¿Íncubo? - Jim Mizuhara
Personajes: Kai & Max.
Contenido: Yaoi, Lemon, AU.
Disclaimer: Ya saben.
Comentarios generales: Esta historia promete. Promete tanto como Max anda prometiendo cosas a Kai. Que lo disfruten.
Kai Hiwatari recostó la cabeza contra la pared y se masajeó el puente de la nariz. Suspiró profundamente y miró nuevamente los papeles que estaban en su frente, papeles que le notificaban que había perdido más de dos millones en inversiones mal sucedidas. Estaba acostumbrado a pérdidas en el volátil mundo de la bolsa de valores, pero esta era la primera vez que tenía una pérdida tan escandalosa, y lo peor era que no era dinero suyo, y sí dinero confiado por inversionistas particulares. Le dolió saber que tendría que desembolsar dinero de su propio bolsillo para aplacar parcialmente la pérdida, gracias a que los contratos le protegían de indemnizaciones totales.
— ¿Y ahora qué haremos, Kai? — le preguntó su asociado, como si tuviera una respuesta trivial al problema.
— Ahora es pagar las indemnizaciones parciales y cruzar los dedos para que no se haga tanta publicidad de esto — respondió Kai fríamente — creo que es hora de dejarme de estas tonterías.
— ¿Cómo puedes decir eso, Kai? — le espetó su asociado — trabajas en esto hace dos años apenas y esta es la primera vez que pasa algo así, ¿crees realmente que es bueno desistir de todo lo que has conseguido apenas por un fracaso?
— La verdad es que yo no necesito de esto para vivir — replicó Hiwatari, pensativo — antes de hacer fortuna para otras personas, hice una para mí mismo, de modo que podría pasarme el resto de la vida haciendo nada y no me faltaría. Aunque claro, eso sería sumamente aburrido.
— No se te ocurra abandonar el negocio antes de los sesenta años, Kai — dijo su socio, abandonando la sala y dando un portazo.
Hiwatari hizo tenderete con las manos, estaba cansado. Cansado de la gente, de las presiones, del dinero que se iba, de la fama y la ruina. Quería mudarse lejos, meterse a vivir en un bosque de pinos en una cabaña alejada de la civilización y comprar víveres una vez al mes en el pueblo más cercano. Y también que lo dejaran en paz.
Estaba en divagaciones de esta naturaleza cuando oyó que tocaban suavemente la puerta. Era su secretaria, parecía temerosa de entrar en la sala, de modo que apenas hizo asomar la cabeza en el despacho de Kai.
— Señor Hiwatari... — titubeó la secretaria, no tan segura de la pregunta que iba hacer — estoy con una llamada telefónica del periódico vespertino y quieren saber si... usted tiene alguna declaración sobre el asunto de la pérdida millonaria de...
— ¡No sé de qué me hablas! — cortó Kai, ríspido — diles que no hay nada para declarar ahora, que llamen el mes que viene.
— P-pero señor... si les decimos eso obviamente especularán más sobre el problema y las cosas empeorarán hasta el punto que...
Kai la atravesó con una mirada asesina capaz de abatir un elefante.
— Me pregunto quién pudo abrir la boca — susurró tenebrosamente, apretando unos papeles en la mano — esto es el fin.
— ¿Qué le digo, señor? — probó nuevamente la secretaria.
— Dile que marcaremos una reunión con el director del periódico y que no se les ocurra soltar una palabra sobre esto antes de hablar y ultimar los detalles económicos de este problema — replicó, dando a entender que pagaría para mantenerlos callados, al menos durante algún tiempo.
La puerta se cerró con la misma suavidad con que se abrió, aunque el clima dentro del despacho había cambiado completamente. No era apenas un problema a resolver, ahora habían dos y ambos demandaban atención exclusiva.
— El diablo podría cargarse con todos estos problemas — susurró Kai, pasándose las manos por los cabellos.
La puerta tocó suavemente otra vez. Kai dio un golpe en la mesa.
— ¡Dile a esa gente del periódico que...! — pero no era la secretaria. Era otro tipo de persona que dejó a Kai perplejo.
