•Capítulo 1: Soñando despierta.
Era un buen día para soñar. Caían las últimas horas de la tarde, el sol proyectaba sombras alargadas cuando conseguía abrirse paso entre las densas nubes, pero en su mayor parte la luz dorada y traslúcida se quedaba prendida en las copas de los árboles y dejaba el lecho del bosque sumido en misteriosas sombras. En el aire del verano, cálido y húmedo, flotaba el perfume rosado y dulzón del néctar de madreselva, mezclado con el rico aroma marrón de la tierra y de la vegetación podrida, además del penetrante olor a verde de las hojas. Para Hermione Granger, los olores tenían color, y desde que era pequeña se entretenía poniendo colores a los aromas que percibía a su alrededor.
La mayoría de los colores eran obvios, extraídos del aspecto que tenía cada cosa. Naturalmente, la tierra olía a marrón; por supuesto, aquel aroma fresco y fuerte de las hojas era verde en su mente. El pomelo olía amarillo brillante; nunca había comido pomelo, pero en cierta ocasión había cogido uno en la frutería y había olfateado su piel, titubeante, y el olor había explotado en sus papilas gustativas, agrio y dulce a la vez. Le resultaba fácil poner color al olor de las cosas en la mente; en cambio, el color de los olores de las personas era más difícil, porque las personas no eran nunca una sola cosa, sino diferentes colores mezclados entre sí. Los colores no significaban lo mismo en los olores de la gente que en los de las cosas. Su madre, Renée, despedía un aroma rojo profundo y picante, con algunas volutas de negro y amarillo, pero el rojo picante casi aplastaba todos los demás colores. El amarillo era bueno en las cosas, pero no en las personas; ni tampoco el verde, ni siquiera algunos de sus matices.
Su padre, Amos, era una insoportable mezcla de verde, morado, amarillo y negro. Con él fue verdaderamente fácil, pues desde una edad muy temprana lo había asociado con el vómito. Beber y vomitar, beber y vomitar, eso era lo único que hacía papá. Bueno, y mear. Meaba mucho. El mejor olor del mundo, pensó Hermione mientras deambulaba entre los árboles contemplando los rayos de sol capturados y guardando su felicidad secreta en lo más hondo de su pecho, era el de Draco Malfoy. Hermione vivía por los breves atisbos de él que alcanzaba a ver en la ciudad, y si se encontraba lo bastante cerca para oír el sonido ronco y profundo de su voz, temblaba de alegría.
Hoy había logrado estar lo bastante cerca de él para olerlo, ¡Y él incluso la había tocado! Aún flotaba en una nube tras vivir aquella experiencia. Había entrado en la tienda de Hogsmeade con Lavander, su hermana mayor, porque ésta le había robado a Jane un par de dólares del bolso y quería comprarse un esmalte de uñas. El olor de Lavander era anaranjado y amarillo, una pálida imitación del aroma de Jane. Salieron de la tienda llevando el preciado frasco de esmalte de uñas rosa intenso cuidadosamente escondido en el sostén de Lavander para que Jane no lo viera. Lavander llevaba ya casi tres años usando sostén, y eso aunque sólo tenía trece años, un hecho que ella utilizaba para burlarse de Hermione cada vez que se le ocurría, pues Hermione tenía once años y aún no le habían salido tetas. Sin embargo, últimamente los pezones planos e infantiles de ella habían empezado a hincharse, y se sentía muy avergonzada de que alguien se los viera. Se daba mucha cuenta de cómo despuntaban bajo la fina camiseta de la Durnstrang que llevaba, pero cuando estuvieron a punto de chocar con Draco en la acera cuando éste entraba en la tienda y ellas salían, Hermione se olvidó de lo liviano de su camiseta.
—Una camiseta muy bonita.
