Disclaimer: El mundo de Snk pertenece a Hajime Isayama.


El final del trato y el comienzo del caos

La oficina del presidente de Mare era bastante impresionante. Era un espacio cuadrado, de diez metros por lado, con una enorme ventana que daba una amplia visión panorámica de la capital, Liberio. En el lado izquierdo había una sala de cuero negro, con una mesa ratona entre los sofás y algunos burós que tenían lámparas de pie encima de ellos. Al lado derecho había un gran librero, lleno de libros encuadernados en piel negra o marrón oscuro. Y enfrente de este, un magnífico escritorio de madera, de cuatro por dos metros, cuya superficie tenía pequeñas representaciones a escala de los armamentos de Mare y de algunos titanes, como el bestia y el acorazado.

Sentado en su escritorio, el dirigente de la nación estaba cruzado de brazos. Era un hombre alto, de un metro y noventa y cuatro centímetros, fornido y de facciones duras, vestido con un traje de color vino. Su pelo corto y castaño claro lo tenía bien peinado hacia atrás, y su rostro estaba muy bien afeitado. Su mirada marrón oscura estaba dirigida al frente, y en esos momentos lucía un aire bastante analítico.

Delante de él, dos hombres estaban sentados. Eran dos individuos de tez clara, ambos muy flacos, con la diferencia de que uno tenía el pelo rubio y el otro de un intenso negro. Los dos vestían un desgastado uniforme color caqui, y estaban muy malheridos, pues el pelinegro tenía el ojo derecho hinchado y morado, mientras que su compañero lucía numerosos cortes en su cara.

Uno de ellos, el rubio, contaba una historia donde ambos eran rechazados y expulsados de todas partes a donde llegaban, y todo por seguir una ideología política. Relataba su experiencia con bastante coraje, pues movía exageradamente los puños y su tono era el de alguien indignado.

Cuando terminó de hablar, el líder de Mare deshizo el cruce de brazos y los recargó en los dos respaldos de su silla. Los dos hombres esperaron, un poco impacientes.

— Ustedes no se preocupen —habló el presidente—. Siempre habrá refugio para los aliados de la Alemania nazi aquí en Mare. Sobre todo para ustedes, señor Glücker —miró al rubio— y señor Götze —miró al pelinegro.

— Es muy amable de su parte recibirnos, señor Burgspeer—respondió Glücker—. Llevamos más de diecisiete años buscando refugio. Por la naturaleza de nuestros ideales, nos rechazaban. Pero, ¡primero muerto a tener la piedad de algún indeseable!

Burgspeer sonrió: — Bueno, sería algo ingrato de mi parte negarle la entrada a los hombres que nos felicitaron por como contenemos a los erdianos —comentó—. Al parecer, les funcionó de la misma forma con los judíos.

— Hemos visto que los erdianos, al igual que los judíos, se reproducen como moscas. Dígame, ¿no ha pensado en la…última medida…para los erdianos? —preguntó Götze, intentando sonar cuidadoso—. Tal como pasó con los judíos.

El dirigente de Mare se levantó, y se pudo apreciar su imponente estatura. Con pasos lentos y marcados, se dirigió a la enorme ventana. Liberio, a la luz de mediodía, se mostraba en todo su esplendor.

— Créanme que he tenido esa idea en la cabeza desde que encerramos a esos indignos en los guetos —respondió el presidente, mirando el panorama—. Sin embargo, ellos tienen…ciertas habilidades que nosotros hemos encontrado…útiles. Además, la familia Tybur ha bloqueado todo intento de aplicarla. Dicen que están planeando algo grande para ellos.

Hubo algunos segundos de silencio, en el cual el dirigente contempló la capital y los dos embajadores se miraron entre sí. Entonces el pelinegro asintió y el pelinegro se aclaró la garganta.

— Hemos escuchado que el ejército de Mare tiene un cuerpo militar bastante formidable, señor —habló Götze.

— Por supuesto, nuestro ejército y la armada son orgullo nacional —dijo Burgspeer, inflando el pecho con orgullo.

— Aunque…debo decir que su fuerza aérea es…un poco débil —puntualizó Glücker—. Si tan sólo hubiera pedido consejos de los líderes de la Lufftwafe(1).

