de pie y se enfrentó al otro niño, pero se hizo hacia atrás, sintiéndose de pronto muy avergonzado.
– ¿Qué pasa?
Preguntó éste al ver el cambio en su cara.
–Lo siento… nunca me había dado cuenta que eras tan pequeño…
Lo decía en serio, la coronilla de Dohko no debía llegarle ni al hombro, había asumido que eran de la edad, por la forma en que peleaban; pero ahora tenía la sospecha de que quizá era sólo un niño d años. Se sintió avergonzado de que él, con 6, lo había estado atacando con toda su fuerza. Desde luego, no fue así como el chino se tomó sus palabras, los otros niños se burlaban muy rudamente de él por su estatura y no iba a tolerarlo.
Se lanzó sobre Shion a puñetazos, y aunque al principio éste trató sólo de detenerlo sin lastimarlo, tampoco era tan blando como para permitir que lo golpearan así nada más, ambos terminaron sangrando y demasiado cansados para seguir.
–Bueno… – dijo Shion, entre grandes bocanadas de aire – aunque seas pequeño tienes mucha fuerza.
– ¡No me digas pequeño!
–Pues no veo qué tiene de malo… ¿qué edad tienes?
– ¿Eh? – Dohko se asombró, Shion se lo había dicho por su edad y no por su tamaño, él había supuesto… se sonrojó de vergüenza, porque se había atacado a sí mismo, y el otro no había tenido mala intención – cumpliré seis en un mes.
El ariano cuidó mucho que su expresión no mostrara sorpresa. ¡Seis y ese tamaño! Con razón se había puesto tan sensible…
–Tengo sueño – cambió el tema, se subió de nuevo a la cama y se fingió dormido. Dohko hizo lo mismo.
Fue una sorpresa para él, que un mes después, Shion le hiciera un regalo.
Ridículo
Ese día no habían entrenado, pues aunque bajaron al Coliseo antes del amanecer –como siempre– ni sus maestros ni los otros santos estaban allí. Eventualmente todos los niños terminaron por volver al Refugio.
Dohko quería seguir durmiendo, Shion en cambio aprovechó que había llovido durante la noche para moldear figuras con la arcilla húmeda que se acumulaba a la entrada de la cabaña. De vez en cuando alguna de sus creaciones le resultaba graciosa y soltaba una inocente –aunque escandalosa– carcajada y el ruido no dejaba dormir a su compañero.
Finalmente éste se levantó, para reclamarle, pero antes de que pudiera hablar siquiera, Shion le puso una de las figurillas en la mano.
–Mira ¡éste eres tú!
Dohko observó aquel lodo, era una cara muy bien formada, pero la barbilla se pronunciaba absurdamente, dándole un aspecto desagradable; la tiró al suelo, rompiéndola.
– ¡Que ridículo!
Quería desquitarse, pero Shion ya había echado a correr y aunque lo persiguió de inmediato, no pudo alcanzarlo.
Infancia
Dohko se despertó muy temprano, aunque no quería; trató de aferrarse a su sueño, pero el miedo terminó por levantarlo. Si no se presentaba al coliseo por su cuenta antes del amanecer, su maestro mandaría a alguno de los otros chicos a que lo arrastrara hasta la arena. Así que se vistió rápidamente y salió, Shion ya no estaba y ni siquiera pensó en él.
Era su cumpleaños y por lo general los 'regalos' eran unas palizas tremendas, para que no supiera si agradecer o maldecir que seguía con vida. En realidad los combates eran para mostrar a su maestro y a los otros santos lo que había aprendido durante aquel año. Desconocía ese propósito, pero sabía que al final del día terminaría lleno de heridas y de dolor.
Los otros aprendices ya estaban reunidos, eran más de 40, pues eran de todos los rangos y para algunas armaduras aún sobrevivía más de un aspirante. Dohko suspiró y entró a la arena, de seguro nadie querría ser el primero; eran tan abusivos que preferirían esperar a que estuviera cansado para tener una presa más fácil; por eso fue una sorpresa que de inmediato otro niño se pusiera frente a él, en posición. Era Shion.
–¿Y bien? – preguntó en voz baja, un tanto ansioso – ¿te gustó?
Dohko frunció el seño sin saber de qué estaba hablando, así que sólo le atacó… aun no se hacía el anuncio de los rangos: el combate aun no comenzaba oficialmente y ya había hecho a Shion morder el polvo. Hubo un murmullo de desaprobación.
El lemuriano se levantó, le sangraba la mejilla derecha, que se había raspado contra el suelo; sin cubrirse ni limpiarse se dio media vuelta y salió de allí tan lento como pudo. No entendía a Dohko para nada, él había vivido una infancia apacible en Jamir, y no comprendía aun las maneras del santuario, pero cuando vio una tras otra las peleas de Dohko y como cada vez se encontraba más cansado y apaleado, se le pasó el enojo.
Cuando finalmente se puso el sol y terminaron los combates el menor sangraba mucho, estaba lleno de heridas y tierra y demasiado cansado para irse a casa. Shion se le acercó sin tocarlo.
–¿Quieres que te acompañe?
Dohko rechazó la ayuda sin nada de amabilidad. Pero luego lo lamentó, porque no fue si no hasta media noche que pudo juntar la suficiente fuerza para levantarse y caminar hacia el refugio.
Tropezó a la entrada de la cabaña con un bulto, y al pisarlo sintió una sensación viscosa y desagradable. Lo levantó, era un paquete pequeño envuelto en papel estraza y el aroma del chocolate lo hizo adivinar qué tenía dentro.
Aquello era un regalo de cumpleaños, pero no lo había visto y ahora estaba arruinado. Había sido el primer presente que recibía en su vida. No le dijo nada a Shion, pero desde entonces se llevaron mucho mejor.
Mito
–Dicen que puedes volar.
Soltó Dohko de la nada mientras comían en la cabaña. El otro detuvo la cuchara a medio camino hacia su boca para mirarlo.
–¿Quién dice?
–Los otros aprendices. Me dijeron que también podías hacerme volar a mí.
Shion pensó que mandarlo por los aires no estaría nada mal.
–No. No puedo – dijo, y se puso muy serio. El chino no podía saberlo, pero controlar la telequinesis estaba dándole muchos problemas.
El menor no se lo decía por ofender, sino por pura curiosidad, y porque quería probar hacerlo él.
–Dijeron que todos los lemurianos…
–¡Eso es nada más que un mito! – le gritó ya fuera de sí, porque ante sus fracasos su maestro solía decirle algunas cosas hirientes como '¿seguro que en realidad eres un lemuriano?' y otras cosas que en realidad eran muy tontas, pero le dolían a un niño. –¡No puedo! ¡¿Qué no entiendes?! ¡No se puede!
Tan enojado estaba que encendió su energía sin querer y el plato con su cena salió volando por los aires, hasta estrellarse contra los tablones de madera de la pared del fondo y hacerse añicos. Dohko lo miró impresionado por su despliegue de irritación –algo muy inusual– pero con un deje de su buen humor dijo:
–Pues a mí no, pero a los platos sí que los haces volar.
Shion se rió, asombrado: nunca había podido mover nada, mucho menos lanzarlo tan lejos. No le importó limpiar el desastre, ahora que sabía que sí podía usar la telequinesis –que sí era un lemuriano– todo sería más fácil. Tenía confianza.
