Capítulo 1 Una Pequeña Desviación
"También sin estar herido, se puede sangrar…"
Una conocida sensación comenzó a punzarle el vientre, moderándose en momentos mientras que en otros redoblaba su intensidad convirtiéndose en un dolor fino y concentrado en un pequeño punto. Preciso y casi calculado, y por lo mismo mucho más difícil de sobrellevar por su intensidad. Aún así continuaba caminando, tratando de ignorarlo lo más que podía, pensando que tal vez si pasaba el tiempo suficiente, llegaría a acostumbrarse a ello. La noche comenzaba a caer y la oscuridad teñía el cielo, bañando suavemente las hojas de los árboles que enmarcaban el camino por el cual iban avanzando. Sintió la familiar calidez envolver su mano y enseguida sintió cómo un jalón la guiaba a internarse entre la vegetación.
- Espera, Yuta, por favor –lo interrumpió antes de que la llevara más lejos-. Hoy no podemos quedarnos a dormir en el bosque –anunció seriamente, con ese mismo rostro inexpresivo que demostraba lo poco que estaba acostumbrada a convivir con la gente.
- El siguiente pueblo aún está bastante lejos… –argumentó el muchacho, sin comprender las razones de su compañera.
- No podemos –insistió, con una voz tan inexpresiva como su semblante-. Voy a empezar a sangrar, estoy segura –soltó con la naturalidad que solamente una vida aislada del mundo podía darle a esa confesión.
Yuta la observó unos momentos, primero con terror, después con incredulidad y finalmente con resignación; se dio la vuelta moviendo la cabeza negativamente pero esta vez la guió de vuelta hacia el camino. Caminaron por unas cuantas horas más y para cuando pudieron divisar las luces de la siguiente aldea a lo lejos, la noche ya estaba demasiado avanzada como para todavía encontrar a alguien despierto. Por suerte aún conservaban un poco del dinero que el chico había ganado en su último empleo y con eso fue suficiente para alquilar una pequeña habitación en una modesta posada, aunque no pudieron salvarse de recibir una frívola mirada por parte del encargado, por haberlo despertado a esa hora.
Subieron el único equipaje que tenían –una mochila de ropa cada uno y algunas mantas para dormir en el bosque- a la alcoba que estaba en el segundo piso, guiados por el somnoliento dueño de la posada. Se trataba de un viejo edificio de estilo inglés en muy precarias condiciones, las vigas de madera rechinaban como si fueran a romperse y los marcos de puertas y ventanas se veían roídos por las polillas. Las sábanas con olor a guardado desprendieron una ligera nube de polvo cuando Mana se dejó caer sobre una de las camas con todo su cansancio, pero antes de que pudiera conciliar el sueño, su compañero la tomó del brazo para indicarle que tenían que salir.
La joven no comprendió la actitud del chico, pero lo siguió dócilmente como siempre lo había hecho, confiando ciegamente en sus decisiones, entregándose por completo a su cuidado, refugiándose en su experiencia de vida para contrarrestar lo poco que ella sabía del mundo. Caminaron en silencio por las calles desiertas de la aldea, Mana sentía la brisa nocturna demasiado fría en comparación con el calor de su cuerpo y se abrazó a sí misma volviendo a sentir los cólicos que le anunciaban la cercanía de su periodo. Yuta miraba en todas direcciones, buscando algo entre el silencio y la calma de aquella fresca noche de otoño, hasta que una luz atrajo su atención.
Se trataba de un pequeño establecimiento, humilde y perdido entre las casas dormidas, iluminado por la amarillenta y débil luz de la flama de una vela. El ambiente estaba igual de tranquilo y silencioso que el resto de la aldea, Mana recorrió los estantes con la mirada, sumida en una mezcla entre curiosidad, fascinación y un entusiasmo infantil por saber más acerca de todas las cosas desconocidas que estaba viendo. Había muchos frascos de colores oscuros y pequeñas cajitas un poco polvorientas y deformadas por el poco cuidado con el que habían sido maniobradas, los letreros con palabras desconocidas para ella al igual que los que había en las etiquetas.
