¡Hola amigos! Este es mi primer fic para Dragon Ball, después de escribir el primero de Sailor Moon. Siempre quise saber qué hubiera ocurrido de haber un postrero encuentro entre Mirai Trunks y Vegeta, después de que este último hubiera comprendido lo importante que era su familia para él en la saga de Boo, de que lo hubiese reconocido criando a Trunks y conviviendo con Bulma y ya no digamos después del nacimiento de Bra. Viendo la saga de Célula, me pregunté con asiduidad si tras la marcha de Mirai, Vegeta pensaría alguna vez en él y en los acontecimientos seguramente muy reveladores que ocurrieron en aquel año en la Sala del Alma y el Tiempo y que Toriyama malignamente nos ocultó. La relación Mirai-Vegeta fue incluso quizá un motor añadido para el hecho de que Vegeta decidiese permanecer con su familia tras las muerte de Goku y puede que el haberlo conocido, una de las causas fundamentales de que criase a ChibiTrunks. Viendo que ningún fic al respecto cubría mis expectativas, escribí esté, donde Mirai lo ha pasado bastante mal, porque todos conocemos a Vegeta; sabemos que se ha vuelto blandito, pero no tanto y sólo cuando ve sufrir a su familia es capaz de reconocer lo mucho que les quiere, así que Mirai tenía que padecer bastante. Bueno, espero que os guste y por favor, no seáis muy malos conmigo. Besos.
Sinopsis: Mirai Trunks vuelve a la línea temporal que salvó para intentar ayudar a su familia. La tragedia de Mirai no terminó con los androides y un Vegeta ahora maduro tratará de ayudar a su hijo superando sus propios temores, pero una nueva amenaza se cierne sobre la familia del príncipe de los Saiyans. Frente a frente, pasado, futuro, destino, Vegeta y Mirai Trunks se vuelven a encontrar más de veinte años después de su último encuentro.
Los hechos se desarrollan poco después de que los dragones se llevaran definitivamente a Goku y a las bolas de dragón
Ángel de la guardaCapítulo 1
Vegeta miraba las estrellas desde el balcón de la habitación que compartía con Bulma. Esa noche se sentía extrañamente inquieto; una recurrente sensación de peligro le impedía dormir. Intentó sacudir esos pensamientos de su mente mientras miraba las estrellas y sentía el aura de su familia, convenciéndose de que todo estaba en paz, que ellos estaban bien y cerca de él para protegerles de quien fuera necesario. Pensó en todo lo que había cambiado su vida, desde que nació, príncipe del planeta Vegeta hasta aquel momento, rememorando las luchas contra Goku, Freezer, Célula, Boo... eran casi incontables los combates librados y los años que habían pasado desde la primera vez que pisó la Tierra. Y lo muchísimo que había cambiado desde entonces. Rememoró algunos de los buenos momentos pasados junto a su familia con una sonrisa complacida; al fin y al cabo y del modo que él menos pensaba, la vida le había recompensado con creces todo lo que había sufrido en el pasado.
Sufrir... en ese momento, la mirada profunda y triste de un muchacho de cabellos lilas se coló entre sus recuerdos. Había pensado muchas veces en Mirai Trunks desde su partida, arrepintiéndose, cada vez más según los avatares de su vida y el trato con sus hijos presentes le habían ido cambiando, de lo mal que había tratado a aquel muchacho que se había criado casi completamente solo, en un mundo dominado por el caos, el dolor y el sufrimiento, viendo cómo mataban a su único amigo sin poder evitarlo y que, pese a todo, había sabido imponerse a su sufrimiento, convertirse en un gran guerrero y tomar las riendas de la situación para evitar que aquello volviera a pasar. Si no hubiera sido por su intervención, él no estaría vivo, no habría visto crecer a Trunks y Bra nunca habría nacido. Vegeta era muy consciente de eso, de que toda su felicidad se la debía a él. Pensó con amargura lo mucho que Mirai Trunks habría pensado en él durante su infancia escondido en los brazos de su madre de los incontables ataques de los androides, imaginándose cómo sería aquel padre que no llegó a conocer y deseando tenerle en frente sólo por una única vez; seguramente se llevó una tremenda decepción, pero pese a su carácter intentó una vez y otra salvarle de sus continuos ataques suicidas contra los androides y Célula, llegando incluso a morir en ese infame torneo. Esa imagen de Trunks moribundo, totalmente ensangrentado, aún poblaba sus pesadillas. En ese momento, deseaba volver a verlo, decirle lo mucho que le agradecía aquel destino tan maravilloso que se tenía gracias a él y comportarse, aunque sólo fuera una vez, como un padre con él. Esos ojos tan tristes de su hijo... como odiaba ese recuerdo, cuando todavía no era capaz de confesarse ni siquiera a sí mismo lo mucho que le quería porque lo consideraba una debilidad impropia del príncipe de los Sayajin. Si ahora estuviera frente a él, le amaría y le protegería hasta que no viera en sus ojos ni un solo resquicio de tristeza.
Sacudió violentamente la cabeza, intentando apartar la imagen de Mirai Trunks de su memoria. Maldición, se estaba volviendo el viejo sentimentaloide que se prometió que nunca sería. Por mucho que pensara en él, no iba a volver. Recuperando su orgullo apartado por un momento, entró de nuevo en su habitación despotricando contra su condenada debilidad, recordándose que él era (máxime después de la desaparición del estúpido de Kakarotto) el guerrero más fuerte del universo y que no podía pensar en todas esas idioteces terrícolas que sólo le hacían más vulnerable.
Al día siguiente, mientras entrenaba en su adorada cámara de gravedad, Vegeta seguía pensando en Mirai Trunks y eso le enfurecía. Hacía muchos años que no pensaba en él de manera tan prolongada y no sabía por qué en ese momento así lo hacía. Se despreciaba por su debilidad y eso le hacía estar de mal humor. Su familia, huyendo de su ira, desapareció de su alrededor, en especial Trunks, que no entendía por qué parecía estar más enfadado con él que con el resto de la familia.
Aquella noche, Bra comentaba las incidencias de su día en el instituto mientras Trunks intentaba sacarla de quicio recordándole entre bromas el aspecto con el que había quedado su último pretendiente después de que Vegeta le hiciera la "recomendación" de no acercarse nunca más a su hija. Vegeta reía en sus adentros ante las bromas de sus hijos con un humor bastante más mejorado del que había tenido durante la mañana, cuando se oyó un gran ruido en el jardín de la casa, seguido de una pequeña explosión.
Vegeta, Trunks, Bulma y Bra corrieron hacia el jardín, alarmados, pensando, como era lógico dados los antecedentes de los Saiyans, que era un enemigo. Vegeta se puso delante de sus hijos con un ademán protector, mientras esperaba a que el humo se disipase para ver a su contrincante. Cuál no sería su asombro al ver la máquina del tiempo que tan bien conocía y emerger de ella a Mirai Trunks.
Vegeta lo miró, asombrado. Estaba tal y cómo lo recordaba; como en el resto de los súper guerreros, los años no habían pasado por él. Pero Vegeta miró a sus ojos y los vio aún más tristes que la última vez. Mirai Trunks sonrió levemente al verlos.
-Hola, familia –dijo él, avergonzado. Bulma dio un pequeño gritito y corrió a abrazarse a él, cubriéndole de besos, mientras Bra y Trunks le miraban sorprendidos. Ellos, por supuesto, conocían la historia, relatada mil y una veces por su padre y durante su infancia, aunque ellos sabían por Piccolo y por Gohan que su padre siempre cambiaba el final, haciendo del príncipe de los Saiyans el glorioso vencedor de Célula, dejando ignorante a Vegeta de que sabían ese pequeño detalle sobre el verdadero final del combate. Pero jamás habían imaginado que se encontrarían cara a cara con él. Vegeta esperó a que Mirai se deshiciera delicadamente de Bulma y lo mirara; vio un destello de ilusión recorrer sus ojos azules al verlo y le dedicó una muy esperada sonrisa.
