Disclaimer: Noragami no me pertenece, todos los personajes pertenecen a Adachi Toka
Oscuridad. Pura y absoluta. Imponente y estrecha, todo lo que podía recordar era esa oscuridad abismal. Estaba completamente absorbida, su ser no era más que una amalgama que se fundía a su alrededor. Denso e inquebrantable.
Pero en algún momento, lo escuchó.
Oyó a lo lejos, en la penumbra.
Una voz lejana, muy vacilante.
-¿Nana-san?
La chica abrió los ojos, llenos de temor, y giró la cabeza como un animal asustado.
-Tranquila, yo… no quería asustarte… -el chico rubio que según sabía se llamaba Yukine, se acercó de a poco, titubeando.
A modo de respuesta, la shinki se acurrucó más contra sí misma y miró hacia otro lado. Yuki de alguna manera lo contempló como un sí, por lo que se sentó a su lado. Estaban sentados al borde de una de las galerías de la casa de Kofuku, sus maestros bebían dentro y a ninguno le apetecía quedarse allí.
-Nana-san… eh… no sé si nos presentamos ya
-Si lo hicimos, tu eres Yukine, ¿no? –contestó secamente.
-Si… el que ha desgarrado el cielo –se rio el chico, tratando de aflojar el ambiente.
Nana lo miró un poco, repentinamente interesada.
-¿Qué es eso? –preguntó, señalando lo que llevaba en la mano.
-Ah, estos son helados de agua, Kofuku-san me los da cuando hace calor… Y bueno, quería compartir uno contigo –la sonrisa de Yukine se volvió compasiva y amigable- Créeme, entiendo lo que se siente estar en tu situación…
Nana no respondió, pero alargó la mano para recibir uno de los helados.
-Mira, ¿vez esa abertura? Debes ponerla en tu boca y sorber desde allí, luego seguir apretando para que salga más –explicó, mostrándole con el suyo propio.
Ella obedeció, sorbiendo del pico. Sus ojos se pusieron brillantes y se relamió los labios.
-Nunca he probado nada así… -admitió, fascinada- Es dulce, y frio…. Y líquido, es muy raro…
-Es divertido ¿no crees? –Yukine afirmó, riendo algo más aliviado.
Nana asintió, apurándose en seguir saboreándolo. Por primera vez desde que la había conocido, Yukine le veía con una sonrisa genuina. Ella se volteó a mirarlo, con el helado cerca de los labios.
-Gra… gracias –susurró, no sin un tono rasposo y casi arrastrándolo- Yukine-kun.
-No hay de que, Nana-chan.
Ella dio una tenue sonrisa antes de seguir en su faena.
Desde ese día, no fue secreto para nadie que Nana amaba los helados.