Había dicho Draco con sus grises ojos brillando divertidos, y le había tocado el hombro. Draco estaba pasando en casa las vacaciones veraniegas. Jugaba al Quidditch para Durmstrang como buscador en su primer curso. Tenía diecinueve años, medía más de uno noventa y seguía creciendo, y pesaba ciento cinco compactos kilos. Hermione lo sabía porque lo había leído todo en la página deportiva de la gaceta local. Sabía que corría un 4,6 cuarenta y que tenía una gran velocidad lateral, fuera eso lo que fuera. También sabía que era muy guapo, no a lo fino, sino con el mismo estilo salvaje y poderoso que el estimado semental que poseía su padre, Lucius. Se le notaba su ascendencia francesa en el color de su tez y en la fuerte y nítida estructura ósea de su cara. Tenía un cabello rubio casi platinado y abundante que le caía sobre los hombros y le daba el aspecto tic un guerrero de la Edad Media que se encontrara accidentalmente en la época actual. Hermione se leía todas las novelas que caían en sus manos sobre caballeros medievales y sus bellas damas, por eso reconocía un Caballero en cuanto lo veía.
Sintió un cosquilleo en el hombro cuando la tocó Draco, y sus pezones hinchados se estremecieron y la hicieron sonrojarse y bajar la cabeza. Todos sus sentidos giraron en un torbellino al percibir su olor, compuesto por una mezcla penetrante e indefinible que no supo describir, caliente y almizclada, con un castaño chocolate aún más intenso que el de Jane, lleno de tentadores colores de matices profundos y lozanos. Lavander sacó hacia afuera sus senos redondos, cubiertos por una blusa rosa sin mangas. Se había dejado desabrochados los dos botones superiores.
—Y mi camiseta, ¿qué? -preguntó poniendo morritos para que sus labios también sobresalieran, tal como había visto hacer a Jane miles de veces.
—Te has equivocado de color -dijo Draco endureciendo el tono y poniendo en él una gota de desdén. Hermione supo la razón: Era porque Jane se acostaba con su padre, Lucius. Había oído cómo hablaban los demás de madre, y sabía lo que significaba la palabra «puta». Draco pasó entre ambas, empujó la puerta y desapareció en el interior de la tienda. Lavander se lo quedó mirando por espacio de unos segundos y después posó sus voraces ojos en Hermione.
—Déjame tu camiseta -le dijo.
—Te queda demasiado pequeña -replicó Hermione, y se alegró enormemente de que así fuera. A Draco le había gustado su camiseta, la había tocado, y ella no estaba dispuesta a renunciar a aquello. Lavander frunció el gesto ante aquella obvia verdad. Hermione era pequeña y delgada, pero incluso sus estrechos hombros pugnaban contra las costuras de su camiseta, que se le había quedado pequeña hacía dos años.
—Ya conseguiré otra -declaró.
Ella también, pensó la castaña ahora mientras contemplaba con expresión soñadora el parpadeo del sol entre los árboles. Pero Lavander no tendría la que había tocado Draco; ella se la había quitado nada más llegar a casa, la había doblado con todo cuidado y la había escondido debajo del colchón. La única forma de encontrarla era deshaciendo la cama para lavar las sábanas, y como ella era la única que hacía tal cosa, la camiseta permanecería a salvo y ella podría dormir encima todas las noches. Draco. La violencia de sus emociones la asustó, pero no podía controlarlas. Lo único que tenía que hacer era verlo, y el corazón empezaba a latirle con tal fuerza en su delgado pecho que le hacía daño en las costillas y sentía calor y escalofríos a un tiempo. Draco era como un dios en la pequeña población de Hosgmeade; era indómito como un potro, según decía la gente, pero estaba respaldado por el dinero de los Malfoy, e incluso de niño había poseído un duro e inquieto encanto que hacía aletear los corazones de las féminas. Los Malfoy habían engendrado un buen número de pícaros y renegados, y Draco pronto demostró tener el potencial para ser el más indomable de todos. Pero era un Malfoy, y aun cuando armara bronca, lo hacía con estilo.
A pesar de todo eso, nunca había sido desagradable con Hermione, tal como había ocurrido con algunas personas del pueblo. Su hermana Pansy escupió una vez en su dirección cuando Hermione y Lavander se tropezaron con ella en la acera. Hermione se alegraba de que Pansy se encontrase en Francia en un estirado colegio privado para señoritas y de que no fuera a casa con demasiada frecuencia, ni siquiera durante el verano, porque estaba en casas de amigas. Por otra parte, el corazón de Hermione había sufrido durante meses cuando Draco se marchó a la Durmstrang; Noruega estaba muy lejos, pero durante la temporada de fútbol no le quedaba mucho tiempo libre e iba a casa sólo en vacaciones. Siempre que sabía que Draco estaba en casa, Hermione intentaba dejarse caer por el pueblo en los lugares donde pudiera acertar a verlo, paseándose con la gracia indolente de un gato grande, tan alto y fuerte, tan peligrosamente excitante.
