Disclaimer: Los personajes de Percy Jackson no me pertenecen a mí, sino a Rick Riordan.
ENTRA EN ESCENA EL NUEVO ENEMIGO
Aquella mañana era de todo menos buena para Nico di Angelo. Aunque en el inframundo era difícil saber cuándo era por la mañana o por la noche, pero todos los que vivían allí lo sabían, de una forma u otra. El hijo de Hades se había tenido que despertar a las ocho y media de la mañana de un humor de perros, casi no había tenido tiempo para ducharse ni desayunar, y nada más terminar había tenido que ir a la entrada de los Campos de Castigo, donde se había formado una revuelta de almas que se negaban a ir allí. Se habían atrincherado y exigían que se repitiera su juicio, mientras que los esqueletos guardianes, equipados con fusiles Kalashnikov, trataban de reducirlos a culatazos. Cerbero, observándolo todo desde sus casi siete metros de alto, gruñía fieramente.
-¡Basta ya! ¡Os ha tocado ir a donde os ha tocado y no hay más que hablar! –exclamó Nico, desenvainando su espada de hierro del Estigio, negra como la noche y, ahora que caía en la cuenta, aún sin nombre. Nada más verla, los fantasmas en rebeldía se desperdigaron, y los guardias se dedicaron a perseguirles uno a uno. Nico volvió a envainarla, satisfecho. Bueno, al menos no se había complicado demasiado.
-Algún día te pondré nombre –dijo el chico, mirando a su espada, mientras desandaba el camino, dispuesto a volver al palacio de su padre. Porque, ¿qué otra cosa tenía que hacer él durante el día? en el inframundo era una mierda, eso estaba claro, pero era su hogar, era el sitio al cual pertenecía. Sin contar el Campamento Mestizo, donde ya existía una cabaña de Hades, de la cual él era el único ocupante, y solía pasarse por allí. La mayoría de las veces, cuando estaba Percy. Se ruborizó levemente y sacudió la cabeza.
-¡Eh, oye! –exclamó una voz, cercana a Nico. El semidiós se detuvo y miró a todos lados. Y descubrió, a su derecha y demasiado lejos de las filas de muertos, a un niño de unos cuatro años, de pelo castaño y ojos azules. Iba vestido con una túnica de estilo romano de color gris pálido. No parecía un fantasma, parecía…mortal, un humano. Extrañado, Nico se le acercó.
-¿Qué estás haciendo aquí? Si te has perdido, que sepas que se entra por allí –dijo el hijo de Hades, señalándole las tres filas, la de los Campos de Asfódelo, la de los Campos Elíseos y la de los Campos de Castigo. Como siempre, la segunda era la que menos almas tenía esperando para entrar.
-No soy un fantasma, hijo de Hades –respondió el niño. Tenía una gran sonrisa en la cara y sus ojos brillaban, una cara típica infantil, pero su voz, aunque era como la de un niño de cuatro años, no lo parecía. En su timbre agudo había algo que hizo que a Nico se le erizase el vello de la nuca-. Simplemente soy un espectador, un observador. Estoy aquí de paso.
-Pues siento desilusionarte, pero no se permite el paso a los curiosos –dijo Nico, sacando su espada. Por mucho que aquel crío aparentase ser un humano normal, el semidiós tenía muy claro que no lo era. Le ponía…nervioso, muy nervioso. Quizá fuera un dios. A muchos les gustaba hacerse pasar por humanos. Pero los dioses no iban al Inframundo, al menos no sin el consentimiento de Hades. Las normas eran muy claras en lo tocante a entrar en los territorios de otros-. Así que voy a tener que pedirte que te marches.
El niño, por toda respuesta, le guiñó un ojo, desconcertándolo. No parecía preocupado, lo que significaba que conocía el Inframundo. A ningún mortal que bajase allí le dejaría indiferente el ambiente, eso estaba claro.
-Conmigo no es necesario utilizar la violencia, puedes guardar la espada…por el momento. Pero dentro de muy poco tiempo vas a tener que utilizarla, hijo de Hades. Recuerda mis palabras, porque quizá en ese combate no sobrevivas.
