¡Sí! En honor a la trama cliché vampírica, ha nacido este fic. Pero, por favor, no me tomen a mal. El hecho de que este fic esté inspirado en aquel mito, no significa que este fic sea precisamente igual a los demás; sin embargo, son libres de retirarse si así les parece. Ya saben, los flames los utilizaré para alimentar a mi Charizard. Y por último, agradecimientos a Alcang.
Parejas: Kanda/Allen (obviously), Lavi/Lenalee. Menciones de Allen/Lou Fa y Kanda/Lenalee, pero solo eso, "menciones".
Advertencias: yaoi, un poquito de OoC –principalmente Lenalee, pero no se preocupen, tiene su razón de ser-, lenguaje fuerte por parte de Kanda y algo de crack.
Disclaimer: -man no me pertenece, lamentablemente. Y no, no gano nada al hacer esto.
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Capítulo 1:
Aquél a quien los dioses aman, muere joven. Menandro
Allen siempre se consideró un escéptico. Su vida estaba llena de crudas realidades como para preocuparse por mitos estúpidos, como que los duendes aparecieron de repente en el patio trasero de fulano o que los hombres lobos nos atacan y nos quieren sacar los sesos a todos. Es que, según él, simplemente no tenía sentido.
Es irracional y absurdo, entre otros adjetivos más variados. Allen Walker se repite a sí mismo que no tiene tiempo ni paciencia para lidiar con el horóscopo o lo que las cartas le deparen, ya bastante gana Walter Mercado (1) como para darle un poco más de su dinero, muchas gracias.
Sin embargo, momentos como estos, en donde un par colmillos –sí, colmillos, porque no es posible que la gente tenga dagas en los dientes-, se incrustan en su cuello, el albino se cuestiona muchas cosas. Por ejemplo, ¿cómo era posible que aún estando frente a frente, no era capaz de defenderse?
Forcejea, con fuerza, porque la sensación no es agradable ni placentera. No se parece en nada a aquellas ocasiones en que Allen y Lou Fa compartían besos a escondidas, siendo adolescentes en un colegio público, con hormonas alborotadas y un salón vacío al final del día.
Patea y jala el cabello de su agresor, el cual por cierto es demasiado largo para ser de un hombre, pero la fuerza es demasiada para ser de una mujer.
— Mierda ¿Podrías quedarte quieto por una maldita vez? Estás haciendo de esto un proceso demasiado largo, brote de habas.
¿Qué carajos? Pensó, mientras forcejeaba aún más. Su atacante, o bien debía estar bastante drogado o simplemente estaba bastante mal de la cabeza.
Sea lo que sea que fuera éste sujeto, por cierto.
— Agradecería que dejaras de chuparme la sangre, ella ha estado conmigo desde pequeño y la verdad es que no me gustaría perderla.
El hombre, un poco intrigado por la clase de respuesta que recibió, le observa con una mirada incrédula. Entonces Allen nota que sí, en efecto, aquello que resbala por la barbilla del demente es sangre y que, por supuesto, –precisamente- la suya.
Vaya suerte, Allen Walker. De todas las personas, eras tú el que te tenías que topar con un vampiro.
— No sabes muy bien.
La afirmación tomó desprevenido a Allen.
— ¿Cómo dices?- preguntó, comenzaba a sentir dolor por la constante presión ejercida en su hombro, con tal de mantenerlo quieto.
— Eso que escuchas, idiota, no sabes del todo bien. Debes de estar maldito.
Aquello le sonó casi, casi, como una pedrada. Allen se sintió ofendido, realmente ofendido. Si bien el albino es extraño no le hace desagradable.
— Discúlpame, pero mi sangre es saludablemente normal, a menos que el hecho de estar enfermo y no maldito, me haga saber mal.
— Pues sí, debe ser eso, ahora lo más probable es que yo también me enferme, idiota.
Allen no pudo evitar mirarle molesto, porque, vamos, hay que ser maleducado para hablarle de esa manera a una persona.
— Además –continuó el pelinegro, aquel brillo asesino regresando a sus ojos oscuros-, tú deberías de estar muerto a estas alturas, no discutiendo conmigo.
Un escalofrío recorrió la espalda de Allen. Tenía la esperanza de que al entretenerlo un poco el dichoso vampiro se olvidara de su desagradable sabor y se devolviera por el oscuro callejón por el que llegó. Lástima que éste no fuera precisamente su día de suerte.
