Descargo de responsabilidad: Ni Shingeki no Kyojin ni ninguno de sus personajes me pertenecen, son propiedad de HajimeIsayama.

ADVERTENCIA: La lengua de señas es como cualquier idioma. Las palabras varían en cada región, incluso dentro de un mismo país. Ergo, las señas descritas pueden ser diferentes a las de otros países.

Lenguaje de la Vida.

Nuevos Comienzos


—Es posible que no se recupere —le dijo el médico, sombrío—. El daño es muy profundo, son casi 50% de decibeles perdidos. Lo mejor es que se prepare para lo peor.

Levi tenía una mirada ausente. Muy pronto, poco a poco, como el agua que penetra la roca hasta romperla, su vida como la conocía estaría acabada. Ya lo estaba, de hecho. Nunca podría volver al ejército.

—¿Me está escuchando, señor? —inquirió el médico, un poco preocupado. Y no lo decía en el tono que uno usa cuando no te prestan atención a lo que dices y debes repetir todo de nuevo, esta ocasión era en un sentido más literal.

Levi le miró directamente, una mirada penetrante que solía alejar a la gente, con una fuerza arrebatadora como si lo que le estuviera pasando fuera culpa del doctor y con su mirada pudiera vengarse.

—Por supuesto que lo estoy escuchando, doctor —siseó el título casi con rabia—, aún no estoy sordo, aunque lo estaré porque no me voy a recuperar porque el daño es muy profundo y son más de 50% de decibeles perdidos (lo que sea que eso signifique), y que lo mejor es que me prepare para lo peor —recitó—.

El médico carraspeó algo incómodo, entendiendo en su interior que Levi Ackerman era el tipo de paciente difícil con quien hay que andarse como si se caminara en un campo minado -vaya que ironía-, cosa que por el bien de su propia salud mejor no comentaba en voz alta.

—Como dije —intervino, siendo lo más sutil que podía—, es muy probable que empeore. Eso no significa que vaya a perder la audición por completo —se apresuró a aclarar—, sin embargo debe estar preparado. Actualmente las barreras comunicativas han disminuido bastante, pero le aconsejo que tome algunas clases, así no tendrá ningún problema para…

—No necesito nada de eso —cortó, no por descortesía, sino porque no terminaba de aceptar su situación ni mucho menos quería admitir que necesitaba "esas" tres palabras—. Ya me dio su diagnóstico, ahora sólo dígame cuanto le debo para poder marcharme.

La consulta terminó segundos después, con la puerta del consultorio cerrada, un malhumorado Levi, y un preocupado doctor Gin.

Levi se apresuró a salir del hospital, caminando lo más rápido que podía, como si así el veredicto se quedara atrás y no le siguiera. Pero en el fondo sabía que escapar de su nuevo destino era imposible. Y Levi estaba furioso por ello. Furioso con el enemigo, la guerra, la vida, Dios, lo que fuera. Aunque no lo demostrara exteriormente.

Toda una prometedora carrera militar se fue al caño. Tampoco es que Levi hubiera entrado allí por gusto, se alistó en el ejército meramente por dos motivos: las universidades buenas y suficientemente lejanas de casa eran muy costosas; y segundo, era el único lugar al que podía escapar y ser recibido con los brazos abiertos. Presentó las pruebas necesarias para ser admitido cuando apenas tenía 17 años y seguía en secundaria. Era su último año por supuesto, y quería terminarlo rápido para poder marcharse de una buena vez de las cuatro paredes que le servían de casa. Lo único que lo mantuvo en ese colegio de porquería (bueno, no era el colegio en sí una porquería, sino la gente que lo habitaba) fue la promesa que le hizo a su madre antes de morir de no cometer el mismo error que ella, sino estudiar para tener una vida mejor y nunca tener que pedirle nada a nadie.

Fue así como Levi fue aceptado en la armada. Era muy joven por supuesto, pero sus habilidades físicas y de pelea le garantizaron un lugar allí. Mejor aún, estaba bien lejos de su asquerosa ciudad de origen (de nuevo, era la gente, no la ciudad, lo que la hacían asquerosa) y de su no tan querido tío. Cinco años estuvo encerrado en el cuartel, preparándose, entrenándose, haciéndose más fuerte.

Más de diez años habían transcurrido desde entonces. Estuvo en diversos países, luchando, mejorando, entrenando a otros. No tenía tiempo para amigos ni relaciones amorosas, no tenía vacaciones ni gastos donde dejar ir su dinero. A sus 30 años ya poseía una cuenta bancaria envidiable, aunque en realidad poco le importaba si tenía mucho dinero o si vivía con lo suficiente. Para Levi casi todo carecía de sentido, ver morir a su madre y luego a tantos compañeros en el campo de batalla, le habían enseñado que de nada servía tener muchas posesiones o gente que te amara porque a la muerte te ibas tú solito. Incluso la ropa que tuvieras puesta acabaría por pudrirse y sólo serviría para que los vivos no te vieran en pelotas. De cierta forma, podía decirse entonces que Levi no era un tacaño. ¿Entonces, qué le detenía de tomar esas clases?