Un adolescente de aspecto engañosamente infantil a punto de no poderse averiguar su edad con certeza entró en la sala, sonrió e hizo una breve reverencia. Era de baja estatura, cabellos rubios despeinados y una mirada azul e inocente. Vestía una ropa que parecía salido del siglo dieciocho. Naturalmente, Kai le preguntó quién rayos era él y qué hacía allí en ese momento.
— Hola —dijo el joven con voz perfectamente modulada — estoy aquí para resolver tus problemas, como has pedido. Mi nombre no importa, pero puedes llamarme... Max, por el momento.
— Oye, chico, se trata que aquí es una empresa de corretaje de valores, y no estamos contratando a estafetas ni actores de teatro, así que haz el favor de marcharte por el mismo rumbo en que has venido.
El chico continuó sonriendo y se sentó en un sofá cercano, no parecía dispuesto a irse ni tampoco pareció comprender las palabras de Kai. Cruzó las piernas y se balanceó monótonamente, mientras Kai se preguntaba qué día era aquél para tener tantos problemas.
— Creo que no has entendido — repuso el rubio, apoyando la cabeza contra el puño — tú tienes dos problemas actualmente, y no sabes cómo resolverlos. Entonces he venido a resolverlos por ti. Entonces, ¿tenemos un trato?
Hiwatari giró los ojos y suspiró. Ahora hasta la gente de la calle estaba enterada de sus problemas, pensó.
— Creo que no estoy siendo lo suficientemente claro — repuso Kai gravemente — si no sales por las buenas, llamaré a los guardias para que te echen a patadas de aquí. No estoy con humor para sostener conversaciones con mocosos que fingen no comprender.
La sonrisa del chico se desvaneció. Se acercó a la mesa de Kai con pasos largos y la mirada seria, puso ambas manos sobre la mesa y se acercó a centímetros del rostro de Kai. Sus azules ojos tenían una profundidad terrible.
— Pues yo también creo que no estoy siendo muy claro — repuso, tomando un legajo de papeles — quieres que resuelva tus problemas, ¿o no? Si no es el caso, ¿para qué deseas que el diablo cargue con tus problemas? — musitó, en el mismo instante que el legajo de papel se encendió y las llamas consumieron furiosamente los papeles hasta reducirlos a cenizas.
— ¿Además de actor principiante eres prestidigitador también? — preguntó Kai, poco impresionado.
— De acuerdo, entonces no quieres ayuda con tus problemas — repuso Max, suspirando y volteándose — no estabas tan desesperado como parecías.
— ¡No!... En realidad, quiero decir... — de repente Kai se preguntó en qué podría ser de ayuda un completo desconocido como aquél — de acuerdo, supongamos hipotéticamente que acepte tu ayuda, ¿qué crees que puedes hacer?
— ¡Ah! — una nueva sonrisa brotó del rostro del rubio — conseguirás el dinero para cubrir la pérdida, no se mencionará nada de esto en los periódicos, nunca más fallarás en las inversiones que hagas y serás muy, muy rico, más de lo que ya eres ahora. Tendrás todo lo que quieras.
— ¿Y todo esto a cambio de qué?
— Es un precio módico, haces un trato conmigo, me alimentas, tenemos una sociedad, y por último te cargaré al infierno — el chico sonrió nuevamente.
— No parece ser un trato muy halagüeño — expresó Kai con una mueca de disgusto.
— Te diré lo que pasará, un pronóstico gratuito: Marcarás reunión con el director del periódico y llegarán a un trato muy amigable, pagarás una alta suma de dinero por callarse. Se volteará y venderá la noticia a otro, por precio más alto aún, y ganará dos veces. La semana que viene estará tu foto estampada en todos los periódicos del país y tendrás que dar todo lo que tienes para cubrir la indemnización. Y perderás tres veces, dos veces en dinero, y uno en reputación.
Dicho esto el rubio se sentó en un sofá cercano, con una sonrisa estereotipada en el rostro y balanceando las piernas, mientras Kai se estremecía internamente con la perspectiva y se le anudaba el estómago. Puesto de esa forma, no era mucho lo que podía hacer. Se fregó los ojos y se recostó en su sillón.
— Entonces, ¿tenemos un trato? — murmuró Max con suavidad, meneando un poco la cabeza.