-Hijo mío... no sabes lo mucho que hemos pensado en ti. Estas guapísimo –le decía Bulma, examinándolo con una mirada maternal. Mirai bajó la vista, avergonzado.
-Gracias, madre.
-Habíamos oído hablar mucho de ti, pero jamás pensamos que algún día llegaríamos a verte –dijo Bra, con su arrojo habitual. Mirai la miró sin comprender.
-Hija, preséntate. Sabes la historia, él no te conoce –le dijo Vegeta, al ver la confusión de Mirai.
-Es verdad, papá. No me he dado cuenta, es como si Trunks se estuviera mirando a un espejo –rió ella-. Me llamo Bra Vegeta Briefs y soy tu hermana.
-Hermana... –dijo él, con emoción-. Me hubiera encantado verte nacer y estoy muy contento de haber contribuido a que estés aquí. Además, eres muy bonita.
-Gracias, ya lo sabía –dijo ella. A los oídos del joven, aquellas palabras sonaron como si Vegeta las hubiera pronunciado, por lo que sonrió.
-Nos alegramos de verte –dijo Trunks, mirándose a sí mismo. Se sentía extraño y no sabía qué decirle a su alter ego. Mirai lo apreció así.
-Gracias. No hace falta que digas nada–se dijo Mirai.
-Yo también me alegro mucho de verte –dijo Vegeta. Mirai se lo agradeció con una sonrisa-. Aunque sigues siendo un niñato, se nota que todavía te corta el pelo tu madre.
Ante esa mención, Vegeta sintió como un escalofrío de dolor atravesaba la mirada de su hijo futuro y temió averiguar a qué se debía. Sabía que aquella visita no era de placer, que Trunks jamás se habría arriesgado a cambiar el pasado si no tuviera una razón de peso, pero sabía también que él se enfrentaría y vencería a cualquier monstruo que amenazara a su familia, incluyendo en ella a Mirai. Pero la reacción que la mención de su madre había provocado en Trunks le asustó mucho más que la de cualquier contrincante, por poderoso que este fuera.
-Si nos disculpáis, me gustaría hablar con papá a solas –dijo Mirai, desviando la mirada al cielo, intentado ocultar a Vegeta lo que sabía que dejaban traslucir sus ojos.
-Cualquier cosa que tengas que decir nos incumbe también a todos, así que habla ahora –bufó Bra.
-Eres igual a papá. En serio, necesito hablar con él; juro que no es ningún monstruo ni nada parecido –dijo Mirai. Ellos le miraron recelosos.
-Dejadnos solos –intercedió Vegeta por su hijo. Trunks y Bra abrieron la boca para protestar -. Si decís una sola palabra, os pegaré a los dos una paliza por contradecirme. Id dentro. Ahora.
Trunks y Bra murmuraron una maldición mientras entraban en casa, seguidos por Bulma. Vegeta y Mirai se quedaron mirándose el uno al otro durante un largo rato, sin saber qué decir después de tanto tiempo separados. Habían pasado muchas cosas, ambos habían cambiado y habían pensado infinidad de veces sobre lo ocurrido durante su estancia en el presente. En aquel momento, después de tanto tiempo de desear un reencuentro, las palabras no salían de sus labios.
Mirai comenzó a caminar, admirando las estrellas, hasta el jardín trasero de la casa, donde los almendros de Bulma comenzaban a florecer. Mirai se sentó en la hierba mirando el cielo, mientras Vegeta, con su pose característica, se apoyaba en el tronco del árbol.
-Da igual de qué hayas venido a avisarnos; sea lo que sea, me lo cargaré, y luego iré al futuro y también le mataré, así que suéltalo ya, no tienes que preocuparte por nada, yo me encargaré de todo –dijo Vegeta, rompiendo el silencio. Mirai dejó escapar una risotada.
-Has cambiado mucho, papá. La última vez que te vi nunca habrías dicho una frase tan larga a no ser que estuvieses maldiciendo a Goku –dijo él. Vegeta hizo una mueca de disgusto-. No te enfades, papá, no es un reproche. Me alegra ver que elegiste a tu familia. Parecéis felices.
-¿Qué es lo que pasa? Sea lo que sea, lo venceré –dijo Vegeta. Mirai se levantó y dirigió sus ojos al cielo, evitando mirar a su padre.
-Hay cosas que ni siquiera los súper guerreros podemos vencer. Si hubiera sido un combate, yo hubiera podido solo.
-¡Me tienes hasta las narices con tanto secretismo! ¡Dime lo que sea ahora mismo o te lo sacaré a golpes! –rugió Vegeta, harto de los rodeos que daba su hijo. En respuesta, Trunks le lanzó una cápsula-. ¿Qué es esto?
-Mamá murió hace dos semanas. Quizá, con el contenido de esa cápsula, vosotros podáis salvarla en este tiempo–dijo Trunks, por toda respuesta. Vegeta se quedó petrificado. Bulma... no podía ser. En realidad, jamás se había planteado ni por un momento que ella llegara a faltarle.
-Quiero detalles –consiguió articular Vegeta, tras un largo rato intentándolo.
-Después de mi regreso, destruí a los androides y comenzamos a reconstruir la ciudad. Nada más acabar con ellos, fui en busca de algún modo de resucitar a los muertos; no pensaba volver a perderte. En mi época, las bolas de dragón terrestres no existen ya y las del nuevo emplazamiento de los namekianos corrieron, asimismo, un aciago destino. No encontré ningún modo de devolveros a la vida, así que volví a la Tierra, donde la gente intentaba retomar de nuevo su existencia y todo transcurrió en relativa paz. Algunos monstruos llegaron a la Tierra intentando destruirla, pero nada que no pudiera solucionar rápidamente. Pero hace dos meses, mamá enfermó; desconocíamos la naturaleza de su mal, pero la iba matando poco a poco. Rápidamente, me puse a investigar, intentando encontrar una cura, pero todo fue en vano. Hace dos semanas, su corazón falló y murió en mis brazos –dijo él, mientras la voz le temblaba-. Nuestra tecnología había sido destruida en los ataques de los androides y el avance científico sufrió un lógico retroceso en esa época. No teníamos el nivel necesario para salvarla. En vuestro tiempo, ese caos no ha ocurrido, la ciencia debe de haber avanzado mucho más que en el mío; en esa cápsula están todos los informes del desarrollo de la enfermedad, las investigaciones llevadas a cabo al respecto, incluso algunas muestras de su sangre y sus tejidos para que hagan los análisis que sean necesarios para hallar algún remedio. Dile lo que creas más oportuno; pero tiene que centrar todos sus esfuerzos en encontrar la cura de esa enfermedad o la perderéis.
Vegeta no podía ni siquiera imaginar que algo así pudiera pasar. Siempre era él quien se arriesgaba, quién estaba en peligro, pero perder a Bulma... sólo imaginarlo era más de lo que podía soportar. Su corazón gritaba en rebeldía ante la sola idea de que eso pudiera llegar a suceder. Entonces, en medio de esa agonía, miró a Mirai y volvió a la realidad. Su Bulma no estaba muerta, la salvarían; pero Mirai había perdido lo único que tenía. Todos habían muerto en su época; estaba completamente desamparado.
-Trunks... –murmuró Vegeta.
-Ahora parece que definitivamente me quedé solo –dijo él, con una sonrisa amarga. Vegeta quiso correr a abrazarlo, pero su orgullo todavía latente no se lo permitió.
-¿Sufrió? –preguntó él, con un nudo en la garganta.
-Una terrible agonía. La muerte le dio paz –dijo Mirai. Vegeta sintió como un escalofrío le recorría de arriba abajo-. ¿Sabes? Ella no dejó de pensar en ti ni un solo momento. Habían pasado más de cuarenta años desde tu muerte, sólo habíais pasado unos meses juntos, dos años, como mucho, y murió pronunciando tu nombre. Murió feliz, me decía que habías venido a buscarla y que eras un malnacido porque ella había envejecido y tú seguías tan guapo como siempre. Pero decía que estaba contenta, que se iba contigo y se fue, sonriendo.
Le vio esbozar una sonrisa triste, mientras un par de lágrimas solitarias corrían por sus mejillas.