Levi no quería aceptar que acabaría por quedarse sordo, y que de paso, su vida como soldado -la única que conocía- se había terminado. No más armas, no más peleas, no más luchar por ideales -ajenos, pero ideales al fin-. No era tan malo después de todo, cualquiera pensaría. Ya no tendría que arriesgar su vida por los absurdos y enfermizos deseos de conquista de hombres tras sus escritorios de caoba, ya no tendría que caminar como cangrejo tanteando el terreno, ya no tendría que ocultarse en un hoyo hasta que las balas cesaran de volar encima de su cabeza. Sin embargo, Levi no conocía otra vida a parte de esa. No tenía familia, no tenía amigos, no tenía un hogar. Es más, justo ahora, se quedaba en un hotel.

Levi, en el fondo de su subconsciente, temía a la soledad. El llegar a donde fuera que durmiera, y al abrir la puerta, encontrar la habitación vacía. El encender su teléfono y no encontrar llamada o mensaje alguno. El desaparecer por semanas y que al volver, nadie notara su ausencia ni preguntara dónde estuvo. El, simple y llanamente, permanecer sin hacer nada, hundido en la absoluta monotonía, esperando que la muerte llegara a invitarlo a dar un paseo sin retorno.

Estar en el campo de batalla le había permitido mantenerse ocupado. Sus manos nunca estaban sin hacer nada, siempre había cosas que armar y desarmar, municiones que contar, armamento que revisar, mapas que trazar, armas que limpiar -su parte favorita-. Estrategias que pensar, informes que rellenar, instrucciones que dar, fantasmas que ignorar -su parte menos favorita-.

Muchas veces había pensado en renunciar, pero al momento en que la idea tomaba forma en su mente, otra nacía, y esa era, ¿qué haré entonces? La respuesta nunca llegaba por más que la esperó. Era entonces que tomaba su arma, ignoraba los últimos segundos de trabajo mental, y se ponía a montar guardia aunque no le tocara -la parte favorita de sus compañeros-. Al fin de cuentas, no dormía mucho, y antes de que ideas no bienvenidas tocaran a la puerta, se ponía a vigilar concediéndole así al guarda de turno la oportunidad de descansar un poco. Con razón sus compañeros lo estimaban tanto. (Aunque eso era algo que los soldados no admitirían ni con fusil en la cabeza.)

Por otro lado, Levi era el mejor soldado de su unidad. Había quien decía que era el soldado más fuerte de su país, y que merecía tomar el mando de todo el ejército. Había quienes decían que era invencible, tanto así, que los hombres que lucharan a su lado eran inmunes a la muerte. Levi sabía mejor que nadie que eso era una cruel mentira, había visto morir a tantos de sus compañeros que necesitaría echarle una ojeada al tatuaje en su espalda para retomar la cuenta. Una cuenta que terminó cuando su viejo escuadrón murió a causa de la granada que a él sólo le causó la pérdida del 50% de su audición.

Levi a veces deseaba que fueran ellos quienes vivieran, y él el que hubiera muerto. Pero también sabía que sentir remordimiento no le servirá de nada, y que los deseos de venganza deberán quedarse hundidos porque una revancha ya no es posible. No ahora que fue expulsado del ejército con una linda insignia y una condecoración que brillan culpa.

Eso es lo único que lamenta Levi de ya no ser un soldado. Ahora que se deja pensar en ello, la soledad, la carencia del calor humano, la falta de razones para vivir quedan en segundo plano aunque sí importan a fin de cuentas. Es el no poder hacer nada para vengar sus muertes lo que más le carcome el alma aun cuando intenta no pensar en ello. Sabe que odiar su nueva vida no le sirve de nada, querer hacer justicia por su cuenta no sirve de nada, lamentarse no sirve de nada, arrepentirse no sirve de nada. Tampoco sirve de nada ignorar el sentimiento como cuando intentaba no pensar en lo solo que estaría o que lo único que podía hacer era esperar el frío y último aliento, porque el pensamiento regresa por sí solo como un bumerán. Pero de nuevo, no le sirve de nada.

Ni siquiera suicidarse es una opción, eso sería como escupirles al rostro y mandar sus sacrificios a la mierda.

A Levi ya no le queda nada.

Por fortuna, la interminable cadena de malos pensamientos es interrumpida cuando una voz que a veces desearía no conocer tan bien le interrumpe.

