Hola de nuevo! Otra vez, dispersa en el tiempo y de mente y, de nuevo, podéis agradecérselo a este calor que me pone más roja cada día. Por cierto, aprovecho para recordaros a toda que os pongáis protección solar, como estudiante de medicina que soy xD
Vale, pues esta historia es una pequeña adaptación de la obra Carmilla, ya tengo escrita un tiempo ya así que iré actualizando rápido.
Y, si leisteis mi Pequeña Emma sabréis que hice una encuesta para decidir el que sería el nuevo fic. No la he usado al final porque mis musas han tenido otros planes. Digamos que esta historia es el entrante, mientras la cuelgo iré preparando otra cosa que será más importante, al menos, para mí.
Espero que os guste :)
CAPÍTULO 1
Me decido por fin a plasmar unos hechos que por años han convivido con mis pensamientos, rondándome como vagos fantasmas, torturando a mi debilitada cordura y castigando a mi lastimado corazón. Comprendo que mis palabras son difíciles de creer, yo misma he llegado a dudar de mis propios ojos, de mis propios sentidos. Mas todo cuanto pueda contar, sucedió realmente. Si, a pesar de conocer la veracidad de mis palabras, vuestras inocentes mentes prefieren olvidar y convencerse de que todo cuanto leáis no fue más que el invento de una pobre chica enloquecida, es vuestra decisión. Pero os advierto de que la oscuridad sigue existiendo a nuestro alrededor por más que intentemos ignorarla.
Los hechos a los que hago referencia tuvieron lugar cuando contaba con dieciocho años. En aquel corto periodo de tiempo que llevaba en el mundo, había vivido confinada en el imponente castillo señorial, posesión de mi familia. David y Mary Margaret Nolan ostentaban desde la muerte de mi abuelo Leopold el señorío de las tierras conocidas como Storybrooke. Claro que Nolan era el apellido de mi padre, un pobre comerciante de ganado que tuvo la suerte de enamorar a la joven y consentida hija del gran señor de aquellas tierras. El verdadero nombre que, por siglos, había ligado a la familia de mi madre con aquellas oscuras tierras dejadas de la mano de Dios y por el que los pueblerinos nos conocían, era Swan.
Los Swans regíamos el pueblo y sus alrededores desde tiempos inmemoriales. Antes de continuar con mi historia, deben comprender la situación en la que me hallaba. Storybrooke no era un pueblo común, tenía una atmósfera distinta a cuantos lugares he conocido. El tiempo parecía no moverse, durante años, nada en aquel pequeño pueblo cambió, ni siquiera las sempiternas nubes grises que decoraban nuestros cielos se dignaban en emprender su camino. En años, no recuerdo haber visto ningún extraño o visitante, las aldeas más cercanas estaban a varias jornadas a caballo. A nuestro alrededor solo quedaban yermas tierras que nadie había logrado cultivar en siglos.
Existía cierto rumor, una pequeña leyenda, sobre una poderosa familia que había gobernado aquellas tierras tiempo atrás. Se habían comportado como reyes todopoderosos siendo simples mortales, enfadando así a los dioses y ganándose un castigo eterno. Como digo, eran meras leyendas y solo los aldeanos más ignorantes y supersticiosos creían en ella y explicaban, con ese mero cuento para asustar a los niños, la oscuridad que siempre pendía sobre Storybrooke.
Cierta o no la leyenda, de lo que sí queda constancia es de que los Swan llegaron al lugar poco después de que aquella primera familia cayera en desgracia, haciéndose con el control del pueblo y gobernándolo desde entonces como sus señores de regia potestad. Mi abuelo Leopold había sido el último varón de la estirpe Swan. Su mujer, mi abuela Eva, tan solo le dio una hija antes de morir. Una hermosa niña de cabellos oscuros y piel blanca como lo nieve. Sin embargo, Eva murió antes de poder concebir otro heredero y sobre su muerte también pendía el misterio.