-¿No tienes nada más que decirme? –dijo Vegeta, tras unos momentos de silencio.
-No. ¿Te parece poco? –le contestó Mirai, limpiándose las lágrimas, decidido a no mostrarse débil delante de su padre-. Debo irme, ya he hecho lo que vine a hacer.
-Tú no vas a ningún sitio –bufó Vegeta-. Te quedarás con nosotros un tiempo.
-Sabes que no puedo hacer eso, alteraré el futuro si lo hago, debo irme.
-¡Me importa un carajo el maldito futuro! ¡Ya lo cambiaste suficiente con lo de Célula, que te quedes aquí unas semanas no cambiará nada en comparación! Te quedarás aquí. Y me da igual lo que opines al respecto.
-Pero, papá...
-¡Es una orden! ¡No te iras a ningún sitio hasta que yo te lo diga! Esta vez yo te voy a cuidar a ti –rezongó Vegeta. Mirai le miró, extrañado.
-¿Cuidarme? –preguntó Mirai.
-Sí. ¿Algún problema? –bufó Vegeta.
-No, ninguno. Desde luego, has cambiado –dijo él.
-No sabes cuanto. Vamos dentro –le dijo Vegeta-. Y ni una palabra de esto a nadie.
-Ya lo sé, por eso quería contártelo a ti –dijo él, encaminándose hacia su padre. Juntos, se dirigieron de nuevo hasta la entrada principal de la Corporación Cápsula. De repente, Mirai sintió como su padre le pasaba un brazo por los hombros y le estrechaba contra sí, en un gesto protector. Mirai miró extrañado a su padre, pero Vegeta, aún orgulloso, desvió la mirada. Entonces, con una media sonrisa, apoyó levemente la cabeza en su hombro y juntos entraron a la casa a reunirse con el resto de la familia, que esperaba sus noticias con ansia sentados en la cocina. Al verlos, Vegeta se separó de Trunks.
-¿Y bien? –preguntó Bra.
-No pasa nada que vosotros debáis saber y al primero que haga una sola pregunta a Mirai Trunks al respecto le arrancaré la lengua –dijo, con un tono tan tranquilo que sonaba amenazante-. Mirai se quedará con nosotros un tiempo y espero que le tratéis como si fuera Kamisama. Bulma, ven un momento.
Bulma y él salieron de la cocina y, cuando llegaron al comedor, Vegeta la abrazó fuertemente contra sí.
-¿Me vas a decir qué pasa? –le preguntó Bulma, sorprendida por su gesto.
-Te quiero –dijo él, simplemente.
-Pero, bueno... no me decías eso desde que nació Bra –dijo ella. Cogió a su marido por la barbilla y le obligó a que le mirara a los ojos-. ¿Qué te ha dicho Mirai? ¿Qué va a pasarme?
-Luego –dijo él, sin sorprenderse de la perspicacia de su mujer. La besó con furor en los labios y, después, volvieron junto a sus hijos, tras la promesa de una noche muy especial. En la cocina, Trunks y Bra intentaban sonsacar información a un Mirai que ya no sabía qué hacer para evitar sus preguntas. Cuando llegó Vegeta, al ver la escena, con ambas manos dio un capón a cada uno de sus hijos presentes, tan fuerte que ambos acabaron con la cara aplastada contra la mesa.
-¡Os dije que no le hicierais ni una sola pregunta! ¡Dejadle en paz o la próxima vez haré que atraveséis esa mesa con vuestras cabezas y sabéis perfectamente que soy muy capaz! –les gritó Vegeta, sentándose en el centro de la mesa. Trunks y Bra, frotándose su dolorida nuca, le miraron con rencor, sobre todo la muchacha, nada acostumbrada a que su adorado papaíto fuese duro con ella.
-Terminemos de cenar. Trunks, hijo, debes estar hambriento después de un viaje tan largo. Te prepararé lo que quieras –dijo ella, mirándole tierna. Vegeta observó como él desviaba la mirada ante su gesto, seguramente recordando a su madre fallecida.
-No es necesario, no tengo hambre, muchas gracias –dijo él. Todos le miraron extrañados, sobre todo sus padres. Sabían que si por algo se caracterizaba un Saiyan era por su apetito voraz y Vegeta y Bulma recordaban muy bien que esa también había sido la regla en lo tocante a Mirai. A Vegeta no le costó adivinar que era su bajísimo ánimo la causa de su inapetencia y, mirándole más atentamente a la luz de los halógenos de la cocina, los signos de deterioro de su cuerpo eran más que evidentes a los ojos expertos del súper guerrero: pese a mantener el mismo cuerpo, estaba mucho más delgado y demacrado que la última vez que le vio, sus ojos denotaban la falta de sueño, no de días, sino de semanas y podía advertir entre sus ropas las señales de heridas mal curadas. Seguramente no fue sólo la pena provocada por la muerte de su madre; supuso que él, sin ninguna ayuda de familiares ni amigos íntimos, tuvo que cuidar de ella durante todo el proceso y que todo aquello había terminado por minar su resistencia de Sayajin, además de que, después de lo ocurrido, nadie habría cuidado asimismo de él y le habían dejado abandonarse a su pena. Vegeta maldijo por lo bajo aquel futuro que tanto mal hacía a su hijo.
-Comerá, por las buenas o por las malas. Si no recuerdo mal, te encantaban las tortitas. Y después te curaré esas heridas –dijo Vegeta.
-¿Heridas? –preguntó Bulma, preocupada.
-No te preocupes, son sólo unos rasguños –dijo Mirai, evitando mirar a su madre a los ojos.
-¿Qué te ha pasado?
-Mi madre... me hizo una cámara de gravedad a semejanza de la que tuvo mi padre para entrenar. La suya la destrozaron los androides antes de que yo tuviera edad para utilizarla, así que cuando lo recordó hizo una para mí. Me encantó y lo primero que hice fue ponerla al máximo para ver si podía resistirlo. Casi me mato, pero me encantaba la cámara, me pasaba allí todo el día. Mi madre se enfadó mucho, dijo que era tan irresponsable como mi padre. Pero digamos que en los últimos meses no he tenido mucho tiempo para ocuparme de nada –dijo Mirai.
-Me recuerdas a alguien –dijo Bulma, mirando significativamente a Vegeta y dándole un pequeño golpe con la espumadera con la que preparaba las tortitas a su hijo. Los tres muchachos rieron por lo bajo, mientras Vegeta la miraba ceñudo. Trunks y Bra hicieron bromas al respecto mientras Bulma le servía a Mirai unas tortitas que miró sin mucho apetito.
-En serio, mamá, no me apetecen.
-¡Come o te las meteré con un embudo! –gritó Vegeta-. Y después te darás un buen baño y te curaré.
-Ya te he dicho que no hace falta que me cures, puedo hacerlo solo.
-¡Lo haré y punto, así que come y calla! –le dijo Vegeta, con una mirada amenazante.
-Será mejor que hagas lo que dice, cuando pone esos ojos tiemblan hasta las piedras –le susurró Bra. Trunks sonrió y comenzó a comer sin ánimo bajo la mirada escrutadora de Vegeta.
Era de madrugada y Vegeta no podía dormir. Miró a Bulma, que dormía desnuda sobre su pecho, tras una larga noche de amor en la que se habían entregado el uno al otro hasta que el cansancio la había vencido. No podía dejar de pensar en Mirai, en todo lo que le había contado, en su demacrado aspecto y en la profunda tristeza de sus ojos, que casi rayaba la locura. Por todo lo que sabía, alguien un poco más débil de carácter que su hijo ya habría sucumbido a la desesperación, todo eso sumado a las muchas cosas que seguro no sabría.
Después de cenar, Vegeta había insistido en que se diera un largo baño. Mirai se negó, al igual que había hecho con la cena, pero Vegeta dijo que si no lo hacía le obligaría. Él mismo le llenó la bañera y le dijo que le metería de cabeza si no iba. Él, bastante cansado de las amenazas de su padre, se volvió a negar, diciendo que ya tenía muchos años como para que le diera órdenes.
