Rated: M+
Género: Romance, Angst, Drama, AU.
Palabras: 15000 aprox.
Capítulos: 5
Beta reader: Pukitchan Shindou (¡Gracias totales, cariño!)
Advertencias: Depresión. Mención de autolesión (leve). Viktor tiene un pasado trágico. SLASH (relación hombre/hombre). Si no es lo tuyo, por favor, no leas ;)
Disclaimer: Los personajes de Yuri! On Ice son propiedad de Mitsurō Kubo, Sayo Yamamoto y MAPPA. La historia a continuación es de mi autoría, tomo responsabilidad por ella y no gano más que paz mental por publicarla.
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Siempre tendremos París
Maye Malfter
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Capítulo 1 - L'encre de tes yeux
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—Dime que no hablas en serio.
—Totalmente en serio. Mucho más en serio de lo que he hablado nunca.
—Pe-pero nosotros… Nuestra promesa…
—Cambié de parecer. Me di cuenta de que no quiero seguir patinando, y menos con un entrenador que ni siquiera fue capaz de llevarme al podio del Grand Prix.
—Yo… lo lamento.
—Y yo también. Pero es hora de dejar de lamentarse. Por favor regresa a Rusia. Regresa al patinaje y olvídate de mí. Es lo mejor para todos.
—Pero Yuuri, yo…
—Dasvidaniya, Viktor.
...
—¡Eh, Katsuki! Pareces muerto en vida. Necesitas unas vacaciones.
Nishigori le llamaba desde el lado exterior de la pista de hielo, mientras sus jóvenes pupilos, uno por uno, la abandonaban para ir a dejar los patines con Yuko.
—Es que no dormí bien, eso es todo —respondió Yuuri, intentando restarle importancia—. Los días libres de Navidad serán más que suficiente descanso.
—No sé, Yuuri —insistió Nishigori, siguiéndole mientras caminaba desde la pista hacia los vestidores—. Te ves demacrado. Más que de costumbre. ¿Estás seguro de que te sientes bien?
Yuuri tomó asiento, suspiró y comenzó a quitarse los patines como un autómata. Compuso su mejor cara de "no pasa nada, estoy bien" y alzó el rostro para enfrentar la mirada preocupada de su amigo de la infancia.
Por supuesto que no estaba bien, no estaba bien para nada. Estaba hasta la coronilla de soñar una y otra vez con esa noche; esa conversación, esa despedida… Pero nadie aparte de él sabía lo sucedido, y de todas maneras nadie sería capaz de entenderlo, así que ¿para qué molestarse en explicarlo?
—Estoy bien, Nishigori, de verdad —aseguró, esperando sonar convincente—. El descanso de Navidad servirá.
Nishigori entornó los ojos hacia él, con evidente desconfianza, pero al final se encogió de hombros.
—Espero que sea cierto —sentenció, sin demasiada convicción—. Iré a ayudar a Yuko a cerrar. ¿No te quedarás a practicar un poco?
Yuuri negó con la cabeza y compuso un intento de sonrisa. Su amigo lo miró por un par de segundos antes de encogerse de hombros otra vez y encaminar hacia la recepción.
Yuuri volvió a suspirar, esta vez con la mera intención de disipar el horrible nudo en medio del pecho, que amenazaba con llenar sus ojos de odiosas y delatoras lágrimas. Cerró los ojos y empuñó las manos, apretando hasta que sintió las uñas clavarse en la carne.
Uno, dos, tres, cuatro, cinco… suelta.
Desempuñó las manos y exhaló por la boca, sintiendo el leve escocer de las marcas de uñas que acababa de hacerse en las palmas. Abrió los ojos de manera tentativa y descubrió que ya no tenía ganas de llorar. No de momento, al menos. El dolor real servía de paliativo para el dolor mental, eclipsando su tristeza el tiempo suficiente para permitirle funcionar como un adulto normal.
Terminó de quitarse los patines y los guardó en su casillero personal. Se puso los zapatos, el abrigo, el gorro, los guantes, la bufanda y se colgó la mochila en la espalda, asegurándose de mantener la mente en blanco.