Al parecer, cuando mi madre contaba con unos ocho años de edad, mi abuela comenzó a debilitarse. Fue una enfermedad lenta y agónica que consumió su vida hasta el último suspiro. Desde aquel momento, mi madre fue incapaz de recuperarse, quedando así su tierna mente infantil mancillada por la sombra de la locura. Esta demencia tan solo logró acusarse con el paso del tiempo, por más médicos que mi abuelo pagara y consultara. Nadie logró que mi madre sanara de su mal mental. Mi abuelo temía ya que ningún hombre estuviera dispuesto a desposar a tan tarada novia, cuando mi padre quien, como ya he mencionado, era un mero comerciante, se acercó un día a su majestuoso palacio sin otro propósito que el de colocar algunas cabezas de ganado.
Imagínense cuál fue su sorpresa cuando fue recibido por una hermosa muchacha de largos cabellos negros, mirada perdida y sonrisa risueña. El joven David no tuvo apenas tiempo de conocerla o crearse una imagen de la hermosa mujer, puesto que mi abuelo llegó obligándola a retirarse. He aquí que tenemos a un joven y romántico comerciante dispuesto a declarar que se había enamorado a simple vista de aquella magnífica muchacha, que estaba convencido tras haberla contemplado por unos segundos que ella sería el amor de su vida. Se dispuso a jurar que no tenía nada que ver con el dinero, sino que era el destino el que hablaba a través de sus labios. Ella era su verdadero amor, así se lo dictaba el corazón.
Mi abuelo no perdió el tiempo, complacido por el ignorante idealismo del joven. Ni siquiera permitió que los dos amantes volvieran a encontrarse a solas, temiendo que David descubriera el verdadero estado de su amada. El día de la boda llegó. Mis padres se unieron en un sagrado e irrompible vínculo que supuso la salvación de la estirpe de los Swan y la perdición de mi pobre padre. No tardó demasiado en descubrir la locura que albergaba su joven novia y lo descubrió de la manera más grotesca posible. Una noche, poco después de la boda, mi padre despertó sobre saltado por un ruido en el exterior, siguió las voces y se encontró, espantado, a mi madre rodeada por un charco de sangre que, al poco tiempo pudo comprobar, se trataba de la de un animal que ella misma había sacrificado.
Mary Margaret fue confinada desde aquel momento, pero ya era demasiado tarde. Por suerte o por desgracia, yo ya había sido concebida y nací, como era de esperar, nueve meses después de los sucesos que acabo de relatar.
Durante los dieciocho años que siguieron a mi nacimiento, solo cabe mencionar la muerte de mi abuelo cuando yo tenía unos cuatro años y las periódicas visitas a mi madre una vez al mes. Ella sigue encerrada en una habitación siempre acompañada, su locura parece acrecentarse con el tiempo y, aunque apenas la veo, cada noche oigo sus gritos y aullidos de lamento.
Mas, es cierto, y podéis reprocharme por mi esparcimiento mental, que estos no son los hechos que nos ocupan. Sin embargo, los creía necesarios para que comprendierais cuanto sucedió. Supongo que el primer capítulo de mi historia tuvo lugar una noche cuando contaba con apenas seis años. Otros recuerdos, anteriores y posteriores, han ido desapareciendo de mi mente, pero este momento sigue grabado a fuego en mi memoria.
No podía dormir, desvelada como estaba por los gritos de mi desquiciada madre, cuando, de pronto, sentí un peso al otro lado de mi cama. Me giré para contemplar a una mujer, la más hermosa que había visto en toda mi vida, que me miraba con unos oscuros ojos marrones. Mi corazón latía desbocado y sentí el impulso de gritar. Pero ella posó una mano sobre mi hombro, frotando con suavidad mi piel, haciendo que me inundara una repentina calma.
- Tranquila, Emma, duerme.- Me susurró.
Quizás debí sospechar algo cuando dijo mi nombre, pero mi mente infantil se había perdido en su misteriosa belleza adulta. No tardé en dormirme con ella a mi lado. Me desperté en mitad de la noche cuando sentí una fuerte punzada, como dos alfileres que penetraban mi cuello. Al levantarme de golpe, la encontré de nuevo, mirándome, en sus ojos una expresión confusa, entre la sorpresa y la culpabilidad. Desapareció. Y yo pasé los años que siguieron a aquel momento convenciéndome de que todo había sido un sueño.
Hasta que volvimos a encontrarnos.
Y hasta aquí por hoy, era el prólogo, digamos.
Gracias por leer :)