-¡Papá, tengo más de cuarenta años, ya no estás en posición de darme órdenes!
-¡Si bien tú nunca has sabido lo que es tener un padre, ahora vas a descubrir, en toda la dimensión de la palabra, lo que es tenerme a mí como tal! ¡Si no te cuidas, yo te obligaré a hacerlo! –rugió Vegeta. Se lanzó sobre él y prácticamente le arrancó la ropa, mientras su hijo se revolvía. Desde el piso de abajo, Bulma, Trunks y Bra miraban la escena sorprendidos.
-¿Qué le pasa a papá? –preguntó Bra, extrañada por su comportamiento.
-Mirai fue muy importante para él. Ese muchacho está sufriendo mucho, vuestro padre lo sabe y está preocupado; lo único que quiere es cuidarlo y consolarlo. El problema es que Vegeta no sabe hacerlo de otra forma que no sea a lo bestia –le dijo Bulma a sus hijos, mientras veían como Vegeta arrastraba a Mirai en ropa interior hasta el baño y le metía violentamente en la bañera. Ante el comportamiento de su padre, Mirai tuvo que claudicar.
-Ya puedes irte, has ganado. Me bañaré, pero creo que puedo hacerlo solito.
-Lo harás delante de mí y aprovecharé para curarte.
-¡Papá, vete, ya estoy suficientemente avergonzado!
-¡No me da la gana! ¡Eres mi hijo, a tu contraparte pasada le he visto bañándose millones de veces, no tienes de qué avergonzarte! ¿Crees que no tengo ojos en la cara? ¿Qué no me he dado cuenta de tu aspecto, de tu debilidad? ¡Indudablemente hará meses que no te ocupas de ti mismo y ahora me aseguraré de que lo hagas!
-No es necesario.
-¡Me da igual tu opinión! ¡Estás muy deprimido, no digo que no tengas motivos, pero te has abandonado y no dejaré que te pongas enfermo! Si tú no quieres hacerlo, lo haré yo. Ya es hora de que alguien se haga cargo de ti.
-Ya no soy un niño.
-Nunca te han dejado serlo. Pero si algo he aprendido en este tiempo es que hasta el más poderoso de lo Saiyans tiene derecho a un momento de debilidad y de necesitar amor y comprensión. No te dejaré en paz hasta que no me asegure de que vuelves a estar bien –dijo Vegeta. Trunks vio su preocupación reflejada en sus ojos, por lo que dejó de protestar-. Date la vuelta; creo que tu espalda es la que tienes más dañada.
Trunks se resistió, pero ante la mirada reprobatoria de Vegeta tuvo que ceder. Al observar con detenimiento la espalda de su hijo, la vio surcada de profundas heridas, de bastante tiempo atrás, pero que, al no haber sido tratadas ni curadas correctamente, estaban infectadas y presentaban muy mal aspecto. Eran muy profundas y algunas incluso aún sangraban. También tenía algunas heridas similares en los brazos y en las piernas. Tenían un aspecto horrible; debían dolerle mucho.
-Debería matarte por hacerte eso a ti mismo. Son heridas muy graves –dijo Vegeta, yendo a por el botiquín de Bulma-. Ahora en serio, ¿cómo te las hiciste?
-Tuve un accidente en la cámara de gravedad. No controlé bien mi poder y una parte de ella explotó, haciéndome estas heridas. Al día siguiente, mamá enfermó y desde entonces sólo me dediqué a ella. Me olvidé por completo de mis heridas, ni siquiera me dolían. Solo me importaba ella y la cuidé en todo momento hasta el día de su muerte.
-¿Nadie te ayudó?
-Mamá tenía muchos amigos que ofrecieron su ayuda, pero no quedaba nadie del antiguo grupo ni de la familia que respondieran a la hora de la verdad, por lo que yo la cuidaba día y noche. Además, a los pocos días, su mente ya no funcionaba correctamente y solía hablar largo rato de las aventuras pasadas con Goku y contigo sin preocuparle quien estuviera delante; sólo yo sabía que todo lo que contaba sobre los guerreros del espacio y las bolas de dragón era real, los demás la tomaban por loca, mi orgullo no soportaba que dijeran que eso eran desvaríos y nos fuimos aislando cada vez más. Al final, solo estaba yo –dijo él, mientras Vegeta le lavaba con delicadeza las heridas de la espalda. Hablaron largo y tendido entonces de lo ocurrido, intentando sonsacarle Vegeta, con toda la diplomacia de la que era capaz para no herirle, las vivencias de ese pasado horrible, mientras señalaba sus numerosas cicatrices de guerra, muestra viva de que tras los androides y Célula, muchos monstruos amenazaron de nuevo a la Tierra. Mirai le contó, no sin cierto orgullo por poder presumir de su valía delante del siempre todopoderoso Vegeta, varias batallas contra los monstruos poderosísimos que había derrotado y los fieros combates que habían provocado aquellas marcas en su cuerpo, de los que siempre había salido triunfante, lo que engrandeció enormemente el orgullo de su padre. Hasta que Vegeta le señaló la más grande que tenía, una cicatriz en forma de media luna en el costado derecho.
-De eso no voy a hablarte. No puedo –dijo él, girando la cabeza, sin volver a decir una palabra más en toda la noche, pese a los intentos de Vegeta por provocarlo, tanto para que se lo confesara como para discutir, pensando que así al menos le sacaría de su mutismo, pero no lo consiguió. Vegeta no pudo sino suponer que esa cicatriz le rememoraba un recuerdo tan amargo como la muerte de su madre, por mucho que temiera averiguar de qué se trataba. Tras el baño, en el que prácticamente Vegeta lo había hecho todo por él, le curó concienzudamente las heridas y le acomodó en la habitación que había frente a la suya para tenerlo bien vigilado, donde le dejó ante los reclamos de Bulma para que cumpliera con lo pactado en el comedor.
Ahora, sentía su aura moverse en la habitación de enfrente, prueba de que tampoco podía dormir. Intentó dejar a Bulma sobre la cama sin despertarla y, desnudo, se asomó a la cristalera de la habitación, por donde entraba el reflejo de las estrellas. Quería ir a verlo, quería darle consuelo, pero era incapaz. Sus ojos, su soledad, le recordaban tanto a él mismo, cuando vagaba solo por el universo, sabiendo que si moría en una batalla nadie en el universo le echaría en falta. No quería rememorar ese tiempo, fue una época muy amarga en su vida, ahora Bulma y sus hijos le hacían feliz, aunque en su carácter las consecuencias de ese periodo de su existencia estaban aún patentes. Pero Mirai había sufrido todo eso, con el agravante de que nadie puede lamentar la pérdida de lo que nunca ha tenido, pero amar para luego perder multiplicaba ese dolor hasta límites que Vegeta no quería siquiera aventurar. No podía evitarlo, pero se resistía a saberle sufriendo sin hacer nada. Era su hijo, él le ayudó, reconocía que con mucha paciencia ante sus desplantes, cuando estaba en peligro y le hizo ver lo mucho que quería a su familia, que había un futuro mejor para él que el de mercenario del espacio. Y ahora él se sentía impotente para ayudarlo. Vegeta se oyó maldecir todo lo que se le ocurrió en ese momento.
En ese instante, sintió cómo Bulma le abrazaba por detrás sin que apenas se diese cuenta de su presencia. Perdido en sus pensamientos, la abrazó a su vez como un autómata.
-Estás preocupado por Mirai, ¿verdad? –le dijo ella.
-Nunca reconoceré cuánto–le contestó Vegeta-. No soporto que esté tan triste.
-¿Qué me va a pasar? –le preguntó Bulma.
-Se le mueres. Hace dos semanas que falleciste en sus brazos. Por eso está tan mal. Vino a darnos los medios para evitarlo, para que investigues al respecto con mucho tiempo de adelanto y podamos salvarte, pero él ya no puede hacer nada por su madre. Mañana mismo te pondrás a ello.