—Me voy a casa —anunció al pasar frente a la recepción del Ice Castle Hasetsu—. Que tengan linda noche.
—¿No te quedas a practicar? —preguntó Yuko, mientras sorteaba varios pares de patines entre los estantes de talla pequeña.
Yuuri se giró para mirarla, componiendo la misma sonrisa tranquilizadora que usaba para zafarse de dar explicaciones largas.
—Se me hace tarde para ayudar a Mari con unas cosas del hotel —explicó—. Temporada alta, ya sabes. La gente adora pasar la Navidad cerca de un buen pozo de aguas termales.
Yuko le dedicó la misma mirada suspicaz que le dio su esposo minutos antes, pero no dijo otra cosa al respecto. Se limitó a sonreírle y desearle felices fiestas, aun estando casi seguro de que pronto se volverían a ver. Él, su familia y amigos pasarían las noches siguientes cenando y compartiendo en el comedor del Yu-topia Katsuki, como era su costumbre desde que Yuuri podía recordar.
Yuuri salió del Ice Castle y volvió a suspirar, sintiendo el nudo en medio del pecho comenzar a formarse otra vez. Se alejó de las puertas de vidrió y, tan discretamente como pudo, volvió a cerrar los ojos.
Comenzó a contar, clavando las uñas en una sección diferente de sus palmas dejando el tiempo pasar. Cinco segundos después, abrió los ojos y emprendió el camino hacia su casa, con los audífonos puestos en volumen máximo para no pensar en otra cosa que no fuera la estridente música de su móvil.
...
—Yuuri, cielo, ¿puedo pasar?
La voz de su madre llegaba amortiguada desde afuera de su habitación. Yuuri se giró sobre la cama, completamente despierto, pero sin ganas de levantarse todavía.
No estaba seguro de cuánto tiempo llevaba así, intentando engañarse a sí mismo para volver a conciliar el sueño. Pero debían de ser mínimo un par de horas, juzgando por la posición del rayo de sol que se colaba por una rendija en su ventana.
—Pasa, mamá —dijo después de un momento, enjugándose la cara y sentándose sobre la cama. Definitivamente ya no iba a dormirse otra vez, así que lo mejor sería comenzar el día.
Su madre abrió la puerta y le sonrió desde el umbral. Llevaba en las manos una bandeja de madera con algo de comida y una taza, que Yuuri luego descubrió, era té de hierbas dulces.
—Te traje el desayuno —confirmó la mujer, colocando la bandeja a un lado de la cama—. Espero que todavía te gusten los panqueques con miel y mantequilla —dijo, sentándose con cuidado cerca de Yuuri—. Te encantaban de pequeño, pero últimamente veo que ni siquiera comes katsudon, así que no sé…
Su mamá se quedó viéndose las manos por un par de segundos, y Yuuri supo de inmediato que el desayuno a la cama no era ninguna casualidad. Se preparó mentalmente para una regañina o alguna clase de pregunta incómoda.
—Los panqueques están bien. Gracias, mamá —dijo para romper el hielo. Su madre alzó el rostro para mirarle; parecía resuelta.
—Tu padre, tu hermana, tus amigos y yo decidimos que te tienes que ir de viaje.
La mujer soltó la frase como si quisiera decirlo todo antes de perder el valor, y a Yuuri le tomó un par de segundos procesar lo que había escuchado.
—¿Qué quién quiere qué? —preguntó al final. Su madre puso una mano sobre la de él y le sonrió de nuevo.
—Hemos estado hablando, cielo… tu padre, tu hermana, los Nishigori, Minako y yo. Estás fatal. No duermes, casi no comes, pareces muerto en vida. Sé que todo este año sin Viktor ha sido… difícil para ti, y todos hemos tratado de darte tu espacio, pero...