Antes de que Nico pudiera reaccionar, el niño se convirtió en una sombra ante sus ojos y se fundió con el suelo, desapareciendo. Nico volvió a guardarse la espada, y en ese momento, el nombre que iba a ponerle se le vino a la cabeza.
-Skiá –pronunció, mientras acariciaba la vaina-. Así te llamarás. Había preferido nombrarla en otras circunstancias, pero…algo que me quito de encima.
Regresó al palacio de Hades. ¿Debería contarle a su padre lo de aquel niño? No le parecía demasiado importante, a pesar de la advertencia que le había hecho. Pero para el Señor de los Muertos, las cosas que a los demás les parecían importantes podían ser completamente vanas, y viceversa. Probó suerte.
-Padre, quiero hablar contigo –dijo Nico, entrando en la sala del trono de Hades. Éste no estaba sentado en su trono, sino al fondo de la sala, observando los terrenos de Érebo a través de los ventanales sin cristales. Desde allí se contemplaba todo el inframundo, desde el ascensor de la entrada hasta la mesa de los Jueces, y las tres áreas destino de las almas. Y allí, un poco más adelante, estaba el cuarto corredor que conducía a la sala vacía con el gran agujero en su centro, la entrada al Tártaro.
-Espero que no se trate de otra chiquillada típica de adolescentes, Nico, no estoy muy de humor –dijo Hades, mirándolo con el ceño fruncido, a lo que su hijo respondió con idéntico gesto.
-Deberías saber ya que yo no he tenido ocasión de ser un adolescente típico, padre –dijo, con sarcasmo-. La cuestión es que he visto a un niño ahí fuera –señaló el lugar desde los ventanales.
-Y yo veo a cientos de miles de niños a diario –dijo Hades, con la voz teñida de molestia-. ¿Cuántos te crees que mueren? Muchísimos más de los que te crees. Hay días en los que veo más niños que adultos.
-Éste no era un fantasma. Parecía mortal –dijo Nico-. Pero no estoy tan seguro de que lo fuera. Me dio…muy mala espina, estoy seguro de que era un dios, o un monstruo poderoso camuflado, no sé. Pero no tenía que estar aquí.
Hades dio un bufido, y le plantó las manos a Nico en los hombros. No estaba precisamente contento.
-Nico, llevo más de media hora asomado a estos ventanales y he podido verte muy bien sofocando esa revuelta y luego yéndote a un lado, te has quedado quieto un momento hablándole al aire y luego has venido aquí. No había nadie contigo. ¿Estás intentando tomarme por imbécil? –le dijo, sin alzar la voz. Pero Hades no necesitaba gritar para meter miedo en el cuerpo.
-¡No! –exclamó Nico, tragando saliva. Su padre no se cortaba un pelo a la hora de castigarle, y eso lo había hecho muchas veces-. ¡Te lo juro! ¡He estado con él, era castaño, tenía ojos azules y se fundió con el suelo como una sombra! Me dijo que no perdiera de vista mi espada, porque iba a necesitarla para una batalla que habrá pronto…
-¿Ah, sí? Entonces dime por qué tú lo has visto y yo no. Pocas cosas hay que escapen a la vista de un dios, y más aún dentro de su territorio. No puede pasar nada dentro del Inframundo sin que yo lo sepa, Nico. Y eso lo sabes muy bien.
-¿Y si ésta es una de esas cosas? Yo lo he visto tan claramente como te estoy viendo a ti, padre –le aseguró Nico, mordiéndose el labio-. He mentido antes, sí, y muchas veces. Pero ahora te soy sincero.
Se quedó mirándolo con sus ojos negros, seriamente y tratando de sostenerle la mirada sin desviarla. Hades lo contempló durante largo rato. En los ojos del joven semidiós no había mentira, decía la verdad.
-Bien, como tú quieras. ¡Alecto, Megera, Tisífone! –bramó. Casi al instante, las tres Furias entraron volando por la ventana y se colocaron delante de su señor.
-Según mi hijo, hay en el inframundo alguien que no debería estar aquí. Al parecer, se nos ha colado un "alguien" que aparenta ser mortal pero que parece algo más. Peinad todo mi reino y si encontráis a alguien que no sea un fantasma o sea sospechoso, venid a informarme de inmediato y yo me ocuparé de él –ordenó Hades.