— ¿Tienes que matarme hoy? Verás, hoy me despidieron de uno de mis trabajos y no estoy precisamente "animado". Además, tengo que pagar la renta y-
El vampiro no le dejó continuar. Clavó, nuevamente y mucho más profundo, sus afilados colmillos, acallando cualquier protesta de su parte.
Genial, pensó, voy a morir a manos de un vampiro ocioso. El cual dijo que no gustaba de mi sabor y todavía así insiste en matarme. Sus reflexiones se vieron temporalmente interrumpidas cuando aquel hombre pasó su mano detrás de su cuello, jalando ligeramente de su cabello para tener más acceso a su garganta.
Apretó los puños cuando se dio cuenta de la realidad. Iba a morir. Morir a manos de un vampiro, en un callejón sucio, con un montón de cosas por hacer. Como ir a la universidad, conseguirse una novia, tener una familia, despedirse de las mugrosas deudas, entre un montón de metas que sabía nunca podría cumplir.
Su vista comenzaba a tornarse nublada y la fuerza le flaqueaba. Como último y desperado recurso, jaló de su cabello nuevamente, pero tan débil que Allen juraría que el pelinegro no lo sintió.
Después de eso, todo se volvió negro.
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En un principio, todo lo que pudo ver fue blanco. Demasiado brillante, puro e infinito.
¿Blanco? Debo de estar en el paraíso.
Suspiró. Sin embargo, no se esperó que al realizar tan simple acción, su pecho se retorciera de dolor. Similar a miles de pequeñas agujas incrustándose lenta y muy, muy dolorosamente. Y entonces comprendió que era imposible estar en el paraíso con tanto dolor y que lo que él estaba viendo no era real.
Él estaba vivo.
…¡Maldición!
Poco a poco y muy gradualmente, sus sentidos reaccionaron. Primero escuchó voces algo lejanas y difíciles de comprender, al abrir los ojos su vista se tornó borrosa y el mundo, de repente, daba muchas vueltas y había muchos colores. Se llevó una mano a la cabeza; adolorido, cansado y confundido.
— ¿Allen?
Quiso responder, pero su cerebro estaba tardando demasiado en asimilar las palabras y en formular una respuesta para ellas.
— Es normal que no responda, sufrió un serio trauma.
— ¿E-estará bien?
Miranda, pensó. Quiso formular una respuesta a la voz preocupada de su amiga, pero todo lo que logró escapar de sus labios fueron quejidos.
— Allen, por favor no te esfuerces.
Cerró los ojos nuevamente y se sintió aliviado cuando, al abrirlos, notó la clara figura de la alemana junto con un doctor al lado.
— Señor Walker, ha sufrido una seria cortada en su pecho, además de una buena cantidad de contusiones. Por favor no se mueva demasiado.
Y así lo hizo, principalmente porque se sentía demasiado cansado como para desobedecer. Quiso cerrar los ojos nuevamente y sumirse en el mundo de la inconsciencia al cual el suero le había llevado, pero la voz del doctor no se lo permitió.
— Lamento tener que perturbarlo –su voz traicionaba las intensiones, no parecía lamentarlo del todo-, pero me parece apropiado mencionar las condiciones a las que aquí llegó.
Asintió quedamente, sin fuerzas para hablar.
— Fueron necesarias transfusiones de sangre, bastante suero, vendas y una buena cantidad de puntos para cerrar una herida de tal magnitud. ¿Recuerda algo de lo que le ocurrió?
Entonces el recuerdo le pega con fuerza, más de la necesaria a decir verdad. Un callejón oscuro, los colmillos, aquella mirada oscura. Sintió temor y duda al mismo tiempo. Su lado escéptico comenzaba a razonar que lo más probable es que le hubiesen drogado, atacado, robado y Dios quiera que nada más. Sin embargo, el recuerdo se hacía demasiado vívido y espeluznante.
Allen sabía de antemano que lo tacharían de loco y/o estúpido al dar la excusa de que un vampiro lo había acorralado bajo el objetivo de alimentarse de su sangre, por lo que optó por lo más fácil y razonable.
— No recuerdo.
Y punto.
El doctor le miró indiferente, simplemente optó por no preguntar más para después salir de la habitación, alegando que dentro de un par de días se le daría de alta y que se limitara a descansar.