— No quiero ir al infierno — replicó Kai en respuesta.
Max rió plácidamente. Kai no parecía entretenido con la situación.
— Es una cuestión meramente temporal, Kai. Puedes estar en el infierno la semana que viene, cuando todo se derrumbe, o puedes estar en un plazo muy, muy largo, tanto que ya olvidarás de viejo las cosas. No eres un santo, Kai, yo no soy un ángel y, obviamente, no puedo ofrecerte el cielo. Pero puedo aplacar tus males ahora, si es que tenemos un trato.
— ¡Está bien, está bien! ¡Entonces tenemos un trato! — exclamó Kai, cansado — ¡resuelve esto ya!
Max cambió su expresión risueña para una más bien seria, se aproximó de Kai. Se puso a su lado, su mano derecha se deslizó por el rostro de Hiwatari con suavidad, los fríos ojos azules clavados en los suyos. Kai se sobresaltó por la repentina proximidad y antes de reaccionar como fuera, Max se acercó y lo besó. Fue una unión de labios que duró apenas unos segundos, pero que turbó a Kai hasta sus límites. Max sonrió nuevamente cuando se separaron.
— Oye, tú, ¿qué ha sido eso? — respingó Kai, sonrojado como un tomate y llevándose la mano a la boca.
— ¡Ahora positivamente tenemos un trato! — contestó Max, enseñándole un pulgar hacia arriba y guiñándole un ojo.
— Si no me falla la memoria, antes se hacían las cosas con sangre, sacrificios y esas cosas — musitó Kai, metiendo sus papeles en los cajones y dispuesto a irse a casa.
— Bueno, eso era antes de reorganizar el negocio — contestó Max — ahora tenemos que atenernos a las reglas actuales, si queremos mantenernos en evidencia.
No fue poca la sorpresa de la secretaria de Kai viéndole salir de su sala acompañado de un joven salido de la nada, ya que ella no recordaba haber atendido a nadie parecido ni visto entrando a nadie en las últimas horas. Se ruborizó un poco cuando Max hizo una anticuada reverencia a modo de saludo, siguiendo muy de cerca a Kai.
Ambos entraron en el ascensor, quedaron parados muy serios en el interior, pero tan pronto las puertas se cerraron Max se aproximó y se abrazó al torso de Kai, para su espanto.
— ¿Qué te pasa? — replicó Hiwatari, empujándolo hacia un lado y arreglando sus ropas.
— Eres mío, Kai — replicó Max, sonriendo de buena gana.
— No es necesario hacer eso, recuerdo perfectamente — gruñó Kai.
Las puertas se abrieron en dirección al garaje, cuando por otra puerta también iba saliendo Yuriy Ivanov. El pelirrojo miró inquisitivamente a la dispareja pareja que salía del ascensor.
— ¿Qué es esto, Kai? — inquirió Ivanov, era más bien una pregunta retórica pues la distancia entre Kai y Max parecía ser menor que dos centímetros, tan juntos andaban.
— Kai es mío — repitió Max, abrazándose nuevamente al torso de Kai.
— ¡Oye, lárgate de ahí! — exclamó Kai, empujándolo con más fuerza.
— E-estaba enterado de que eras de esos gustos — replicó Yuriy, totalmente impactado con la escena — pero no pensé que te gustaban tan... jóvenes.
— ¡Esto es una secuencia de mal entendidos! — dijo Kai, bregando por librarse del fuerte abrazo del rubio — ¡No es nada de lo que piensas!.
— Bryan quedaría impresionado de saber esas cosas — murmuró Yuriy con una pérfida sonrisa.
— ¡No se te ocurra contar esto a Bryan o te mato, Ivanov! — bramó Hiwatari en respuesta.
— ¡Si! ¡Mátalo! ¡Mátalo! — replicó Max con un brillo en los ojos.
— ¡Es una expresión figurada, tonto! — dijo Kai, quien se había soltado del agarre luego de darle una tunda en la cabeza al rubio.
— ¡No me golpees la cabeza! — gimoteó el rubio, sobándose la frente — un día será tu turno también, Yuriy.
— ¿Eh? ¿Cómo sabes mi nombre? — cuestionó el pelirrojo, perplejo.
