Ni la historia ni los personajes no pertenecen.

Escribo esto sin ánimo de lucro, simplemente me apetecía.

Me miro en el espejo y me dedico una pequeña mueca, molesto. Qué asco de pelo. No hay manera con él. Tendría que habérmelo cortado semanas atrás pero ¡no! ¿Por qué no probar algún estilo que no sea llevarlo rapado al dos? Maldita sea Lydia Martin, que no podía escoger peor momento para ponerse enferma y ha acabado metiéndome en este lío. Tendría que estar estudiando para los exámenes finales, que son la semana que viene, pero aquí estoy, intentando hacer algo con mi pelo. Me desespero, pongo los ojos en blanco, después observo al chico pecoso, de pelo castaño y ojos marrones que me mira y me rindo. Mi única opción es mojarme un poco los dedos en el grifo y pasármelos por el pelo esperando un resultado final mínimamente decente.

Lydia es mi compañera de piso, y ha tenido que pillar un resfriado precisamente hoy. Por eso no puede ir a la entrevista que había concertado con un megaempresario del que yo nunca había oído hablar para la revista de la facultad. Así que va a tocarme a mí. Tengo que estudiar para los exámenes finales, tengo que terminar un trabajo y se suponía que a eso iba a dedicarme esta tarde, pero no. Lo que voy a hacer hoy es conducir más de doscientos kilómetros hasta el centro de Sacramento para reunirme con el enigmático presidente de Hale Enterprises Holdings, Inc. Como empresario excepcional y principal mecenas de nuestra universidad, su tiempo es extraordinariamente valioso –mucho más que el mío–, pero ha concedido una entrevista a Lydia. Un bombazo, según ella. Malditas sean sus actividades extraacadémicas.

Lydia está acurrucada en el sofá del salón.

-Stiles, tardé nueve meses en conseguir esta entrevista. Si pido que me cambien el día, tendré que esperar otros seis, y para entonces los dos estaremos graduados. Soy la responsable de la revista, no voy a echarlo todo a perder. Necesito que vayas tú. –Me ¿amenaza? Lydia con la voz ronca por el resfriado.

¿Cómo lo hace? Incluso enferma está guapísima, realmente atractiva, con su pelo rubio fresa dibujando hondas perfectas y sus brillantes ojos miel, aunque ahora los tiene rojos y llorosos. Paso por alto la inoportuna punzada de lástima que me inspira.

-Claro que iré, Lyds. Vuelve a la cama. ¿Quieres una aspirina o un paracetamol?

-Un paracetamol. Aquí tienes las preguntas y la grabadora. Solo tienes que apretar aquí. Y toma notas. Luego ya lo transcribiré todo.

-No sé nada de él… -murmuro intentando en vano reprimir el pánico, que es cada vez mayor. -¿Y si meto la pata? Así en plan súper metedura de pata. De esas que solo puedo hacer yo. No quiero ir haciendo la pena frente a un "súper-mega-híper-ultra-guay-y-fantástico-empresario. Una cosa es ser torpe en casa, entre conocidos o gente completamente ignorable, pero esto está a otro nivel. No quiero ser torpe en otro nivel Lyds. No.

-Stiles, ya. Te harás una idea de qué va la cosa por las preguntas. Sal ya. El viaje es largo. No quiero que llegues tarde.

-Vale, me voy. Vuelve a la cama. Te he preparado una sopa para que te la calientes después.

La miro con cariño. Tengo una debilidad preocupante por ti Lydia.

-Sí, lo haré. Céntrate Stiles. De verdad que esto es algo importante.

Cojo la mochila, le lanzo una sonrisa y me dirijo al coche. No puedo creer que me haya dejado convencer (en verdad sí), Lydia es capaz de convencer a cualquiera de lo que sea. Será una excelente periodista. Sabe expresarse y discutir, es fuerte, convincente y guapa. Y es una de mis mejores amigos.

Apenas hay tráfico cuando salgo de Beacon Hills, California, en dirección a la estatal 99. Es temprano y no tengo que estar en Sacramento hasta las dos del mediodía. Por suerte, Lydia me ha dejado su Audi TTS. No tengo nada claro que con mi viejo Jeep Wrangler, pudiera llegar a tiempo. Conducir el Audi es muy agradable. Piso con fuerza el acelerador, y los quilómetros pasan volando.