Ahora que era verano, Draco pasaba mucho tiempo junto al lago, lo cual era uno de los motivos de la excursión de Hermione a través del bosque. El lago era privado, abarcaba más de ochocientas hectáreas y estaba totalmente rodeado por las tierras de los Malfoy. Era alargado y de forma irregular, con varias curvas; ancho y bastante superficial en algunos sitios, estrecho y profundo en otros. La gran mansión de los Malfoy estaba situada al este del lago, la chabola de los Granger al oeste, pero ninguna de las dos se encontraba de hecho a la orilla del agua. La única casa de la ribera era la mansión de verano de los Malfoy, un edificio blanco y de una sola planta que contenía dos dormitorios, una cocina, un cuarto de estar y un porche provisto de una rejilla que lo rodeaba por entero. Debajo de la casa había un cobertizo para botes y un embarcadero, y también una barbacoa de ladrillo que habían construido. A veces, en verano, Draco y sus amigos se juntaban allí para divertirse nadando y remando toda la tarde, y Hermione se deslizaba entre los árboles de la orilla para alegrarse el corazón observándolo.
A lo mejor estaba allí hoy, pensó, sintiendo ya el dulce anhelo que la embargaba cada vez que pensaba en el rubio. Sería maravilloso verlo dos veces en un mismo día. Estaba descalza, y los raídos pantalones cortos que llevaba no le protegían las piernas de los arañazos y las serpientes, pero la castaña se encontraba tan cómoda en el bosque como las otras tímidas criaturas; no la preocupaban las serpientes, y no hacía el menor caso de los arañazos. Su largo cabello chocolate tendía a colgarle en desorden por delante de los ojos y molestarla, de modo que se lo había echado hacia atrás y lo había sujetado con una goma. Se deslizaba igual que un espectro entre los árboles, con una expresión soñadora en sus grandes ojos gatunos al imaginar a Draco en su mente.A lo mejor estaba allí; a lo mejor un día la veía oculta entre los arbustos, o asomada detrás de un árbol, y entonces le tendería la mano y le diría: «— ¿Por qué no sales de ahí y vienes a divertirte con nosotros?». Se perdió en la deliciosa fantasía de formar parte de aquel grupo de chicos bronceados por el sol, risueños y pendencieros, de ser una de aquellas muchachas que eran todo curvas y lucían breves bikinis.
Incluso antes de llegar al borde del claro en el que se alzaba la casa (le verano, vio el brillo plateado del Corvette de Draco enfrente del edificio, y el corazón empezó a latirle con familiar violencia. ¡Estaba Allí! Se deslizó silenciosamente tras el parapeto de un gran tronco, pero al cabo de unos instantes se dio cuenta de que no oía nada. No se percibía ningún ruido de chapoteos, voces, chillidos ni risas. A lo mejor estaba pescando desde el embarcadero, o quizá hubiera tomado el bote para dar un paseo. Hermione se acercó un poco más y torció hacia un lado para tener una vista del embarcadero, pero éste se encontraba desierto. Draco no estaba allí. Sintió que la invadía la desilusión. Si había tomado el bote, no había forma de saber cuánto tiempo hacía de eso, y ella no podía quedarse aesperarlo. Había robado aquel rato para sí, pero tenía que regresar pronto y ponerse a preparar la cena y cuidar de Scottie.
Estaba dando media vuelta para marcharse cuando le llegó un sonido amortiguado que la hizo detenerse con la cabeza inclinada para localizarlo. Salió de entre los árboles y dio unos cuantos pasos en dirección al claro, y entonces oyó un murmullo de voces, demasiado débil e indistinto para entenderlo. Instantáneamente, el corazón le dio otro vuelco; después de todo, sí que estaba allí. Pero se encontraba dentro de la casa; sería difícil atinar a verlo desde el bosque. Sin embargo, si se acercaba más, podría oírlo, y eso era todo lo que necesitaba. Hermione poseía el don de las criaturas pequeñas y silvestres para guardar silencio. Sus pies desnudos no hicieron el menor ruido al acercarse a la casa. Procuró permanecer fuera del campo visual en línea recta de todas las ventanas. El murmullo de las voces parecía provenir de la parte posterior de la casa, donde estaban los dormitorios.
