Descargo de responsabilidad: OHSHC no me pertenece, aunque yo me conformaría con que Kyoya fuera mío… :)
ACTO DE VALIENTES
Eran casi las diez de un domingo en la residencia Ohtori, y el personal de servicio echaba a suertes a quién le tocaría ir a despertar al señor para que no perdiera el vuelo de las dos de la tarde. Su mal despertar era legendario, pero habían comprobado, por experiencia propia, que los rumores eran totalmente ciertos. La puerta del dormitorio principal aún conservaba la marca del impacto de una lámpara, y eran incontables los despertadores que habían acabado estrellados contra la pared. Eso sin contar con el aura negra de su señor, que prometía muerte y destrucción al valiente inconsciente que hubiera osado despertarle. La provisión de tilas, hierbaluisas y valerianas no faltaba nunca en la mansión…
Varios intentos frustrados más tarde, cuando tres doncellas estaban con un ataque de nervios en las cocinas, el ama de llaves tuvo que hacer uso de su último recurso: la señora Ohtori.
Haruhi suspiró, salió de su despacho y se encaminó al dormitorio.
El servicio la admiraba, porque misteriosamente, ella parecía inmune a los despertares intimidantes de su marido. Pero a la vez temían por ella, tan menuda, tan aparentemente frágil…, y más de una vez se habían preguntado cómo soportaba los arrebatos somnolientos de su esposo.
Lo que ellos no sabían es que, con Haruhi, esos arrebatos ni siquiera llegaban a producirse.
Ella cerró la puerta y pasó la llave. La figura durmiente de Kyoya yacía boca abajo sobre la cama. Apoyó una rodilla en el lecho, con cuidado de no despertarlo, y se inclinó sobre él. Le sopló con suavidad en el oído. Kyoya agitó una mano en el aire, como espantando a una mosca molesta. Haruhi sonrió, y esta vez, apoyando las manos en el colchón, se acercó más. Respiró en su cuello, dejándole sentir su aliento cálido sobre la piel, y luego la punta de su lengua se deslizó recorriendo el arco de su oreja. Le oyó exhalar un suspiro contra la almohada. Bien… Luego un dedo perezoso dibujó la forma de su nuca, trazando el hueco de sus omoplatos, siguiendo la línea de su columna, hasta llegar a la curva profunda justo antes del elástico de los pantalones de su pijama. Y allí se detuvo.
Un gruñido de protesta le llegó, sofocado por la almohada. Luego hubo un revuelo de sábanas y antes de darse cuenta, Kyoya la tenía sobre sí, acostada sobre su pecho, mirándola con sus hermosos ojos del color del ónice, sin rastro alguno de sueño en ellos…
—Delicioso despertar, querida mía —susurró él, mirando su boca.
—Buenos días, Kyoya… —le dijo ella, dándole un besito breve en los labios.
—Pueden ser mejores… —dijo él, deslizando su mano bajo la blusa…
—Feliz San Valentín… —ronroneó ella, apretándose más a él—. Tus rosas llegaron esta mañana… —le dijo mientras sus dedos volaban sobre sus costados, allí donde la carne es más sensible. Sintió cómo él se estremecía bajo su toque.
—¿Y? —preguntó Kyoya, alzando la cabeza para besar su cuello.
Haruhi suspiró, estirando el cuello y pidiendo más.
—¿Tenían que ser tan ostentosamente lilas?
—El violeta es mi color, Haruhi… —contestó Kyoya, dejando por un momento el cuello de su esposa—. Y todos deben saber quién te las envía…
—Hmm… —convino ella, mientras se arqueaba para que Kyoya le desabrochaba la blusa—, pero se supone que debo ser yo quien te haga un regalo hoy, Kyoya…
Las manos de su marido ya iban a por el cierre de su sujetador y las suyas buscando deshacerse del fastidioso pantalón del pijama.
—Haruhi… —y su voz sonó ronca y hambrienta—. Tú eres mi regalo…
Y lo que sucedió después dentro de aquella habitación, solo atañe a ellos dos… Pero baste decir que, aunque despertó a tiempo, al final Kyoya casi-casi perdió el vuelo…