— Es hora de irnos — sentenció Kai, llevando casi a rastras a Max hacia el garaje.
Max miró detenidamente por las ventanillas del automóvil mientras pasaban por las calles del centro, llena de gente volviendo a sus casa después de salir del trabajo, con las tiendas, cafés y restaurantes encendiendo sus luces para ahuyentar la oscuridad que el atardecer traía.
— Las cosas han cambiado mucho por aquí — dijo Max — hay cosas que antes no existían. Como coches sin caballos y luces sin petróleo. Han evolucionado bien.
Kai giró los ojos y sonrió. Esas observaciones sonaban pueblerinas e ignorantes para quien se decía ser una entidad sobrenatural. Llegaron en la casa y Kai estacionó el automóvil en su garaje.
— No tienes mala casa — repuso Max, analizando el tamaño — ya he visto mayores.
— A todo esto, ¿qué cosa eres? ¿Un demonio? — preguntó Kai mientras abría la puerta.
— Soy un incubo — replicó Max, siguiéndole hasta la sala — antes no, pero actualmente podemos conceder cosas con la finalidad de llevar a las personas por el mal camino.
— Si no me equivoco, ustedes sólo se aparecían a mujeres, ¿o no? — mencionó Kai, colgando el saco en el perchero y aflojándose la corbata.
— Bueno, sí, pero... hoy en día, con la modernidad, tenemos que "diversificar" para mantenernos, en este mundo de aparatos electrónicos raros, de coches sin caballos y de libertades sexuales, si nos apegamos a lo tradicional perderemos terreno.
— Pareces bien informado para alguien que aparece con ropas de doscientos años atrás — mencionó Kai, sentándose en el sofá — llamarías menos la atención si no vistieras esas ropas.
— ¿Esto? — dijo Max, poniendo las manos sobre su camisa — la última vez que estuve por aquí fue en 1789, la Revolución Francesa, ¡qué tiempos aquellos! La gente moría como moscas y se vendían por cualquier precio. Fue un gran negocio, eran muy supersticiosos aún en aquella época. Pero hoy en día, ¿quién creería más? — cogió unos catálogos de correo basura de la mesa — ¿esto es lo que usan ahora? — preguntó, señalando los modelos.
— Supongo que sí — contestó Hiwatari — lo que sea, mientras no sean esos trajes de revolucionario francés.
El rubio comenzó a hojear el catálogo, meditabundo. Kai se encogió de hombros, se levantó y fue a la nevera coger una cerveza. Al regresar, Max estaba usando la misma ropa que el modelo de la revista.
— ¿Así me veo mejor? — preguntó el rubio con falsa inocencia, volteándose.
— Mejor que antes — acordó Kai, preguntándose como eso había sucedido.
Vestía una camisa de mangas largas y pantalón negro. Max sonrió y se desabrochó el cinturón, dejando que los pantalones se escurrieran hasta el suelo, revelando algo parecido a un traje de baño azul fluorescente marcándole lo que hubiera debajo. Kai se atragantó con la cerveza por lo inesperado.
— ¿Qué se supone que haces? — preguntó Kai, aunque sin sacar la mirada de las blancas piernas que tenía a la vista.
— ¿Llamando la atención, quizás? — replicó Max, sobándose entre las piernas ante la atónita mirada de Hiwatari — parece que está resultando. Reaccionas bien.
— Álzate los pantalones — murmuró el otro, desviando los ojos, algo alterado.
— ¿Qué harás, tomarme a la fuerza? — inquirió Max, sonriendo, mientras se ajustaba el cinturón — ese es el plan original aquí.
— Eres muy salido para alguien de tu edad, ¿no?
— Oye, Kai, soy muy, muy viejo... tengo treinta veces tu edad, conozco mucho de la historia de la sociedad humana, estuve en tantas partes, en tantas épocas, en tiempos que todo se podía, y en tiempos en que nada era permitido... y aquí estamos, en la época moderna, un tiempo muy liberal y que, sin embargo, estamos fingiendo vivir en la edad medieval. No estás muy seguro de lo que yo sea, tienes miedo, pero veo en tus ojos el deseo oculto, el ímpetu que tienes de romper las reglas. Una parte de ti desea con locura y la otra te sujeta, haciendo esfuerzo para que no pierdas la razón — tomó la mano a Kai — ¿Por qué no pruebas?