Pero temen que me pase algo malo si ellos no hacen nada primero, completó Yuuri en su cabeza. Sintió el nudo dentro del pecho apretarse, por la mera mención del nombre de Viktor en voz alta. ¡Con cuánto ahínco había tratado de huir de ese nombre y de lo que significaba! Pero, por supuesto, sus mejores esfuerzos no habían sido suficientes.
El hombre había vuelto a las pistas de hielo a comienzos de temporada, ganando el oro en cada competición y llevándose el primer puesto en el podio del Gran Prix con la facilidad que le daba ser Viktor Nikiforov. Yuuri no seguía las competencias, claro, pero rodeado como estaba de locos por el patinaje, no había sino que sentarse en el salón del Yu-topia para saber hasta de qué color era el vestuario del ruso.
—Su tema de este año es "Ascenso y caída" —le escuchó decir a Minako, mientras él limpiaba las mesas del salón. Su antigua profesora de ballet veía el canal deportivo sin prestar atención a nadie más y hablaba para sí misma, como era su costumbre cuando bebía demasiado—. Siendo la temporada de su gran regreso a las pistas de hielo, ¿no debería ser al revés? Qué ruso tan raro…
Yuuri ni siquiera tuvo el valor para ver sus presentaciones después de eso. Siempre excusándose cuando todos veían el canal de deportes, yendo a correr o a practicar en el Ice Castle… o a sentarse en la orilla de la playa a llorar como idiota.
Todo lo que sabía era que Viktor llegó invicto a la final del Grand Prix y se llevó su sexta medalla de oro como quien reclama el trono que le pertenece. Quedó por encima de Yurio y Otabek, quienes ganaron la plata y el bronce respectivamente, según tenía entendido.
La final tuvo lugar prácticamente en las mismas fechas que el año anterior. Y eso le recordó con bastante claridad la noche en la cual, tras quedar quinto en su propia competición, Yuuri le pidió a Viktor que dejara de ser su entrenador y que no se comunicaran nunca más.
En ese momento, todo en lo que Yuuri podía pensar era en haberle fallado a él, a su familia, a sus amigos y a todos los que esperaban que sirviera para algo más que para ocupar espacio. Viktor intentó subirle el ánimo, diciendo que ya les iría mejor en la próxima competencia, pero Yuuri sabía que era completamente injusto para Viktor quedarse al lado de una excusa de patinador como él.
Así que hizo lo que creyó conveniente: terminó con Viktor, se fue de Barcelona sin asistir al banquete de clausura, cambió de número de teléfono tan pronto llegó a casa y se aseguró de enviar todas las pertenencias de Viktor por correo hasta su departamento en San Petersburgo, antes de que al hombre le diera tiempo de viajar a Japón con el pretexto de recogerlas.
Minako le hizo el favor de ir a Rusia a llevar a Makkachin (y alguna que otra cosa que los de la mudanza habían pasado por alto) sin preguntar nunca las razones de su separación.
De hecho, nadie le preguntó sus razones ni el motivo por el cual Viktor no regresó ni siquiera a despedirse. Para ser gente tan entrometida, ya era raro que no hubieran hecho algo como esto.
—…creemos que te hará bien pasar las fiestas en otro lugar, cariño. Algo festivo que te anime y te saque de la rutina. Y Minako dice que París es hermoso en esta época del año…
—¿París?
Yuuri por fin salió de su ensimismamiento tras las últimas palabras de su madre. ¿Acaso escuchó bien?
—¿No te gusta Francia? —preguntó ésta, con un ligero gesto de preocupación—. Pensé que siempre habías querido ir de visita.
—S-sí, siempre he querido ir —confirmó Yuuri, un tanto descolocado—. Pero era más una idea que otra cosa.
—Oh, pero las ideas vienen de algún lado, ¿no? —le alentó la mujer, sonriendo otra vez—. ¡Navidad en París! —exclamó, evidentemente emocionada—. La nieve, las luces, la torre Eiffel…
—Así que iremos a París a pasar las fiestas —dijo Yuuri, intentando dar forma a la conversación de su madre.
