No puedo decirte adiós

Capítulo 1

Las dos alineaciones paralelas de árboles de la calle, sobre cada una de las aceras, proporcionaban una sombra tamizada, con sus hojas aún jóvenes y de un verde claro que protegían del sol de final de primavera. Las filas de casas casi idénticas contribuían a dar una sensación de orden, con sus fachadas de ladrillo oscuro y sus puertas y ventanas enmarcadas por sillares de piedra en ocasiones finamente esculpidos con guirnaldas de flores y otros motivos. Era un vecindario tranquilo, familiar. Uno tenía la sensación de poder criar a sus hijos como es debido en un entorno como éste. Y sin embargo, era prácticamente el centro de Nueva York. Apenas al final de la calle uno se asomaba al East River y podía contemplar la abrumadora presencia de los rascacielos de Manhattan.

Stella recordaba sus primeros tiempos de servicio en la Policía de Nueva York y sus rondas por estas calles como novata. Había tenido suerte en su primer destino, apenas nunca pasaba nada en este barrio. Tuvo tiempo de habituarse a su trabajo, al arma reglamentaria, a patrullar a pie y en coche... Siempre pensó que si alguna vez formaba una familia éste sería el barrio en el que le gustaría establecerse. Total... soñar es gratis, pensaba entonces, pues ya los precios de las viviendas estaban muy por encima de lo que una chica huérfana, recién salida de la Academia y sin otros recursos que su sueldo podría permitirse. Y sin embargo...

Iba a cruzar la calle cuando la puerta de la casa a la que se dirigía se abrió. Desde el otro lado de la acera vio salir a Mac, de espaldas, hablando a alguien que seguía dentro. Una bolsa grande cargaba de su hombro, y al volverse Stella advirtió otra preciosa carga en el brazo opuesto, Un bebé de unos diez meses, rollizo y pelón, se empeñaba en jugar con la nariz de quien sin duda era su padre. No cabía duda... la misma piel tan blanca, ojos azules y mejillas igual de redondas... toda la forma de aquella preciosa cara infantil era la de Mac.

El calvito agarraba ahora ambas orejas de papi mientras él descendía los escalones hacia la acera y con esfuerzo abría la puerta de la furgoneta familiar aparcada delante. Stella se había quedado parada, mirando sin decir nada. Mac colocó al bebé en su sillita en la parte trasera, posó todos los bártulos en el asiento y procedió a atar el bebé. La puerta de la casa seguía abierta, y de pronto apareció ella. Llevaba otra bolsa grande. Mac se apresuró a subir de dos zancadas los escalones para quitársela de las manos, y al apartar el bulto se pudo apreciar su figura. Estaba embarazada, como de unos seis meses. Mac le cogió la mano y bajaron hacia el coche. Antes de que ella entrara, él se inclinó en un beso rápido y ella sonrió, feliz. Feliz, sí, una sonrisa preciosa en una cara totalmente feliz... la cara de Aubrey.

Stella se despertó de pronto, sentándose en su cama como impulsada por un resorte. Estaba sudando. Se echó las manos a la frente, apartándose el pelo y recogiéndolo hacia atrás. Había sido tan real... Se dejó caer de nuevo hacia atrás, y de pronto sintió cómo las lágrimas corrían desde los extremos de los ojos hacia sus sienes.