- Voy a necesitar un poco de ayuda –le indicó a su compañera, mientras ésta inspeccionaba con cautela la pequeña báscula que estaba en el mostrador-. No sé cómo pedir esto… –se frotó la parte posterior del cuello, sonrojado.
- ¿Pedir qué? –la chica no tenía la más mínima idea de qué tipo de lugar era ése y mucho menos de lo que las personas irían a buscar ahí-. ¿Qué es esto, Yuta? –preguntó levantando un pequeño paquete cuadrangular, en el cual se divisaba claramente una circunferencia entre el color metálico de la envoltura.
- Veo que ya encontraron lo que estaban buscando –un somnoliento hombrecillo salió de entre la oscuridad más allá del mostrador-. Si no van a llevar algo más, serían 600 yenes –masculló enfadado, con la misma actitud del que los había atendido en la posada.
- ¡No! ¡Se equivoca! –lo interrumpió el muchacho, arrebatándole el preservativo a su compañera para volverlo a poner en su lugar-. Lo que realmente venimos a buscar son… son… ésas cosas… –dudó, inseguro acerca del nombre que realmente tenían, dado que como hombre nunca se había visto en la necesidad de nombrarlas.
- ¿Cosas? –el encargado arqueó una ceja, pensando que se trataba de una broma y una vena comenzó a saltarse en su frente-. ¿Podría ser un poco más específico?
- Las cosas que usan las mujeres cuando están menstruando –decidió que ser directo era la mejor forma de hacerlo, titubear y sonrojarse solamente agravaba el asunto mucho más de lo que realmente ameritaba-. No estoy seguro de en qué presentación vienen pero queremos lo suficiente para un periodo –espetó firmemente mientras sacaba la billetera del bolsillo de su pantalón.
Hacer la compra fue mucho más sencillo de lo que le pareció en un principio, el farmacéutico le dio un paquete de toallas femeninas y le cobró con la misma naturalidad con la que le vendería una caja de chicles, mientras Mana los observaba sin entender realmente lo que estaba sucediendo. Todo eso era totalmente nuevo para Yuta, durante el tiempo que estuvo casado, su esposa se encerraba en casa durante sus periodos y ni siquiera existían esos extraños productos, en ese entonces la mujer se ocultaba para tallar durante horas los paños de algodón oscuro para quitarles las manchas de sangre. Y a pesar de que había aprendido a evolucionar junto con la forma de pensar de las sociedades conforme se iban modernizando, todavía le extrañaba la naturalidad con la que las nuevas generaciones podían hablar de asuntos como éste.
Mana caminaba con dificultad a causa del sueño, no coordinaba bien sus movimientos y de vez en vez dejaba escapar un largo bostezo, ansiosa por llegar a la cama que sabía la estaba esperando en la habitación. Una vez más, estuvo a punto de quedarse dormida cuando sintió que Yuta la sacudía suavemente, repitiendo su nombre en un susurro. Respondió con un sonido gutural, acomodándose sobre la cama perezosamente con la esperanza de que la dejara en paz. Pero el muchacho insistió un poco más, por lo que tuvo que incorporarse tallándose un ojo y abriendo el otro con dificultad, lo miró malhumorada por unos segundos sin comprender por qué le estaba alargando aquel extraño paquete plastificado. Parecía incómodo por alguna razón y la chica simplemente tomó lo que le estaba dando para volverse a acostar.
- ¿No piensas usarlas? –inquirió contrariado, después del trabajo que le había costado conseguirlas.
- ¿Usar qué? –puso el paquete a un lado de ella y volvió a acurrucarse en la cama-. Buenas noches, Yuta –murmuró cerrando los ojos.
