Saludos lectores.
Espero se encuentren muy bien, disfrutando de este fin de semana. Perdón por no actualizar mi fic Mazmorras, pero esta idea me dio bastantes vueltas en la cabeza desde que me topé con cierta cosa –que no diré todavía qué es–. ¿Cómo reaccionarían algunos dorados si un compañero les regalara ese objeto? Aquí una posible respuesta.
Sobremanera sé que el humor no es lo mío, leo el resultado y es gracioso, pero tengo bastantes dudas y entonces corrijo y corrijo y corrijo. A ver cómo quedó, ojalá les saque una sonrisa.
Copyright a Kurumada por sus bellos personajes. Ahora sí, pasen a leer y a reírse un poco. Dejo a su consideración el prólogo.
Prólogo.- Esto ya no es un entrenamiento
En el coliseo, un viento ligero trenza enredaderas de polvo alrededor de seis tobillos mientras, desde el graderío, nueve dorados, un Patriarca, una diosa, un Kiki, tres amazonas y cinco de bronce observan sin parpadear a los contendientes, meros dibujos largos y negros, finos a esa hora de la mañana.
Pasan los segundos, los minutos, y es como si la técnica del Misophetamenos limitara no sólo el corazón del caballero de Libra, como si los párpados y las palpitaciones de todos estuvieran sujetas a las leyes de esa condición otorgada por la diosa Athena doscientos cuarenta años atrás a Dohko. Así, el pecho de los asistentes se mantiene quieto. Así, nadie se atreve ni a parpadear ni a respirar.
–¿Tampoco respiramos?
–No te lo tomes tan en serio, Camus, es metafórico; claro que respiran, si no se me mueren y ni siquiera ha empezado la historia.
Siento la interrupción. Decía: No hay movimiento ni en las gradas ni en el centro del coliseo, donde tres caballeros se miran uno al otro desde antes que el sol saliera.
De eso hace ya unas tres horas con cincuenta y tres minutos y doce segundos, no quince, susurra Aioria, echándole un vistazo al reloj que Marin le obsequiara por su cumpleaños. ¿Cuántas horas más irán a tardar?, se pregunta mirando a su hermano, luego a la amazona de plata, luego al narrador.
–Ni idea, sólo ellos lo saben, Leo.
–Está mintiendo–, susurra Aioria en el oído de Milo.
–¿Y yo de dónde saqué dinero para regalar un Rolex?
–¿Me van a dejar seguir?
Silencio. Ejem. La pregunta referente a la tardanza se enreda con el viento de abajo, agitando una vez más la resplandeciente capa de Mu, la de Shaka, la de Aldebarán. La escena se prolonga tanto que por un instante Kiki se imagina el centro del coliseo como una larga avenida polvosa, flanqueada por construcciones de madera, y Seiya cree ver a más de un lugareño cerrando contraventanas y postigos u ocultándose bajo un sombrero, detrás del último barril de la cantina. No, susurran ambos al mismo tiempo, se miran entre sí, sonríen, se tallan los ojos, pero la escena no se va: ahí está la soledad en torno a los duelistas, los ojos que no se despegan de los ojos del otro, el dedo pulgar separado, en pausa mientras el índice, el medio, el anular y el meñique marcan en el aire el ritmo de una melodía con la que la publicidad bien podría convencer a los consumidores de que diez cigarrillos diarios son un buen remedio para sanar el cáncer.
–Has visto muchos memes de Shiryu venciendo a "esa" enfermedad, ¡JUM!–, cruza los brazos el aludido. –Y también mucha televisión, ¿un duelo al estilo western en pleno Santuario? Por favor; sólo esos dos mocosos podrían creerse algo así; son tan infantiles como tú.
–No ofendas, Deathmask, nada más piensa en lo que puede hacer un loco con una pluma–, le aconseja Afrodita en voz baja, recordando historias en las que lo emparejan hasta con la mascota macho del vendedor de flores de Rodorio.
La voz de los duelistas interrumpe sus memorias, no así los escalofríos que se adueñan de su espalda sin ser la pomada Ultra Bengue (marca registrada).
–Aries…
–Tauro…
–Virgo…
–¡Qué chiste tan malo!
–Afro…
Las amenazas bisílabas no logran borrar la apariencia de duelo de viejo oeste que tiene el enfrentamiento del día de hoy.
–¡Esa ni tú te la crees!