Me dirijo a la sede principal de la multinacional del señor Hale, un enorme edificio de veinte plantas, una fantasía arquitectónica, todo él de vidrio y acero, y con las palabras HALE HOUSE en discreto tono metálico en las puertas acristaladas de la entrada. Son las dos menos cuarto cuando llego. Entro en el inmenso –y francamente intimidante– vestíbulo de vidrio, acero y piedra natural, muy aliviado por no haber llegado tarde.

Desde el otro lado de un sólido mostrador de piedra me sonríe amablemente una chica rubia, atractiva y muy arreglada. Lleva la americana gris oscura y la falda blanca más elegantes que he visto jamás. Está impecable.

-Vengo a ver al señor Hale. Stiles Stilinski, de parte de Lydia Martin.

Discúlpeme un momento, señor Stilinski –me dice alzando las cejas.

Espero nerviosamente frente a ella. Empiezo a pensar que debería haberme puesto la americana de vestir como me había dicho Lydia en lugar de mi chaqueta marrón. He hecho un esfuerzo y me he puesto los únicos tejanos decentes (y cuando digo decentes digo prácticamente nuevos, sin rotos ni descoloridos), mis cómodas All Star rojas y una básica gris que Lydia dijo que me quedaba que ni pintada. Para mí es ir elegante. Me desordeno el pelo con la mano fingiendo no sentirme intimidado.

-Sí, tiene cita con la señorita Martin. Firme aquí, por favor, señor Stilinski. El último ascensor de la derecha, planta 20.

Me sonríe amablemente, sin duda divertida, mientras firmo.

Me tiende un pase de seguridad que tiene impresa la palabra VISITANTE. No puedo evitar sonreír. Es obvio que solo estoy de visita. Desentono completamente. No pasa nada, suspiro para mis adentros. Le doy las gracias y me dirijo hacia los ascensores, más allá de los dos vigilantes, ambos mucho más elegantes que yo con su traje negro de corte perfecto.

El ascensor me traslada a la planta 2 a una velocidad de vértigo. Las puertas se abren y salgo a otro gran vestíbulo, también de vidrio, acero y piedra natural. Me acerco a otro mostrador de piedra y me saluda otra chica rubia vestida impecablemente de blanco y negro.

-Señor Stilinski, ¿puede esperar aquí, por favor? -me pregunta señalando una zona de asientos de cuero.

Todas estas chicas tan rubias y perfectas, encantadoramente correctas y amables me ponen de los nervios.

Detrás de los asientos de cuero hay una gran sala de reuniones con las paredes de vidrio, una mesa de madera oscura, también grande, y al menos veinte sillas a juego. Más allá, un ventanal desde el suelo hasta el techo que ofrece una vista perfecta de Sacramento. La vista es tan impactante que me quedo momentáneamente paralizado. Joder.

Me siento, saco las preguntas de la mochila y les hecho un vistazo maldiciendo por dentro a Lydia por no pasarme siquiera una micro biografía. No sé nada del hombre al que voy a entrevistar. Tanto podría tener noventa años como treinta. La inseguridad me mortifica y, como estoy nervioso, no puedo estarme quieto, que si me siento, me levanto, me acerco al cristal, paseo por el vestíbulo, vuelvo a sentarme… Las entrevistas cara a cara no son lo mío. Prefiero la comodidad de las charlas en grupo, en las que puedo ir soltando curiosidades y comentarios chorras sin que nadie se moleste o se sienta insultado. Para ser sincero, lo que me gusta es estar con los cuatro buenos amigos que tengo en la universidad, despatarrados en el sofá, con unas cervezas y una buena peli o algún videojuego entretenido, y no removiéndome inquieto en un sillón enorme de un enorme edificio de vidrio y piedra.

Suspiro. Contrólate, Stilinski. A juzgar por el edificio, demasiado aséptico y moderno, supongo que Hale tendrá unos cuarenta tacos. Un tipo que se mantiene en forma, bronceado y rubio, a juego con el resto del personal.

De una gran puerta a la derecha sale otra rubia elegante, impecablemente vestida. ¿De dónde coño sacan tanta rubia despampanante? ¿Las producirán en serie? ¿Podré agenciarme de alguna? Respiro hondo y me levanto.