Las tres criaturas abrieron sus alas y desaparecieron a toda velocidad por el mismo sitio por el que habían entrado.
-Si ese niño que has visto continúa aquí, ellas le encontrarán. Nunca se les ha escapado nadie. ¿Satisfecho? –preguntó el dios, mirando a su hijo. Nico asintió. Sí, al menos su padre había actuado, pero no se quedaba del todo tranquilo. Tenía el presentimiento de que ni siquiera las Furias lo podrían encontrar-. Bien, puedes marcharte entonces.
Nico se dio la vuelta y salió de la sala del trono, aún con aquella sensación de molestia en el pecho. Desde que se había encontrado con aquel crío, la tenía ahí y no podía librarse de ella. Ese niño tenía algo peligroso, que no había podido discernir muy bien. Y eso que Nico no se asustaba fácilmente. Vivir en el inframundo le hacía prácticamente inmune a los sustos. Por eso decidió no regresar a su habitación. Iría a contar lo que había ocurrido al Campamento Mestizo.
Dudó antes de hacerlo, ya que no quería alarmarlos y menos en aquella época de paz y sin titanes amenazando el mundo, pero algo tenía que hacer. Así que utilizó la salida de Central Park para subir a la superficie. Cuando salió, había un montón de mortales rondando por aquella zona, pero gracias a la Niebla, ninguno vio que un chico con una espada estaba saliendo de una abertura en una piedra. Nico se tapó los ojos ya que la luz del sol le hacía bastante daño, cosa comprensible, ya que llevaba casi dos meses sin salir del inframundo.
Una vez se hubo recuperado, paró un taxi normal. Había podido llegar más rápido usando el taxi de las Hermanas Grises, pero cada vez que se subía en aquel trasto se bajaba con ganas de vomitar. Mejor lento, pero seguro. El taxista no paró de echarle miradas de reojo durante todo el trayecto, y Nico fingió que no se daba cuenta, pero sí se dio. La mayoría de los mortales lo miraban así por su aspecto, era idéntico a esos que se hacían llamar "góticos". A Nico no le importaba en absoluto.
Mandó parar al taxista cerca de la colina en la que se encontraba el Campamento, invisible a ojos de los mortales, y una vez el taxi se hubo marchado, se estiró, desentumeciéndose los músculos. Le apetecía visitar aquel sitio. No estaba mal salir de vez en cuando de la oscuridad. El aire fresco estival que soplaba era bastante agradable.
"Si cierta persona no estuviera ahí, ni siquiera te plantearías el venir", dijo aquella molesta vocecilla en su cabeza que siempre le importunaba. Nico soltó un gruñido y decidió ignorarla. Al llegar junto al Pino de Thalia, en cuyas ramas bajas estaba colgado el Vellocino de Oro y a cuyo pie dormía el dragón Peleo, dio un paso adelante…y entonces vio la gran explanada cubierta de cabañas. La suya, la cabaña 13 de Hades, estaba situada a la izquierda de la cabaña 3, la de Poseidón. Un poco más allá estaba la cabaña 1, la de Zeus, al lado de la de Hera, la 2. Las demás, que sumaban un total de veintiocho, estaban situadas un poco más apartadas. Pero a Nico sólo le interesaba una cabaña. Se dirigió directamente a la cabaña de Poseidón y llamó a la puerta. Y nada más hacerlo, notó un picorcillo en la nuca. ¿No debería haber ido a la Casa Grande a ver a Quirón? Si tenía algo que contar, lo normal era eso…
"Admite que quieres verle y estarás en paz contigo mismo", cuchicheó la vocecita.
"Cállate", ordenó Nico, en tono rudo. Iba a decir, o más bien pensar, algo más, pero entonces la puerta de la cabaña se abrió. Apareció Percy Jackson con la camiseta del campamento a medio poner y unos vaqueros.
-Anda, Nico –le saludó, sorprendido, y le sonrió-. Pasa, estaba terminando de vestirme.
Se volvió a meter y Nico entró, mientras en su mente resonaban las palabras "terminando de vestirme". Meneó la cabeza.
