En su pecho se hospedaba una sensación de escalofrío sofocante de solo imaginarse en un acercamiento físico con Emma, y no sabía si le excitaba o si le asustaba. Jamás se había puesto en el plano lésbico y menos a sus 35 años, con un hijo de 10 y un marido que cumplía la exquisita función de ser otro hijo en vez de algo marital.

Su marido dormía al costado derecho de la cama y ella se desvelaba pensando en una mujer, esa que le robaba el sueño desde que se le insinuó. Tenía la imagen de Emma impregnada en su cabeza y empezó a imaginarse cómo serían los caminos de su cuerpo; sus leves contornos de carne, sus labios, sus caderas, sus pechos y su sexo. Como se sentiría tocar y besar cada centímetro de su cuerpo. Lo delicioso que se escucharía Emma gimiendo su nombre.

Se imaginó a Emma haciéndole el amor despacio, haciendo su cuerpo estremecer. Tocando, besando y lamiendo su cuerpo, sus senos y su entrepierna. Como se sentiría la lengua de Emma en su sexo, probando su esencia y como se sentirían sus dedos estrechándola, llenándola.

Se volvió hacia el lado de su marido y le contempló su varonil pecho, ese torso fuertemente musculoso y velludo, de hombre atrayente que cualquier mujer desearía, y pensó "Este hombre es mi marido y el padre de mi hijo, ¿qué defecto tiene?" se preguntó Regina. "Que no es Emma," su mente contesto a gritos.