-¿Señor Stilinski? –me pregunta la última rubia.

-Sí –digo con voz ronca; carraspeo–. Sí –repito, esta vez en un tono un poco más seguro.

-El señor Hale le recibirá enseguida. ¿Quiere dejarme la chaqueta?

-Sí, gracias –le contesto al tiempo que me quito con torpeza la chaqueta.

-¿Le han ofrecido algo de beber?

-Pues… -no quiero meter a nadie en problemas- no.

La rubia número dos frunce el ceño y lanza una mirada a la chica del mostrador. Pues si Stilinski, has metido a la pobre chica en un apuro.

-¿Quiere un té, un café, un poco de agua? –me pregunta volviéndose de nuevo hacia mí.

-Una Coca-Cola no tendrás ¿no? – pregunto pasándome la mano por el pelo, mirando en dirección al gran ventanal.

-Marina, tráele al señor Stilinski una Coca-Cola, por favor –dice en tono serio.

Marina sale corriendo de inmediato y desaparece por otra puerta al otro lado del vestíbulo.

-Le ruego que me disculpe, señor Stilinski. Marina es nuestra nueva empleada en prácticas. Por favor, siéntese. El señor Hale le atenderá en cinco minutos.

Marina vuelve con un vaso de Coca-Cola con hielo y dos rodajas de limón.

-Aquí tiene, señor Stilinski.

-Gracias.

La rubia número dos se dirige al enorme mostrador. Sus tacones resuenan en el suelo de piedra. Se sienta y ambas siguen trabajando.

Quizás el señor hale insista en que todos su empleados sean rubios. Estoy completamente distraído, preguntándome si eso es legal, cuando la puerta del despacho se abre y sale un afroamericano alto y enorme, con cara de malas pulgas, rapado y elegantemente vestido. Está claro que no podría haber elegido peor mi ropa.

Se vuelve hacia la puerta con un movimiento pesado.

-¿Golf el jueves? –pregunta con un tono neutral. Casi parece que lo diga por obligación.

No oigo la respuesta. El afroamericano me ve y me saluda inclinando la cabeza. No sonríe ni nada. El hombre sin emociones. Marina se ha levantado de un salto para ir a llamar al ascensor. Parece que destaca en eso de dar saltos en la silla. La pobre está más nerviosa que yo.

-El señor Hale le recibirá ahora, señor Stilinski. Puede pasar –me dice la rubia número dos.

Me levanto tambaleándome un poco e intentando contener los nervios. Cojo mi mochila, dejo el vaso vacío sobre la mesita de cristal y me dirijo a la puerta entornada.

-No es necesario que llame. Entre directamente –me dice sonriéndome.

Empujo la puerta, se me enredan los pies y me como el suelo.

Mierda, joder. Es que no falla. Momento importante y yo hago el pena. Mierda, mierda, mierda. Estoy de rodillas y con las manos apoyadas en el suelo de la entrada del despacho del señor Hale, y unas manos amables me rodean para ayudarme a levantarme. Quiero que la tierra me trague. Me cago en mi torpeza. Tengo que echarle huevos para alzar la vista. Joder, es bastante más joven de lo que esperaba.

-Supongo que usted no es la señorita Martin- me dice tendiéndome una mano fuerte en cuanto me he levantado–. Soy Derek Hale. ¿Está bien? ¿Quiere sentarse?

Muy joven. Y atractivo, jodidamente atractivo. Robusto, con un elegantísimo traje gris oscuro, prácticamente negro, camisa blanca, sin corbata, con un pelo rebelde de color negro ébano y brillantes ojos de un increíble verde bosque que me observan intensamente. Sorprendentemente necesito un momento para poder articular palabra. Yo, que normalmente no me callo ni debajo del agua.

-Soy su compañero de piso…

Me callo. Si este tipo tiene treinta años yo soy un jodido astronauta. Le doy la mano, aturdido, y nos saludamos. Cuando nuestros dedos se tocan siento un extraño y excitante escalofrío por todo el cuerpo. Retiro la mano a toda prisa, incomodo. Debe ser electricidad estática. Parpadeo rápidamente, al ritmo de los desbocados latidos de mi corazón.

-La señorita Martin está indispuesta, así que me ha enviado a mí. Espero que no le importe, señor Hale.