-Hmmm, ya. Oye, Percy, venía a contarte una cosa que… -empezó el chico. Estaba algo cortado al estar delante de él. ¿Por qué, si hasta ahora había conseguido evitar ponerse nervioso cuando lo tenía cerca?-. Ha pasado algo en el inframundo, igual es una tontería, pero a mí me preocupa y he venido a contárselo a Quirón…y de paso a ti.
-¿Y por qué no has ido con él primero? Yo podía esperar –le dijo, mientras terminaba de hacer su cama y ordenaba un poco la ropa que había encima. Nico prefirió no responder a eso.
-Da igual, si pensaba ir después con él –dijo, haciendo un gesto con la mano-. He visto a un mortal en el inframundo…o creo que era un mortal, parecía un crío de cuatro años, pero al acercarme me ha dado un mal rollo que no había sentido antes, y mira que yo me paso la vida rodeado de monstruos, sólo hay que ver dónde vivo, pero…me dio mal rollo.
-¿Y no podría ser un dios? –preguntó Percy, sentándose en la cama y mirándolo.
-Eso mismo había pensado yo, pero los dioses no suelen ir al inframundo. No, no creo que fuera un dios. Mi padre envió a las Furias a buscarlo, pero es poco probable que lo encuentren. Para marcharse, se convirtió en sombra y se fundió con el suelo, y eso sólo lo podemos hacer mi padre y yo…con dificultades. No se me viene a la cabeza nadie más –explicó Nico-. Si por lo que sea lo ves, desconfía. Tiene el pelo castaño claro, los ojos azules y llevaba una túnica romana de éstas antiguas.
La reacción de Percy fue completamente distinta a la que había esperado Nico. Su amigo se llevó la mano al mentón, pensativo.
-Rubio…de ojos azules…con túnica romana…pues estoy casi seguro de que le vi justo ayer aquí, dentro del Campamento Mestizo –dijo, dejando a Nico boquiabierto.
-¿Cómo has dicho? –preguntó, poniéndose lívido-. ¿Dentro? ¿Traspasó las barreras?
-Tuvo que hacerlo, ya no existe el Laberinto –respondió Percy-. Lo vi junto al lago, sentado en el embarcadero, y cuando me quise acercar para preguntarle qué hacía allí, se esfumó. Tiene que ser un dios, Nico. Un mortal no habría podido entrar aquí.
Nico se rascó el pelo, bastante más corto que la última vez que Percy le había visto. Entonces le llegaba por los hombros, ahora apenas le caía por debajo de la nuca.
-…Bueno, al menos ya sabemos algo más. Voy a decírselo a Quirón –dijo el moreno, saliendo de la cabaña.
-Espera, te acompañaré –le detuvo Percy. Nico esbozó una leve sonrisa. No como las suyas, sarcástica y burlona, sino de felicidad. Pero la borró enseguida. Acompañó a Percy a la Casa Grande, donde encontraron a Quirón en plena partida de póker con Dioniso, el cual, como siempre que estaba en el campamento, aparentaba ser el Señor D.
-Escalera real –dijo Quirón mientras le mostraba la mano a su contrincante y anotaba el resultado en una hoja-. Parece que no es su día de suerte, señor D.
-Y para más inri, aquí tenemos a Peter Johnson con compañía –refunfuñó el dios, girándose para ver a los chicos. Quirón alzó la vista. Percy rodó los ojos, hastiado. Ya pasaba de corregir al dios, tras darse cuenta hacía mucho tiempo que lo hacía aposta.
-Quirón, queremos hablar contigo, pero si interrumpimos la timba… -empezó Percy.
-No, no pasa nada –dijo el centauro, que iba "camuflado" en la silla de ruedas-. Decidme.
Fue Nico quien le contó a Quirón (y al señor D, que aunque fingía no escuchar, tenía la oreja puesta) lo que había ocurrido en el inframundo con aquel misterioso niño, y después Percy añadió que también lo había visto en el campamento.
-Mmm…mi opinión es que no habría que darle demasiada importancia –dijo Quirón-. Lo más probable es que fuese un dios. En el Campamento Mestizo no es raro que de vez en cuando aparezcan dioses menores camuflados como humanos o campistas. Lo del inframundo es más raro, pero creo que no hay por qué alarmarse. ¿Señor D?