- ¿Entonces por qué no quisiste quedarte en el bosque? –insistió, ahora sí que sentía realmente curiosidad-. Si de todas formas no ibas a hacer nada, era lo mismo –se sentó en su propia cama y empezó a quitarse los zapatos.
- Las sirenas nunca supieron explicarme por qué cada cierto tiempo me pasa esto –terminó la frase con un bostezo-. Ellas no tenían el mismo problema y no sabían cómo tratarlo, así que me dejaban remojada en una palangana de agua de mar durante los cinco días que dura –se tapó con el cobertor, dando por concluida la conversación.
- ¿Entonces pretendías que nos quedemos cinco días aquí mientras se te pasa? –aunque era obvio que la menstruación era algo desconocido para las sirenas, la solución por la que optaron le parecía un poco drástica.
- Si quieres podemos continuar, pero toda mi ropa se mancharía de sangre y tendríamos que comprar más –respondió a través de la sábana-. O buscar un sitio donde lavarla sin tener que explicarles que tengo algún tipo de enfermedad extraña…
- No es una enfermedad –jaló el cobertor, destapándola y la tomó del brazo para hacerla levantarse-. Le pasa a todas las mujeres y para eso inventaron estas cosas –señaló el paquete de toallas femeninas.
La llevó, mitad cargada y mitad arrastrada hasta el baño y ahí abrieron el paquete, estuvieron examinándolo como monos curiosos hasta que entre los dos se hicieron una idea bastante razonable de cómo podría funcionar. Yuta suspiró aliviado y finalmente se fue a acostar a su cama, dejando a Mana en el baño poniéndose la toalla como habían acordado. Apenas había asentado la cabeza en la almohada cuando escuchó el grito agudo de la muchacha y el estruendo del golpe seco contra las baldosas. Se levantó con una cara de fastidio, repitiéndose mentalmente que la situación era demasiado típica como para no haberla previsto.
La encontró sentada en el piso, con una expresión de niña pequeña aguantándose las ganas de llorar, el ceño fruncido y los labios apretados con rabia. Arqueó una ceja al verla y Mana le extendió la ropa interior sin pronunciar palabra. El antiguo pescador solamente recibió lo que ella le estaba dando y recogió el paquete de toallas femeninas del piso, preocupándose también por meter las que estaban esparcidas alrededor de la muchacha. Abrió una de las bolsitas individuales pensando que no podía ser tan difícil, después de todo había visto las instrucciones ilustradas en el paquete, aunque eso parecía no ser suficiente para una chica que ni siquiera sabía preparar una taza de té.
Le dirigió una mirada a su compañera.
Mana desvió la cabeza como diciéndole que no tenía la obligación de saber cómo utilizar esas cosas porque era la primera vez que se enteraba de su existencia. El chico suspiró, regresando su atención a la prenda y le colocó la toalla lo mejor que pudo, para luego devolvérsela a la chiquilla. Salió del baño para dejar que ella se la pusiera y regresó a su cama dispuesto a dormir. La chica no tardó en salir e hizo lo propio. Una vez oculta debajo del cobertor, murmuró en voz baja un tímido "gracias" antes de darle la espalda a Yuta y quedarse completamente dormida.
Al día siguiente desayunaron en la pequeña cafetería del hostal, sin saber bien a dónde dirigirse. Mana tenía el rostro contorsionado por los cólicos y apenas probó bocado, pero Yuta estaba demasiado ocupado escuchando la conversación que el dueño del lugar sostenía con un joven viajero –que no podía sobrepasar los dieciocho años– de complexión fornida, ropa polvorienta y una enorme mochila colgada a la espalda. Normalmente no solía entrometerse en las conversaciones ajenas, pero había algo en la apariencia del chico que le había llamado enormemente la atención.
- …necesito llegar a Nerima con urgencia- explicaba el muchacho, dejando ver un prominente colmillo al abrir los labios.
- Por favor- suplicó el dueño del lugar-, solamente te tomará unos minutos… y después yo mismo te indicaré el camino.
