NOTA DE LA AUTORA

Este es mi primer fanfiction ambientado en el mundo de Harry Potter. Tenedme paciencia, por favor.

Edit: Abril 2018, he decidido editar poco a poco la historia. No serán grandes cambios, es más como pulir lo que escribí hace casi 4 años. (¡WOW!). Esta historia aún no muere, lo prometo.

DISCLAIMER: Fred Weasley, ni ningún otro personaje de ese universo me pertenece. Si fueran míos, ninguno habría muerto más que Voldemort y algunos mortífagos... y habría acabado con Umbridge sin misericordia.

Sólo Marjory Lewis-Gresham me pertenece (¿Nombre pomposo, o qué?) y fue creada específicamente para esta historia.

Este fic tiene contiene una Alteración del Universo (que, según yo, no es lo mismo que un Universo Alternativo o AU), pues se introduce un personaje totalmente original y Fred NO morirá. Lo juro. Se ambientará desde el primer año de los gemelos, donde conocen a una nueva compañera.


CAPÍTULO 1: CABELLOS DE FUEGO

Era un precioso primer día de septiembre, la niña podía sentir la frescura del viento soplando sobre su cara, mientras sacaba su cabeza por la ventanilla del auto. Su madre sonreía levemente mientras notaba cómo su pequeña temblaba de emoción al ver que ya habían llegado a su destino. Ella misma tenía una mezcla de sentimientos: por un lado saber que su hija había heredado el talento de su padre; pero por el otro lado, sabía que se quedaría totalmente sola en casa, esperando a las vacaciones para ver de nuevo a su niña. Las lágrimas se hicieron presentes, pero no dejó que su hija las viera, no iba a arruinar ese día especial con tristes recuerdos.

Ahí estaba la estación de King's Cross. Habían tardado algo más de una hora en llegar desde su hogar, en Oxford. La niña y su madre entraron a la estación tomadas de la mano, ignorando las miradas de curiosidad que les dirigían por causa de su extraño equipaje.

- Cuidado con el pequeño Nox, amor. Se te está resbalando del brazo.

- Lo meteré en el bolsillo de mi vestido, mamá. Es tan pequeño, y seguro que ahí estará cómodo y calientito – dijo la niña, mientras guardaba cuidadosamente a un pequeño gatito de color negro.

Siguieron caminando, abriéndose paso entre la multitud, hasta llegar al andén 9. La madre y la niña se miraron con una sonrisa de complicidad al ver a otras personas cargando con baúles, jaulas con lechuzas dentro, y vistiendo ropas extrañas. No eran muchas, pero de vez en cuando parecía que llegaba algún grupo de personas sin ser notadas por los guardias.

- Mamá, ¿sabes cómo llegaremos a… a ese andén?

- Sí cariño, papá me lo explicó desde hace mucho. No te preocupes, si no podemos entrar pediremos ayuda a esas personas – respondió su madre guiñándole un ojo y tratando de sonreír, pero incluso la niña notó que su sonrisa era falsa y tensa. No importaba, ella también había perdido momentáneamente la felicidad de ese día.

Su padre estaba presente en su memoria siempre, pero ese día era algo especial. Él le había hablado tanto acerca de su vida en ese colegio mágico, con lujo de detalles; casi no podía creer que ella pisaría los mismos lugares que él. Si tan sólo pudiera estar ahí para verla, para despedirse de ella, para decirle que no tuviese miedo. Lo extrañaba tanto. Fue su madre la que la sacó de sus tristes pensamientos.

- Dame la mano y sujeta bien tus cosas. ¿Lista?

La niña asintió con la cabeza y quiso cerrar los ojos, pero también quería ver cómo entraban al andén desconocido por muchos. Tomó con fuerza la mano de su madre y las dos caminaron con pasos firmes hacia la pared del andén. Por un momento creyó que se estrellarían y quedarían ante los ojos de todos como unas estúpidas, pero eso no pasó. Con escalofrío notó como atravesaban los ladrillos y entraban a un lugar lleno de personas gritando y corriendo. Sí, habían entrado al andén 9¾.

- ¡Mamá, lo hemos hecho! ¡Logramos cruzar! Mamá, ¿no es maravilloso todo esto?

Comenzaba a temblar otra vez, no cabía en sí de emoción. Aún aferrada de la mano de su madre, caminaron hasta el hermoso tren color escarlata y vieron como los niños se despedían de sus padres para abordarlo.

