Hola a Todos! En primer lugar quisiera decir que este es mi primer fan fic (al menos el 1º que publico ) asi que perdonadme si encontráis cosas que no cuadren mucho, espero recibir vuestros comentarios tanto para lo bueno como para lo malo y de esta forma poder mejorar y que mis siguientes fan fics sean mejores para vuestro disfrute. ¡Ah, y otra anotación! Me he dado cuenta de que los fan fics de Gargoyles están muy abandonados¡Hay que animarsee! xD
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1º. El primer día
Había muy pocas cosas que consiguieran arrancarle una sonrisa a Severus. Sentía como si, todo ser viviente que le rodease, fuera muy inferior a él, o al menos, llegaría a serlo algún día. Ese instintivo y continuo pensamiento le hacía ver todo cuanto le rodeaba con cierto aire de desprecio, o sencillamente, pura indiferencia.
Pero aquello era realmente hermoso.
Se encontraba allí, frente a frente con la inmensa fortaleza de piedra. El Bosque Prohibido a sus espaldas producía un murmullo inquietante que hacía picar la curiosidad, y a su vez, indicaba que sería demasiado imprudente adentrarse. En las altas torres del castillo le aguardaban las aulas donde dentro de poco comenzaría su educación mágica; una magia que ansiaba controlar con todo su ser.
Se sentía como en el más maravilloso de sus sueños. La magia era tan densa en el ambiente que se podría dar un bocado al aire y empezar a mascarla, saboreando el poder y la sabiduría que le proporcionaría con el tiempo. Sus ojos brillaron de entusiasmo cuando los alzó para contemplar, una vez más, las inmensas torres de Howarts, antes de cruzar sus enormes y robustas puertas.
Si señor, ese era su sueño.
Convertirse en un poderoso mago, fuerte, respetable… incluso temible. No tener que volver a oír las risas y burlas de sus compañeros (decir "amigos" hubiera sido muy irónico, ya que no tenía ninguno). Se había jurado a sí mismo que desde el momento en el que pusiera un solo pie en Howarts, haría todo lo posible por convertirse en el mayor hechicero del país. Hasta aquel momento nunca le había encontrado un sentido a su vida, cargada de odio y dolor. Pero ahora tenía una meta pendiente.
Por desgracia, la voz de su nueva profesora de transformaciones, la profesora MacGonagall, le sacó de sus ensoñaciones y le hizo recordar que debía esperar junto a sus nuevos compañeros en el centro del Gran Comedor. Uno a uno fueron siendo seleccionados para cada una de las casas, a saber, Gryffindor, Slytzerin, Hufflepuff y Ravenclaw.
Apenas quedaban alumnos. Unos gemelos, una extraña niña de pelo rizado rubio y piel verde esmeralda, y él mismo.
¡Snape, Severus!
Se acercó con paso firme al pequeño taburete donde debía sentarse. Su rostro no reflejaba la más mínima expresión. Se limitó a mirar a su alrededor mientras el sombrero seleccionador le echaba un discursito sobre su alto ego y su enorme potencial, que ignoró con facilidad a pesar de que aquella voz sólo resonaba en su cabeza.
Pero algo le distrajo. Mucho más que aquel estúpido sombrero.
No había reparado en una chica que había estado todo el tiempo tras los gemelos. Era de piel blanca, tanto que el resto de sus rasgos resaltaban más de lo normal; su pelo era de un tono similar al de una berenjena, completamente negro pero dejando escapar reflejos morados con cada rayo de luz que se posaba en él; lo tenía suelto, muy liso, y varios mechones que le colgaban como de casualidad se enredaban en sus pestañas; sus ojos eran grandes, de un color impreciso, entre el verde oscuro y el marrón. Incluso desde aquella distancia hubiera jurado que no había dejado de mirarlo.
¡Slytzerin! – oyó en lo más profundo de su cerebro -.
Una de las cuatro alargadas mesas, repleta de estudiantes de todos los cursos ataviados con uniformes verdes y plateados, aplaudieron para recibir a su nuevo integrante. Fue entonces cuando salió de su ensoñación; sin querer se había quedado observando a aquella chica, sin motivo alguno. Pero ella no parecía darle demasiada importancia. Se limitó a observarle con la misma mirada curiosa.
