El cielo está gris, igual que su interior. Pequeñas gotas de lluvia golpean su ventana y resbalan por el cristal, al igual que las lágrimas asoman por sus ojos azules y ruedan por sus mejillas.

Está sola.

Ha olvidado cuándo fue la última vez que sonrió porque de verdad tenía ganas de hacerlo. Ha olvidado cuándo fue la última vez que se miró en el espejo y le gustó lo que veía reflejado en él. Ha olvidado cuándo fue la última vez que se quiso. Ha olvidado cuándo fue la última vez que vio en sus ojos la luz que los poblaba años atrás.

Estaba triste.

Su madre. Madre… Ya no se acuerda de lo que es eso. Ya no recuerda lo que es recibir palabras de cariño y caricias por parte de la mujer que le dio la vida. No hay caricias, ni palabras de amor, ni protección. Donde una vez estuvo todo aquello, hoy no hay otra cosa que golpes, insultos y desprecio.

Su padre… En realidad nunca tuvo uno. Se fue hace tanto tiempo que, por más que lo intenta, no recuerda nada de él. Su voz, su cara, su olor… todo eso es una incógnita para ella. Todo eso ha quedado en el olvido.

Se siente abandonada.

¿Amigos? Solo tiene cuatro. El mayor de ellos hace su vida con la chica que,hace dos años, se convirtió en su mujer. Y los demás… parece que los demás se han olvidado de ella. La universidad, los estudios, el futuro que ella nunca se podrá permitir los ha distanciado hasta tal punto, que empieza a sentirse traicionada.

Se siente invisible.

¿Por qué seguir con todo aquello? ¿Para qué continuar si ya no le queda nada?

Llevaba cuatro días sin dar señales de vida y a nadie parecía haberle importado. ¿Qué le hacía pensar que alguien iría a buscarla?

Todo eso surca su mente mientras se traga una pastilla tras otra y las lágrimas y los gemidos de dolor se hacen cada vez más incontrolables.

Cuando ya no queda ninguna píldora más que llevarse a la boca, se tumba en su cama a esperar su sueño eterno.

Al mismo tiempo, alguien golpea con rabia y desesperación la puerta de su casa. Alguien la llama a gritos, ignorando las quejas de los vecinos que han salido de sus casas por culpa del griterío.

Presa de la inquietud agarra lo que más a mano tiene – el extintor –, con un fuerte golpe revienta el pomo y se cuela dentro del apartamento como una exhalación.

Registra todas las habitaciones sin dejar de gritar su nombre en la penumbra que habita en ellas.

Cuando por fin la encuentra, de la chica feliz que una vez había sido, solo queda un cuerpo inerte, sin vida.

Todavía con la respiración agitada se acerca a ella, deseando con todas sus fuerzas que siga respirando, aunque solo sea un poco. Pero nadie escucha sus plegarias. Nadie.

Rodea la cama sin hacer movimientos bruscos. Para él, la joven rubia que yace en la cama con una expresión relajada y dolida a la vez, está dormida, y lo último que quiere hacer es despertarla.

Retira las sábanas y se acuesta junto a ella. Siente el frío de su cuerpo sin vida penetrando en el suyo.

Y entonces…

…Llora.