Alcanzó el porche y se acuclilló junto a los escalones, e inclinó otra vez la cabeza en un intento de entender lo que estaban diciendo, aunque sin éxito. Pero era la voz de Draco; los tonos graves eran inconfundibles, al menos para ella. Entonces oyó un suspiro, una especie de gemido, de una voz mucho más aguda. Atraída de forma irresistible por la curiosidad y por el imán de la voz de Draco, la castaña abandonó su postura en cuclillas y tiró con cautela de la manilla de la puerta. No estaba cerrada. La abrió apenas lo suficiente para que pudiera pasar un gato, y deslizó su cuerpo delgado y ligero al interior, y después, con idéntico silencio, dejó que se cerrase la puerta. Se puso a gatas y avanzó sobre las tablas del porche en dirección a la ventana abierta de uno de los dormitorios, del cual parecían provenir las voces. Oyó otro suspiro.
—Draco -dijo la otra voz, una voz de chica, tensa y temblorosa.
—Chist -murmuró Draco, un sonido grave que apenas le llegó a Hermione. Dijo algo más, pero fue algo que Hermione no logró entender. Luego dijo — Mon chére – y en ese momento todo encajó de pronto. Draco estaba hablando en francés, y tan pronto cayó en la cuenta aquel las palabras cobraron sentido en su mente, como si hubiera hecho falta aquella pequeña comprensión para que los sonidos encontrasen el ritmo necesario en su cerebro. Aunque los Granger no eran inmigrantes franceses ni criollos, Hermione entendía la mayor parte de lo que Malfoy estaban diciendo. La mayoría de los parroquianos hablaban y entendían francés, en diversos grados.
Sonaba como si estuviera tratando de tranquilizar a un perro asustado, pensó la castaña. Su voz era cálida y arrulladora, salpicada de ¡rases halagadoras y cariñosas. Cuando la muchacha habló de nuevo, su voz todavía sonó tensa, pero esa vez tenía un matiz de embriaguez. Llevada por la curiosidad, Hermione se echó hacia un lado y movió con cuidado la cabeza para asomar un ojo por el marco de la ventana abierta Lo que vio la dejó congelada en el sitio. Draco y la chica estaban desnudos en la cama, la cual estaba colocada con el cabecero debajo de la ventana de la pared adyacente. Ninguno de los dos tenía probabilidades de verla, lo cual era un golpe de suerte, pues Hermione no podría haberse movido incluso aunque ambos se la hubieran quedado mirando directamente.
Draco estaba tendido de espaldas a ella, con el brazo izquierdo colocado debajo de la cabellera castaña de la muchacha. Se inclinaba sobre ella de un modo que hizo que hermione contuviera la respiración, porque había en aquella postura algo a la vez protector y depredador. La estaba besando, unos besos lentos que dejaban la habitación en silencio excepto por los profundos suspiros de ambos, y tenía el brazo derecho... Parecía como si... estuviera... Cambió de postura, y Hermione. vio con claridad que tenía la mano derecha entre los muslos desnudos de la chica, justo encima de su gatito peludo.
Hermione se sintió mareada, y cayó en la cuenta de que le dolía el pecho de aguantar la respiración. Exhaló el aire con cuidado y apoyó la mejilla contra la madera blanca. Sabía lo que estaban haciendo. Tenía once años y ya no era una niña aunque todavía no le hubieran empezado a crecer los pechos. Varios años antes había oído a Jane y a papá haciendo lo mismo en su dormitorio, y su hermano mayor, Russ, le había explicado gráficamente y sin ningún pudor cómo era la cosa. Ella había visto a perros hacerlo, y también había oído chillar a los gatos mientras lo hacían. La chica lanzó un grito, y Hermione volvió a mirar. Esta vez Draco estaba encima de ella, todavía murmurando suavemente en francés, halagándola, calmándola. Le decía lo bonita que era y lo mucho que la deseaba, tan atrayente y deliciosa. Y mientras hablaba iba ajustado su posición, abriéndose paso entre los cuerpos de los dos con la mano derecha y apoyado sobre el codo izquierdo. Debido al ángulo, Hermione no veía lo que estaba haciendo, pero de todas maneras ya lo sabía.