—No, tontito —negó ella con delicadeza—. No "iremos" a París. Tú irás a París. Tu hermana, tu padre y yo tenemos mucho trabajo que hacer en el hotel. Es temporada alta.
Yuuri abrió los ojos como platos y se dio cuenta de que no traía sus anteojos. Los buscó a tientas y al colocárselos observó a su madre y lo muy seria que parecía en su explicación, a pesar de estar sonriendo todavía.
—Yo no puedo ir a París a pasar la Navidad —repuso Yuuri, tan pronto pudo encontrar las palabras dentro de su garganta—. También tengo que ayudar aquí. El hotel, los turistas y la cena de Navidad…
—Sobrevivimos sin ti por cinco años, ¿recuerdas? —dijo su madre, como si fuera lo más obvio del mundo—. Un año más no quiere decir nada. Aparte, esto es algo que necesitas hacer. Te hará bien cambiar de aires, y ya nos contarás cómo te fue.
—Pe-pero…
Yuuri intentaba dar con una razón lógica e irrefutable para decirle a su madre que lo mejor que podía hacer era quedarse en Hasetsu a pasar las fiestas, pero no se le ocurría ninguna. No había nada que le retuviera en su pueblo, así como no lo hubo durante su entrenamiento en Detroit. Su madre lo sabía y por eso sonreía tanto. Yuuri no tenía escapatoria a su propuesta.
—Pero nada, jovencito —zanjó ella—. Irás a París a pasar las fiestas y es lo último que quiero escuchar al respecto. ¡Y nada de excusas tontas! No quiero oírte decir que no puedes viajar porque no sabes francés o algo así.
Su madre le dio un par de palmaditas en el brazo y se levantó de la cama. Caminó hasta la puerta y se giró hacia él justo al pasar el umbral.
—Yo que tú, me comería eso rápido y comenzaría a empacar —recomendó, mirando la bandeja con panqueques que Yuuri no había alcanzado a tocar todavía—. Minako dijo que estaría aquí en una hora para llevarte a la estación, y no queremos que pierdas tu vuelo, ¿verdad?
Sin decir más, su madre cerró la puerta de su habitación, dejándole con un revoltillo de sentimientos y cero apetito para acabarse los panqueques.
...
Tras cerrar la puerta de su habitación de hotel, Yuuri soltó su maleta y se lanzó de cualquier manera sobre la cama.
Las doce horas de vuelo hasta París le habían dejado totalmente agotado, sobre todo porque apenas tuvo tiempo de prepararse para el viaje. Se sentía cansado hasta las raíces del cabello, desganado y un poco hambriento, pues en el avión sólo le dieron un par de sándwiches a mitad de camino.
Resultó que el viaje pagado por su familia y amigos era un tour a París, en el cual podía (o no) recorrer la ciudad junto a un montón de amigables extraños. Si era honesto consigo mismo, lo que menos le apetecía era socializar o relacionarse con desconocidos, pero perderse en París no sonaba exactamente llamativo tampoco. Así que tendría que obligarse a ser lo menos descortés posible hasta que se le ocurriera un mejor plan.
Eran cerca de las ocho de la noche y la habitación estaba a oscuras, pero las luces de la ciudad se colaban por la gran ventana al fondo. Yuuri alzó la cabeza un poco para ver hacia el exterior, y una parte de la iluminada Torre Eiffel se reflejó en sus anteojos. No estaba tan cerca como para llegar caminando, pero por lo que sabía, estaba bastante más cerca de lo que muchos tours económicos se permitían.
Su familia y amigos sin duda se habían gastado una buena cantidad para regalarle ese viaje, y lo menos que podía hacer Yuuri era disfrutar lo más posible. O al menos intentarlo con todas sus fuerzas.
Un sonido característico inundó la habitación: el de su pobre estómago reclamando algo de sustento. Yuuri suspiró y se levantó de la cama, yendo a encender las luces y pensando para sus adentros en lo mucho que le desagradaba tener que comunicarse en inglés con los del servicio a la habitación.