— Allen, algo me dice que no estás hablando con la verdad.
Cerró los ojos por un breve instante, tomándose su tiempo para responderle a Miranda. No quería hablar, mucho menos de un tema tan confuso. Si mal no recordaba, todo lo que él le había hecho había sido clavarle los dientes en su cuello, nada de golpes ni mucho menos cortadas.
— Es la verdad Miranda, no recuerdo lo que pasó.
No quiso acusar al extraño, algo se lo impidió.
A pesar de estar mintiendo, ella se limitó a sonreír, con aquel nerviosismo tan común. Le respondió igual, una sonrisa dulce, porque era consciente que –de alguna manera- conseguía tranquilizar a las personas de esa manera.
Luego de un par de minutos de silencio, Allen se permitió cerrar los ojos, sumiéndose en un letargo que, a los pocos momentos, le llevó a la inconsciencia.
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Oh baby, don't you know I suffer?
Oh baby, can you hear me moan?
You caught me under false pretences
How long before you let me go?(2)
Rítmico, sensual, adictivo, atrayente, casi hipnotizante. Así podría definir Lavi Bookman la forma en que ella bailaba. Moviendo las caderas al ritmo de la música, las largas y torneadas piernas, los pechos firmes, la cascada de cabello negro. Todo y absolutamente cada minúsculo detalle, Lavi estaba seguro de poder escribir mil y un cosas sólo para ella.
Se mordió el labio inferior, sintiéndose impotente.
Y ahí estaba él, sentado en una esquina de aquel club, observándola a escondidas y muy disimuladamente. Podría jurar que ella parecía una mariposa. Dulce y, de alguna manera, igual de sensual. Tenía deseos de acercársele, hablarle y –de ser posible- bailar un poco con ella. Sin embargo, a pesar de la tentación y de saberse capaz de convencerla de bailar una pieza, su sentido común le decía a gritos "no te acerques".
Suspiró, revolviendo sin ganas su martini. No tenía sentido estar ahí, sin hacer nada. Además de que Daisya parecía haberse olvidado de él, el motivo quizás aquella rubia de proporciones colosales.
En pocas palabras, Lavi estaba aburrido.
No es que ver a aquella chica fuese aburrido. Oh Dios, qué no daría yo porque fuese así. Pensó, mientras sentía cierta parte de su cuerpo reaccionar a aquella curva peligrosa que se formaba entre su espalda y la minifalda. Se tomó de un trago lo que quedaba de su bebida, ignorante de las miradas que ella le mandaba de vez en cuando, siendo totalmente conocedora de su increíble impacto en el joven pelirrojo.
Y quizás fuera porque estaba un poco oscuro, o porque los tragos habían comenzado a afectar a Lavi, que éste simplemente no notó la peligrosa sonrisa en sus rosados labios.
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— Me enfermas.
Kanda Yu era un hombre de rutinas. Siendo él la criatura que era, con juventud y vida eterna, no pedía muchas cosas y ni tampoco las cuestionaba demasiado. Acostumbraba a que cuando quería algo, simplemente lo pedía una vez y no se veía en la necesidad de repetir su petición. Por eso, cuando luego de haberle exigido a Lenalee que se largaran de aquel maldito club por tercera vez, él simplemente se cabreaba.
Lenalee, ignorando su creciente furia, se limitaba a moverse mejor para el niño pelirrojo. Algo así como su estilo personal de caza.
Idiota, no sabe lo que le espera.
Luego de otros cinco minutos de espera, entre música tecno, alcohol y cigarrillos, Lenalee se dignó a salir de la pista, disculpándose con los otros cinco chicos que bailaban a su alrededor.
— Kanda, deberías bailar un poco.
— Oh, joder ¡no! -frunció el ceño, ya bastante molesto. Todavía se cuestionaba qué hacía con ella después de más de cuarenta años.
Sí Kanda, olvidas que esa maldita mujer te salvó la vida.
Había sido para el año de 1969, en América. Maldita América. Maldita cada una de sus ciudades y su jodido Estados Unidos.
Kanda se hubiese reído si no se tratara de sí mismo, pero ése no era el caso. La Milicia, la jodida milicia le había encontrado y –maldita sea- esos marciales le perseguían sin ningún tipo de piedad, totalmente dispuestos a arrancarle las tripas en un jodido ritual para su retorcido dios.