¡Greenwood, Elisabeth!
No había llegado a su asiento cuando llamaron a aquella extraña niña. Se acercó al sombrero con paso decidido, como quien va a recoger un importante premio frente a miles de personas. En su boca siempre había una media sonrisa, que no se sabía si denotaba felicidad o simplemente que su mente estaba muy lejos de su propietaria. Mientras el sombrero seleccionador decidía dónde enviarla, ésta miraba el techo mágico del Gran Comedor con interés, pero sin sorprenderse demasiado; era como si estuviera contemplando una estatuilla muy hermosa, pero que había visto tantas veces que casi la dejaba pasar.
Severus se preguntaba qué diantre le rondaría por su mente. Sintió cierta aversión hacia ella, no soportaba a la gente soñadora que estaba más pendiente de su mundo de fantasía que de la cruda realidad. En persona debía de ser una niña un tanto estúpida.
Más tarde, el resto de los nuevos alumnos fueron enviados a sus casas, y comenzaron con la ceremonia de bienvenida. Severus no recordaba haber comido tan bien en su vida.
Más tarde ya en su dormitorio, deshizo su escaso equipaje y comenzó a repasar sus nuevos libros. No veía la hora de empezar a usarlos. Acarició sus encuadernaciones de segunda mano, algo gastadas pero en un estado bastante aceptable. Leyó el título: "Defensa contra las Artes Oscuras, primer curso". Puede que algún día llegara a ser él quien enseñara esa asignatura.
2º. Primer contacto
Los primeros días fueron tal como los esperaba. Las asignaturas no parecían tan terribles como solían decir sus compañeros. Las aprendía con facilidad, en especial Defensa Contra las Artes Oscuras y Pociones. El único problema con la clase de Defensas era que la compartían con los de Gryffindor, la casa rival de Slythering desde siempre.
Pero eso no era lo malo.
La casa Gryffindor le traía al fresco.
Era un pequeño grupo el que le molestaba.
Desde el primer día había tenido un mal contacto con un pequeño grupo de ellos, cuyo líder se llamaba James Potter.
Aquel niño creído y su séquito le perseguían constantemente desde que se chocaron por los pasillos. Por algún motivo su inmenso odio era mutuo, y buscaban cualquier excusa para dejarlo en ridículo. Él procuraba ignorarlos, pero en cuanto intentaban alguna jugarreta se ponía firme. No era tan estúpido como para dejarse manejar por un Gryffindor.
Entraron al aula; miró de soslayo a James, que lo miraba divertido, alguna nueva trastada tenía en mente.
Pero de nuevo algo distrajo su atención. Una especie de sacudida eléctrica le recorrió el cuerpo cuando sintió el tacto cálido de una mano aferrando la suya con disimulo. Una voz muy dulce le susurró al oído.
No vayas a tu asiento de siempre. James le ha echado un pequeño conjuro de burla, en cuanto te sientes se oirá una pedorreta. Cámbiate de sitio.
Y tan rápido como llegó, se fue sin dirigirle una sola mirada. Pero no era necesario; aquel pelo negro con reflejos morados era inconfundible.
Solo que esta vez llevaba una túnica con dibujos dorados y rojos; de la casa Gryffindor.
¿Una chica Gryffindor intentando ayudar a un Slythcering¿Qué era lo que no cuadraba?
Por si acaso y sin apartar la mirada de James Potter, que aún no había dejado de observarle, se dirigió a uno de los asientos centrales, en lugar de la primera fila como acostumbraba.
Apenas había llegado el profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras cuando se oyó un enorme estruendo en la sala, como si se estrujara un bote de ketchup a punto de terminar frente a un megáfono. De repente todo quedó en silencio, y uno de los alumnos de Slythcering, rubio de pelo largo se puso tan rojo que parecía que le iba a estallar la cabeza.
¡Señor Malfoy¡Si se piensa que en mi clase voy a tolerar ese tipo de comportamientos está usted muy equivocado¡Salga inmediatamente del aula hasta que se sienta en condiciones de volver!
Pero profesor… - hablaba en un tono tan bajo que apenas se percibió bajo las risas de sus compañeros -.