-Si tuviéramos que estar pendientes de cada cosa rara que veamos, estaríamos las veinticuatro horas del día perdiendo el tiempo –fue todo lo que dijo Dioniso-. Lo digo por experiencia.
Y con esas palabras, dio por zanjada la conversación. Percy y Nico se marcharon de la Casa Grande.
-Dado que por mucho que lo hayan camuflado, la respuesta es que no van a hacer nada…quizá deberíamos encargarnos personalmente nosotros –sugirió Nico-. ¿O tú también piensas que estoy fantaseando?
-Posiblemente lo pensara, si no hubiera visto yo también al mismo niño, Nico –respondió Percy-. A mí también me dio una sensación muy extraña cuando me acerqué, aunque yo no llegué a hablar con él. Simplemente me vio y desapareció.
-Ya veo…bien, entonces si tú lo ves aquí, envíame un mensaje Iris, y si yo lo veo otra vez en el inframundo haré lo mismo. ¿Se lo contarás a alguien más? –preguntó Nico.
-Sí, a Annabeth y a Grover. Si somos tres será mejor que si estoy yo solo –contestó Percy-. En cuanto sepa algo más te aviso.
Le palmeó el hombro y Nico se estremeció. Hasta hacía poco no soportaba que nadie le tocara, pero ahora ya no le daba tanta importancia. De hecho, no le importaba en absoluto que fuera Percy quien le tocara.
-B-bien, creo que volveré viajando por las sombras –dijo, recomponiéndose-. Nos vemos, Percy.
Se marchó con paso rápido de allí. Percy se lo quedó mirando hasta que hubo atravesado las barreras del campamento y se hubo marchado. Luego él se dio la vuelta y se dirigió a la cabaña de Atenea.
Entretanto, a miles de kilómetros de allí, en las ruinas de Paestum, en Italia, había un único turista, a diferencia de lo normal. No era otro que el famoso niño castaño y de ojos azules, vestido con la misma túnica romana que llevaba durante su visita al Campamento Mestizo y al inframundo. Y correteaba por entre los templos extraordinariamente bien conservados, cantando en un idioma que parecía ser griego antiguo. Hacía bastante viento, y no hacía sol, ya que el cielo se estaba nublando rápidamente y amenazaba lluvia. Al niño no parecía importarle en absoluto.
Se dirigió hacia el templo de Hera y se paró justo en el medio de la sala de columnas. Miró a todas partes, como si estuviera presintiendo algo.
-Siempre has sido puntual, Nix. Ya puedes salir –dijo, con su voz aguda de niño. Pero dentro del templo vibraba, amplificada con el eco, y daría escalofríos a cualquiera que entrara allí y lo escuchara.
-Y tú siempre has sido igual de perceptivo, padre –dijo una voz femenina, y acto seguido surgió del suelo una mujer de pelo moreno ensortijado que le caía en una trenza sobre el hombro. Llevaba un vestido muy elegante de color plateado y zapatos de tacón alto. Sus ojos eran negros, como agujeros oscuros sin iris ni pupila-. Aunque menuda ironía, ¿no? Con ese cuerpo, resulta hasta hilarante que te llame "padre". Podrías ser mi hijo.
-Hasta que no haya recuperado mi poder por completo, debo permanecer en este cuerpo. Es por eso que os necesito, Nix. A ti y a tus hijos. Imagino que mis nietos no se han desviado del camino correcto y…me siguen siendo leales. ¿Dónde está el imbécil de Érebo?
-Donde siempre, en el inframundo –respondió Nix-. Resulta que está demasiado cómodo para salir de allí.
-Me di cuenta cuando estuve allí, hace unas horas –dijo el niño, perdiendo la sonrisa y poniendo cara de enfado-. Estaba dormido, como no podía ser de otra manera. Cuando nos hagamos con el control del inframundo y yo haya matado a Hades, me ocuparé de que trabaje sin descanso durante siete milenios enteros.
-No deberías ir de sobrado ahora, Ápeiron –sonrió Nix mientras se acercaba al niño y le revolvía el pelo, como haría una madre con su hijo-. Con tu poder actual, estás al nivel de un dios menor. Cualquiera de los olímpicos te fulminaría en un instante. Espero que no hayas olvidado cuál es tu punto débil.