— ¿Insinúa que nuestro ejército puede tener defectos? —cuestionó el presidente, volteándose bruscamente.

— Sólo comento que debe tener precauciones, señor —respondió el rubio, con cierto temor—. El Führer subestimó a sus contrarios y eso le costó la guerra y Alemania.

El dirigente les dirigió una mirada llena de confianza: — No creo que deban preocuparse —comentó—. Tengo todas las precauciones necesarias, y mis líderes militares saben manejar la situación. Así que todo está bien.

La respuesta de Burgspeer no pareció convencer en su totalidad a los dos embajadores, quienes pensaron que lo más sensato era cambiar de tema. Así que dirigieron su atención a las figuritas del escritorio.

— Por cierto, estas son unas excelentes piezas de armamento —dijo el pelinegro, tomando uno de los pequeños tanques

El presidente sonrió con orgullo: — Por supuesto. Mare ha desarrollado la más alta tecnología militar —rectificó.

— ¿Y estos dos que significan? —preguntó el hombre rubio, señalando a los dos pequeños titanes.

— Sólo son…muñecos. Nada significativo —contestó el líder—. Bueno caballeros, diríjanse con mi secretaria, ella les indicará en donde deben alojarse. Por cierto, en algunas semanas es el festival de la victoria, patrocinado por los Tybur, y algunos puestos callejeros ya se instalaron. Les aconsejo que prueben la comida, es excelente.

— Agradecemos nuevamente su hospitalidad, señor Burgspeer —dijo Glücker, levantándose.

— Espero que podamos asistir al dichoso festival —habló Götze, imitándolo—. Pero lo que me vendría bien ahora sería un buen sándwich y una cama cómoda.

— Pasen caballeros y descansen —dijo Burgspeer, alzando la mano derecha.

Los dos embajadores cruzaron la puerta. Después de que ambos alemanes se retiraran, el presidente volvió a dirigir su vista a Liberio.

— Pronto Mare se consolidará como la nación más poderosa de Europa y el mundo —habló el hombre—. Pero si alguien descubre que esos impuros son la base de nuestra fuerza —le dio un leve puñetazo al vidrio—. Serán malditos, ¿por qué rayos sólo las cosas de titanes funcionan con ellos? —se cuestionó, un poco enojado—. Además, tenemos que hacer volar a los titanes o encontrar titanes que vuelen —su mirada se ensombreció—. Sólo así podemos asegurar la paz para Mare y el mundo.


En el mismo edificio que el presidente, sólo que unos pisos más abajo, el comandante Magath se encontraba hablando con Willy Tybur. Los dos estaban en la oficina del militar, la cual era mucho más simple que la del presidente Burgspeer. Sólo un escritorio, tres sillas y un sofá de tela marrón de tres plazas.

Magath estaba escuchando a Willy, quien volvía a comentarle acerca de la historia del Titán Martillo, hasta que unos toques a la puerta interrumpieron su relato. El comandante dio permiso de que entraran y la puerta dejó ver a un hombre. Era alto, de un metro y ochenta y cinco centímetros, bastante delgado, de rostro fino y con un cabello rojo muy corto. Portaba el uniforme de los oficiales de Mare.

— Comandante Magath, una persona de las fronteras quiere hablar con usted —dijo el hombre—. Dice que es muy urgente.

— Hazlo pasar Hesse —pidió Magath.

El guerrero salió por unos segundos y volvió a entrar, sólo que acompañado de un joven que no pasaba de los quince años. Su altura llegaba hasta la barbilla de Hesse, y era algo musculoso. Su rostro denotaba la entrada a la pubertad, como el mentón algo duro, pero aun así reflejaba rasgos infantiles, y su pelo era negro, un poco largo por debajo de las orejas y lacio. Vestía un sencillo atuendo conformado por unos pantalones y camisa marrones, ambos bastante desgastados. Temblaba un poco y lucía nervioso.

— Tu nombre y ocupación, hijo —pidió Magath.

— Peter Schwarchaf, pastor, señor —respondió el joven.

— ¿Y de dónde provienes? —interrogó el comandante.

— De Miedzana, último pueblo de la frontera sur, señor —contestó Peter.

— Me comentan que tienes un mensaje para mí, hijo —habló Magath. El pastor asintió—. Puede retirarse, Hess. Willy si me disculpas…

— ¡No! —gritó el joven, haciendo respingar a los otros dos— ¡Los dos deben saber! ¡Todos deben saber!