- ¡Oh! De acuerdo- bufó el chico, rodando los ojos-, pero que sea rápido.
El alegre y regordete anfitrión guió al muchacho a través de la modesta área de comensales como si temiera que se fuera a perder en el camino y luego desaparecieron tras una puerta. Yuta se encogió de hombros y se dispuso a regresar la atención a su desayuno, pero aún se encontraba con los palillos a medio camino rumbo a su boca cuando se escuchó una explosión justo detrás del sitio por donde se habían ido los dos hombres y toda la posada resonó temblando, chirriando y cayeron algunas astillas y polvo del techo por la fricción de la estructura. El joven inmortal se puso de pie alarmado, pues aún se escuchaban rocas desmoronándose y corrió hacia el lugar de los hechos.
Se encontró con el mesonero sonriente parado en el borde de un gran agujero que estaba seguro no haber visto ahí antes. Tenía las manos en la indefinida cintura y miraba satisfecho hacia el centro del agujero, en el que todavía se desmoronaban pequeños fragmentos de piedra y justamente ahí, Yuta se encontró con horror, con la aún más polvorienta figura del muchacho con el que había estado hablando el gordo propietario de la posada. Lo que más le asombró fue que ninguno de los presentes se inmutara por lo que estaba pasando y estaba a punto de socorrer al chico que estaba siendo enterrado en vida cuando Mana se situó tras él, preguntando lo que ocurría.
- ¿Así está bien o la quiere más profunda?- preguntó el muchacho del colmillo, desde el interior del hoyo.
- Sólo un poco más, muchacho- le replicó el rechoncho hombrecillo.
El chico asintió y se acomodó como si estuviera a punto de pegar un puñetazo, pero en lugar de eso, parecía estar señalando algo bajo sus pies. Yuta estaba cada vez más confundido, pero el punto culminante fue cuando el dedo índice del extraño muchacho se impactó con la roca firme. Instintivamente cubrió a Mana para protegerla, pues la piedra explotó como si hubiera estado dinamitada y salió disparada en fragmentos hacia todas las direcciones, pero lo que lo dejó completamente pasmado fue que el muchacho de la pañoleta parecía no haber sufrido daño alguno a pesar de haber recibido directamente todos esos impactos.
- No te asustes, muchacho- lo tranquilizó el mesonero, dándole un par de palmadas en el hombro-, este chico solamente me estaba ayudando a construir una piscina para los huéspedes.
- Ahora le toca decirme hacia dónde queda Tokyo- los interrumpió la demoledora humana, colgándose de nuevo la mochila al hombro.
- Bueno, te mostraré- sonrió complacido el anfitrión.
- De hecho…- los llamó Yuta, frotándose la parte trasera de la nuca-, nosotros vamos por ese rumbo… ehm…- se aclaró la garganta-, si quieres, podemos hacerte compañía en el camino.
El chico del colmillo sobresaliente, lo miró de arriba abajo, con el ceño fruncido en un gesto de desconfianza, pero después de darle a él y a Mana el visto bueno, asintió con la cabeza.
- Mi nombre es Hibiki, Ryouga- se presentó haciendo una reverencia, Yuta sonrió complacido.
Partieron inmediatamente. Yuta estaba más seguro que nunca de que ese chico no era para nada común y corriente, pero prefirió internarse un poco en los caminos de terracería del bosque, lejos del pequeño pueblo para interrogarlo sin exponerse a las miradas curiosas de los campesinos. Una vez que hubieron recorrido un buen trecho en silencio y que estuvieron lo suficientemente alejados de cualquier asentamiento humano como para que los ruidos del bosque ahogaran el ruido de la civilización, se detuvo llamando la atención de sus dos acompañantes. Mana le lanzó una mirada de fastidio e incomodidad, sin comprender nada pero él la ignoró.
- Hay algo que quiero mostrarte, Ryouga- comenzó, y enseguida recibió unas tijeras que Mana siempre llevaba en la mochila para demostraciones.