Sin excusa que valiera, Lucius Malfoy fue expulsado de clase. Severus estaba perplejo. ¡Era cierto¿Por qué motivo un Gryffindor iba a querer ayudarle?
Primero miró a James. No parecía estar muy disgustado después del numerito con Lucius. Luego miró a la extraña chica, Elisabeth; miraba a la pizarra como si no se hubiera dado cuenta de nada de lo que pasaba a su alrededor.
Todo era muy extraño.
Las vacaciones de navidad llegaron y todos los alumnos de Howarts fueron con sus familiares. En realidad, no todos. Severus prefirió quedarse antes que volver con su familia. Aún recordaba sus últimas navidades: su padre, Tobias Snape, azotaba a su madre, Eileen Prince, hasta dejarla de rodillas en el suelo, suplicando que parase. Y todo porque había estado utilizando la magia para hacer la cena de navidad. Su padre no podía tolerar que su mujer utilizara la magia, para él los magos no eran más que escoria. Y su madre, muerta de amor por él, nunca osó enfrentarse a él con la magia, nunca contra un muggle, nunca contra su marido. Y Severus mientras tanto no podía hacer otra cosa más que llorar en un rincón presenciándolo todo.
Cada vez que recordaba imágenes como esa no podía evitar sentir un escalofrío.
Pero alguien más no había ido con su familia.
Entre los pocos que desayunaban en el Gran Comedor, distinguió en la mesa de los Gryffindor una melena morena y morada.
Sin querer se observaron unos instantes. Nadie dijo nada.
En lo que llevaban de curso, Elisabeth le había advertido de numerosas jugarretas de James Potter. Pero nunca se había parado a hablar con él. Ni siquiera lo miraba cuando se cruzaban por los pasillos. Y ahora parecía esperar a ver quién sería el primero en decir algo.
¿Quieres sentarte conmigo? – dijo de repente -.
Severus quedó impresionado. No sabía como reaccionar. Por una parte no sentía simpatía por los Gryffindor, o mejor dicho, por la gente en general. Pero por otra parte se sentía obligado a comportarse medianamente bien con aquella chica. Después de todo, era la única persona que había mostrado hacia él, aunque fuera en secreto, bueno… sencillamente le dirigía la palabra.
Pero era una Gryffindor. Y era una chica.
No me sentaría en la mesa de los Gryffindor ni aunque fuera la única que quedase en el Gran Comedor – logró decir al final -.
Oh, ya veo… - no pareció afectarle en absoluto el rechazo -. ¿Y si cogemos algo de comida y nos vamos al lago? Aún no he tenido oportunidad de ver el calamar gigante, tiene que ser realmente hermoso.
Desde luego, un bicho viscoso repleto de tentáculos con una boca capaz de tragarse la torre central del castillo como si fuera un mondadientes, suena tentador…
¡Perfecto! – el rostro de Elisabeth pareció iluminarse por un segundo - ¿Nos vamos ya?
¿Entendería esta chiquilla el significado de "ironía"¿Cómo se podría ser tan boba?
Creo que no me has entendido…
Venga Severus, no soy estúpida. Sé perfectamente que tus compañeros se reirían de ti si supieran que has estado en el lago con una Gryffindor. Pero piensa: estamos en navidad, nadie puede vernos. Todos están muy lejos de aquí.
Decididamente Severus no sabía qué contestar. ¿Por qué le resultaba tan difícil rechazar la oferta¡La respuesta rondaba clara y concisa por su mente, un simple NO! Pero las que surgieron de su boca fueron diferentes.
Como quieras – dijo casi con desgana -.
Y antes de que se diera cuenta, paseaba por los alrededores del castillo de la mano de una Gryffindor.
3º. Pasa el tiempo…
Llegaron a cuarto curso. La adolescencia hizo presa de ellos, y sus lazos amistosos se habían juntado cada vez más. Al principio Severus casi sentía que la aguantaba por obligación. Poco después empezó a sentir una enorme simpatía por ella. Pero cuanto más tiempo pasaban juntos, más se necesitaban el uno al otro.
Elisabeth, antes de vivir en Howarts, se había criado en un orfanato mágico. A pesar de conocer la existencia del paradero de sus padres, nunca llegó a buscarlos. La habían dejado en aquel orfanato solo temporalmente, hasta que llegara el momento. Nunca supo qué momento sería aquel, ni supo el motivo de tanto misterio, pero hacía tiempo que había dejado de esperar. Y más desde que conoció a Severus.