— Me conmueves, ¿que te parece si resuelves aquel problema pendiente del dinero a partir de ahora?
El rubio giró los ojos y suspiró, agachando los hombros. Kai Hiwatari era una piedra cuando se trataba de hacerlo sucumbir a sus propios instintos, no en vano se jactaba de su absoluto auto-control. Se echó a su lado en el sofá.
— Tengo hambre — anunció, mirando a la pared.
— Ve a la cocina, abre el refrigerador y prepárate un sándwich — replicó Kai, cogiendo el mando de la televisión.
— ¿Hablas en serio? Yo no me alimento como los seres humanos — en la voz del rubio casi podía sentirse la indignación — lo que busco está exactamente aquí — completó, metiendo la mano entre las piernas de Kai.
No tardó más que un par de segundos para llevar otra tunda en la cabeza. El frustrado chico se llevó las manos a la cabeza, furioso.
— Eres tú quien no hablas en serio — vociferó Kai, quien comenzaba a irritarse con esas investidas poco disimuladas — o vas a la cocina y te preparas un sándwich o puedes morir de hambre, es tu problema.
— Oye, Kai, lleguemos a un acuerdo amigable — repuso Max, haciéndolo sentar de nuevo en el sofá y poniéndose en su frente — soy un incubo, ¿comprendes?, un ser de índole sexual, que se alimenta de... tú sabes de qué hablo. Entonces para mantenerme en este plan y cumplir con el trato, se hace necesario que me cedas en esta parte, ¿de acuerdo?, o las cosas podrán complicarse. Eres inteligente, tengo certeza que has comprendido.
— ¿Qué pasa si no acepto? — espetó Kai. Era de esperarse eso como primera pregunta.
— Bueno, si no aceptas me veré obligado a atacarte en tus sueños y no será agradable. En realidad, sí será agradable pero a la mañana siguiente despertarás todo sucio y te fastidiarás, entonces es mejor ahora que después.
— No permitiré que hagas eso por la madrugada — replicó Kai, enfurruñado.
— ¿Piensas que evitarás cuántas noches? ¿Podrás quedar despierto, una noche, dos, cinco, diez? No soportarás, acabarás durmiendo. Yo, en cambio, no necesito dormir jamás. Puedo esperar el tiempo que sea. Por eso estoy haciendo esta propuesta razonable.
— ¿Si es ahora, no me atacarás por la madrugada?
— No, no te atacaré por la madrugada — respondió Max, un poco cansado — ahora vamos a lo que interesa, puedo ver en tus ojos que mueres de curiosidad, lo quieres pero no admites.
Hiwatari calló y miró fijamente a Max, de arriba abajo. Ahora que estaban a solas en la casa vacía y silenciosa las cosas parecían diferentes, Kai podía oír su alterada respiración con cierta incomodidad. Como queriendo ayudar, Max se aproximó y se sentó a horcajadas en el regazo de Kai, rodeándolo con los brazos. Los ojos de hielo hipnotizaron los ojos de fuego, con suavidad el rubio posó sus manos en el rostro de Kai, sujetándolo, al tiempo que sus labios se aproximaron sin prisa ni ansiedad. Diferente de la vez anterior, permitieron explorarse sus bocas, primero con la timidez propia de novatos, luego un poco más atrevidos, deslizando sus lenguas en húmedas caricias que arrancaron uno y otro suspiro ahogado en Kai. Max se detuvo, sonriendo, su mano derecha se deslizó en línea recta a su objetivo, no se sorprendió al encontrar el bulto firme y pulsante que le interesaba. Entretuvo a Kai con más besos mientras corría con torpeza la cremallera; las manos de Kai tampoco se mantuvieron quietas, pasearon por las espaldas del rubio y bajaron, sin mucha ceremonia, a los firmes glúteos, los cuales no tuvo ningún recelo de apretarlos y tocarlos.