-Mi muerte no es algo que me preocupe –dijo ella. Vegeta la miró a los ojos, horrorizado y ella le miró tierna-. En el futuro de Trunks yo tengo ya muchos años, seguramente pase de los setenta, era normal que muriera, tarde o temprano eso pasará.
-Me niego. Antes muerto.
-Mi bravo guerrero, eso es algo que ni siquiera tú puedes evitar y que terminará ocurriendo. No te inquietes, me pondré a investigar con lo que te ha dado Trunks mañana mismo, pero no me preocupa porque sé que si yo llegara a faltar, Bra y Trunks cuidarían de ti y tú de ellos y así ninguno estaréis nunca solo. Pero Mirai no tenía a nadie más, debe estar sufriendo mucho.
-No sé como ayudarlo.
-Habla con él, necesitará desahogarse y, aunque me cueste admitirlo, Trunks siempre ha tenido debilidad por su padre, sobre todo Mirai, que nunca te ha tenido y que seguramente te haya puesto siempre en un altar. Pobrecito mío, siempre solo, siempre desamparado y siempre desprotegido, tiene que haberlo pasado muy mal. Debemos apoyarlo, quererlo y mimarlo mientras esté con nosotros. Que sienta, aunque solo sea por un tiempo, lo que es tener una familia, ser amado y comprendido totalmente. Así que refrena tu orgullo y pórtate bien.
-Tú estuviste con él, aunque ahora le falte; seguro que le diste el amor que necesitaba.
-Estoy segura de que mi contraparte futura le quiso con locura, pero nunca pudo mitigar su soledad y su sentimiento de incomprensión –dijo ella. Vegeta la miró sin comprender-. Él es un súper guerrero, como tú; el amor por el combate, vuestro sentimiento de sacrificio, vuestra naturaleza, son cosas que alguien que no pertenece a vuestra raza es incapaz de comprender en toda su dimensión; tras la muerte de Son Gohanda, cuando él tenía trece añitos, él fue el único Sayajin vivo de todo el espacio, eso tuvo que hacerle sentir un incomprendido. Además, seguro que después de los androides hubo más batallas que él tuvo que afrontar solo, sin el apoyo de nadie y yo nunca pude darle seguridad ante las amenazas ni el convencimiento de que si algo iba mal en la batalla correría auxiliarle, me falta la fuerza. Él tuvo que hacerse cargo de esa responsabilidad totalmente solo, desde muy pequeño. Y la falta de tu figura, esa infancia tan horrible en un mundo dominado por los androides, el asesinato de su único amigo... y ahora algo más se suma a sus desdichas, no me extrañaría que quisiese acabar con todo. No es justo.
-No digas eso, mujer. Pero enumerar la lista de sus penurias no le ayudará.
-Ayúdale tú; dale consuelo, es lo único que puedes hacer por él. No creo que, dada la situación, quiera verme a mí, aunque el pobre, tan amable y tímido siempre, no diga nunca nada; pero, aunque no fuera así, tú eres el más indicado para ayudarle. También atravesaste una horrible infancia, tuviste que pasar duras pruebas para llegar hasta aquí, te sentiste tan solo y tan incomprendido como él, por eso puedes saber mejor que ninguno de nosotros cómo se siente y cómo aliviarle.
-Precisamente porque lo sé no quiero ni por un momento eso para mi hijo.
-No has podido hacerlo antes, ayúdale ahora.
-No sé como, no me sale naturalmente, lo sabes bien.
-Encontrarás la forma, mi querido hombre de hierro. Si no puedes con palabras, a veces un gesto puede decir más que mil de ellas. Ve con él; o te arrepentirás de por vida de poder haber aliviado un poco el sufrimiento de tu hijo y no haberlo hecho –dijo ella. Vegeta le dio un beso rápido y se dirigió hacia la puerta-. Cariño, antes será mejor que te pongas unos calzoncillos, no creo que quieras que tu hijo te vea desnudo.
Vegeta, que no se había dado cuenta de su desnudez, enrojeció hasta las orejas mientras se ponía su ropa interior. Bulma rió, complacida ante el ridículo de su marido y él, despotricando contra ella, salió de la habitación rumbo a la de Mirai.
Vegeta entró sin hacer ruido a la habitación de Mirai. Él, inclinado en la ventana, miraba atentamente las estrellas.
-¿Qué les pasa hoy a las estrellas que las miras tanto? –rezongó Vegeta. Mirai se sobresaltó al oírle. Le miró atentamente, pero no dijo nada. Seguía encerrado en el mismo mutismo que tenía desde que Vegeta mencionó aquella cicatriz-. ¿No vas a decir nada? Llevas horas callado.
Mirai siguió callado y volvió a concentrarse en observar el cielo. Vegeta sintió como se enfurecía. Se dirigió hacia él y le cogió por el cuello del pijama.
-¡No arreglarás nada callándote! ¡Cuéntame lo que te pasa ahora mismo! –le gritó Vegeta. Él siguió callado-. ¿Quieres que te lo saque a golpes?
-Suéltame, papá. Esto no puedes arreglarlo a gritos. Simplemente, no puede arreglarse –dijo Mirai, en un tono tan triste que Vegeta no pudo menos que soltarlo. Él se alejó de su padre y volvió a su sitio en la ventana-. Ahora, vete.
-No me iré a ninguna parte hasta que no me digas qué es lo que me ocultas. No es solo lo de tu madre, es algo más, ¿verdad? Algo relacionado con esa cicatriz. Y tú me has dicho que te has quedado solo, pero no creo que con la edad que tienes y... bueno, eres mi hijo, tenías que salir guapo por obligación, no te hayas casado o emparejado. ¿Qué fue lo que pasó con tu chica? –dijo Vegeta. Al ver a Trunks desviar la mirada, supo que había dado con la clave.
-No tiene caso que te lo cuente. No revuelvas malos recuerdos.
-Yo quiero saberlo. Eso es suficiente.
-No.
-Trunks, conoces mi carácter. Estoy intentando ser comprensivo contigo, pero se me está agotando la paciencia, así que haz caso.
-Si no, ¿qué? ¿Lo arreglarás con golpes? No todo se soluciona así. Vete, no quiero hablar de eso.
-No me iré. Sé que aún tienes el viejo concepto de mí como un ser al que solo le importa la lucha, pero he cambiado mucho en todos estos años, ahora lo que más me importa es mi familia y tú eres parte de ella. El resto del universo al carajo, pero vosotros sois sagrados. Me quedaré aquí quieto hasta que confíes en mí y me lo cuentes.
-Confío en ti.
-Entonces demuéstramelo y cuéntamelo.
-No me chantajees.
-Eres mi hijo y te chantajeo lo que quiero. Empecemos por el principio. ¿Por qué miras tanto las estrellas?
-No miro las estrellas. Miro a Andrómeda.
-No te entiendo.
-La constelación de Andrómeda –dijo Trunks, señalando un grupo de estrellas en el cielo. Vegeta las miró sin mucho interés-. Eran sus estrellas.
-¿Las estrellas de quién?
-De mi esposa. El nombre de mi esposa era Andrómeda. Ella... era la mujer más especial del mundo: hermosa, inteligente, tierna... supo muy bien como calmar mi dolor y mi orgullo, y me creyó cuando todo lo que le conté sobre nosotros, las bolas de dragón y mis viajes en el tiempo sonaba a locura para cualquier ser humano. La adoré como no te imaginas, le hubiera dado mi vida sin dudarlo un instante. Nos casamos y fue la etapa más feliz que yo recuerdo, pero... –dijo Trunks, volviendo la vista al cielo.
-Continúa. Ya que has empezado no pares.
-Hace un año, un monstruo llegó a la Tierra. No quería destruirla, solo buscaba... –empezó a decir Mirai, pero miró a su padre, avergonzado.
-Dilo.