— ¿Qué es lo que debemos saber? —cuestionó Magath calmado. Por el porte del muchacho, le daba un poco de curiosidad.

— Un ejército llegó al pueblo hace dos semanas —respondió Schwarchaf, con un volumen de voz más débil—. Pero no era un ejército cualquiera —pausó un poco—. Este se componía de criaturas que sólo creíamos reales en los sueños: había enanos, duendes, elfos. Todos con armaduras, como si fueran de la Edad Media y…

— ¿Y de casualidad no te llevaron a su país encantado para ser feliz? —interrumpió Hess, con notoria burla. Willy esbozó una pequeña sonrisa.

— Hijo, no estamos para cuentos de hadas —comentó Magath, negando con la cabeza—. Concéntrate y relátanos lo que en verdad sucedió.

El joven se volteó abruptamente hacia Hess. Éste pudo ver un auténtico miedo en sus ojos, el cual sólo era notorio cuando alguien inocente es testigo de los horrores de la guerra.

— ¡No era ningún cuento! —vociferó el chico—. Esas criaturas arrasaban con todo a su paso, matando, destruyendo, quemando. Diezmaron a la guardia en cuestión de segundos. Y también venían monstruos: orcos, trolls, dragones, titanes…

— ¿Titanes? —cuestionaron los tres hombres a la vez.

— No eran titanes comunes —dijo el pastor—. Éstos no eran deformes, eran bien proporcionados…como un humano. Altos, como de veintiún metros. Tenían una armadura negra…y enormes mazas con las que destruían las casas. Lo raro…que no devoraban humanos, sólo los aplastaban, pero no se volvían locos por llevárselos a la boca.

Los tres hombres estaban muy pensativos, mientras que Peter intentaba calmar su respiración. Así que había titanes que no comían gente. Magath dedujo que deberían ser titanes cambiantes.

— Y traían titanes que vuelan —prosiguió el chico—. Enormes gigantes del tamaño de montañas que cruzan el cielo y aplastan edificios como si fueran terrones de azúcar, hacen pedazos a la gente con solo pasar volando y ningún arma los puede herir de tan formidables que son.

Lejos de inspirarle miedo, la curiosidad y la ambición crecieron en Magath. Así que sí había titanes que vuelan. Entonces debían capturarlos para poder estudiarlos y copiar su poder.

— Llévenselo —ordenó el comandante luego de unos segundos de silencio, de manera seca y haciendo un ademán con la mano derecha.

Hess tomó del brazo derecho a Peter, pero éste comenzó a resistirse.

— ¡No espere! —exclamó el chico, zafándose del agarre del guerrero—. También había criaturas de oscuridad. Las mismas que le dieron a Ymir Fritz su poder. Y ahora —tragó saliva—, vienen a reclamar ese poder, dicen que es hora de pagar, ¡que todos los que lo usaron pagarán su destino con un eterno tormento en las sombras!

— Fueron suficientes disparates por un día —dijo el comandante—. Puedes llevártelo Hess, y —le dirigió una severa mirada al pastor—, toma la medida doce con él.

El otro hombre sólo asintió con la cabeza, tomó de nuevo a Schwarchaf por el brazo derecho y lo sacó de la oficina. Los gritos del pastro se perdieron paulatinamente a medida que se alejaban.

— ¿Cree que ese chico esté diciendo la verdad? —cuestionó Willy, una vez que los gritos desaparecieron.

— No lo sé —contestó Magath—. Todo eso de duendes, trolls, elfos y dragones me parece que es puro cuento. La gente de campo siempre ve cosas bastante…extravagantes y fantasiosas.

— Yo pienso que son personas sinceras comandante —opinó Tybur—. Su juicio va de acuerdo con la naturaleza, la cual nunca miente.

Magath alzó la ceja izquierda: — Si tú lo dices —dijo—. De todos modos, enviaré un grupo de reconocimiento al sur. Si es verdad eso de los titanes, tenemos que capturar uno y ver si podemos duplicar su poder —agregó, con un deje de ambición.

Willy sólo asintió levemente y pensó que sería más prudente calmar un poco a Magath. Por lo que inició una plática acerca del festival que su familia iba a patrocinar dentro de algunas semanas.


