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CAPÍTULO 1: Ayaka vs. Hiro

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Ella siempre tomaba té. Todas las variedades, pero siempre té. Ni café, ni refrescos, ni batidos, ni helados, sólo té.

En parte era una ventaja, así siempre sabía qué tenía que pedirle. Bastaba con decirle a la camarera "Para mí tal cosa, y para ella. . . Tú quieres té¿verdad cariño?" Y ya está, ya has quedado como un señor.

De hecho, esa era la única dificultad "cotidiana" con la que se había encontrado Hiro desde el inicio de su relación: aprenderse qué le gustaba tomar a Ayaka. Como no hacían nada más que ir a cafeterías durante los cortos periodos de tiempo en los que se veían, pues a ver con qué otro problema se iba a enfrentar. Ya había tanteado todas las posibles opciones y todas y cada una habían quedado descartadas.

De ir al cine, nada, porque a Ayaka sólo le gustaba el cine tradicional japonés, películas en blanco y negro de Akira Kurosawa y similares, y la única sala que pudo localizar Hiro en todo Tokio donde pusieran esa clase de películas fue un cuchitril pequeño y sórdido, con las moquetas y la tapicería de las butacas de un color pardo turbio (Hubo una época en la que fueron rojos), porquería amontonada en los rincones de la sala y un olor a rancio que no había quién lo aguantara. Se trataba de un cine claramente en declive por falta de público, ya que ni siquiera reponían clásicos famosos, sino películas del año en que se inventó la rueda que no conocía nadie y que eran francamente insoportables. La escasa audiencia se componía de unos cuantos frikis forofos de ese género, abuelos que se pasaban la película tosiendo, fumando y discutiendo en voz alta con los frikis, o gamberros que iban solamente a molestar.

Hiro recordaba como una de las experiencias más bochornosas de su vida la única vez en la que llevo a Ayaka a aquel antro: Había descubierto la sala por casualidad y, muy ufano, fue a la ventanilla a informarse de las proyecciones para el mes siguiente, que era cuando vendría su novia. A aquello no podría decir que no. Cuando la chica llegó a la ciudad, le enseñó el programa lleno de entusiasmo, y la noche siguiente, después del ensayo, se fueron los dos juntitos al cine, con Hiro flotando entre nubes de felicidad.

Se les cayó el alma a los pies cuando entraron en la sala, cargados de palomitas y golosinas. Los dos se quedaron clavados en la puerta, abofeteados por el hedor de aquella habitación y espantados de ver tal cantidad de suciedad acumulada por todas partes, que sólo faltaba que cruzara el pasillo una cucaracha y les saludara.

Sacando fuerzas de donde no las había, Hiro sonrió e intentó mostrar entusiasmo. Cogió el brazo de Ayaka y la llevó hasta sus asientos, hablando atropelladamente de lo bien que lo iban a pasar con la película, que qué contento estaba de verla, que la había echado mucho de menos y que qué bien que ya estaba allí.

Venciendo el asco, se sentaron es sus butacas pringosas, se apagaron las luces, y empezó el show.

Ya fue bastante vergonzoso para Hiro tener que aguantar la tos carrasposa de uno de los abuelos, finalizada con un sonoro escupitajo en la moqueta; el apestoso olor del humo de la pipa de un individuo de mediana edad y aspecto afeminado sentado en el otro extremo de su fila y los comentarios en voz alta de un grupo de adolescentes gordos, con gafas de culo de vaso y caras llenas de acné, que hablaban en voz alta como si estuvieran solos en la sala; pero lo peor aún estaba por llegar.

A los veinte minutos de película, que Ayaka se había pasado intentando mantener una sonrisa forzada en medio de aquel concierto de toses y demás, entró otra pareja, más o menos de la misma edad que Hiro y Ayaka. Se sentaron justo detrás de ellos, y enseguida quedó clarísimo que aquellos no habían venido a ver la película.

.- ¿Ves? Ya te había dicho que aquí no viene casi nadie.

