Caía lluvia, silenciosamente. Una gabardina beige medio protegía a Bedelia Du Maurier mientras subía las escaleras del palacito del Dr. Lecter.

Siempre había lamentado que Hannibal no tuviera gusto por los movimientos modernos y se entestase a actualizar lo clásico. Pero encontró el psiquiatra también en los viejos métodos de su ciencia, el camino a retomar para efectivizarla. Escucha, la verdad no puede no ser revelada. La verdad te dará ventaja. El hilo de la verdad te permitirá manipularla. El paciente y su verdad. Bedelia no conseguía resolver su angustia después de huir. Del temor a la muerte que inicialmente había paralizado su capacidad de raciocinio pasó a la acción del superviviente y, ya segura en su escondrijo, se encontró consigo misma y su pésima fortaleza. Tan débil, Bedelia. Encantada, manipulada desde tu miedo. Tu propio paciente te había convertido en su paciente. Su pauta te dio la visión después, no escuchaste cuando debías, hablaste demasiado. Y no hay escondite, refugio o salvación.

Pensó la doctora Du Maurier, en que brecha de si había encontrado Hannibal para revelarle el potencial homicida. Como el pobre infeliz asesinado venía a matarla. Por qué una trampa para ella. Como empezó a jugar. Como el juego la había apartado de su profesión, anulado. Quieta. Toda para el Dr. Lecter. Había rechazado a Hannibal después del accidente por rechazarlo todo, a excepción del vino. La excesiva ternura con que la miraba y hablaba tenía que ser leída como un cortejo, dado que la actuación era la forma más segura y educada, tal vez también la más romántica, de intentar. Sin grosería. La quería con renovada ilusión, con más complicidad. Ella negó su amistad, como lo negó todo. Pero entretanto Will Graham había despertado el interés de Hannibal mucho más que ella. Y dio a Will una posibilidad de ganar, una venganza para ella. La traición, más que grosera. Aunque Bedelia no podía dejar de pensar en Hannibal. Tenía la ilusión inducida de que él la comprendía y toleraba tal y como era. Pero no había razón de Hannibal para hacerle sentir esto más allá de una real voluntad de amistad, de amor. Su nobleza. Y Bedelia sentía su amor, ahora, puro. Su corazón convertido.

Jack Crawford la había encontrado y no había salida. Hablar más. Hablarle a Hannibal.

Tocó el timbre, estoica.

La mirada del Dr. Lecter, impasible, la posibilidad de matarla, pero su aparición. Una disculpa.

- Bedelia, realmente no te esperaba.

- Jack Crawford me ha encontrado, Hannibal.