—¿Levi? Enano gruñón, ¿eres tú?

Oh cielos. Es un alivio y un dolor de culo a la vez.

—Hange —dice, su voz es plana y carente, incluso, del fastidio habitual.

—¿Ah? ¿Así me saludas? ¿Después de tanto tiempo? Bueno, ¡supongo que es un alivio ver que no has cambiado nada!

Levi solo chasquea la lengua, evitándose la molestia de responderle a su antigua compañera de clases.

No sabe cómo, pero termina en el cafetín del hospital con quien ahora es la Doctora Hange Zöe. Bien, tal vez la partícula "café" tiene que ver, porque una cosa a la que Levi nunca pudo resistirse fue al café y al té negro -mayormente al té-, así que la ahora directora del departamento de Medicina Legal supo aprovechar la situación para sacarle información.

—Vaya, la última vez que te vi fue en ese desfile televisado… Me sorprende que hayas asistido, con lo aguafiestas que eres…

—La asistencia era obligatoria —se defendió tomando un sorbo de la taza—. No le veo sentido a lucirse de esa forma tan imprudente al mundo.

—Es ése el punto, ¿no crees? —analizó Hange cruzando las manos bajo su barbilla, en gesto de seriedad—. Decirle al mundo "miren lo fuertes que somos, no podrán con nosotros, así que más les vale cuidarse las espaldas", ¿no?

—No lo había visto así —admitió, evitando pensar en lo "mucho que sirvió eso" para salvar a…

—¡Son estrategias militares muy sutiles! —exclamó ella como si de pronto el tema se hubiera tornado ultra interesante—. Demostrar el poder mediante la no-violencia, así las naciones no se sentirán amenazadas pero a la vez sabrán que tras la pantalla hay un enemigo formidable que…

—Cuatro ojos —cortó Levi con su usual desapacible tono—, no sigas.

—Lo siento —se disculpó ella, tomando una actitud más respetuosa—, debe ser difícil para ti. Perder a tantos compañeros así…

—No quiero hablar de eso.

—¿Qué vas a hacer mientras?

Intentó ir por otro camino. De por sí Levi hablaba poco, no lo había tenido frente a frente en años, y aunque su relación no era exactamente de mejores amigos, él había sido una de las pocas personas que la trataban bien (dentro de lo que cabe, tratándose de Levi, claro está). Además, en el fondo, en medio de las burlas por su estatura y carácter fuerte, le apreciaba como un amigo, incluso se podría decir que le tenía cariño. Aunque claro, eso último no lo admitiría por el bien de las chanzas y la risa unidireccional.

—No lo sé. Buscaré un apartamento, y después quien sabe. Me casaré y tendré una docena de mocosos corriendo tras mi fiel golden retriever por mi idílico patio mientras mi bella esposa teje la ropa de nuestro siguiente bebé en la mecedora que yo mismo hice. ¿Es eso lo que quieres oír?

Hange estuvo a punto de ahogarse de la risa ante el evidente sarcasmo de su compañero, pero el café en la mitad de su garganta se lo impidió.

—Vaya, Levi —dijo cuando pudo pasar el trago—, no sabía que tenías tan bellos sueños. De haberlo sabido antes habría traído a mi amiga, seguramente ella podrá ayudarte a cumplir esos hermosos ideales…

Levi chasqueó la lengua, evitando contestar de igual forma, de lo contrario las burlas de Hange no pararían. Bien sabía que una vez la doctora empezara, las chanzas no tendrían fin.

—Pero ya, hablando en serio —se recompuso—, ¿Cuándo tiempo te quedarás? Desde que recuerdo nunca has tomado un descanso…

Levi se cuestionó si debía contestar o no, pero la verdad era que en su interior moría por desahogarse, decírselo a alguien, por descargar un poco de esa frustración que le carcomía por dentro.

—No volveré —dijo al fin, las palabras saliendo por voluntad propia—. Me han dado de baja, ¿feliz?

Hange se quedó en silencio un momento, insegura de cómo contestar a eso. Recordaba muy bien, en sus años de secundaria, cuánto deseaba su compañero ser aceptado en la armada. Y ahora, ese sueño que si bien se había cumplido, había sido destrozado.

—Lo siento… —terminó diciendo, imprimiendo la mayor sinceridad posible en su voz.

—Sí yo también —rezongó él—, pero ya no hay vuelta atrás. Una condecoración que no me sirve de nada y una patada en el culo es todo lo que tengo-

—¿Por qué? —indagó ella—, te veo muy bien… Bueno, dentro de lo que cabe…

—Una maldita granada y es todo lo que diré.