Le causó una fuerte impresión reconocer a la chica: Astoria Greengrass. Su padre era un abogado de Hogsmeade.
—¡Draco! -exclamó Astoria con voz tensa-. ¡Dios mío! No puedo...
Las musculosas nalgas de Draco se contrajeron, y la muchacha se arqueó bajo él, gritando otra vez. Pero estaba aferrada a Draco, y el grito fue de intenso placer. Movió sus largas piernas, enroscando una alrededor de la cadera de Draco y anclando la otra al muslo. El rubio comenzó a moverse despacio. Su cuerpo joven y musculoso se estremecía de fuerza. La escena era cruda y perturbadora, pero también había en ella una belleza que tenía cautivada a Hermione. Draco era tan grande y fuerte, con su bronceado cuerpo, elegante e intensamente masculino, mientras que Astoria era esbelta y bien proporcionada, delicadamente femenina en su manera de suspirar.
Draco parecía tener exquisito cuidado con ella, y ella disfrutaba mucho, aferrada a la espalda de él con sus esbeltas manos, la cabeza arqueada hacia atrás y moviendo las caderas a la par del lento ritmo del muchacho. Hermione los contempló a ambos con ojos ardientes. No estaba celosa. Draco estaba tan por encima de ella, y ella era tan joven, que nunca había pensado en él en sentido romántico y posesivo. Draco era el brillante centro de su universo, un ser al que había que rendir culto desde lejos, y ella se sentía tontamente feliz con sólo verlo de forma ocasional. Hoy, cuando él de hecho llegó a hablarle, y tocó su camiseta, se sintió en el paraíso. No podía imaginarse a sí misma en el lugar de Astoria, desnuda entre sus brazos, ni siquiera imaginarse cómo sería aquello.
Los movimientos de Draco iban haciéndose más rápidos, la muchacha gritó de nuevo agarrada a él, con los dientes apretados como si sufriera dolor, pero Hermione sabía de manera instintiva que no era así. Draco estaba ya arremetiendo contra ella, también con la cabeza inclinada hacia atrás, el cabello largo y negro empapado en las sienes y rozando sus hombros sudorosos. Se estremeció y tensó, y de su garganta surgió un sonido áspero y profundo.
A Hermione le latía el corazón con fuerza, y se apartó de la ventana con los ojos muy abiertos para deslizarse por la puerta acristalada y salir del porche tan silenciosamente como había entrado. De modo que así era. Había visto a Draco haciéndolo, precisamente. Sin la ropa, era todavía más guapo de lo que había imaginado. No había hecho nos asquerosos ruidos parecidos al resoplar de un cerdo que hacía papá, cuando estaba lo bastante sobrio para convencer a Jane de que entrase en el dormitorio, lo cual no sucedía muy a menudo en los dos últimos años.
Si el padre de Draco, Lucius era tan guapo haciéndolo como lo era Draco, pensó Hermione con vehemencia, no podía censurar a Jane por haberlo preferido a papá. Alcanzó la seguridad del bosque y se deslizó en silencio entre los árboles. Era tarde, yprobablemente papá le echaría una reprimenda al llegar a casa por no estar allí para hacerle la cena y ocuparse de Scottie, tal como se suponía que debía hacer, pero valdría la pena. Había visto a Draco.
Exhausto y feliz, tembloroso y jadeante tras el orgasmo, Draco levantó la cabeza de la curva que formaban el cuello y el hombro de Astoria. Ella también jadeaba, con los ojos cerrados. Había pasado la mayor parte de la tarde seduciéndola, pero el esfuerzo había merecido la pena. Aquella larga y lenta preparación había hecho que el sexo fuera mejor de lo que había esperado. Un relámpago de color, un movimiento minúsculo en su visión periférica, atrajo su atención, y volvió la cabeza hacia la ventana abierta y la arboleda que se extendía más allá del porche. Alcanzó a ver sólo por un instante una figura pequeña y frágil coronada de pelo chocolate oscuro pero eso le bastó para identificar a la más joven de los Granger.