La oscuridad finalmente cayó en Liberio. Cerca de la costa, las casas y calles comenzaban a iluminarse, dándole un singular color anaranjado a esa parte de la ciudad. Sin embargo, un poco más adentro, el panorama no era tan colorido, ya que era una zona que el gobierno de Mare tenía un poco olvidada debido a que ahí estaban los guetos donde vivían los erdianos. Las calles tenían un farol en cada esquina, dándole una estampa un poco triste a los edificios. Lo único que se mantenía fuertemente iluminado era el muro periférico de cada gueto.

En medio de las púas y cuchillas de la parte superior de uno de los muros había tres mujeres sentadas. Gracias a la luz de las lámparas se podía apreciar el aspecto de cada una. La primera portaba un vestido victoriano guinda, de piel tostada y pelo negro recogido en un moño, y una cimitarra en su flanco izquierdo. La segunda vestía una camisa a cuadros blancos y negros, unos jeans azules y un sombrero y botas vaqueras, de piel un poco más oscura y pelo rosa largo y suelto, y dos revólveres a cada costado. La última tenía puesto un kimono marrón, de piel muy blanca y pelo lila claro en forma de ave de papel, y estaba armada con una katana en su flanco izquierdo.

Las tres miraban a los edificios, en donde las titilantes luces de las velas reflejaban que había alguien ahí.

— Y yo creí que la cruelda se había acabao con la guerra —habló la del vestido.

— ¡Nah, pinches humanos! —exclamó la de pelo rosa—. Son más méndigos que nada entre ellos. De cualquier pendejada ya se están chingando.

— Bueno, al menos pronto se acabará su tormento —comentó la de la cimitarra—. Lajos estará aquí en cinco días para llevar el primer embarque.

— ¡Y a tragar como Dios manda! —dijo la del sombrero, frotándose rápidamente las manos

Ellas dos comenzaron a reír, pero la del kimono seguía con la mirada puesta en los edificios.

— ¿Qué te pasa, carnala? —preguntó la del sombrero.

— Hay algo que me intriga de aquí —respondió la aludida.

— ¿Y es? —inquirió la del vestido.

La de pelo lila les dirigió la mirada: — He escuchado de varias personas, viejos y pibes, que hay una isla, llamada Paradis, llena de humanos demonios —respondió—. Que son seres infernales y que por su culpa la gente vive encerrada en estas villas miserias. Que, si pudieran, los matarían a todos para vivir libres.

Las otras dos sonrieron marcadamente y asintieron levemente. Incluso la del kimono movió varias veces la cabeza en sentido afirmativo.

— Bueno, está claro que debemo hacer, hermanas —afirmó la del vestido.

— A huevo —afirmó la de los revólveres, tronándose los dedos—. Las Mikoba entran en acción…

— Pero tenemos un problema, ¿cómo le vamos a hacer para llegar a esa isla? —inquirió la del kimono.

— No, ya lo tengo solucionao —contestó la de la cimitarra. Y se llevó la mano a un bolsillo de su vestido.

La de pelo rosa y la de pelo lila observaron que sacó una diminuta botella, de no más de diez mililitros, con una gota de un líquido rojo oscuro.

— Oye, ¿y para qué traes esa chingaderita? —preguntó la de pelo rosa.

— Hermana, ¿qué acaso ya se te olvió lo que pasa si tiras la sangre de un asiático al mar? —preguntó la pelinegra, agitando vigorosamente la botellita

Las otras dos sólo atinaron a sonreír de manera perversa.


La música del órgano retumbó en la oscuridad [Preludio en do menor, BWV 546] y con ello un pequeño punto de luz surgió de la penumbra. Poco a poco, la melodía se hacía más fluida y con ello, el punto de luz creció hasta abarcar los tres metros de diámetro y una sombra leve apareció en medio. Con la música volviéndose un poco más compleja, la sombra cobró solidez y de ella surgió un esqueleto ataviado con un vestido de un blanco muy puro. Y entonces, con los sonidos cada vez más intrincados, la carne fue emergiendo y cubriendo al esqueleto, y las vísceras ocupando cavidades, todo esto fue, en medio de repugnantes fonaciones, adquiriendo la forma de una mujer. La piel recubrió todo, y los ojos surgieron, de un color azul intenso, junto con el pelo, de un rubio intenso como rayos de sol.