Había pasado aproximadamente un mes huyendo, de país en país, de ciudad en ciudad. Apenas alimentándose, con los marciales pisándole los talones.
Fue ahí cuando Lenalee entró en escena, salvándole la vida cuando estaba a un punto de enfrentarles en una batalla perdida, resultando probablemente en él como perdedor.
— Maldita América.
Lenalee le dirigió una mirada interrogante mientras tomaba un sorbo de su bebida.
— ¿Cómo dices?
Giró los ojos mientras soltaba un suspiro que no sabía estaba conteniendo. Aún ahora, luego de cuarenta años, seguía mostrándose precavido. Lo que menos quería era encontrarse con ellos nuevamente, solo pensarlo le erizaba los cabellos de la nuca.
— ¿Sabes algo, Kanda? -dijo ella, mientras le dirigía una sonrisa–. Escuché por ahí que hace poco cazaste a un lindo niño británico.
— ¿Y? –contestó, con pocas ganas de conversar con Lee.
— También escuché de un detalle muy importante –continuó, mientras revolvía con aura inocente su copa, dirigiéndole poco después una mirada de "sé lo que hiciste, Kanda".
Y siendo él como es, le devolvió una mirada indiferente, a punto de contestarle un "¿y a ti qué carajos te importa?". Pero el respeto lo contuvo, para simplemente bufar con exasperación.
— Nada que te incumba.
Sin embargo, ella no se mostró complacida con su respuesta.
Lenalee Lee era paciente y agradable. Solía conocer a las personas con una dulce sonrisa, la cortesía es esencial. Después de todo, dicen que las primeras impresiones son las más importantes. Dicha regla se aplicaba también a los futuros almuerzos, porque para Lenalee es mucho más interesante seducirlos poco a poco, no acabar con ellos en unos minutos. Así resultaba aburrido y demasiado rápido para su gusto.
Había que saborear el momento.
Se relamió los labios, una de las pequeñas señales de ansiedad. Kanda rodó los ojos, ya bastante aburrido de su compañera, el club y el maldito olor a sudor.
— Te tengo una noticia que quizás te entretenga un poco, en vista de que estás tan aburrido- dijo ella, mientras colocaba la copa en la pequeña mesita de al frente, para después levantarse, alisando las posibles arrugas de su falda.
Kanda había notado aquella mirada en muchas otras ocasiones.
Lenalee no era un ángel. Ella era bella, amable, dulce –casi empalagosa-, de apariencia frágil, grácil y elegante. Todo lo que una mujer de su tipo podía tener y tal vez más. Kanda ya lo había probado. Una noche con Lenalee Lee era digna de recordar, por mucho que le costara admitirlo. Aún así, Lenalee no era buena.
Todo lo contrario, a decir verdad.
Por eso, cuando sus ojos se topan con los violáceos de ella y reconoce ese brillo en específico, no puede evitar fruncir el ceño y levantarse, dispuesto a irse por su cuenta.
Pobre imbécil pelirrojo.
— Aún no te he dicho la tan buena noticia, Kanda.
Se detiene, tan solo para escucharla.
— Habla de una vez.
— Tu truquito no funcionó con él-dijo ella, con una sonrisa inocente –yo lo salvé.
Aquellas tres palabras, yo lo salvé, resonaron en la mente de Yu Kanda una y otra vez, para después girarse de inmediato y observarla con furia. Al diablo con el respeto, Kanda la iba a matar justo aquí y ahora.
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Notas finales:
(1) Walter Mercado: ¿Quién no conoce a aquel señor blanco y rubio, vestido en ropas finas con adornos de oro y que se dedica a decirnos el horóscopo por teléfono? Si eres una excepción, te recomiendo la wiki.
(2) ¿Oh nena no sabes que sufro?
¿Oh nena puedes oírme gemir?
Tú me haz tomado bajo pretextos falsos,
¿Cuanto tiempo hay antes de que me dejes ir?
Fragmento de Supermassive Black Hole por Muse
Siendo sincera con ustedes, amables lectores, no podría asegurar fecha próxima para la actualización de este fic ¿Por qué? Porque cuento con la mala manía de no terminar mis fics largos. Pero, porque el stress del colegio no es suficiente, trataré de hacer de este fic los siete capítulos necesarios para la Yullen's Week.
Gracias por leer.