Desde el momento en que vio a aquel niño cabizbajo y misterioso, que miraba el mundo con ojos desafiantes, sintió una atracción hacia él que nunca se habría imaginado. Sentía la necesidad de saber qué era lo que atormentaba a ese bello ser. Empezó casi como un juego; en cuanto oía a James y a sus compañeros tramar algún asunto contra Severus, corría a su lado a advertirlo, pero sin llegar a tener ningún otro tipo de contacto. No se sentía capaz. En el fondo a ella también le intimidaban esos ojos fríos. Pero fue conociéndolo poco a poco; comprobó que era un niño dotado de una gran inteligencia, poseía una mente despierta y calculadora… era casi terrorífico. ¿Pero por qué aún así le seguía atrayendo?
Daba mil gracias al cielo por haber sacado fuerzas para hablarle aquella mañana de navidad en el primer curso. Desde entonces, fueron intimando cada vez más, hasta aquella noche de invierno.
Fue en el lago. Pero no en una orilla cualquiera del lago. Habían encontrado un pequeño lugar muy apartado del castillo, en el Bosque Prohibido. Un pequeño riachuelo fluía mientras los espesos árboles les proporcionaban la intimidad que necesitaban.
Contemplaban como muchas otras veces las estrellas que se colaban entre las ramas de los árboles, tumbados boca arriba, uno al lado del otro. Severus, ajeno a la belleza que le rodeaba, hablaba con Elisabeth sobre las asignaturas más interesantes (entre ellas herbología y pociones) y de su odio común hacia James Potter. El romanticismo era algo que aún no entraba en su diccionario.
Sin embargo Elisabeth tenía otros planes para aquella noche.
¿Recuerdas la primera vez que te ayudé a escabullirte de Potter, Severus?
Éste se calló de inmediato. Acababa de ser interrumpido de un discurso muy interesante sobre el uso de raíces de sauce boxeador para una poción vigorizante.
¿Perdona?
Si recuerdas el primer día que te dirigí la palabra.
Oh, por supuesto. Creo que desde entonces Lucius no se ha vuelto a sentar en primera fila.
Me extrañó que me hicieras caso.
Para ser sinceros, no pensaba hacerlo. Pero tampoco me pareció tan descabellada la idea de cambiarme de sitio, así que no me importó.
¿Alguna vez llegaste a pensar que podrías estar en un rincón oculto del Bosque Prohibido con una chica Gryffindor?
Lo estoy ahora¿qué más da que lo pensara o no?
Bueno, yo sí lo pensé. No con una chica, claro está… sino contigo. Desde el día que te vi ahí sentado con el sombrero seleccionador… soñé con esta noche.
Severus giró la cabeza para observarla. Por primera vez aquella noche había comenzado a admirar algo de belleza a su alrededor. Elisabeth estaba preciosa. Su pelo con reflejos morados estaba extendido en toda su extensión por la hierba, como un abanico abierto. Tenía los ojos entrecerrados, pero aún así podía ver el color impreciso de sus ojos. Sus labios finos y sonrosados pedían a gritos mudos un beso suyo… pero nunca se atrevía. Más de una noche había sentido las ganas de besarla, pero nunca conseguía decidirse.
¿Y qué soñabas exactamente? – preguntó Severus -.
Elisabeth giró un poco el cuerpo para apoyarlo de costado, para poder ver mejor a su compañero.
Te prometía que siempre estaría a tu lado. Que nunca dejaría que te ocurriese nada malo. Que nunca te separarías de mí.
No necesito que me protejan – le interrumpió bruscamente -. ¡Se defenderme solito, no necesito la ayuda de una… de nadie!
No me refería a James y al resto de seres humanos que te atormentan – a pesar de la dureza del comentario, Elisabeth no se sintió dolida, se imaginaba esa reacción; lo conocía lo suficiente -. Sé que hay otros demonios en tu vida. Aunque tú no los quieras admitir.
No hay demonios en mi vida.