.- Tienes razón, es perfecto, jijiji.

Siguieron con una sesión de sonoro besuqueo y gemidos que no se molestaron en sofocar lo más mínimo, con el consiguiente azoramiento de la pareja que tenían sentada delante.

Ayaka estaba sentada en su sitio derecha como una vela, con una expresión de profundo disgusto en la cara, mientras que Hiro se frotaba la sien izquierda deseando matar a aquellos dos desvergonzados que tenían detrás y que le estaban metiendo en aquel compromiso. La tensión llegó a extremos inimaginables cuando aquellos se cansaron de meterse la lengua hasta la garganta y decidieron cambiar de entretenimiento.

.- Va mujer, si ya lo has visto que no nos mira nadie.

.- Ya, pero es que me da un poco de corte.

.- Anda, cariño, que mira como estoy – Hiro se tapó los ojos con la mano con la que hasta ahora se frotaba la sien.

.- Mmmmmm. . .

.- Además, para eso hemos venido¿no? – Para entonces, el disgusto en la cara de Ayaka había pasado a una expresión de absoluto horror, para desesperación de Hiro.

.- Sí, pero. . . no sé.

.- Vamos. . . Si lo estás deseando, viciosilla, jeje - "No, por favor, no me hagáis esto."

.- Jujuju, tienes razón. Vamos – Y cuando recital de chasquidos de lengua y gemidos del tío no dejaron lugar a la más pequeña duda sobre lo que estaba haciendo la parejita, Ayaka se volvió hacia Hiro, que se había ido hundiendo en su butaca en un intento de desaparecer de la faz de la tierra, temblando de indignación. El pobre Hiroshi, cuando vio la cara que había puesto su novia, no supo qué hacer ni qué decir, y con lo único que fue capaz de defenderse fue con una sonrisilla débil y nerviosa.

.- ¡Eres un CERDO! – Le gritó, poniéndose de pie de un salto. Acto seguido, salió del cine a grandes zancadas, entre las risas, los aplausos y los comentarios del resto del público, y con Hiro corriendo tras ella.

.- Ayaka, escucha. . .

.- "He encontrado un cine que te gustará mucho"¡No me lo puedo creer¡No puedo creer que me hayas traído a este. . . este. . . picadero!

.- Ayaka, te juro que yo no. . .

.- ¿Pero qué te has creído¿Por quién me has tomado, por una fresca como aquella¡Eres un degenerado¡Todos los hombres sois unos degenerados¡Y NO TE ATREVAS A TOCARME! – Y así todo el camino. No hubo manera de convencerla de su inocencia.

Al día siguiente, Ayaka volvió a Kioto. Tardó diez días en volver a querer ponerse al teléfono.

Otras fórmulas de distracción que Hiro intentó tampoco tuvieron demasiado éxito. Probó a llevar a Ayaka a conciertos de otros grupos, pero la chica, si bien no los rechazaba de plano, se quedaba más bien indiferente ante los detalles que excitaban la admiración de Hiro. A ella le daba igual que ese riff de guitarra fuera impresionante, la técnica depurada del saxofonista o las tablas del cantante, y el hecho de conseguir pasar a los camerinos de unos artistas que a ella no le habían dado ni frío ni calor tampoco es que fuera una experiencia que pensara contar a sus nietos. El resultado había sido el mismo pero en sentido contrario cuando habían ido a algún concierto de música tradicional japonesa: Ayaka se emocionaba mientras Hiro hacía esfuerzos por contener los bostezos. En fin, que eso también había quedado descartado.

El resultado había sido que su interacción como pareja consistía, básicamente, en pasear por el parque o por la bahía, ir a cenar a algún sitio, o a una cafetería, y eso cuando conseguía pasar un rato a solas con ella.