- Cariño, faltan diez minutos para que den las 11. Creo que deberías subir ya al tren.

La niña miraba extasiada, pero al oír a su madre hablar la realidad la golpeó y el dolor se apoderó de ella. ¿Qué estaba haciendo? Sólo tenía once años y ya se estaba separando de la única familia que tenía. No, no podía dejar a su madre sola. No después de lo que ella tuvo que vivir. No después de todo lo que sufrieron.

- Mamá, yo no… creo que sería mejor que yo no… fuera a… que yo no te dejara sola.

Su madre la miró con amor, y una sonrisa triste apareció de nuevo en su rostro. Era tan hermosa, aún cuando estaba triste.

- Escúchame bien, Joy. Tu padre y yo esperábamos con ansias la llegada de este día. Ambos queríamos esto para ti. Tú debes decir si quieres ir a Hogwarts o no, pero recuerda que siempre fue tu sueño desde que eras muy pequeña. Si yo pudiera ir, ten por seguro que lo haría; pero no pertenezco a ese mundo. A tu nuevo mundo.

- Mamá – dijo Joy con lágrimas en los ojos –, ¿quieres decir que ya no… que tú y yo no somos iguales, ni que lo volveremos a ser?

- Cariño – respondió su mamá besándole la naricita –, quiero decir que tú ahora eres una bruja, en el más especial y hermoso sentido de la palabra. Tú padre era un mago, y lo sabes. Pero yo no pertenezco a la magia, por más que yo quiera. Lo he soñado y deseado, pero sé cuál es la realidad. No te preocupes, te escribiré todos los días si tú quieres, y espero que tú me escribas siempre que puedas. No nos separaremos para siempre.

Joy se tragó sus lágrimas. No quería que su madre la viera llorar. No después de tantas lágrimas en sus vidas.

- Sí mamá, te escribiré para contarte todo lo que me suceda.

- Cuéntame todo lo que desees, amor mío. No puedo esperar a saber en qué casa quedarás.

- Mamá, sabes mucho sobre el mundo mágico.

- Tuve al mejor maestro. Ahora ve y comienza tu aventura.

Ambas se abrazaron con fuerza y se despidieron con besos hasta que llegó el momento de soltarse y subirse al tren. A Joy le temblaban las piernas de miedo, pero aún así subió los escalones y pronto se vio rodeada de niños, grandes y pequeños, que corrían y gritaban dentro. Era como estar en un zoológico. Con pánico en los ojos se asomó a la primera ventana y vio a su madre que se despedía de ella con la mano. Joy sonrió y le envió un beso. En ese momento el tren comenzó a avanzar y a tomar velocidad. Se quedó parada viendo cómo se alejaba de la estación. Viendo cómo se alejaba de su madre. Ya la extrañaba.

Sacudiendo su cabeza para alejar la tristeza, arrastró su baúl buscando un compartimiento vacío. Era mucho más difícil hacerlo, porque el tren se movía ya a gran velocidad.

- ¡Demonios! ¿Por qué habré tardado tanto junto a la ventana? – se dijo al ver el sexto compartimiento lleno de muchachos mayores que ella.

Se alejó arrastrando su baúl, pero en ese momento se vio atropellada por un par de niños pelirrojos que reían con fuerza.

- ¡Eh, más cuidado! Casi me matan.

- ¡Corre Freddie, que el gordo nos alcanza! – gritó uno de los niños, sin importarle lo que le había pasado a la niña.

- Tú, Como-te-llames, levántate antes que el gordo te aplaste – le dijo el otro a Joy, mientras le ofrecía su mano para ayudarla a levantarse. A pesar de todo, se le veía inquieto y parecía dispuesto a salir corriendo si ella tardaba un segundo más.

- ¿El gordo?

- ¡Ostras, ahí viene! ¡Me largo!

Joy se logró levantar justo a tiempo pues, efectivamente, un muchacho robusto pasó corriendo junto a ella y estuvo a punto de mandarla al suelo de nuevo.

- ¡VUELVAN AQUÍ, PEQUEÑOS DEMONIOS!

Genial. Su viaje estaba comenzando siendo un completo desastre. Estaba segura que su estancia en su nueva escuela iba a ser totalmente distinta a como lo esperaba.