Levi no dijo nada más, ya no sintiéndose tan cómodo hablando del tema, porque inevitablemente, eso conduciría a hablar de su fallecida unidad y eso era algo para lo que no se sentía listo.

—Pero sobreviviste, y eso es lo que importa.

—¿Ah, sí? —había amargura en su voz—.Díselo a Church y a…

Se detuvo, dándose cuenta de que había hablado de más.

—Levi… —intervino Hange, la preocupación empezando a teñir su voz— tal vez no seamos los mejores amigos del mundo, pero hasta alguien como tú necesita alguien con quien hablar de vez en cuando. Así que, puedes contar conmigo... Bien que te guardé el secretito del baño de niñas, ¿no?

El ojo de Levi tuvo un tic.

¿Acaso Hange nunca terminaría una frase sin burlarse de él?

—Tú sí que sabes arruinar los momentos —gruñó, bebiéndose el último trago de café, listo para irse de allí.

—Aprendí del maestro —contra-atacó Hange.

Levi chasqueó la lengua, un gesto típico suyo cuando algo le fastidiaba.

Se levantó, dispuesto a irse, pero Hange lo interrumpió.

—Hey, Levi… De verdad siento lo que ha pasado. Pero puedes contar con mi apoyo —sonrió amistosamente, un tipo de sonrisa muy raro en ella—. Conozco algunos otros especialistas, tal vez pueda recomendarte alguno de ellos… Incluso sé de una buena compañía que hace los mejores dispositivos cocleares del…

—No voy a necesitarlo —cortó él.

—Entonces deberías tomar clases-

—No necesito aprender nada —interrumpió—. La única seña que necesitaba aprender ya me la sé muy bien.

Hange no necesitó una demostración para saber de qué seña se trataba. Suspiró, recordándose a sí misma lo terco que se podía poner a veces su viejo compañero. Pero Hange no era el tipo de persona que se rendía tan fácilmente, aun cuando se trataba de alguien tan aterrador y amargado como Levi.

—Piénsalo —insistió—. Tengo una amiga que está dando clases, puedes ponerte en contacto con ella. Lo juro, no te arrepentirás…

«Ya me estoy arrepintiendo» pensó él.

—Esta es la dirección —Hange garabateó en una servilleta—, puedes ir mañana mismo, está por empezar con un nuevo grupo.

Levi ya iba a protestar, pero Hange dejó el papel en la mesa y se despidió rápidamente.

—¡Adiós, tengo que irme! ¡Me dio gusto verte aunque tu mal carácter arruinara el momento!

Y tan rápido como un personaje de caricaturas, desapareció por la puerta del cafetín con su larga bata de laboratorio ondeando al viento. Levi se quedó sentado en su lugar, observando la servilleta como si estudiara la forma de eliminar un insecto sin que sus asquerosos fluidos ensucien la mesa.

La dirección apenas se entendía en el mar de letras propio de un médico, y Levi casi llegó a la conclusión de que realmente en la escuela de medicina había una materia enteramente dedicada a los jeroglíficos. (Y los farmaceutas seguramente estudiaban cómo descifrarlos.) Tomó el pedazo de papel y se lo metió al bolsillo, sin poder creer que con garabatos feos y todo, la loca de su ex compañera de clases hubiera movido un ápice de curiosidad en él como para plantearse la idea de tomar su propuesta en serio.

*.*.*

Ya de vuelta en la habitación del hotel, Levi se dio cuenta que su compañera no había incluido el número de aula donde su amiga estaría dando su clase. Y también se percató de algo más.

¿Cómo diantres supo Hange lo de su oído?


Buenas, según mi reloj, días mundo de Fanfiction. Este mi primer aporte en mucho tiempo al fandom rivetra, y el primero multi-chapter que escribo. ¡qué emocióóón!

Debo decir que la idea nació hace un par de semanas, pero la inspiración me había abandonado con tan solo la primera línea escrita. Pero ahora no me pude despegar del computador hasta terminar de escribir el capítulo, así que aquí estamos.

Me gustaría decir un montón de cosas más sobre la historia, pero me temo que tomaría mucho espacio y tiempo, así que responderé sus preguntas por mensaje privado.

Por ahora me despido, no sin antes agradecer a quien quiera leer esta cosa, y darle un sincero agradecimiento a SilentSpaniard, quien sin quererlo, con su compromiso y determinación a deleitarnos con "Ni siquiera la muerte", me inspiró a darle vida a esta idea.

¡Hasta el próximo capítulo!

—Fanfiction, 26 de mayo de 2015.

Corregido el 13 de mayo de 2019.

PD: parece que ff ahora no deja poner más de dos líneas separadoras, así que tendré que recurrir al infame *.*.*

Casi cuatro años. Mátenme.