Ayaka, por lo visto, no era muy amiga de la intimidad. Nunca le apetecía ir a casa de Hiro a ver una película o a escuchar música, siempre prefería estar en sitios concurridos, y al parecer, las veces que le había comentado que le gustaría que él le preparara la cena y le demostrara así sus dotes culinarias, se refería a una cena a la que también estuvieran invitados Mika, Tohma, Suguru, Yuki, Shuichi, y tanta gente como fuera posible. Hiro percibía una cierta hostilidad hacia el hecho de quedarse a solas con él, pero se esforzaba en atribuirlo a la timidez de la chica y a la anticuada educación que había recibido. Después de todo, había convencido a sus padres para que la dejaran venir sola a verle¿no? Eso era un gran gesto por su parte. No había razón para enfadarse, incluso aunque, siempre que venía, lo primero que Ayaka preguntaba era: "¿Sabes si Eiri y tu amigo tienen algún plan¿Por qué no les llamamos y hacemos algo los cuatro?" Por suerte para él, Shuichi y Yuki no parecían muy entusiasmados ante la idea de una cita doble y siempre encontraban alguna excusa para no quedar con ellos, y Hiro podía quedarse más tranquilo y culpar de su malestar a un arranque de absurdos celos retrospectivos.

Sí, eso era, celos retrospectivos, de los cuales él era el único culpable y el único responsable de controlar. . . incluso después de ver la desilusión en los ojos de Ayaka cada vez que su propuesta era rechazada.

En cuanto a la interacción física, lo más guarro que habían hecho tras un año entero de relación había sido darse un beso con lengua.

Ayaka le había dejado claro desde el principio su postura al respecto (Vamos, que hasta pasar por el altar, nada de nada), y Hiro lo respetaba. No pensaba obligarla a hacer nada que no quisiera, ni insistiría al respecto, así que se conformaba con cogerla de la mano, pasarle un brazo sobre los hombros y con algún besito de vez en cuando.

De todas formas, no podía negarse a sí mismo que eso le producía cierta frustración. Al fin y al cabo, él no buscaba el sexo por el sexo, él estaba sinceramente enamorado, y consideraba el contacto físico como una consecuencia natural a eso, como una muestra más de cariño.

Pero había aceptado las condiciones que le había puesto su novia, no le reprochaba nada. Si esos eran los principios de Ayaka y la chica había decidido mantenerse firme en ellos, eso no le inspiraba a Hiro nada más que respeto, aunque él no los compartiera. De manera que, siempre que Ayaka iba a Tokio a visitarle, al final del día él la acompañaba de regreso a su hotel, porque Ayaka siempre se hospedaba en un hotel, y se volvía solo a casa, sin poder hacer callar a aquella voz malvada de su subconsciente que le recordaba que, mientras todos su ex-compañeros de instituto tenían que apañarse en el coche o de maneras similares a las de la pareja del cine por falta de un sitio mejor, él, que se había independizado y tenía un piso fantástico ideal para esos menesteres, tenía que pasarse las noches más solo que la una, o montándoselo él mismo, que para el caso venía a ser igual de frustrante y humillante.

.- Bueno, pero dime a qué hora llegas y te vengo a recoger.

.- No hace falta Hiro, prefiero que aproveches la tarde trabajando o haciendo lo que sea a que te la pases en la estación. Además, puede que el tren llegue con retraso, como la última vez.

.- Eso da igual – Respondió alegremente.

.- Pero cariño, si de todas maneras con la moto no podemos llevar las maletas.

.- Pues cogeremos un taxi.

.- Que no hace falta, de verdad. Mira, yo me iré al hotel, dejaré el equipaje y me iré a comprar unas cosas que me ha encargado mi madre. Así tú puedes aprovechar el tiempo y nos vemos directamente en el restaurante. ¿Te parece bien?

.- Bueno. . . como quieras.

Ayaka iba a ir a visitarle ese fin de semana. Diez días antes había sido su cumpleaños, pero a Hiro le fue imposible desplazarse hasta Kioto para celebrarlo y Ayaka tampoco pudo escaparse de sus quehaceres, así que iban a aprovechar ese viaje para festejarlo como dios manda.