- ¡Nox! ¿Estás bien pequeño? – sacó al gatito del bolsillo, mientras éste lanzaba pequeños maullidos – Pobrecillo, te he caído encima. No llores, bebé, no te volverá a pasar nada – le dio un beso y volvió a meterlo en su refugio.

Arreglándose un poco el flequillo despeinado, continúo en su búsqueda de encontrar un compartimiento disponible. Se sentía cohibida al asomarse y ver grupos de niños y niñas riéndose, conociéndose. Ella nunca había sido tan social. No tenía amigos, y no le gustaba estar rodeada de muchas personas.

- ¿Necesitas ayuda? – preguntó una voz a su espalda.

- ¿Qué?

- Dije que si necesitas ayuda – dijo un muchacho pelirrojo. Por alguna razón le recordó a esos dos niños que la atropellaron no hacía mucho tiempo.

- Bueno… sí claro. Gracias.

- Te llevaré a un compartimiento menos vacío. Ven, sígueme. Mi nombre es Percy Weasley, por cierto.

- Me llamo Marjory. Marjory Lewis-Gresham.

- Un placer – respondió el otro pomposamente.

Recorrieron bastantes compartimientos hasta que llegaron a uno totalmente vacío. ¡Al fin! Joy entró arrastrando su baúl y se sentó examinando el lugar. Por un momento pensó que estaría completamente sola allí, pero entonces notó que Percy entraba con su baúl también. Eso la incomodó un poco. No le gustaba estar a sola con hombres. No después de lo que había sucedido.

- ¿Estarás aquí también? – preguntó como quien no quiere la cosa.

- Sí. También mis hermanos, por desgracia. Aunque no sé a dónde se habrán metido. Estarán cursando el primer año, así que yo debo cuidarlos y enseñarles las reglas del lugar, procurar que no hagan ninguna travesura (cosa difícil, porque es lo único que saben hacer), y esperar a que sus calificaciones sean honrosas para nuestra familia. Yo, por ejemplo, comienzo mi tercer año y llevo unas notas que son el orgullo de mi madre. Espero que los otros aprendan a mí, a ser responsables y dejar a un lado las tonterías infantiles. Porque, he de decirte, son terriblemente infantiles. No saben otra cosa más que reír, hacer reír, y hacer travesuras. Les encanta ser el centro de atención. ¡Y hablando de ellos, aquí llegan por fin!

Dos niños pelirrojos, totalmente idénticos entraron riéndose con fuerza en el compartimiento. Sí, eran los mismos niños del incidente. Estaban sudorosos y se arremangaban las camisas demasiado grandes para ellos. Tenían las sonrisas más grandes que Joy jamás había visto y parecía que se escondían de alguien.

- ¿Dónde estaban? ¿Por qué están sudorosos?

- ¡Oh, cállate Percy! No hagas preguntas.

- No quieres saber lo que hemos hecho.

- Padre y madre me preguntarán qué hicieron el primer día y yo debo responder con toda honestidad y responsabilidad a las cartas que ellos me manden.

- Blah blah blah soy Percy y soy responsable blah blah – dijo uno de los niño haciendo unas caras horrorosas. Su hermano se reía a carcajadas y se tumbó en uno de los sillones.

- ¡Oh Freddie, luces igualito!

- Fred, no permitiré que te andes mofando de mí…

- ¡Mofando! – dijeron los gemelos al unísono y se miraron, antes de revolcarse en el suelo de la risa.

- Percy, Percy… tú jamás vas a cambiar, ¿verdad aguafiestas?

- Eres peor que la tía Muriel, y eso ya es mucho.

Joy miraba divertida a cada uno de los muchachos. No tenía hermanos y no sabía lo que se sentía compartir con alguien tantas risas y burlas. Sonrió al ver que los gemelos se levantaban del suelo y miraban a Percy de manera divertida y al mismo tiempo acusadora. Ella no podía negar que el mayor de los tres hermanos era un poco aburrido y pomposo.

- Al menos yo me sé comportar delante de desconocidos – dijo Percy bastante ofendido.

- ¿Desconocidos?

- Hola – dijo tímidamente Joy.

- Yo te he visto. Eres Como-te-llames. Mi nombre es Fred.

- Y yo soy su gemelo George.

- Marjory. Ese es mi nombre – no podía creer que les sonriera a esos dos niños traviesos. Ella no le sonreía a extraños… Aunque, ahora que las presentaciones eran oficiales, lo habían dejado de serlo.