-¿Y usted es…?

Su voz es cálida y parece estar divirtiéndose con esto, pero su expresión impasible no me permite asegurarlo. Parece ligeramente interesado, pero resalta la expresión como de molestia.

-Stiles Stilinski. Estudio Criminología en la misma universidad que Lyds… ¡Lydia!... joder… La señorita Martin.

Se limita a asentir.

Creo ver el esbozo de una sonrisa en su expresión pero no estoy muy seguro.

-¿Quieres sentarte? –me pregunta señalando un par de sillones de cuero oscuro colocados uno frente el otro.

Su despacho es absurdamente grande para un solo tío. Delante de los ventanales panorámicos hay una mesa de madera oscura en la que podríamos comer cinco o seis personas sin problemas. Hace juego con la mesita junto a los sillones. Todo lo demás es de un color gris cemento –el techo, el suelo y las paredes–, excepto la pared de la puerta, en la que hay dibujado un enorme mural de un bosque frondoso. Es increíble, ha sido pintado con tanto detalle que casi parece que uno pueda ir y esconderse entre los árboles. Es impresionante.

-Un artista de aquí. Kinkade –me dice el señor Hale cuando se da cuenta de que me he quedado embobado con el mural.

-Es… acojonante –murmuro distraído, tanto por él como por la pintura– perdón. Es increíble- me corrijo dándome una colleja mental.

Ladea la cabeza y me mira con mucha atención.

-No podría estar más de acuerdo, señor Stilinski –contesta en voz baja.

Y por alguna razón que se me escapa me ruborizo.

Aparte de los cuadros, el resto del despacho es frío, limpio y aséptico. Me pregunto si refleja la personalidad del sex-symbol que está sentado con elegancia frente a mí en su sillón de cuero.

Bajo la cabeza, alterado por la dirección que están tomando mis pensamientos, me paso la mano por el pelo y saco de la mochila las preguntas de Lydia. Luego preparo la grabadora con tanta torpeza que se me cae dos veces en la mesita. Como si fuera un puto trozo de mantequilla. El señor Hale no abre la boca. Aguarda pacientemente –eso espero–, y yo me siento cada vez más idiota y me pongo más y más rojo. Cuando reúno el valor para mirarlo, está observándome. Con la espalda apoyada en el respaldo, las piernas algo separadas, los brazos cruzados y una mano apoyada en la barbilla. Creo que el muy cabrón está intentando ahogar una sonrisa.

-Pe… Perdón –balbuceo–. Yo y las grabadoras no tenemos lo que se dice mucha relación.

-Tómese todo el tiempo que necesite, señor Stilinski –me contesta.

Está empezando a ponerme nervioso tanto señor Stilinski esto, señor Stilinski aquello.

-¿Le molesta que grabe la entrevista?

-¿Me lo pregunta ahora, después de lo que le ha costado preparar la grabadora?

Me ruborizo. Pedazo cabrón. Espero que al menos lo diga en coña. Parpadeo, definitivamente este tipo hace que se me olvide de cómo hablar, y creo que se apiada de mí, por que acepta.

-No, no me importa.

-¿Le explicó Lydia… Lyds… Martin! ¿Le explicó la señorita Martin para dónde era la entrevista?

-Sí. Para el último número de este curso de la revista de la facultad, porque yo entregaré los títulos en la ceremonia de graduación este año.

Ostia. Primera noticia. Y por un momento me preocupa que un tipo no mucho mayor que yo –vale, quizás seis o siete años, y vale, un megatriunfador, pero aun así– me entregue el título. Frunzo el ceño e intento centrar mi caprichosa concentración en lo que tengo que hacer.

-Bien –digo tragando saliva–. Tengo algunas preguntas señor Hale.

Me alboroto el pelo con la mano.

-Sí, creo que debería preguntarme algo –me contesta inexpresivo.

El muy cabrón se está riendo de mí. Al darme cuenta, empezó a ruborizarme. Otra vez. Me incorporo un poco y estiro la espalda para parecer más alto, intimidante. Pulso el botón de la grabadora intentando parecer profesional.

-Es usted muy joven para haber amasado este imperio. ¿A qué se debe su éxito?

Lo miro y él esboza una sonrisa burlona, pero parece que esperaba algo más.