El chico Hibiki se quedó observando con atención como el joven de ojos grises se hacía un limpio corte en el brazo con el filo de la tijera. Esperó paciente, sin preguntar nada mientras la línea roja se engrosaba y los hilillos de sangre se desbordaran de la hendidura manchando la hoja, para luego disminuir a la misma velocidad a la que había aumentado y arqueó una ceja con admiración cuando la chica de cabello negro le pasó un trapo a la herida para limpiar la sangre, descubriendo la piel perfectamente curada sin haber quedado si quiera rastro de alguna cicatriz. Ambos se quedaron viendo al chico de la pañoleta en espera de su respuesta.
- Asombroso- murmuró sin mucha emoción-, ¿algún tipo de tela sagrada?
- No- replicó Yuta frunciendo el ceño con extrañeza-, carne de sirena.
- Oh, ya veo- asintió con entendimiento-, un nombre bastante peculiar, ¿es algún tipo de hierba medicinal traída de China?
- ¡No!- intervino Mana un poco frustrada por los retortijones de su periodo-, comimos carne de sirena, ¡igual que tú!
- ¡No he comido tal cosa!- se defendió contrariado, comenzando a caminar de nuevo-, no sé de qué me están hablando.
La joven de mirada color ébano trotó un poco para alcanzarlo y tomándolo por sorpresa, blandió el filo de las tijeras sobre el brazo del chico, abriendo una cortada un poco más profunda y larga de lo que hubiera querido en un principio. Ryouga reaccionó apartando el brazo y poniéndose en posición de ataque como si no sintiera dolor, pero no se atrevió a hacer algún movimiento ofensivo en contra de la chiquilla. Yuta se apresuró a darles alcance y arrebatando el trapo de las manos de su compañera, procedió a secar la sangre del chico de la pañoleta. Solamente para ver con sorprendida desilusión que la herida continuaba ahí.
- ¡¿Pero qué demo…?- se quejó el chico demoledora, clavando sus irascibles ojos color verde aceituna en la anómala pareja.
- Lo lamento- se apresuró a disculparse Yuta-, lo explicaremos todo durante el camino, si es que aún quieres seguir viajando con nosotros.
Ryouga simplemente le lanzó una última mirada de desconfianza y asintió recibiendo el trapo que Yuta le alargaba, amarrándoselo en el brazo a modo de torniquete mientras seguían con su camino. El antiguo pescador de cabello castaño le explicó su historia a grandes rasgos, el cómo había conocido a Mana y las razones por las que ahora buscaban a un pequeño bribón que en realidad tenía 800 años de edad a pesar de no aparentar más de seis o siete. La chica, por su parte, iba sumida en un irritado silencio, avergonzada por haber lastimado al muchacho de la pañoleta y ofuscada por tener que caminar soportando esos dolores en el vientre.
Se detuvieron a beber agua en un arroyuelo al que misteriosamente, Ryouga se negó rotundamente a acercarse a pesar de que el joven de ojos grises intentó persuadirlo de que se lavara la herida del brazo. Después de eso, los dos varones dejaron sola a la chica para que se enjuagara y cambiara la toalla femenina, haciendo posteriormente varias paradas en cualquier cuerpo de agua con la misma finalidad.
Tardaron tres días en llegar a Tokio, con la promesa de encontrar muchos fenómenos de circo y más poderes sobrenaturales si lograban localizar el dojo Tendo, pues ahí habitaba un misterioso ser con la habilidad de atraer a todo tipo de rarezas, luchadores anormales y cuanta prometida desquiciada existiera en el mundo. Y si eso no era suficiente, las que ya se habían establecido en el distrito siguiendo su rastro, también solían aportar cuanta hierba mágica, polvo chapucero y objeto místico se cruzara en su camino, que no solían ser pocos. El nombre del sujeto era Ranma Saotome y según Ryouga, una vez en el distrito de Nerima, sería fácil de localizar, pues era una especie de celebridad local.