Sé que te sientes muy solo, Severus. Sé lo de tus padres – en ese momento Severus se incorporó de golpe sorprendido; Elisabeth también lo hizo, pero sin tanta brusquedad -. Sé por todo el dolor que has pasado a lo largo de tu vida. Y no sabes lo que me gustaría calmar ese dolor. Desearía poder borrar de tu pasado todos esos demonios y hacerte feliz. Pero de esas dos cosas solo puedo intentar una…
Después de aquella confesión Severus era incapaz de formular una sola palabra. Miraba a Elisabeth y era como contemplar tras un escaparate un delicioso pastel. Tan suculento, tan cerca y a la vez tan inaccesible… lo único que debía hacer era entrar a la tienda y pedirlo o cogerlo sin más. Pero para ello había que dar un primer paso al frente.
Dio el paso al frente; y la tomó por la cintura.
Estaba arto de soñar con metas inalcanzables.
Apartó uno de sus suaves mechones de su cara, acariciándola con dulzura; Elisabeth hizo lo mismo con alguna de las greñas que cubrían el rostro de Severus.
En un enorme acto de valentía y decisión, Severus la besó suavemente en los labios. El contraste de los labios cálidos de Elisabeth y la fría piel de Severus les hicieron estremecerse durante unos largos segundos.
Poco a poco el abrazo en el que se unían se iba haciendo más fuerte y cálido, y el largo beso del que aún no se habían desprendido se iba haciendo más apasionado. Las manos parecían no atender a las órdenes de sus dueños, se movían sin tregua recorriendo cada centímetro del cuerpo del otro.
Casi tres años esperando aquel momento…
De repente Severus se detuvo. Miró a Elisabeth con una mirada tierna y a la vez apasionada que ésta jamás había visto en él. Tenía los labios tan cerca de los suyos que aún podía notar el calor que desprendían. Daban ganas de besarlos de nuevo, pero Severus le detuvo.
Sus manos se deslizaron suavemente a su cintura. Muy despacio, fue levantándole la camisa del uniforme escolar, hasta dejar al descubierto un torso tan blanco como la nieve. Con un dedo fue recorriendo cada una de sus curvas, haciendo que se le pusiera la piel de gallina.
Pudo ver como bajo el sujetador sus senos se endurecían a causa de los escalofríos.
En esta ocasión, Elisabeth deslizó sus manos a la camisa de Severus, dejando ver un cuerpo casi tan blanco como el suyo, delgado, casi parecía mustio. Lo abrazó con dulzura y lo recorrió con besos que casi no llegaban a tocarle. Severus la estrechó entre sus brazos, deseando por primera vez en su vida que Elisabeth no se alejara nunca de él.
Poco a poco fueron bajando hasta que Elisabeth se tumbó en la hierba y Severus continuó cubriendo su cuerpo con ligeros roces de sus labios, como ella había estado haciendo. Deslizó sus manos por su cuerpo hasta llegar a los pantalones, y comenzó a bajarlos, muy despacio, sin dejar de besarla conforme bajaba. Elisabeth se retorcía en la hierba, presa del delirio.
Ya desnudada, Severus se puso de rodillas frente a ella para contemplarla.
Era tan hermosa…
Y estaba ahí, a sus pies, loca de amor y de deseo.
Era suya al fin.
Se bajó los pantalones hasta que su miembro erecto quedó al descubierto, y lo introdujo lentamente en su compañera.
Abrazados y sin dejar de besarse apasionadamente, rodaron por la hierba fresca empapada con el rocío de la noche. Ignoraron que alguien podría oírles, ni se les ocurrió pensar que el guardabosques pudiera estar cerca… en lo único que pensaban en ese momento era en ellos mismos. Suspiraron de placer durante unos minutos que se hicieron horas.
Ni siquiera cuando todo acabó se separaron. Dejaron que los primeros rayos del sol se colaran entre las hojas para acariciar sus cuerpos desnudos y empapados en sudor. Era sábado. Todo el mundo estaría atiborrándose de golosinas y helados en Housmeade, o tomando cerveza de mantequilla en algún local. Menuda pandilla de "pringaos", pensaron al unísono, y empezaron a reír. Aquello era mejor que cualquier excursión.
Juntos los dos.
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Espero vuestros comentarios! Ah, y la 2º parte está en marcha ;-)