-¡No me hagas eso! –gritó el niño, con un rictus de furia en la cara-. ¡Que tenga este cuerpo no significa que puedas tomarte estas libertades conmigo!
Nix retrocedió, alejándose de él. Seguía con esa divertida sonrisa en la cara.
-Como quieras, como quieras. Por cierto, aunque Érebo no esté aquí, sí ha venido conmigo alguien que te resultará más útil que él. ¡Geras!
Un anciano que debía tener como un millón de años (y quizá esa fuera su edad) subió lentamente las escaleras del templo de Hera. Llevaba un traje negro que desentonaba mucho con el blanco impecable de su larga barba, que le llegaba casi hasta las rodillas. Llevaba un bastón, aunque no lo usaba para apoyarse. Caminaba erguido y tenía una mirada muy fría en sus ojos color azul pálido.
-Curioso lugar has escogido para reunirnos, abuelo –dijo, con voz tonante, nada propia de un anciano-. No dudo que puedas hacer que Hera nunca se dé cuenta de que estamos en su templo, pero puestos a elegir…
-¿Abuelo? –preguntó Ápeiron, empezando a reírse-. ¿Tú me llamas abuelo a mí? Si algún mortal te escuchara, pensaría que estás chalado. No hay más que vernos. En fin…¿estáis sólo vosotros dos? ¿No ha venido Tánatos contigo, Geras?
-Tánatos se ha retrasado un poco, pero no es imprescindible, ¿no? Tú mismo dijiste que con nosotros dos era suficiente para comenzar –dijo el anciano, mientras golpeaba el suelo con su bastón.
-También es verdad –dijo Ápeiron, rascándose la nuca-. Bien. Nix, tu primera tarea será asegurarte de que el mundo no vuelve a ver la luz del sol nunca más. Ocúpate de Éter y Hemera, por desgracia se han mantenido fieles al Olimpo. Una vez ellos estén fuera de nuestro camino, neutraliza a Apolo. Con el mundo sin sol, nada podrá detenernos. Todos nosotros, los oscuros, somos más poderosos de noche. Geras, tú acabarás con Hebe. Su intromisión podría causarnos muchos problemas. Ella es una diosa menor, mientras que tú eres uno de los dioses oscuros más poderosos. No deberías tener problemas. Lo mismo para ti, Nix. Eres una diosa primordial, estás por encima de Éter y Hemera, pero sé rápida neutralizando a Apolo, es un olímpico. Y sé por experiencia que los olímpicos, especialmente Zeus, pueden llegar a ser auténticos granos en el culo llegado el caso.
-En tres días habré terminado –aseguró Nix, con una malévola sonrisa en sus labios. Geras se limitió a asentir y se mesó la blanca barba.
-¿Mi cometido sólo consiste en acabar con Hebe? –preguntó el anciano. El niño asintió.
-Sí, pero cuando termines con ella, reúnete con Nix. Si ves que tiene problemas con Apolo, ayúdala, aunque no creo que sea necesario. Confío en los dos. Sois de los pocos que no me han traicionado.
Caminó hasta pasar por entre medias de ambos dioses, y luego se volvió hacia ellos, lo que les obligó a girar la cabeza.
-Sin embargo, espero que después de nuestro primer movimiento, haya cierto cambio en la manera de pensar de alguno de los nuestros –dijo, con una nueva sonrisa infantil, que no tenía nada de infantil.
Terminado el capítulo, aclararé los nombres de dioses que no aparecen en los libros de Percy Jackson:
Nix: Diosa griega de la noche, es una diosa primordial. Es hija de Caos y hermana de Érebo.
Érebo: Dios griego de la oscuridad, hermano de Nix e hijo de Caos. Su nombre suele usarse como sinónimo de Inframundo.
Geras: Hijo de Nix y nieto de Caos. Representa la vejez y el paso de los años.
Hebe: Diosa griega de la juventud, hija de Zeus y Hera.
Ápeiron: Nombre con el que se conocía al Caos.
Tánatos: Dios menor de la muerte, representa la muerte sin violencia.
Éter: Personificación del elemento brillante, asociado con el día. Hijo de Érebo y Nix y nieto de Caos.
Hemera: Diosa primordial del día. Hija de Nix y Érebo y nieta de Caos.
