TEAM FORTRESS 2 PERTENECE A VALVE
ESTE FIC SE ESCRIBIÓ ANTES DE QUE TERMINARAN DE LANZAR TODOS LOS CÓMICS
La familia de Irene, Minnie y Wilbur Conagher era muy extensa. Tenían por lo menos seis tíos, siete si se contaba a la esposa de uno de ellos, que parecía no hacer más que traer al mundo más y más niños que se convertían automáticamente en primos suyos. Casi todos eran de distintas nacionalidades, así que no se veían muy a menudo. Los padres de los hermanos Conagher convertían cualquier cumpleaños o festividad en una excusa para reunirse; Irene suponía, ya que era la mayor y la que estaba en edad de interesarse por el mundo de los adultos, que era lo que todas las familias hacían.
Tenía tíos muy variopintos, pero había uno que llamaba poderosamente su atención, y ese era precisamente el único tío a distancia que tenía. El tío Ludwig era un poco como Dios: nunca lo había visto personalmente, pero de vez en cuando daba muestras de que estaba ahí, pendiente de sus sobrinos. Cada cumpleaños, ella y sus hermanitos recibían sin falta un paquete, enviado cada vez desde un lugar distinto, que contenía un regalo. Estos regalos eran quizás un poco anticuados, propios de alguien que no conocían en absoluto a los niños, ni los Conagher ni los demás, pero bien intencionados. La llegada de estos paquetes era todo un acontecimiento, incluso para su madre. Aunque, claro, a su madre le entusiasmaba hasta ver cómo se secaba la pintura en la pared.
Lo que hacía los cumpleaños especiales, aparte de los regalos del misterioso tío Ludwig, era la visita de los tíos y los primos.
– ¡Tito! ¡Tito! ¡Tito!
– ¿Qué tal, preciosa? ¡Qué grande estás!
El tío Mun alzó a Minnie y le dio un beso en la mejilla. Wilbur tenía solo dos años, pero no estaba dispuesto a ser ignorado, así que, como un patito, se acercó a su tío y le tiró de la pernera mientras hacía ruido para atraer su atención. Le funcionó. Irene, en cambio, se quedó abriendo el paquete del tío Ludwig sobre la alfombra y fue el tío quien tuvo que ir a su encuentro.
– Feliz cumpleaños, cielo. ¿Muchos regalos este año?
– Sí. Mira: el tío Ludwig me ha mandado un libro–Irene se lo mostró–. "El cuerpo humano"
El tío Mun sonrió mostrando los dientes. Pareció encontrarle algún tipo de gracia que Irene no le veía.
– Pues aquí tienes otro más. Pero ten cuidado, no vayas a hacerle daño.
Dell salió de la cocina al oír las exclamaciones de los niños. Vio un círculo de cabecitas que rodeaba un pequeño animalito peludo tan hermoso que había conseguido que la cumpleañera se olvidara de un plumazo de los demás regalos. Incluso los primos Lincoln, Jeff y Washington, que no querían tener nada que ver con sus primos forzosos, se acercaron.
– ¿Es eso un dingo?–le preguntó a su viejo amigo.
– ¿Ha sido mala idea?–respondió el tío Mun.
– Nah. Nos vendrá bien. Echábamos de menos tener una mascota en la casa.
– Lo encontré por ahí, habían matado a su madre. Pensé que a los niños les gustaría.
– Ya ves que si les gusta. Están como locos.
Aprovecharon para saludarse como era debido, con un largo abrazo. Tras ello, los dos hombres entraron en la cocina para reunirse con los demás. Los niños estaban demasiado excitados con la nueva mascota como para escuchar los saludos entusiasmados de los adultos.
– ¿Qué nombre le ponemos?–preguntó Irene.
– ¡Brisky!–propuso Minnie.
– Ese nombre es muy feo–intervino Washington–. Teddy es mejor. Por Theodore Roosevelt.
– Pero Teddy se llama tu hermanito. No le quiero poner nombre de bebé–replicó Irene.
– ¡Ponle Brisky!–insistió Minnie.
– Coco–propuso Wilbur, su voz apenas audible en aquel enjambre de niños mayores.
– Oye, ¿le has dado las gracias al tío Mun-Dee?–preguntó entonces Lincoln.
– ¿Eh? No...–respondió Irene.
Lincoln era el mayor de todos y sabía muchas cosas, así que era normal que cayera en detalles que ellos, siendo más pequeños, no habían considerado.
Con el aire marcial que había imitado de su padre, Lincoln se lo explicó todo:
– Cuando un superior te hace un regalo o alguna cosa buena, tienes que darle siempre las gracias de inmediato. Y le haces un saludo.
– ¿Por qué el saludo?
– Porque es lo que hacen los hombres de honor.
Bueno, así tendría que ser. Irene no lo discutió.
Luego discutirían el tema del nombre del cachorro. Lo entregó a Wilbur, para que tuviera la oportunidad de acariciarlo, e Irene entró a la cocina. El terreno de los adultos, el lugar donde, antes de comer, bebían cervezas, fumaban y hablaban de cosas que los niños no entendían.
– No sé en qué demonios estará metido.
– Estará bien. Los dos. Seguro.
– Cómo lee la niña, ¿eh? Se ve que ha tenido un buen profesor.
– Es muy despierta, sí. Le gusta mucho leer.
– ¿Y la mecánica? ¿Le gusta?
– A Minnie sí. Siempre me quiere ayudar y hace muchos proyectos. A Irene no parece interesarle demasiado y Wilbur prefiere mirar.
– Pues nuestro Lincoln nos dijo el lunes que estaba decidido a hacer la carrera militar.
– Bueno, yendo a un colegio militar y siendo hijo de un soldado...
– Ya sabe disparar y el mes pasado empezó a ejercitarse con su madre. Dice que quiere llegar a capitán antes de cumplir los dieciocho.
– Sus hermanos también.
– Ya he visto que vuestro Lincoln está ya hecho todo un hombrecito.
– ¿Y vosotros cuándo vais a parar de hacer hijos?
– Cuando deje de dar placer.
– Yo quiero muchos hijos. Y mamá y mis hermanas también. Están encantadas, con la casa llena de voces y vida.
– ¿Y tú para cuándo, Scout?
– ¿Yo? Estoy rodeado de sobrinos, saturado; con ellos tengo bastante.
– Déjale que primero encuentre a una que lo soporte, y luego hablaremos de hijos.
– ¡Jajajajaja!
– Nos van a quitar el puesto, esos críos. Ya los estoy viendo.
– Nah. Estos no van a tener que vivir lo que vivimos nosotros. Por fortuna.
– Sí.
La conversación se interrumpió de súbito cuando Irene no pasó desapercibida ni aun encontrándose detrás del tío Misha.
– Mirad a quién tenemos aquí. La cumpleañera.
Al instante, las caras se iluminaron y a Irene le llovieron los pellizcos en las mejillas y las caricias. Su madre la tomó en brazos y le plantó un besote.
– Gracias por el regalo, tío Mun–y lo acompañó de un saludo militar que hizo reír a todos, en especial al orgulloso tío Jane.
– No es nada, cariño. ¿Prometes que lo cuidarás?
– Sí.
Irene no podía siquiera sospechar que el día de su sexto cumpleaños sería la última vez que vería a sus tíos en mucho tiempo.