"Esto es lo que me queda", pensó, "permanecer aquí para ver cómo todos van formando una familia, mientras que yo..." Las lágrimas eran ahora cada vez más profusas. Lo que había visto en el sueño era lo que siempre había creído que sería su vida, durante todos los años en que había estado secretamente enamorada de su compañero, de su amigo, de su jefe. Ése hombre que, el tiempo lo estaba demostrando, nunca iba a ser más que eso: su compañero, su amigo, su jefe. Su anhelo de formar un hogar, la familia de la que siempre había carecido, parecía esfumarse con la misma velocidad con la que ella iba cumpliendo años y, de pronto se acordó, hoy cumplía treinta y cinco. Se estaba haciendo vieja para tener hijos, y su candidato a padre de ellos no hacía un sólo movimiento en la dirección apropiada. Sí, ya era demasiado tiempo. Stella quería más, quería pertenecer a algo mayor que ella, quería construir algo con el hombre al que amaba. Pero estaba bastante claro que él no quería lo mismo, no con ella, al menos. El año pasado, cuando Mac la había seguido hasta Grecia para traerla de vuelta a casa, Stella había creído que, por fin, sus sueños se estaban haciendo realidad. Caramba, uno no viaja al otro lado del mundo para ir a buscar a un colega. Uno no recorre medio planeta para ordenar a un subordinado que se reincorpore a su puesto... Uno no sonríe y asiente cuando una mujer le dice que es "la mujer en su vida" al leerle los posos del café si no piensa en tener algo más que una amistad con ella. Y sin embargo, después de aquello, todo quedó en... nada.

Claro, la muerte de Angell les golpeó a todos, hasta el punto de llegar a la obsesión por atrapar al responsable, como le sucedió a Mac. Eso le hizo cerrarse de nuevo en sí mismo de una forma tal que las semanas anteriores pasaron a ser un bonito recuerdo, una debilidad que el gran Mac no volvería a permitirse. Y también, paralelamente, ella cometió una de las mayores torpezas de su vida, su asunto con Adam...

Las lágrimas se reavivaron con este pensamiento, y con las consecuencias de esa maldita aventura... Hasta el día anterior, ella siempre había creído que Mac no había llegado enterarse... Ahora los sollozos se adueñaron con fuerza de su cuerpo, recordando la disputa con Mac, en la que tanto se habían echado mutuamente en cara. Stella siempre había pensado que era mejor hablar las cosas, pero empezaba a dudar de que la medida fuera eficaz si se hacía en el tono en que ellos lo habían hecho. Más bien al contrario, su encontronazo de ayer no había hecho sino evidenciar su distanciamiento. Ya no eran los de siempre. Ahora la rabia y la amargura se habían instalado entre ellos, los reproches hirientes habían sustituido al afecto de otros tiempos, a aquel tono de broma perpetua que usaban en privado, a aquella confianza leal que siempre habían compartido. Se acabó, pensó Stella... Recordando su sueño, volvió a su primer pensamiento "¿Esto es lo que me queda? ¿Verle construir una vida al lado de otra mujer, ser feliz con ella, tener los hijos que hubieran debido ser míos?..."

El sobre de color gris claro seguía en su mesita de noche, recordando a Stella que ahora tenía una vía de escape. Dos años, un año antes, ni siquiera se habría entretenido en leer a fondo los detalles de los documentos que contenía, mucho menos considerarlo como una posibilidad real... Simplemente se habría sentido halagada por que pensaran en ella, por ofrecerle algo tan interesante. Pero ahora... Era ahora o nunca, pensó, y limpiándose las lágrimas volvió a tomar los documentos, timbrados con el logotipo de la Secretaría de Estado de los Estados Unidos de Norteamérica.

Mac se despertó sobresaltado. Había estado soñando... Otra vez la muerte de Angell ocupaba sus pesadillas, sólo que esta noche, cuando había llegado corriendo hasta el lugar en el que la mujer yacía prácticamente desangrándose, su cara no era la de Jessica Angell sino que era la cara más preciosa para él entre todas las que conocía, la de Stella Bonasera.

Se había sentado en la cama, prácticamente saltando por la impresión de ver esos ojos verdes que prácticamente se despedían de la vida ante él. Su propio grito de "¡Stella, no!" le había hecho despertar. Stella Bonasera... la mujer que más le desesperaba en estos momentos, la mujer a la que de pronto ya no sabía como tratar. Todos los años de camaradería y complicidad que habían compartido parecían haberse desvanecido de pronto. La discusión que habían mantenido el día anterior había hecho aflorar lo peor de cada uno. Mac se pasó la mano por la frente, sudorosa. Tenía que arreglarlo, pero ¿cómo?...

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