-... matar a los descendientes de Vegeta. Por supuesto, en ese tiempo Bra no existe, por lo tanto eso sólo se refería a mí. No era la primera vez, ni mucho menos que algún superviviente de un planeta destruido por los Saiyajin venía a la Tierra en busca de problemas, pero en cuanto se topaba conmigo los encontraba, nunca fue nada que constituyera una auténtica amenaza, ni para mí ni para el resto del planeta. Hasta esa vez. Casi todos nuestros enemigos solían buscar un combate serio, un enfrentamiento directo contra nosotros. Él no, sólo quería mi completa destrucción, su venganza contra la familia real del planeta Vegeta. Y dado que no podría en un combate contra mí, intentó chantajearme. A traición, atacó a Andrómeda y a mamá. Se llevó a mi esposa y reclamó mi vida como prenda para soltarla. Por supuesto, yo sabía muy bien que mi muerte no sería garante de que él no cometiese más atrocidades, por lo que me apresté al combate. Ataqué por sorpresa y logré liberarla, pero en medio de la batalla no pude encontrar un lugar seguro para ella. Traté de protegerla, pero los enemigos se multiplicaban, eran demasiados, incluso para mí. Entonces, él, espada en mano, se dirigió hacia ella y lo único que pude hacer desde mi posición fue interponerme entre el arma y ella, intentando proteger su vida, aun a costa de la mía. Aquella espada me atravesó parte a parte. El problema es que también lo hizo con ella. Aquel desgraciado nos atravesó a los dos –dijo él, apretando los puños-. Me deshice de esa espada como pude y, sin el apoyo de su ejército, le destruí rápidamente. Luego, corrí hacia ella y la cogí en mis brazos. Esa espada le había atravesado el pecho y se estaba muriendo. Sólo acertó a decir mi nombre y a llorar, antes de morir en mis brazos. ¡Y yo lo único que pude hacer es ver impotente cómo se moría! –gritó Trunks a su padre, deshecho en lágrimas. Vegeta no sabía qué decir.
-Trunks...
-Espera, todavía hay más. Mamá se encargó del entierro y de tratar de cuidarme, sabía lo mucho que nos habíamos amado. Pero dos días después de su entierro llegó una carta a nuestra casa. Era del médico, ella se había estado sintiendo mal los últimos días y se hizo unos análisis en la misma fecha de su muerte ante mi insistencia. Lo ocurrido había impedido que fuésemos en persona a buscarlos, por lo que los enviaron a casa. Ella... estaba embarazada. Eso ponía en aquella carta, que íbamos a tener un hijo. Un niño, en el futuro ya hay métodos para saber el sexo al instante. Su nombre hubiese estado claro; mi hijo no podría llamarse de otra forma que Vegeta. Nunca confesé lo mucho que deseaba tener un hijo; un pequeño bebé Saiyajin al que adorar, cuidar y consentir como mi padre no pudo hacer conmigo, alguien que perpetuara nuestra raza, de la que yo era el único descendiente, un digno heredero guerrero de la familia real del planeta Vegeta. Lo hubiese protegido y amado hasta el fin de mis días. Pero ya no habría bebé. Sin las bolas de dragón no había esperanza, yo lo sabía, pero de nuevo me embarqué hacia el universo en busca de una solución. De nuevo fracasé y a los seis meses tuve que volver a mi casa, obligado ante la evidencia a darme por vencido y resignarme a perder a mi mujer y a mi hijo. Esa cicatriz es la que a mí me dejó esa espada el día en que perdí lo poco que me quedaba. Nada más me ha importado desde entonces –dijo, entre lágrimas, llevándose las manos a su cicatriz-. Ella no tenía por qué morir, era una buena persona, no la buscaban, me querían a mí. ¡Murió por mi culpa!¡Yo debí haber muerto en su lugar!
-¡No digas eso! ¡No es cierto! –le increpó Vegeta.
-¡Por supuesto que lo es! ¡Nada le habría pasado si hubiera estado con un Saiyajin, lo sabes bien, hubiera tenido una vida larga y feliz de haberse casado con otro hombre! ¿Qué hubieras pensado tú si hubieran matado a mamá por el mero hecho de amarte? Te juro que después de lo que ocurrió con Andrómeda, la muerte me pareció la solución más tentadora del universo. Sabes que a la hora de la verdad no me hubiera faltado el valor, pero entonces me acordaba de ti... y de lo decepcionado que te sentirías de mi comportamiento si yo cometiera semejante cobardía. Matarme hubiera sido el camino más fácil, y yo era un príncipe Sayajin, el último descendiente de la estirpe real del planeta Vegeta, tenía que resistir. Es irónico, ¿verdad? La opinión de aquel al que sólo había visto en la vida durante unas pocas semanas tenía más peso para mí que la del resto del mundo. También creo que en un momento de desesperación tan absoluto, el corazón se aferra al sentimiento más extraño con tal de encontrar un camino con el que salir adelante. En mi caso, supongo que recurrí a tu recuerdo, al sentimiento de absoluta lealtad que siempre tuve hacia ti, incluso cuando me tratabas peor que a un animal. Bonita forma de arreglar mis problemas, ahora el gran Vegeta tiene que estar pensando que soy un débil y fracasado sentimental, arrepintiéndose de haber tenido alguna vez un hijo tan patético como yo –dijo, mirando de nuevo al cielo con una sonrisa irónica que a Vegeta le pareció casi demente.
-No te atrevas siquiera a pensar tal cosa. Ahora mismo lo único de lo que Vegeta se lamenta es que ese maldito futuro que te hace tanto daño no tenga cabeza para poder arrancársela –dijo su padre. Vegeta estaba asustado; la expresión de su hijo era casi la de un loco, la de alguien que estaba andando de puntillas en la frontera entre la cordura y la demencia, y no sabía qué hacer. Una mala palabra podría hacerle atravesar esa barrera y Vegeta decidió que era mejor calcular cuidadosamente cada palabra y cada acto para evitarlo.
-No estoy muy seguro de que tu contraparte futura, que no pudo cambiar, sea de tu misma opinión.
-Seguro que sí, me conozco bastante bien, aunque jamás lo reconocerá. ¿Qué hiciste después?
-Me aislé del mundo y sólo viví para entrenar. Sólo mi madre me conectaba a un mundo al que despreciaba y que sólo se acordaba del poderoso Trunks cuando le necesitaban y, aunque intenté con todas mis fuerzas odiarlos, nunca pude ser insensible a las injusticias. Pero decidí que nunca más volvería amar. La lucha sería todo mi mundo desde entonces y en adelante, sometido al recuerdo de los míos y a engrandecer el honor de la raza de la que era el último descendiente hasta el fin de mis días, ya nada más me importa –dijo él, apretando los puños, sin poder parar de llorar.
-¡No puedes hacer tal cosa! Así solo te niegas la posibilidad de ser feliz.
-¿¡Felicidad!? ¡Pocas veces en mi vida supe lo que era la felicidad y todas las personas que me dieron amor me han sido arrebatadas! ¡Mi destino es estar solo, siempre solo! ¡Tú no puedes comprender la desesperación de ver uno a uno cómo las personas a las que has querido con toda tu alma desaparecen de tu vida sin remedio! ¡Los amigos de mi madre, mi padre, Son Gohanda, Andrómeda, mamá! ¡Uno a uno todos se fueron! ¡Todo lo que está en contacto conmigo muere, no volveré a amar para volver a perder! –gritó furioso, atravesando la pared con el puño-. ¡Tú sabes lo que es estar tan sólo y desesperado como he estado yo, pero jamás sentirás un ápice del sufrimiento que significa perder todo aquello que alguna vez amaste, te hizo feliz, te comprendió y te amó a su vez! ¡Y sólo desear la muerte una y otra vez para liberarte de la desesperación que te causa simplemente estar respirando y ver cómo esta no te llega!
Vegeta miró con impotencia como su hijo caía de rodillas cubriéndose la cara con las manos. Temblaba de rabia, frustración y desesperación, estaba totalmente descontrolado, próximo a la histeria. Cuando Vegeta consiguió al final ver de nuevo sus ojos, vio en ellos un atisbo de locura que le asustó aún más.
-¡Maldita sea, te dije que no removieras este recuerdo! –gritó Trunks-. Vosotros no sabéis nada, no tenéis la culpa, no dejaré que todo lo que ocurrió os salpique. Ahora mismo me voy de aquí y no volveré jamás–dijo Trunks, dirigiéndose a la puerta. Vegeta se interpuso para evitarlo.