-Los negocios tienen que ver con las personas, señor Stilinski, y yo soy muy bueno analizándolas. Sé cómo funcionan, lo que les hace ser mejores, lo que no, lo que las inspira y como incentivarlas. Cuento con un equipo excepcional y les pago bien. –Se calla un instante y me fulmina con su mirada verde–. Creo que para tener éxito en cualquier ámbito hay que dominarlo, conocerlo por dentro y por fuera, conocer cada uno de los detalles. Trabajo duro, muy duro, para conseguirlo. Tomo decisiones basándome en la lógica y en los hechos. Tengo instinto para reconocer y desarrollar una buena idea, y seleccionar a las personas adecuadas.

-Quizás solo ha tenido suerte.

El comentario no viene en la hoja de Lydia, pero es que es suena tan a niñato repelente… Por un momento la sorpresa asoma por sus ojos.

-No creo en la suerte, ni en la casualidad, señor Stilinski. Cuanto más trabajo, más suerte tengo. Realmente se trata de tener en tu equipo a las personas adecuadas y saber dirigir sus esfuerzos. Creo que fue Harvey Firestone quien dijo que la labor más importante de los directivos es que las personas crezcan y se desarrollen.

-Pareces un maniático del control.

Me doy una colleja mental. ¿Es que no puedes mantener la boca cerradita Stilinski?

-Bueno, lo controlo todo, señor Stilinski –me contesta sin el menor rastro de sentido del humor en su sonrisa.

Lo miro y me sostiene la mirada, impasible. Se me dispara el corazón y me ruborizo de nuevo.

¿Por qué tiene este desconcertante efecto sobre mí? ¿Será porque el tío es un jodido adonis? ¿Por qué me mira tan intensamente? ¿Por cómo si pasa el pulgar por el labio inferior? Quien fuera ese pulgar…

-Además, decirte a ti mismo, en tu fuero más íntimo, que has nacido para ejercer el control te concede un poder inmenso –sigue diciéndome en voz baja.

-¿En serio? ¿Un poder inmenso?

Stilinski acuérdate de tus modales.

-Tengo más de cuarenta mil empleados, señor Stilinski. Eso me otorga cierto sentido de la responsabilidad… poder, si lo prefiere. Si decidiera que ya no me interesa el negocio de las telecomunicaciones y lo vendiera todo, veinte mil personas pasarían apuros para pagar la hipoteca en poco más de un mes.

Me quedo boquiabierto. Su falta de humildad me parece insultante.

-¿No hay alguna junta directiva ante la que le toque responder? ¿Nadie le regaña nunca?

-Soy el dueño de mi empresa. Nadie, nunca, me regaña, jamás.

Me mira alzando una ceja, parece algo cabreado, me ruborizo. Claro, lo hubiera sabido si me hubiera informado un poco. Pero podría no ser tan arrogante… Cambio de táctica.

-¿Y cuáles son sus intereses, aparte del trabajo?

-Me interesan cosas muy diversas, señor Stilinski. –Esboza una sonrisa casi imperceptible–. Muy diversas.

Por alguna razón su mirada firme me confunde y me enciende. Aunque en sus ojos se distingue un brillo perverso.

-Pero si trabaja tan duro, ¿qué hace para relajarse?

-¿Relajarme?

Sonríe mostrando sus dientes, blancos, con los incisivos un poco sobresalientes, algo casi imperceptible, pero me hacen acordarme del conejo que comimos ayer para cenar. Lo que me costó quitarme los restos de entre los dientes… Pero… Volviendo a Hale. Es tremendamente guapo. Debería estar prohibido que fuera por la calle así, tan jodidamente perfecto. Seguro que ha desmoralizado a más de uno. Yo mismo empiezo a perder mi autoestima.

-Bueno, para relajarme, como usted dice, me gusta el bosque, los buggy, quads, motos de trial, a veces vuelo, navego y también me permito algunas actividades físicas. –Cambia de posición en su sillón–. Soy muy rico, señor Stilinski, así que tengo aficiones caras.

Echo un rápido vistazo a las preguntas de Lydia con la intención de no seguir con este tema.

-invierte en fabricación. ¿Por qué en fabricación en concreto? –le pregunto.

¿Por qué hace que me sienta tan incómodo.