El dojo Tendo era una construcción al estilo oriental, con un tejado azul y un bonito jardín con estanque de carpas. El famoso Ranma era un muchacho de la misma edad y complexión de Ryouga, aparentemente normal, aceptablemente amable, de vivarachos ojos azul zafiro y el cabello atado en una larga trenza color azabache. Vestía ropas chinas y parecía estar preparado para entrar en combate en cualquier momento, lo cual demostró en el instante mismo en el que los forasteros entraron a la casa, evadiendo el impresionante ataque de su rival más antiguo y enfrascándose en una equilibrada pelea que se trasladó hacia el patio lateral.
Mientras tanto, como si esa fuera una escena de lo más cotidiana, una encantadora joven de largo cabello castaño, vestida con un delantal de ama de casa, los invitó a pasar a tomar una taza de té. Yuta y Mana se miraron confusos por unos momentos antes de encogerse de hombros y aceptar, después de todo, ellos eran las personas menos indicadas para juzgar las excentricidades de los demás. Estaban terminando de beber el líquido verdoso y humeante que la muchacha les había servido cuando entraron Ryouga y Ranma, sudorosos y manchados de tierra, pero aparentemente contentos.
- ¡Ranma-Kun!- lo llamó la chica de cabello castaño con el ceño ligeramente fruncido-, por favor llama a Akane-Chan, que el alcalde quiere hablar con ustedes.
El chico de la trenza se sonrojó durante la mitad de un segundo, para luego adoptar una expresión de malhumor, bufar con fastidiada resignación y subir las escaleras aporreando los pies en el suelo. Yuta y Mana permanecían expectantes, sin atreverse a recordarle su presencia a los habitantes de la casa, mientras un hombre canoso y asustado tomaba asiento en la mesa junto a ellos con un fugaz saludo protocolario. A los pocos minutos, Ranma bajó las escaleras en compañía de una adorable jovencita de ojos color chocolate y el cabello corto de un color índigo muy peculiar. Lo curioso era que parecían estar intentando no mirarse el uno al otro, haciendo aún más obvia la atracción que existía entre ellos.
- He venido a solicitar su ayuda, señor y señora Saotome- comenzó a hablar el alcalde, ante la sorpresa de los recién llegados al descubrir que conformaban un matrimonio a pesar de su corta edad-, porque me ha llegado un aviso acerca de un extraño monstruo en el vecindario.
- ¿Un monstruo?- inquirió interesada la chica de cabello azul.
- Solamente una vez lo han visto- asintió el hombre, extendiendo unas oscuras fotografías instantáneas sobre la mesa-, pero los vecinos aseguran escucharlo chillar durante las noches.
Yuta se inclinó hacia delante, clavando la vista fijamente en una de las imágenes en la que se podía distinguir un área de cuerpo escamoso y otra sección de una textura que parecía ser una masa enredada de larguísimos cabellos remojados en el agua. El funcionario asintió gesticulando que podía agarrar la foto para verla mejor, contándole que el vecino que se la proporcionó le había dicho que fue tomada en el canal de desagüe, donde el monstruo aparentemente intentaba huir hacia el océano, pero que los chillidos nocturnos les indicaban que no lo había logrado y continuaba en alguna parte del distrito.
- Bien, tal como lo prometí, ahí tienen su primera criatura paranormal- anunció Ryouga con una sonrisa.
Yuta y Mana solamente se miraron sin saber si alegrarse o comenzar a prepararse para la batalla y una serie de heridas mortales que –seguramente- iban a doler.
Notas de la autora
¡Hola! Cualquier duda, comentario, crítica o lo que sea, por favor déjenme un review (de preferencia firmado o con algún correo electrónico porque siempre los respondo personalmente), por lo menos para hacerme saber que están ahí. Ah, por cierto, el título "Ningyo no kokoro" es mi intento chafa de traducción al japonés de "El corazón de la Sirena".
Nos vemos en el próximo capítulo.
LunaGitana