Hiro no cabía en sí de gozo. Lo tenía todo preparado.

Pese a que no le gustaba aprovecharse del hecho de ser una figura del panorama musical para esas cosas, había conseguido la gran hazaña de tener una mesa reservada para esa noche en un restaurante de nouvelle cuisine donde se tenían que hacer las reservas con medio año de antelación, o más. Al principio le habían dicho que estaba todo completo, así que, después de mucho insistir y, tras ver que pidiéndolo amablemente no conseguiría nada, dejó caer, tratando de imitar ese tono entre petulante y condescendiente que había oído utilizar a Seguchi en situaciones similares, que era Hiroshi Nakano. Fue mano de santo, a los del restaurante les faltó tiempo para asegurarle que tendrían una mesa espléndida lista para la fecha que él dispusiera y, ya de paso, preguntarle si deseaba que le tuvieran preparado algo especial para la velada como, por ejemplo, una botella de alguno de los carísimos vinos que adornaban su carta. Una vez superado el primer obstáculo, Hiro sintió que había crecido como persona, como hombre y como amante, así que, embriagado por aquella sensación de "soy lo más de lo más", al avispado empleado del restaurante no le costó nada engatusarle para que encargara una botella de vino tinto, otra de vino blanco y otra más de champagne, por si "la dama" no gustaba del vino.

Como persona sensata que era, cabría esperar de Hiro que aquella borrachera de despilfarro se le pasara en unas cuantas horas, pero nada más lejos de la realidad. El chico había perdido completamente la cabeza, no era capaz de pensar en nada más que en su "noche especial". Todo tenía que ser perfecto, de cuento de hadas, y nada iba a resultar demasiado caro, ostentoso ni extravagante para hacer inolvidable el primer cumpleaños que celebraban juntos como pareja. No paraba de repetir a todo el que aún no estaba harto de escucharle, que quería que esa noche Ayaka se sintiera la chica más especial y más feliz del mundo, aunque una débil, tímida vocecilla proveniente de su conciencia, le decía que lo que pretendía era impresionarla, dejarla boquiabierta, desplegar ante ella todos los fastos que el éxito era capaz de proporcionar para que se convenciera de que él era un hombre maravilloso y que no podría estar con nadie mejor que con él.

Así que, al día siguiente, ni corto ni perezoso, se metió de cabeza en Cartier. No tenía una idea clara de lo que iba a comprar, sólo sabía que no podía ser un anillo, no fuera cosa que Ayaka se pensara lo que no era y al final la cosa se acabara liando. Pero su indecisión no supuso ningún tipo de problema: a los quince minutos de entrar en la joyería, Hiro tenía a tres dependientas revoloteando a su alrededor, tres profesionales expertas en aconsejar a clientes jóvenes, sin ningún conocimiento sobre joyas, hermosas tarjetas de crédito listas para ser usadas y muchas ganas de impresionar a sus novias, queridas o lo que fueran, sobre como gastar su dinero.

Hiro salió de la tienda con un precioso paquetito en el bolsillo del abrigo, más feliz que una perdiz. ¡Oh, que noche tan maravillosa iban a pasar!


Bien, bien, aquí estoy otra vez, con una de las historias que me dictan las voces que habitan en mi mente perturbada, jejeje.

Esto de empezar con un capitulillo de presentación, en el que realmente no llega a pasar nada, se está convirtiendo en una costumbre. Pero no es intencionado, sencillamente las cosas salen así, no creáis que lo hago para dejar a nadie con la intriga ni cosas de esas.

En fin, sólo espero que haya servido para que os entren ganas de saber cómo ira la super-cena que tiene organizada nuestro querido Hiro. Os aseguro que va a ser sonada. MUAAAA JUA JUA JUA JUA

Y con esto me despido, que una se tiene que ir a estudiar un poquito para ser una persona de provecho. Hasta la próxima¡