Su acento no era el peor del mundo ni mucho menos, todos sus amigos de Detroit se lo hacían ver siempre que podían. Pero para Yuuri, hablar en otro idioma con gente desconocida era el equivalente a esas pesadillas en las que alguien está desnudo frente a un auditorio y se le olvida lo que debe decir.
Su habitación era pequeña pero confortable, paredes color salmón con decorado de madera pulida, alfombra en todo el piso, baño privado, una pequeña mesa con silla, un mini refrigerador, un televisor empotrado en la pared, cama matrimonial y un enorme ventanal al fondo.
Le recordaba un poco su habitación en Barcelona de un año atrás y Yuuri tuvo que hacer un gran esfuerzo por no quedarse enganchado en ese recuerdo. Cerró los ojos y repitió su rutina, clavando las uñas con fuerza en la palma de la mano. Cinco segundos. Diez segundos. Los segundos que fue capaz de soportar hasta que el dolor se hizo demasiado agudo.
Desempuñó las manos y volvió a tomar un respiro, abrió los ojos y notó el mundo un poco más borroso que de costumbre. Se examinó las manos y comprobó los daños; negó con la cabeza. Hacía muchos meses que no se lastimaba tanto, tendría que lavarse las heridas y vendarlas para no contraer alguna infección.
Hizo una mueca de fastidio. Mal comienzo para las vacaciones, pensó, metiéndose al baño para lavarse las manos.
...
Torrentes de luz natural le despertaron la mañana siguiente.
La noche anterior, después de vendar sus manos y de comer lo que pidió por servicio a la habitación, Yuuri sucumbió al cansancio. No se cambió de ropa ni corrió las cortinas del ventanal, lo que ahora le estaba trayendo consecuencias.
Se giró sobre la cama, dándole la espalda al ventanal y cubriéndose la cabeza con una almohada. Apretó los ojos e intentó volver a dormirse, pero era en vano. Una vez despierto, volver a atrapar el sueño era como intentar atrapar una mosca con un par de palillos.
Decidió levantarse y comenzar el día. Se duchó, cambió los vendajes de sus manos y tomó sus cosas para bajar a desayunar en el restaurante del hotel.
El guía de su tour estaba desayunando también, y Yuuri aprovechó para informarse del itinerario. Resultó que lo único por hacer para entrar en el recorrido del día era estar listo para salir antes de las diez de la mañana y esperar por el guía en el lobby del hotel. Yuuri así lo hizo, y a las diez en punto estaba sentado en un bus turístico con rumbo a las mejores atracciones de París.
El paseo fue bastante completo y agradable, y acaparó todo su día, justo como Yuuri esperaba que sucediera.
Comenzaron por visitar el Palacio Nacional de los Inválidos, con sus iglesias, el Museo del Ejército y la tumba de Napoleón Bonaparte. Siguieron con el Petit Palais, la Plaza de la Concordia, los Campos Elíseos y el Arco del Triunfo.
Desde la parte alta del Arco, las vistas eran simplemente preciosas, y Yuuri se aseguró de tomar tantas fotos como le fuera posible. Se prometió a sí mismo llevar a su madre a pasear por París en cuanto tuviera la oportunidad.
Al dejar el Arco del Triunfo, el tour dio un pequeño desvío para comer en un encantador café con mesas en el exterior. El clima era bastante frío, propio de la época decembrina, así que resultaba agradable estar afuera y sentir el calorcillo del sol.
Yuuri comió solo, pero no le importó demasiado. El lugar era muy lindo, el ambiente ideal y la comida muy rica y exótica. No era como si su depresión se hubiera curado por estar medio día recorriendo la Ciudad Luz, pero cambiar de aires ciertamente le ayudaba a despejar la mente de tantas tonterías que la ocupaban a diario.
Después del almuerzo, el guía los llevó a visitar el Museo del Louvre, donde pasaron buena parte de la tarde. Había tanto por ver que Yuuri tuvo que priorizar las exposiciones por orden de "moriré si no voy a esta" y "si no voy a esta, moriré un poco menos". Al final, se conformó con ver todo lo que estuviera a su alcance hasta que llegara la hora pautada para encontrarse con los otros en la pirámide central.