El rubio se apartó y se hincó en el suelo, las manos ocupadas en la parte más alterada de la anatomía de Kai. Acarició suavemente la punta con los dedos, era un tanto mayor a lo que había visto antes pero no le importaba. Su lengua se deslizó con lentitud, Kai tuvo un sobresalto pero mantuvo la compostura, cerró con fuerza la boca y se llevó una mano al rostro, nervioso, hacía tanto tiempo que había olvidado cómo se sentía aquello. Max se encogió de hombros y prosiguió, su boca dio cabida a toda aquella extensión con un poco de dificultad, pero luego de acomodarse bien las cosas transcurrieron con mayor facilidad.
No era la primera vez que Kai incursionaba en ese tipo de actividades, pero debía admitir que esta vez estaba agradable más allá de lo que podía esperar. La tibia lengua resbalaba sin descanso por toda la longitud de su miembro, acomodándose de nuevo en el interior de aquella boca que le arrancaba inapropiados suspiros para alguien como él. Sonidos indecentes se propagaban por la sala silenciosa, húmedos, lascivos, voluptuosos. Subrepticiamente sus dedos se deslizaron por entre los suaves y dorados cabellos, acariciándolo con suavidad, haciendo lo mismo con sus orejas y su rostro. Max se detuvo, turbado con el repentino gesto, un poco ruborizado.
— ¿Qué haces? — preguntó, mirándole directamente a los ojos a Kai.
— ¿Te acariciaba? — titubeó Kai, confuso.
— No hagas eso — murmuró el chico, desviando la mirada - mantén las manos quietas mientras termino esto.
Hiwatari obedeció mientras el otro reanudó su tarea. Le pareció sin sentido esta imposición, lo normal era mantener contacto, por mínimo que fuera, con la otra persona en situaciones como esta. Sus manos apretaron con fuerza los almohadones del sofá y dejó escapar un entrecortado gemido al llegar el orgasmo, fueron pocas las veces que había sentido algo así en intensidad y duración. Los diáfanos ojos de Max se encontraron con los suyos, mientras el otro, sin detenerse, limpiaba todos los resquicios de fluido seminal.
Con una sonrisa el rubio se puso de pie, pasándose la mano por la boca, mientras Hiwatari se deslizó con lentitud por el sofá, en estupor, quedando recostado con la mirada vacía. Sentía que no podría levantarse de allí hasta el día siguiente. Max le dio unas palmaditas en la cara.
Oye, no es para tanto, mañana tenemos cosas para hacer y no puedes quedar así toda vez que esto pasa. No olvides que esto sucederá todos los días, deberías alimentarte mejor.
Kai suspiró y se incorporó de un tirón. Miró a Max con un cansancio terrible y se dirigió al cuarto de baño casi dando tumbos. Se oyó el sonido furioso del agua corriendo, como si intentara espantar todos los demonios de su cuerpo y al mismo tiempo recuperar algo de vitalidad. Salió de la ducha restregándose con la toalla y halló al rubio sentado en un rincón, con un pijama puesto y una sonrisa en el rostro.
— Haces cosas que me sorprenden — alcanzó a decir. Lo único que se le ocurría, en ese momento, era dormir.
Se estiró en la cama y se metió debajo de las cobijas. Max seguía allí, sentado en un rincón, sin decir nada.
— ¿Qué haces? - preguntó Kai.
— Esperaré que duermas hasta mañana — contestó Max, encogiéndose de hombros — no necesito dormir.
Hiwatari lo intentó, pero no conseguía dormir. Era intolerable la presencia de alguien en el cuarto que lo vigilaba, se sentía controlado. Con un gruñido apartó la cobija a su lado. Los ojos de Max se iluminaron.
— ¿Seremos como novios ahora? — preguntó el rubio, acostándose a su lado.
— Te estrangularé si intentas algo por la noche, espero que recuerdes tu promesa – murmuró Kai, volteándose.
— No te preocupes, tenemos un trato serio — replicó Max — ¿No me darás buenas noches y un beso en la mejilla?
— ¡Pides mucho y todavía no has mostrado una pizca de servicio en esta estafa! — bufó Kai.
— Mañana comenzará lo bueno, te lo garantizo. Apenas confía en mí.
— Confiar en diablos, claro que sí — replicó Kai, hastiado, luego se volteó a su lado otra vez.
Veamos lo que se viene con el capítulo dos. ¡Hasta la próxima!