-Ni siquiera se te ocurra pensar que voy a permitírtelo –dijo él, pero Trunks, transformado en súper guerrero, le apartó de la puerta y corrió escaleras abajo hacia el jardín, donde descansaba su máquina del tiempo. Vegeta le siguió rápidamente-. ¡Trunks! ¡Detente, por todos los diablos!
-¡No te he preguntado tu opinión, me voy y se acabó! –le gritó Trunks, como respuesta. Ya se aprestaba a montar a la máquina cuando Vegeta le alcanzó y, convertido a su vez en súper guerrero, le lanzó lejos de ella, interponiéndose en su camino hacia ella. Trunks se revolvió y con ojos enajenados levantó los puños hacia su padre.
-¡Atrévete a atacarme a mí! ¡Hazlo, si eso te alivia no me importa, hazlo! –le azuzó Vegeta. Entonces Trunks recuperó por un momento el control de sus actos y, bajando los puños en un gesto abatido y avergonzado, corrió hacia el bosque, internándose en la espesura. Vegeta le siguió rápidamente-. ¡Trunks, para, maldita sea!¿Qué pretendes conseguir?
Entonces Trunks lanzó un grito de dolor que partía el alma en dos e, intentando librarse de su pena y su frustración, dejó escapar toda su fuerza de súper Sayajin, que arrasó el bosque y las montañas colindantes, reduciendo a polvo todo lo que había a su alrededor.
-¡Vida! ¿¡Por qué yo!? ¿¡Qué he hecho para ser merecedor de este destino!? –gritaba él. Trunks estaba totalmente fuera de control, si no paraba podría destruir el planeta, Vegeta sabía muy bien que la energía de su hijo era casi ilimitada, no le sería difícil hacerlo. Tenía que hacer algo. Evitando las piedras y los árboles que volaban en todas direcciones, corrió hacia su hijo y le abrazó por detrás, tratando de calmarlo.
-¡Para, Trunks! ¡Así no conseguirás nada, vas a destruir la Tierra, tienes que controlarte! –decía Vegeta, estrechando a Trunks contra sí-. ¡Detente, por favor, vas a matarnos!
Al decir esto, Trunks se detuvo y se desplomó llorando desconsoladamente sobre el suelo. Con Trunks, cayó también al suelo el postrer orgullo de su padre, que corrió hacia él. Vegeta le abrazó fuertemente y le acunó en sus brazos como si se tratara de un bebé. Trunks se refugió en su pecho, sin poder parar de llorar.
-Llora todo lo que quieras, mi niño, no pasa nada, yo estoy aquí, prometo que nunca te dejaré desamparado, que ya nunca más estarás solo, jamás te volveré a dejar solo, lo juro, jamás. Yo nunca te dejaré –le dijo Vegeta, mientras le estrechaba fuertemente contra sí y trataba de que su voz sonara tranquila mientras miles de lágrimas, acordes con las de su hijo, se deslizaban por sus ojos. El orgullo del príncipe había desaparecido totalmente ante el sufrimiento de su hijo, como siempre acababa pasando cuando era su familia la que estaba en juego. Vegeta, dándole apoyo y cariño en su permanente abrazo, en completo silencio excepto por alguna palabra de ánimo, dejó que llorara hasta que el amanecer les acarició y sintió como Trunks, presa del cansancio, se había dormido apoyado en su pecho. Entonces Vegeta, con el máximo cuidado del que fue capaz para no despertarle, le cogió en brazos y, con el corazón destrozado, emprendió el camino rumbo a su casa.
Bulma abrió con cuidado la puerta de la habitación de Mirai y echó un pequeño vistazo al interior. Era muy temprano y hacia varias horas que el estruendo provocado por Mirai se había calmado; ella sabía que Vegeta había conseguido dominarlo y que le cuidaba, pero, preocupada por su estado y por las razones que habían provocado tal arranque, se decidió finalmente a ir en su busca. En ese momento, Mirai dormía plácidamente en su cama; a su lado, Vegeta, sentado en una silla, miraba al vacío en la oscuridad, mientras velaba el sueño de su hijo. Bulma suspiró aliviada al verlo dormir y entró cuidadosamente en la habitación, caminando hacia Vegeta. Pudo sentir la tristeza y desesperación de su marido ante la situación de su hijo y, sentándose a su lado en el suelo, apoyó la cabeza sobre sus rodillas.
-¿Cómo está? ¿Mejor? –se atrevió a preguntar, un rato después.
-Destrozado. Me gustaría pensar que ahora está tranquilo, pero hasta en sueños me parece que sufre.
-¿Qué pasó? No me atreví a acercarme, sólo le habría provocado más dolor; además, estaba totalmente descontrolado, me hubiera faltado la fuerza. Sólo tú podías calmarle. ¿Qué le ocurrió?
-Tuvo una crisis de histeria, estaba totalmente fuera de control. Intentando ayudarle, prácticamente le obligué a rememorar el recuerdo más amargo de su ya muy aciago pasado y recordarlo, sentirlo de nuevo casi le vuelve loco. Sus ojos... no quiero volver a ver esos ojos en Trunks nunca más.
-¿Sus ojos? –preguntó Bulma sin comprender.
-Igual a los que tenía yo antes de conocerte y de aceptaros a ti y a Trunks como mi familia. Fríos, solitarios y, en el fondo, cruel y totalmente desesperanzados, llenos de la angustia y la desesperación que hace el saber que no tienes a nadie en el mundo, casi dementes por la soledad y el dolor. No sabes lo que dolió oírle decir que su destino era estar solo, que había amado únicamente para sufrir más perdiendo al ser amado y que la muerte es la idea que más atractiva le parece. ¡No soporto que sufra así, no lo soporto! –gritó Vegeta. Bulma, al ver a Trunks revolverse en su cama ante los gritos de su padre, trató de calmarle.
-Le vas a despertar y lo más probable es que no haya dormido más de dos o tres horas seguidas en los últimos meses, tenemos que procurar que duerma todo lo que pueda –le dijo Bulma-. Será mejor que bajemos a la cocina, allí podremos hablar sin que le molestemos.
-No. Le dije que no iba a volver a estar solo nunca más y no pienso dejarle ni un solo minuto. No iré a ningún lado –dijo Vegeta, mirándole.
-Está durmiendo, no se dará cuenta.
-En cualquier momento puede despertar y quiero que me vea aquí –rezongó Vegeta-. No iré a ninguna parte, así que dejar de insistir, mujer.
-Está bien, está bien, no te apartaré de tu niño –dijo ella. Vegeta gruñó ante la observación-. ¿Cuál fue su historia?
Vegeta se revolvió, incómodo. Trunks le había confiado aquella historia tan amarga solo a él y pensó que debía guardar respeto por su intimidad, pero también sabía que si no se lo decía Bulma le acabaría preguntando a Mirai y sólo quería que él olvidase lo más pronto posible, por lo que decidió contárselo. Advirtiéndole que no se le ocurriera decir nada de esto ni a Mirai ni a sus otros dos hijos, le contó línea por línea lo que le había confesado sobre Andrómeda.
-¡Mi pobrecito niño...! –murmuró Bulma, entre lágrimas-. ¿Por qué el destino ha sido tan cruel con él? Su esposa y su bebé...
-Tranquilízate, mujer. Él no debe saber que te lo he contado. Sé que se sentiría traicionado y que su orgullo no soportaría tu lástima, se iría y entonces no podríamos ayudarle –dijo él y Bulma asintió-. Tengo que encontrar la forma de sacarlo adelante. No quiero ni imaginarme por lo que debe de haber pasado. Si eso te hubiera ocurrido a ti o a los niños... me hubiera volado la cabeza sin dudarlo un momento.
-Por eso él quería matarse. Pero fue tu recuerdo lo que le ayudó a salir adelante, deberías estar feliz por ello –dijo ella, intentando consolarle. Vegeta esbozó una irónica sonrisa.
-El único maldito recuerdo que tiene de mí es de desprecio. Si el estúpido boca suelta de Yamcha no le hubiera dicho lo que pasó después de su muerte, ni siquiera eso sabría.