- Lamentamos haberte atropellado hace rato – dijo George mientras su hermano metía sus baúles –, pero ese gordo podría habernos atrapado.

- Y después nos hubiera comido, tenlo por seguro – añadió el otro. Fred.

- ¿El gordo? ¿De quién están hablando? – preguntó Percy con mirada reprobadora. Poco le faltaba para sacar humo por las orejas.

- No importa, le hacía falta algo de ejercicio.

En ese momento entró una señora con un carrito lleno de dulces y golosinas.

- ¡Vaya! Pero si parece que este compartimiento está lleno de fuego. Seguramente ustedes también son Weasley – dijo alegremente.

Los gemelos sonrieron y le pidieron a Percy que les comprara una miserable ranita de chocolate.

- Saben que no puedo permitirles esos lujos. El dinero está estrictamente contado y ustedes no van a gastar nuestros bienes en algo tan innecesario.

- ¡Percy! Por favor – suplicó George –. Si lo haces no volveré a hacerte alguna travesura.

- No te creeré eso jamás.

- P-p-po-por fa-fa-favo-vor. Si no lo haces, hay una gran probabilidad que me quede ta-ta-tartamudo – repitió el niño, juntando las manitas y haciendo un puchero.

- Dije: NO.

- Percy, vamos – dijo Fred, cruzándose de brazos –. Una rana de chocolate no le hace daño a nadie.

- No.

- ¡PERO ES UNA RANA QUE SALTA!

- No.

- ¡PODRÍAMOS TENER UN CROMO NUEVO!

- No.

- ¡ERES UN CERDO Y TACAÑO!

Los dos niños se cruzaron de brazos y se sentaron mirando con odio a su hermano. Por suerte Percy no lo notó, estaba muy concentrado leyendo su libro Historia de Hogwarts. Joy pensó que seguramente él ya estaba acostumbrado a eso.

Ella también quería comprar algunas golosinas, pero no había llevado dinero. Y estaba segura que la señora de los dulces no aceptaría su dinero "normal"… o muggle, como debería decirle de ahora en adelante. Era difícil adaptarse a ese nuevo mundo al que pertenecía. Sentía que se encontraba en una especie de limbo: por un lado, su vida temprana junto a su padre le había enseñado muchas de las costumbres y palabras de los magos; pero también estaban los años más recientes en los que ella y su madre se apañaron en un mundo libre de magia. Frunció el ceño y se quedó mirando por la ventana. Ya había atardecido y esperaba llegar pronto a Hogwarts, tenía hambre y estaba cansada, la espalda le dolía y quería tomar un buen baño para luego acostarse en una cama calientita y dormir. Pronto vio que se acercaban a un pueblo.

- Hogsmeade. Ya hemos llegado. Fred, George, tomen sus cosas.

- ¿Escuchaste algo Freddie?

- Sólo escuché el sonido de un cerdo. ¿Y tú, Georgie?

- Igual.

- Marjory – dijo Percy, sin ver a la chica, pues estaba sacando algo de su baúl –, es hora que te cambies y te pongas tu túnica. Ya casi llegamos a la escuela. Puedes ir al baño, aunque seguramente ahora estará abarrotado.

- Gracias, lo haré.

- También eso va para ustedes – por toda respuesta Percy recibió la imitación del sonido de un cerdo.

La niña sacó las cosas que necesitaba y salió del compartimiento. Tal como Percy había dicho, había muchísimos chicos y chicas esperando utilizar el baño para cambiarse. Algunos, más precavidos, ya llevaban su túnica puesta desde hacía mucho y sólo esperaban que el tren se detuviera. Cuando llegó su turno de entrar al baño, ya había oscurecido. Puso sus cosas a un lado y sacó al pequeño gatito de su bolsillo, que se la había pasado durmiendo. Se quitó el vestido por la cabeza, y el tren eligió ese preciso momento para dar de tumbos.

- ¡Maldición! – gritó la niña, mientras su cabeza rebotaba contra la puerta del baño.

Al final logró ponerse la túnica y doblar pulcramente su vestido. Tomó sus cosas y a su gato y salió de allí. Al llegar a su compartimiento, notó que los otros tres ya se habían cambiado y guardaban sus cosas en sus respectivos baúles. Sonrió para sí misma, la señora de los dulces tenía razón, sus cabelleras rojizas parecían estar hechas de fuego.