–Deathmask, basta.
–Esto ya no parece un entrenamiento ordinario–, dice Camus interrumpiendo a Afrodita. –Más bien…
El Abominable Hombre de las Nieves…, perdón, no me veas así, quise decir que el gallardo, increíblemente poderoso, frío y sexy guardián del undécimo templo tiene razón. Esto va en serio; pero ahora la duda es cómo llegaron los tres caballeros a este punto, qué los molestó tanto de los dos restantes como para mirarlos y mirarlos y mirarlos sin pausa, sin tregua, distinguiendo incluso la línea negra de suciedad que se encuentra debajo de las uñas.
–Oye, si me lavé las manos.
–Pero hace cuánto, Shakita.
–Está en lo cierto esa ¿voz? ¿O es un cosmos?
–Cállate, Aldebarán–. Virgo revisa una nota que saca de entre los guanteletes de su armadura, lee con disimulo y después de ocultar el papelito en su puño, dice, el dedo siempre apuntando hacia el pecho de su altísimo compañero de armas: –Eres demasiado lento; tu corpulencia será tu perdición, Buda ya lo ha previsto desde hace milenios, y si pensabas que porque considero sagradas a las vacas iba a perdonarte, estás muy equivocado–, por el cadenero que está en la entrada del Nirvana, ¿quién escribió este guión tan malo?, ¿tú?, se queja el hindú y luego hace silencio, oyendo el "un loco con una pluma, un loco con una pluma, un loco con una pluma" a través del cosmos de Afrodita, como si fuera un presagio funesto o un disco rayado.
–Ni esa mole somnolienta va a librarte de mi Revolución del Polvo Estelar, remedo de amigo, Buda oxigenado–, lo saca de sus pensamientos Aries.
–Silencio, borrego, si alguien va a acabar mordiendo el polvo aquí eres tú. Voy a bailar samba sobre tu cabeza. No te bastó con permitir que el enemigo invadiera las doce casas mientras jugabas al té con las armaduras, no, y tampoco que los espectros canturrearan "los árboles mueren de pie" y "a las estatuas de marfil, una, dos y tres así" para burlarse; también tenías que hacer mofa de mi constelación guardiana… Pero fue lo último, esa sí no te la aguanto… Ya verás.
–Todo eso está muy bien, está muy divertido–, dice Deathmask rodando los ojos y aún cruzado de brazos. –Pero se te olvida algo: de verdad, ¿cómo es que llegamos a esto?
Cuarenta ojos abiertos hasta el límite ven cómo un pequeño control remoto negro, apuntando hacia el centro del coliseo, deja a Mu de Aries, a Shaka de Virgo y a Aldebarán de Tauro tan rígidos como si se tratara de tres maniquíes.
–¿Es en serio?
–¿Qué, Shura? Sólo es la pausa; yo tampoco quiero perderme la pelea. Pero es cierto; ustedes no saben por qué Mu, Alde y Shaka están a punto de mandarse hasta más allá de la colina del Yomotsu. Y yo voy a decírselos.
Caballeros, amazonas, diosa y aprendiz se reacomodan en el graderío. Sobre un costado, apoyándose en los codos, boca abajo, las piernas cruzadas imitando la posición Flor de Loto de Shaka, miran con los enormes ojos suplicantes del Aioria con Botas.
–Ah, no, señoritos, no soy fábrica de cojines–, las pupilas se hacen más grandes, los lagrimales se llenan de iridiscencias contenidas, y los rostros no reflejan felicidad hasta obtener unas mullidas almohadas, blanquísimas, como forradas con la capa que enaltece lo magnífico de una armadura dorada. –Creo que estaban fingiendo.
Shun voltea hacia el coliseo.
–¿Y Mu, Shaka y Aldebarán?
–No va a pasarles nada; en un rato creerán que estuvieron vigilando a los ciento ocho espectros presos en los Cinco Picos–, le responden, Dohko lanza una mirada que contiene dos millones seiscientos sesenta y seis mil novecientos noventa y nueve y medio Dragones de Rozan.
–¡¿Cómo?!
En el centro de las miradas se deposita una hoja de libreta con un número escrito a la mitad, con tinta roja: 2,666,999.5.
–Ah…
…Continúa…
Espero se hayan divertido aunque sea un poco con este intento de humor. Creo que será algo corto, por lo menos eso planeo.
