Estos son escritos que realicé para FFL, en donde de una tabla tenías que escoger las palabras y crear, a partir de la misma, la historia. Cabe mencionar que no tienen relación alguna, tanto en fandom como quizá en temática, pero decidí separarlos.
Fandom: Inuyasha
La palabra de la tabla que ocuparon para él:Intolerancia.
El sol se ocultaba detrás de unas montañas, la poca luz sólo hacía que la vista se forzará aún más, el viento soplaba levemente como si de una manta que ante cualquier cosa quisiese cubrirte; no incomodarte, era una de esas brisas que te hacían sentir tan bien. Tan cómodamente relajada y feliz, abrazada por la nada.
Sonreíste al verlo de aquella forma, había pasado ya un año y medio desde que tu búsqueda había comenzado y podías jurar que aquella paz ya no se encontraba en el que era tu hogar; el estrés circulaba por el aire y te hacía pesado hasta el respirar… pero aquí era diferente, te sentías libre, libre de una forma un tanto abstracta pues sabías, conocías la opresión que —aún en aquella magnífica época— existía.
Sentiste un pequeño cuerpecito acunarse en el inicio de tu cuello, pecho y regazo, ampliando tu sonrisa lo acunaste con tus manos, proporcionándole un calor de madre que —aunque no tuvieras con certeza el conocimiento— sabías que él agradecía.
—El perro tonto me golpeó —sollozó el pequeño kitzune mientras leves e infantiles lágrimas surcaban sus hermosos y tiernos ojos.
Colocaste una mano en su cabeza, consolándole mientras levantas la mirada a aquél hombre entado en el césped mientras gruñía amenazas tontas y que terminaban con una larga y sincera, pero sobre todo, egoísta sonrisa; una de esas que sólo él podía dar, regalar, mostrar y saber usar a purísimo antojo.
—Eres tan poco tolerante, InuYasha —le dijiste y él movió sus orejas en son a que escuchaba—. Es sólo un niño —regañó, al menos eso intentó.
—Que no se meta con mi comida —fue su simple contestación.
Era realmente un regalo el estar ahí en ese momento, aunque Kagome en el fondo de su corazón deseara que aquellos ojos ámbares que lo miraban con ternura fueran parte de otra persona.
—¡Señorita Kagome! —escuchaste a lo lejos mientras salía una pequeña niña de vestido floreado a su encuentro, Shippo saltó de tus brazos y corrió hacía ella—. Rin vino a jugar como Rin prometió—sonrió la niña y tú correspondiste.
Allá, en lo más alto de un roble lo miraste y con nostalgia te despediste en aquél choque de miradas; porque sabías que ésos hermanos eran iguales. Orgullosos, ególatras, egoístas e intolerantes a las muestras de afecto, y sólo por ello comprendías que —por una vez desde tu ingreso a la época feudal— los amabas a los dos porque ellos eran algo que tú no podías ser, ellos eran fuerza; eran la fuerza que te permitía afrontar tus miedos. La fuerza que algún día tú sueñas ser, la fuerza suficiente para poder —quizá algún día— sostener a alguno de los hermanos con la cara en alto y decir abiertamente que los amabas…