Cuando su formación acabó, la mujer se dejó caer al piso, jadeando de forma muy marcada y miró a su alrededor. El miedo le provocaba que volteara hacia todas direcciones, buscando el origen de los sonidos.

La música del órgano se silenció, y lo único audible en esa oscuridad fue la acompasada respiración de la fémina. Pero un enorme susurro, similar al de una gigantesca tela agitándose, rompió la calma.

— ¿Me recuerdas, Ymir Fritz? —preguntó una voz femenina en la oscuridad. Era de tono redondo y un poco grave.

Ymir se puso de pie: — No, no, no. Esto no es posible —dijo, con los ojos bien abiertos y la respiración acompasada. Estaba más que claro que el miedo la había atenazado.

— Ah, veo que no olvidaste lo que acordamos hace más de un siglo, ¿verdad? —comentó la voz—. Bueno, pues es hora de pagar, Ymir.

— Pero se supone… que ellos… deberían…ha…ha…hacer bu…bu…buen uso d…e…es…es…o —tartamudeó Ymir.

La voz soltó una suave risa, que le heló la sangre a la rubia: — "Quiero el poder de ayudar a la gente. Uno que me permita hacer casas, caminos, escuelas y campos de cultivo. Uno que permita progresar en tiempos de paz. Y que sea transmitido a mis descendientes para asegurar la paz, que sólo ellos sean capaces de usarlo. Y si ellos hacen mal uso de él, puedes destruir el poder y que ellos sufran para siempre un tormento eterno por sus acciones" —comentó—. Esas fueron tus exactas palabras cuando viniste a mí, ¿recuerdas?

Una llama dorada apareció enfrente de Ymir, y luego ocho llamas rojas. En la llama dorada se observaba a una mujer de gran tamaño que construía casas. Pero en las otras había imágenes de gigantes deformes que atacaban a otras personas, horribles monstruos que devoraban sin discriminación alguna a la gente.

— Alguien encontró otro uso al poder que te di, Fritz —dijo la voz en las sombras—. Tus descendientes se dieron cuenta del increíble don que poseían, así que decidieron crear terribles monstruos, los titanes, para fines bélicos. Además de transformar a tus descendientes en aberrantes criaturas que sólo devoran humanos.

— Pero si eso…No debían…hacerlo…Se supone que…el poder…traería paz —comentó la rubia.

— ¡Abre los ojos, Ymir! —gritó la voz. Ymir se fue al suelo—. Los humanos son criaturas muy corruptibles. No te puedes fiar en ellos. Y dicen que mi raza es repugnante, ¡cuando los mismos humanos lo son más!

— Perdónalos, no saben lo que hacen —repuso la rubia, y se puso de pie—. Dame una oportunidad de ir con ellos y hablar…

La voz emitió una fría, cruel y espeluznante carcajada: — ¿De verdad crees que voy a faltar a un acuerdo, niña? —preguntó burlona—. Tú misma impusiste los términos y condenaste a toda tu raza. Y ahora Fritz, te he traído de la muerte porque ya es hora de pagar. Así que tú vas a ser la primera.

El silencio invadió el entorno. Ymir respiraba agitadamente y volteaba para todos lados. Y fue cuando vio algo a su derecha que la paralizó.

Una enorme mano, blanca como la cera, de más de cinco metros de abertura y dedos de dos y medio metro de largo se dirigía hacia ella. Lo único que pudo hacer Ymir fue gritar, mientras la gigantesca mano la capturaba y la sumía para siempre en las sombras.


Notas de autor:

*Hola. Este es mi primer fanfic para este fandom. Gracias a Sumsum fue que conocí a SnK, y le quise aportar algo para este fandom.

*He estado investigando acerca de Historia y Geografía y creo, con base en lo que he encontrado, que si se puede situar el mundo de SnK en el espacio y tiempo. Incluso hay numerosos detalles en el manga para establecer hipotéticamente entre que periodo de tiempo se sitúa.

*Sus comentarios son bien recibidos. Si tienen alguna pregunta, no duden en externarla.

Glosario:

(1)Lufftwafe: Fuerza aérea alemana

Gracias por leer