-Me gusta construir. Me gusta saber cómo funcionan las cosas, cuál es su mecanismo, cómo se montan y se desmontan. Y me encantan los barcos. ¿Qué puedo decirle?

-Me da que lo que habla ahora es su corazón, no la lógica y los hechos.

Frunce los labios y me observa de arriba abajo.

-Puede. Aunque algunos dirían que no tengo corazón.

-¿Por qué dirían algo así?

-Porque me conocen bien –me contesta con una sonrisa irónica.

-¿Dirían sus amigos que es fácil conocerlo?

-Soy una persona muy reservada, señor Stilinski. Hago todo lo posible para proteger mi vida privada. No suelo ofrecer entrevistas.

-¿Entonces por qué aceptas… aceptó esta?

-Porque soy mecenas de la universidad, y porque, por más que lo intenté, no conseguí sacarme de encima a la señorita Martin. No dejaba de dar la lata a mis relaciones públicas, y admiro esa tenacidad.

Sé lo tenaz que puede llegar a ser Lyds. Por eso estoy sentado aquí, incómodo y muerto de vergüenza ante la mirada penetrante de este hombre, cuando debería estar estudiando para mis exámenes.

-También invierte en tecnología agrícola ¿Por qué le interesa este ámbito?

-El dinero no se come, señor Stilinski, y hay demasiada gente en el mundo que no tiene qué comer.

-Suena muy filantrópico. ¿Le gusta la idea de alimentar a los pobres del mundo?

Se encoge de hombros, como dándome largas.

-Es un buen negocio –murmura.

Pero creo que no está siendo sincero. No tiene sentido. ¿Alimentar a los pobres del mundo? No veo por ningún lado que beneficios económicos puede proporcionar. Lo único que veo es que se trata de una idea noble. Echo un vistazo a la siguiente pregunta, confundido por su actitud.

-¿Tiene una filosofía? Y si la tiene, ¿en qué consiste?

-No tengo una filosofía como tal. Quizás un principio que me guía… de Carneige: "Un hombre que consigue adueñarse completamente de su mente puede adueñarse de cualquier otra cosa para la que esté legalmente autorizado". Soy muy particular, muy tenaz. Me gusta el control… de mí mismo y de los que me rodean.

-Entonces quiere poseer cosas…

Obseso del control, canturrea una vocecita en mi cabeza.

-Quiero merecer poseerlas, pero sí, ene l fondo es eso.

-Parece usted el paradigma del consumidor.

-Lo soy.

Sonríe, pero la sonrisa no ilumina su mirada. De nuevo no cuadra con una persona que quiere alimentar al mundo, así que no puedo evitar pensar que estamos hablando de otra cosa, pero no tengo ni la menor idea de qué. Trago saliva. En el despacho hace cada vez más calor, o quizás sea cosa mía. Solo quiero acabar de una vez la entrevista. Seguro que Lydia tiene ya bastante material. Echo un vistazo a la siguiente pregunta.

-Perdió gran parte de su familia. ¿Hasta qué punto cree que eso ha influido en su manera de ser?

Joder, Lyds es una bestia. Lo miro con la esperanza de que no se lo haya tomado demasiado mal. Frunce el ceño y sus labios dibujan una fina línea.

-No es un episodio por el que se pueda pasar sin ninguna influencia, pero no sabría decirle, señor Stilinski. Quizás eso me convirtió en la persona fría y racional que soy hoy en día.

Está claro que no quiere seguir hablando de ello, pero me pica la curiosidad.

-¿Qué edad tenía cuando ocurrió?

-Todo el mundo lo sabe, señor Stilinski –me contesta muy serio.

Mierda. Cada vez tengo más claro que tendría que haber hecho esa búsqueda. ¿Qué es una búsqueda absurda más por Google después de todas las que he hecho ya? Cambio de tema rápidamente.

-Ha tenido que sacrificar su vida familiar por el trabajo.

-Eso no es una pregunta –me replica en tono seco. Creo que se ha cabreado con la pregunta anterior.

-Perdón.

No consigo estarme quieto. Llevo toda la entrevista removiéndome en mi asiento, pero ya empiezo a tener ganas de levantarme y empezar a dar botes o algo, a ver si se me deshace el nudo de nervios que tengo en el estómago. Vuelvo a intentarlo.

