"Odiaba mi vida. Estaba cansado y aburrido de mi trabajo y de mis muebles, y no veía la forma de cambiar las cosas.
Solo de acabar con ellas"
Chuck Palahniuck. "El club de lucha"
INTRO
El aspecto del Gran Comedor era muy diferente a lo habitual. El cielo nocturno bajo el cual se encontraba la escuela en pleno era de un color negro grisáceo mate a causa de las nubes, sin que se adivinase ninguna estrella. La luz de las velas parecía haber perdido parte de su brillo. Sin embargo, lo más sorprendente era el silencio, tan espeso que casi podía verse. Por lo general, el Gran Comedor solo esta en silencio cuando no había nadie. Ahora estaba abarrotado, pero apenas se oían las respiraciones. Únicamente se escuchaba algún sollozo apagado de vez en cuando.
Además, la disposición del mobiliario era radicalmente diferente. Las enormes mesas estaban contra las paredes, y los alumnos estaban colocados frente a la mesa de los profesores como lo estarían los fieles ante un altar. Sobre la mesa descansaba un cuerpo.
Parecía que estaba dormida.
Muchos de los profesores consideraron que aquello era morboso, de mal gusto, desagradable. Pero Dumbledore insistió en que la muerte era tan natural como la vida y que, por tanto, no tenía sentido ocultarla como si fuese algo repugnante y vagamente vergonzoso. Los alumnos debían comprender que aquello también formaba parte de la realidad. Además, la asistencia no era obligatoria.
De acuerdo- admitió la profesora McGonagall- La muerte es algo natural. Pero no así, Albus. Esto no es natural.
Eso no lo hace manos real- objetó Dumledore- De cualquier modo, todos saben lo que ha pasado. Así que están en condiciones de elegir.
Así que, finalmente, el 99 de los alumnos eligió estar allí, y pasar en vela la noche del 20 al 21 de abril, algunos reflexionando, otros incapaces de hilar un pensamiento con otro a causa del estupor.
Retrocedamos doce horas.
La profesora Sprout se encontraba en el invernadero número 4 preparando su próxima clase mientas bebía café tranquilamente. A escasos metros, un nutrido grupo de risueños alumnos de tercero, que acababa de salir de clase de herbología, se dirigía al castillo. A pesar de que ya había llegado la primavera, un espeso manto de nieve cubría aún los alrededores de Hogwarts.
De pronto, un estruendo sobresaltó a los alumnos que aún estaban fuera del colegio. Cristales rotos. Un sonido de algo impactando contra el suelo. Algo blando y frágil. Un sonido peculiar e inolvidable.
Algunos de los que estaban más cerca del invernadero corrieron hacia allí, y se encontratron con la profesora Sprout desmayada a causa de la imresión. Y, a escasos metros, lo que parecía un cuerpo cubierto de esquirlas de cristal, a cuyo alrededor crecía, a una velocidad asombrosa, un charco color rojo oscuro. Gotas de sangre salpicaban las paredes y las hojas de las plantas.
Ninguno de ellos quería acercarse a comprobar quien era. Estaban asustados y confusos, y nadie les había dicho nunca que debían hacer ante una situación como aquella. Al final, uno de ellos salió corriendo en busca de ayuda.
El primer profesor a quien se encontró en su camino fue a Hagrid.
A pesar de su fama de torpe, Hagrid actuó con rapidez. Mandó a uno de los chavales a buscar a la Señora Pomfrey, y a otro a buscar a Dumbledore. Reanimó a la profesora Sprout dándole a oler algo que sacó de su bolsillo. Luego fue a comprobar el estado de la persona que yacía en el suelo, aunque, a primera vista, poco se podía hacer ya por ella.
Era una chica de unos dieciséis años, de alborotado pelo castaño y rostro aún reconocible.
Entonces, Hagrid se derrumbó.
Nadie se lo esperaba. A los ojos de cualquiera, Hermione Granger lo tenía todo: buenas notas, buenos amigos, una familia que la quería. Era guapa, inteligente, trabajadora y muy tenaz. Perfecta.
Al parecer, no todo iba tan bien como parecía. Y doce horas después, la que fue mejor alumna de su promoción descansaba sin vida sobre una mesa. La Señora Pomfrey había lavado los restos de sangre y violencia, y ahora tenía el aspecto sereno de alguien que por fin descansa después de un día de trabajo duro.
Hacía muchísimo calor en el Gran Comedor. Olía a cera, a flores marchitas, a tristeza. Un olor espeso, pegajoso, agobiante, que se adhería a la piel, al cabello, a la ropa y a la memoria. A medida que avanzaban las horas, el cansancio venció a algunos, que se quedaron dormidos, muchos de ellos con los ojos y las mejillas aún húmedos de lagrimas. Otros estaban en un estado de semi-vigilia, incapaces de pensar con claridad, sin saber si aquello estaba sucediendo de verdad o si se trataba de una pesadilla. Pero aún quedaba gente despierta y con los cinco sentidos alerta, intentando comprender que demonios significaba aquello. Porque la muerte de un compañero te cambia para siempre, pero cuando alguien que aún no ha llegado a la mayoría de edad decide que la vida no merece la pena, hiere profundamente a quienes le rodean. Y esa herida nunca cicatriza del todo, porque nunca se llega a entender del todo porqué. Aquella noche, muchos se lo preguntaron a la propia Hermione, enfrascados en un monólogo silencioso, en busca de una respuesta que no existía.