Del Louvre pasaron a la Catedral de Notre Dame, donde un grupo pequeño (que incluía a Yuuri entre ellos) decidió que quería subir a las torres. Más de una hora en la fila para pasar y 387 empinados escalones después, el grupillo se hallaba sin aliento en la cima de la catedral, pero maravillados por las vistas, las emblemáticas campanas y las llamativas gárgolas que resguardan silenciosamente el lugar.
Para finalizar el paseo, el autobús dio un viraje y los depositó cerca de la torre Eiffel. Pasarían allí el ocaso, y regresarían a tiempo para una cena sencilla en el hotel.
Aquel pedazo de trayecto era el que Yuuri había esperado desde la mañana, y se sentía como un niño al notarse el corazón acelerado. Desde que la viera por el ventanal, la emblemática estructura parecía llamarle, pidiéndole de forma sutil que se acercara a ella y la contemplara en toda su magnificencia. Ahora, tan cerca de ella que podría correr hasta su encuentro, Yuuri apenas si podía contenerse de gritar como un enloquecido.
El primer vistazo fue el más impresionante. Miles de luces brillaban entre sus herrajes, desde las bases hasta la punta, como hermosísimas hadas que le daban la bienvenida.
Yuuri nunca supo cuando se bajó del bus ni cuando se separó de su grupo. Todo lo que sabía era que tenía que subir lo más alto que pudiera. Tenía que, pues la cima de la torre lo llamaba. Así que se puso en la línea de personas que querían subir usando el ascensor Este.
Pasaron unos cinco minutos antes de que Yuuri decidiera que esperar no era lo suyo. Echó un vistazo a las escaleras, casi desiertas en comparación con los ascensores, y se dijo que para algo habrían de servirle todos esos años de saltar usando pesados patines para hielo.
Subió los 704 escalones a toda la velocidad que le permitieron sus piernas, sintiendo la adrenalina recorrerle el cuerpo y el corazón bombearle en los oídos. Llegó a la segunda planta y miró a todos lados, hasta dar con el ascensor que iba a la cima. El ascensor en cuestión estaba considerablemente menos abarrotado que el de la base, pues no a mucha gente le hacía gracia hallarse a 276 metros sobre el suelo.
Poco le faltó para empujar a una mujer rechoncha que se atravesó entre él y la puerta del ascensor. Al final, la mujer se apartó y Yuuri salió como un bólido hacia el mirador de la torre. Se frenó en seco, respiró profundo y abrió los ojos (que no se dio cuenta de haber cerrado).
La Ciudad Luz se extendía hasta donde daba la vista, tenuemente iluminada por un ocaso a punto de convertirse en noche cerrada. Desde esa distancia, cada luz parecía una luciérnaga, y juntas emulaban un millar de estrellas.
La brisa fría le azotaba el rostro y le removía el cabello, pero a Yuuri poco le importaba. Estaba allí, estaba vivo, y París y el Sena le devolvían la mirada. Respiró profundo, una, dos, tres veces, y por una vez en mucho tiempo la cuenta mental no significaba más marcas en sus manos. Sonrió para sí, agradeciendo en silencio a su familia y a sus amigos por tan magnifico regalo. Por regalarle París. Por darle un motivo para sonreír de nuevo.
No supo cuánto tiempo pasó contemplando la vista, pues el tiempo parecía pasar diferente en aquel lugar. Todo lo que sabía era que, si por él fuera, no se movería jamás de ese pedacito de felicidad. Era como si nada pudiera perturbarle ahí, como si su pasado no pudiera tocarle, como si todo el año anterior no fuera más que una voluta de polvo más en la vastedad del viento alrededor de la cima.
O así se sintió hasta que una voz resonó en sus oídos. Una voz demasiado conocida, que le llamaba por su nombre desde algún lugar cercano en el casi vacío mirador.
—¿Yuuri?
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