¿Qué haría la niña merodeando por el bosque tan lejos de su chabola, Draco no dijo nada a Astoria, pues a ésta le entraría el pánico si creyera que alguien podía haberla visto colarse en la casa con él, aunque ese alguien fuese sólo un miembro de aquella gentuza de los Granger. Ella estaba prometida a Gregory Goyle, y no le haría ninguna gracia que nada le jodiera eso, ni siquiera su propia jodienda. Los Goyle no eran tan ricos como los Malfoy -nadie lo era en aquella parte de Londres-, pero Astoria sabía que podía manejar a Gregory de una forma en que jamás podría manejar a Draco. Draco era el pez más gordo, pero no sería un marido cómodo, y Astoria era lo bastante astuta para saber que de todos modos no tenla ninguna posibilidad con él.
—¿Qué pasa? -murmuró, acariciándole el hombro.
—Nada. -Draco volvió la cabeza y la besó, intensamente, y después desentrelazó los cuerpos de ambos y se sentó en el borde de la cama Es que acabo de darme cuenta de lo tarde que es. Astoria echó un vistazo a la ventana y observó que se iban alargando las sombras, y se incorporó con un gritito.
—¡Dios mío, esta noche tengo que cenar con los Goyle! ¡No voy a poder estar lista a la hora!-Saltó de la cama y empezó a recoger las prendas de ropa dispersas por la habitación.
Draco se vistió más pausadamente, pero su cabeza seguía dando vueltas a la niña de los Granger. ¿Los habría visto? Y si era así, ¿diría algo? Era una niña extraña, más tímida que su hermana mayor, que ya daba signos de ser una ramera tan grande como su madre. Pero la pequeña tenía unos ojos maduros en aquella carita de niña, unos ojos que le recordaban a los de un gato, de color avellana con manchas doradas, de forma que unas veces eran verdes y otras parecían amarillos.
Tenía la sensación de que ella no se había perdido mucho; debía de saber que su madre era la amante del padre de él, que los Granger vivían en aquella chabola sin pagar alquiler para que Jane estuviera a mano cada vez que Lucius Malfoy. la deseara. La niña no se arriesgaría a ponerse en contra de ningún Malfoy.
Pobre niña, tan delgada y pequeña y con aquellos ojos de vidente. Había nacido en la basura, y nunca tendría la oportunidad de salir de ella, suponiendo que quisiera hacerlo. Amos Granger era un borracho mezquino, y los dos chicos mayores, Russ y Nicky, eran unos matones vagos y ladrones, tan mezquinos como su padre y con visos de convertirse también en borrachos. A la madre, Jane, también le gustaba la botella, pero no había permitido que la dominase como le había pasado a Amos. Ella era lozana y hermosa, a pesar de haber parido cinco hijos, y poseía aquel cabello chocolate oscuro que sólo había heredado su hija pequeña, además de los ojos avellana y el delicado cutis de nata. Jane no era mezquina, como Amos, pero tampoco hacía mucho de madre con sus hijos. Lo único que le importaba era que la follaran. Incluso se hacían bromas sobre ella en la parroquia.
Jane permanecía abajo, siempre que hubiera un hombre dispuesto a subirse encima de ella. Exudaba sexo, sexo lascivo, y atraía a los hombres hacia ella igual que una hembra en celo a un perro.
Lavander, su hija mayor, era un auténtico zorrón en ciernes, y ya andaba a la caza de cualquier polla dura que pudiera encontrar. Tenía la misma fijación mental que Jane en lo que se refería al sexo, y Draco dudaba mucho de que todavía fuera virgen aunque sólo estuviera en los primeros años de la secundaria. No dejaba de ofrecérsele a él, pero Draco no se sentía tentado lo más mínimo.
Antes se follaría a una serpiente que a Lavander Granger.
El chico más joven de los Granger era retrasado. Draco lo había visto sólo una o dos veces, y siempre agarrado a las piernas de la hermana pequeña... ¿Cómo se llamaba esa niña, maldita sea?
Un minuto antes había pensado algo que le recordaba a ella... ¿Hermes? ¿Dione? No,
era otra cosa, pero que se le parecía... Hermione. Eso era. Un nombre curioso para una Grander, ya que ni Amos ni Jane eran cultos en absoluto.
Con una familia así, la niña estaba perdida. Un par de años más y seguiría los pasos de su madre y de su hermana, porque no conocería otra cosa. Y aunque conociera otra cosa, de todas formas todos los chicos la rondarían como lobos sólo por ser una Granger, y no aguantaría mucho tiempo.