-¿Ha tenido que sacrificar su vida familiar por el trabajo?

¿Pero es que a Lydia se la suda por completo herir al repelente de Derek Hale?

-Tengo familia. Dos hermanas y un tío que suele dar más malos consejos de los necesarios. No me interesa ampliar la familia.

-¿Es usted gay, señor Hale?

Ostia puta. ¿Qué coño…? Estoy abochornado. Mierda. ¿Por qué no le he echado un vistazo a la pregunta antes de leerla? Si le suelto que es que me limito a leer preguntas ¿Creerá que soy muy gilipollas o solo un poco tonto? Lydia va a tener que coger mi turno de hacer la colada durante mucho tiempo después de esto. Sí, claro, como si Lydia fuera a arrepentirse por hacerme preguntar cosas así.

-No, Stiles. No soy gay.

Alza las cejas y me mira con ojos fríos. No parece contento.

-Dios… Lo siento. Es qué… está…. bueno… está aquí escrito.

Ha sido la primera vez que me ha llamado por mi nombre. El corazón se me ha disparado y vuelven a arderme las mejillas. Nervioso me paso la mano por pelo otra vez.

Inclina un poco la cabeza.

-¿Las preguntas no son suyas?

Quiero morir.

-Bueno… Nop. Lyds… la señorita Martin me ha dado una lista con todo lo que quería que te, le preguntara. Aunque yo no quería venir, pero claro, ella no podía y me ha echado a mí el marrón, y encima tiene la cara de poner preguntas como esa en la lista y…

-¿Son compañeros de la revista de la facultad? –Interrumpe.

¿Yo? ¿En la revista? Nah, ni que me pagaran. Mucho trabajo, mucho estrés. Si ni siquiera leo el periódico.

-No. Creo que ya lo he comentado antes. Pero quizás se lo he dicho a alguna de las rubias. ¿Aquí todas las chicas son rubias? ¿Es eso legal?

Me mira divertido y me doy cuenta de que estoy divagando. Me callo y respiro hondo. Stiles céntrate.

-Lo que quería decir es que Lyd, la señorita Martin es solo mi compañera de piso.

Se frota la barbilla con parsimonia y sus ojos verdes me observan atentamente.

-¿Se ha ofrecido usted para hacer esta entrevista? –me pregunta en tono inquietantemente tranquilo.

Tío. Se supone que las preguntas las hacía yo ¿no? Su mirada me quema por dentro y no puedo evitar decir la verdad.

-Me lo ha pedido ella. No se encuentra nada bien. Iba a venir, hasta que se ha visto en el espejo y ha decidido que estaba demasiado horrible como para presentarse en ningún sitio. Y me ha echado el muerto a mí.

-Esto explica muchas cosas.

Llaman a la puerta y entra la rubia número dos.

-Señor Hale, perdone que lo interrumpa, pero su próxima reunión es dentro de dos minutos.

-No hemos terminado, Marta. Cancela mi próxima reunión, por favor.

Marta se queda boquiabierta, sin saber qué contestar. Parece perdida, la pobre. El señor Hale vuelve el rostro hacia ella lentamente y alza las cejas. La chica se pone colorada. Gracias a Dios, pensaba que era el único. Me siento un poco menos incomprendido.

-Muy bien, señor Hale –murmura, y sale del despacho.

Él frunce el ceño y vuelve a centrar su atención en mí.

-¿Por dónde íbamos, señor Stilinski?

Oh… Hemos vuelto a lo de señor Stilinski…

-No quisiera interrumpir sus obligaciones.

-Quiero saber de usted. Creo que es lo justo.

Sus ojos verdes brillan con curiosidad. ¿Cómo que lo justo? ¿Qué mierda? He ido a hacer una entrevista. Cuando te hacen una entrevista te limitas a responder preguntas y ya. ¿Qué pretende? Se echa hacia delante ya poya los codos en las rodillas y se acaricia los labios con los nudillos. Su boca me… me desconcentra. Trago saliva.

-Mi vida no es nada interesante –le digo ruborizándome.

-¿Qué planes tiene después de graduarse?

Frunzo el ceño. ¿A qué viene tanta curiosidad? En realidad ni lo sé. El plan era venirme a Sacramento, buscarme un curro… No le he pensado demasiado.