-No hizo falta, el siempre supo que en el fondo le querías mucho; como yo una vez, supo ver a través de todo tu orgullo y tus malos modos lo importante que era para ti. Y como tal lo apreció.
-Ese tipo... el que mató a su chica...lo que quería era vengarse de mí, por eso le atacó. En último término, yo soy el culpable de que ella muriera y de que él esté así. Diablos. Y él ni un solo momento me ha culpado por ello. Maldición, he estado toda la noche intentado recordar quién pudo haber sido, el niño no me lo ha dicho ni, por supuesto, yo pregunté, pero no se me ocurre nadie en particular y miles de potenciales candidatos a los que ir a partir el cuello antes de que sea demasiado tarde. Él... debería odiarme a mí; al menos, tener la idea de la venganza le apartaría un poco de su dolor.
-Vegeta, Trunks te quiere demasiado para odiarte. No te culpes por lo que pasó; si él no lo hace, tú no tienes derecho siquiera a pensarlo. Vegeta –dijo ella, tomando la cara de su marido entre sus manos-, debes serenarte si quieres ayudarle. Tú eres el único que puede hacerlo. No quiero meterme, él debe superar mi muerte, y sólo tú comprendes todo su sufrimiento. Le dejo en tus manos, sé que le ayudarás, aunque te cueste la vida.
-No estoy muy seguro de poder hacerlo, hay cicatrices... que nunca curan y él tiene demasiadas, eso es algo que yo sé muy bien.
-Estoy segura de que su padre podrá curarlo –dijo ella, besándolo. Vegeta recordó algo.
-Espera aquí un momento. No le dejes solo -con esas palabras, Vegeta salió rápidamente de la habitación ante la mirada atónita de Bulma. Se encogió de hombros y se sentó en la silla que había dejado vacía su hombre hasta que, transcurrido un rato, él volvió con una cápsula en la mano.
-¿Qué es eso? ¿A dónde has ido?
-A quedarme con su máquina del tiempo. Seguro que después de lo ocurrido anoche se sentirá muy avergonzado y querrá irse; no le daré la oportunidad de que se pueda marchar a traición.
-¿Cuándo vas a dársela? –Vegeta no respondió y Bulma, conociendo los motivos, sonrió-. Alguna vez tendrás que hacerlo.
-Se la daré cuando lo considere. Aunque me tienta la idea de destrozarla.
-Hazte a la idea de que no puede quedarse aquí para siempre.
-Sí puede. Pero todo se andará. De momento, la esconderé –dijo Vegeta, con una sonrisa casi traviesa. Bulma iba a protestar cuando oyeron a Bra y a Trunks discutir a gritos en el pasillo.
-¡Bra! ¡Voy a llegar tarde, sal del baño! –gritaba Trunks.
-¡Hay miles de baños en esta casa, vete a otro! –le contestó ella.
-¡Pero todas mis cosas están en ese! ¡Vete tú a otro!
-¡También mis cosas están aquí, así que ahora te aguantas! –le contestó Bra, desde dentro. Los hermanos siguieron discutiendo mientras sus padres lanzaban un suspiro de resignación, sabiendo que aquella era moneda corriente todas las mañanas y decidieron dejarlos continuar, hasta que Vegeta vio como Mirai se revolvía en su sueño, molesto por el ruido. Eso sí que hizo enfadar a Vegeta, que se dirigió furioso hacia la puerta de la habitación.
-¡¡¡Silencio!!! –rugió Vegeta. Sus hijos le miraron, petrificados-. ¡Mirai está durmiendo y si por vuestra culpa llega a despertarse os juro que no respondo de mí! ¡A callar, mocosos!
Bra y Trunks dejaron de discutir al instante. El muchacho dejó que su hermana, celosísima del caso que su padre le hacía a Mirai, quedarse primero en el baño y de dirigió hacia él.
-Lo siento papá, sé que necesita dormir. Oímos el estruendo de anoche, Bra y yo fuimos a ver lo que pasaba, pero mamá nos detuvo, nos dijo que tú te encargarías de todo –dijo él, sin saber muy bien como expresarse-. ¿Qué le pasó? Sabíamos que estaba histérico, pero no sabemos por qué.
-No puedo decírtelo, es su vida.
-Está bien. Sólo espero que puedas ayudarle. No sé los motivos pero me conozco lo suficiente como para saber que ese grito solo lo daría cuando se me estuviese partiendo el alma en dos –dijo Trunks. A Vegeta le recorrió un escalofrío al recordarlo.
-Hay ciertas cosas... ciertos sentimientos... que doy gracias de que tú no puedas llegar a comprender en toda su dimensión.
-Es gracias a él que no puedo comprenderlas. Él salvó mi futuro, nuestro futuro y soy muy consciente de eso. Cualquier ayuda que podamos brindarle será poca para lo que él nos dio a nosotros. Gracias a él te tengo a ti, a Bra y a muchas más personas, juro que intentaré ayudarle a como de lugar –dijo él, con una media sonrisa. Vegeta le miró, extrañado, para sonreír a continuación. Conocía muy bien a su hijo presente y, aunque había cambiado mucho respecto a su contraparte futura, seguía siendo igual de sensible, de inteligente y de profundo, aspectos de su personalidad que habitualmente olvidaba, escondidos bajo su apariencia despreocupada, orgullosa y jovial. Miró a sus ojos, como había hecho la noche anterior con los de Mirai y le agradó verlos lleno de felicidad y de vida, tan distintos a los de su contraparte. Levantó el brazo y le alborotó el pelo, como cuando era niño. Trunks, pese a ser ya un adulto y tener el orgullo de su padre, nunca rechazó esas escasas muestras públicas de cariño que en el fondo de su ser seguía esperando con tanta ansiedad como cuando era pequeño.
-Ve a desayunar o llegarás tarde –dijo Vegeta, por toda respuesta. Trunks sonrió y se dirigió a la cocina. Vegeta le vio alejarse con una media sonrisa para volver a entrar en la habitación de Mirai. Bulma adivina sus pensamientos mientras le besa.
-Iré a ocuparme de tus otros dos hijos. Te subiré algo de comer –dijo ella, saliendo de la habitación tras echar una última mirada preocupada a Mirai. Vegeta le miró a su vez cuando Bulma cerró la puerta tras de sí. Vegeta repasaba todo su pasado sin poder comprender por qué la vida le había dejado ser tan feliz, después de tantos crímenes, tantos combates sin sentido y tantos asesinatos sin piedad, mientras a él le había hecho tan desgraciado. Si la justicia existiera, él estaría en el infierno purgando sus incontables pecados. Cierto era que su destino hubiese sido morir a manos de los androides y asú hubiese sido si Mirai no hubiera aparecido. En ese momento, una idea cruzó por su mente. ¿Era Mirai el que estaba pagando por sus crímenes? ¿Por eso el destino lo había hecho tan infeliz, para que expiara las cuentas que su padre dejó pendientes al sobrevivir? Desde que se dio cuenta, hacía ya muchos años, de que su familia había desbancado a la lucha como la razón de su vida, su mayor temor había sido la idea de que en algún momento los llegara a perder; que se los arrebataran, a cualquiera de ellos y por el motivo que fuese y que nunca más volviera a verlos. O que sufrieran, como en ese momento lo hacía Mirai, sin que él pudiera hacer nada por evitarlo. Él siempre había sido fuerte, bueno y bondadoso, al contrario que él, no se merecía ese destino tan cruel. La idea de que él fuese el culpable de su sufrimiento le llenaba de remordimientos y angustia.
Con un gruñido, el gran príncipe de los Saiyans desvió la mirada de la cama de su hijo. Aquel tipo le atacó por causa de sus actos, de eso no había duda, pero sentirse culpable no iba a ayudarle. Si la justicia había decidido desquitarse con Mirai, tendría que pasar por encima de su cadáver antes de volver a hacerle alguna jugarreta. Y él nunca había sido fácil de matar.
Espero que os haya gustado. ¡Dejad reviews, porfa!