La parroquia entera estaba al corriente de que el padre de Draco se acostaba con Jane, y de que llevaba años haciéndolo. Por mucho que Draco quisiera a su madre, suponía que no podía censurar a Lucius por buscar en otra parte; Narcissa era la persona menos física que había visto. A sus treinta y nueve años seguía siendo tan fría y encantadora como una Virgen María, indefectiblemente pulcra y compuesta, y distante. No le gustaba que la tocaran, ni siquiera sus hijos. Lo increíble era que hubiera tenido hijos. Por supuesto, Lucius no le era fiel, jamás lo había sido, para gran alivio de ella.
Lucius Malfoy era lujurioso y de sangre caliente, y se había abierto camino hasta muchas camas ajenas antes de sentar la cabeza, más o menos, con Jane Granger. Pero siempre era amablemente cortés y protector con Narcissa, y Draco sabía que no la dejaría nunca, sobre todo por una puta barata como Jane.
La única persona que estaba molesta con aquella situación, por lo visto, era su hermana Pansy. Afectada por el distanciamiento emocional de Narcissa idolatraba a su padre y sentía unos celos feroces de Jane, tanto en nombre de su madre como porque Draco pasaba mucho tiempo con ella. En la casa había mucha más calma ahora que Pansy se había ido a un internado y había empezado a relacionarse con sus amigas de allá.
—Draco, date prisa -rogó Astoria frenética.
Él metió los brazos por las mangas de la camisa, pero no se molestó en abotonársela y la dejó abierta.
—Ya estoy listo. -La besó y le acarició el trasero.— No permitas que se te alboroten las plumas, chérie. Lo único que tienes que hacer es cambiarte de ropa. El resto de ti está maravilloso, como eres tú.
La muchacha sonrió, contenta por el cumplido, y se calmó un poco.
—¿Cuándo podemos repetir esto? -preguntó al tiempo que salían de la casa. Draco rió en voz alta. Le había costado la mayor parte del verano meterse en las bragas de la chica, pero ahora ella no quería perder más tiempo. Perversamente, ahora que ya era suya, una buena parte de su implacable determinación se había evaporado.
—No lo sé -respondió en tono perezoso-. Pronto tengo que regresar a la facultad para practicar con el fútbol. Para mérito suyo, Astoria no hizo pucheros. En lugar de eso, sacudió la cabeza para que el viento le levantara el pelo mientras el Corvette avanzaba por el sendero privado en dirección a la carretera, y le sonrió.
—Cuando quieras. -Era un año mayor que él, y poseía su dosis de seguridad en sí misma.
El Corvette entró derrapando en la carretera, agarrándose al asfalto con los neumáticos. Astoria rió mientras Draco manejaba con facilidad el potente automóvil.
—Te dejaré en casa dentro de cinco minutos -Prometió. Él tampoco quería que nada interfiriese en el compromiso de Astoria y Gregory.
Pensó en la pequeña y escuálida Hermione Granger, y se preguntó si habría conseguido llegar bien a su casa. No debería andar por ahí sola en el bosque de aquella manera. Podría hacerse daño, o perderse. Peor aun aunque se trataba de una finca privada, el lago atraía a los chicos del instituto como un imán, y Draco no se hacía ilusiones acerca de los Adolescentes cuando formaban pandilla. Si perseguían a Hermione, tal vez no se detuvieran a pensar lo joven que era, sólo pensarían que era una Granger , Caperucita Roja no tendría ninguna posibilidad frente a los lobos. Alguien tenía que vigilar más de cerca a aquella niña.
¡Hola! Primero que nada quiero decir que estas historia es la maravillosa Linda Howard y los perfectos personajes de la extraordinaria y hermosa Jk Rowling. Me gustaba la idea de traer esta historia a Fanfiction con un DRAMONIE. Aclaro que si ven algo raro por ahí es porque trate de adaptarlo con lugares donde se desarrolla Harry Potter y aun dejándolo en su mayoría out.
¡Espero que les guste tanto como a mi! Dependiendo de la respuesta haré todo lo posible por subir los demás capítulos si no los iré subiendo gradualmente para finalizarla pero no tan seguido.