-No soy muy de hacer planes, señor Hale. Aún tengo que aprobar los finales.

Y tendría que estar estudiando por cierto, no sentado en su jodidamente enorme, aséptico y sorprendentemente bonito despacho, sintiéndome incómodo bajo su penetrante mirada.

-Aquí tenemos un excelente programa de prácticas –me dice en tono tranquilo.

Alzo las cejas sorprendido. ¿Me está ofreciendo trabajo? ¿Qué coño pinta un criminólogo en una empresa como esta? ¿Necesitará que alguien descubre quién es el que roba el material de oficina?

-Lo… lo tendré en cuenta. Aunque no creo que pinte nada aquí.

¡Ala! Ya estás pensando en voz alta otra vez. A ver cómo arreglas el marrón.

-¿Por qué lo dice?

Ladea un poco la cabeza, intrigado, y una ligera sonrisa se insinúa en sus labios.

-Está muy claro ¿no?

Soy torpe, desaliñado, no soy un guaperas con traje, ni una tetona rubia.

-No para mí.

Su mirada es intensa y su atisbo de sonrisa ha desaparecido. De pronto siento que unos extraños músculos me oprimen el estómago. Aparto los ojos de su mirada escrutadora y me contemplo las palmas de las manos, aunque no las veo. ¿Qué coño me pasa? Tengo que salir de aquí pero ya. Me inclino hacia delante para coger la grabadora.

-¿Le gustaría que le enseñara el edificio? –me pregunta.

-Seguro que está muy ocupado y a mí me espera un buen trozo hasta Fresno.

-¿Vuelve en coche?

No, en bici, no te digo. Parece sorprendido, incluso nervioso. Mira por la ventana. Ha empezado a llover.

-Bueno, conduzca con cuidado –me dice en tono serio, autoritario.

¿Por qué tendría que importarle?

-¿Me ha preguntado todo lo que necesita? –añade.

-Sep –le contesto, y guardo la grabadora en la mochila.

Cierra ligeramente los ojos, como si estuviera pensando.

-Gracias por la entrevista, señor Hale.

-Ha sido un placer –dice, tan educado como siempre.

Me levanto, se levanta también él y me tiende la mano.

-Hasta la próxima, señor Stilinski.

Y suena como un desafío, o como una amenaza. No estoy seguro de cúal de las dos cosas. Frunzo el ceño. ¿Cuándo volveremos a vernos? Le estrecho la mano de nuevo, perplejo de que esa extraña corriente siga circulando entre nosotros. Deben de ser los nervios. Quizás tendría que haberme tomado otra de Aderall.

-Señor Hale.

Me despido de él con un movimiento de cabeza. Él se dirige a la puerta con grácia y agilidad, y la abre de par en par.

-Asegúrese de cruzar la puerta con buen pie, señor Stilinski.

Me sonríe. Cabrón. Está claro que se refiere a mi entrada triunfal a su despacho. Me ruborizo.

No digo nada, solo frunzo los labios.

Su sonrisa se acentúa. Me alegro de haberle divertido. Salgo al vestíbulo echando chispas y me sorprende que me siga. Marta y Marina levantan la mirada, tan sorprendidas como yo.

-¿Ha traído abrigo? –me pregunta Hale.

-Chaqueta.

Marina se levanta de un salto a buscar mi chaqueta, que arte tiene la chiquilla para eso de pegar botes. Hale se la quita de las manos antes de que pueda dármela. La sostiene para que me la ponga, y lo hago sintiéndome totalmente ridículo. Tío, no soy una princesa. Por un momento Hale me apoya las manos en los hombros, y doy un respingo al sentir su contacto. Si se da cuenta de mi reacción no se le nota. Pulsa el botón del ascensor y esperamos, yo histérico, a punto de ponerme a dar botes, y él sereno y frío. Se abren las puertas y entro a toda prisa, desesperado por huir lejos. Tengo que escapar. Cuando me vuelvo, está inclinado frente a la puerta del ascensor, con una mano apoyada en la pared. Joder. Realmente es muy guapo. Guapísimo. Me desconcierta.

-Stiles-me dice a modo de despedida.

-Derek –le contesto.

Y afortunadamente las puertas se cierran.

¿Soy la única a la que Ana le recuerda un poco (ni que sea solo un poco muy poco) a Stiles?