¡Hola de nuevo!

Os traigo detectives y asesinatos, además de dudas a cerca de lo regulares que serán las actualizaciones (¿espero ser medianamente constante?).

Esta sigue sin ser la historia más oscura que comenté (todavía estoy en ello), pero sí que se queda a medio camino, así que advertencia de descripciones gráficas de muerte y violencia, supongo.

* João y Antonio no son hermanos. Cambio de género de bastantes personajes, de momento Feliciano es Feliciana y Matthew es Madeleine.


Llegaba tarde. Por supuesto que llegaba tarde. Era yo, al fin y al cabo. Creo que no he sido puntual en mis 29 años de vida, ¡hasta para nacer tardé un mes más de lo esperado! Si eso no es una declaración de intenciones no sé qué lo será.

Tamborileé con los dedos sobre el volante de mi pequeño coche rojo de alquiler, tatareando entre dientes la melodía de rock que sonaba en la radio. Estiré el cuello para ver la infinita línea de coches agolpados frente al mío. Con un suspiro abrí la bolsita de tomates cherrys y me metí uno en la boca, saboreando con ganas lo primero que comía esa mañana.

De momento mi impresión de los Estados Unidos era catastrófica. Había llegado la noche anterior, en un vuelo directo desde Barcelona, y había dormido en un hotel cutre con vistas al aeropuerto. Mi día desde las siete de la mañana (¡las siete! ¡y con jetlag! Normal que apenas fuese persona a esas horas) se resumía en haber conseguido el coche y conducir sin parar por esas rectísimas carreteras americanas, mirando el paisaje y preguntándome distraídamente si los estadounidenses de verdad conducían tan despacio de normal o si el universo se había alineado en contra de que llegase medianamente a tiempo a la reunión.

No afirmo ni niego que decidiese ignorar todas las señales de regulación de velocidad, y pasase a todos los vehículos que podía, ¡pero es que hasta mi abuela en su motocicleta les adelantaría! ¿Por qué coches tan gigantescos si luego conducían como si fuesen cafeteras? ¿Tratando de compensar por algo? Me reí entre dientes, lanzando otro delicioso tomate a mi boca y masticando con ganas.

Y luego me había topado con ese enorme atasco para entrar en la ciudad, en el que por lo menos llevaba una hora. Me revolví en el sitio, tratando de alcanzar mi mochila en el asiento de atrás. Saqué el móvil y llamé al que iba a ser mi contacto principal aquí en EEUU.

-¡Alfred Jones al habla!- Contestó una voz inusualmente alta y entusiasta al tercer timbrazo.

-Ei, Jones, soy Carriedo.

-¡Carriedo!- Gritó el americano al otro lado. Sonreí divertido. Por lo que había intuido por mis anteriores conversaciones con él, el joven agente del FBI parecía un buen tío, enérgico y dedicado a su trabajo, pese a su actitud despreocupada. Del tipo de persona que curraba en esto motivado por sus ganas de ayudar de alguna manera, de los que creían en el sistema y querrían ser héroes. Solo esperaba que no fuese de los que se cegaban por esos mismos motivos.- ¿Dónde estás? ¡La reunión empezaba a las 9! ¡Casi todos están aquí ya!

Compuse una mueca y sujeté el móvil contra mi hombro, mientras buscaba dentro de la mochila mi cuaderno con todos los datos acerca del caso y la carpeta con los papeles que había recibido de Jones por mail.

-¿Casi? ¿No soy el único?- Pregunté curioso, lanzándole una mirada al reloj. Eran las 9:37.

-Nop.- Contestó el americano, haciendo un sonido de "pop" al final.- Tú y el italiano, tío.- Soltó una carcajada.- Hablando de clichés.

Me reí entre dientes, escaneando los papeles en busca del mapa con el edificio de la reunión.

-Estoy entrando, pero hay un embotellamiento tremendo. Así que estaré aquí atrapado durante al menos quince minutos más, por lo que veo.

-Ah, sí, es lo de siempre, los lunes por la mañana son horribles.- Contestó alegremente el agente.- El jefe está que echa humo, pero puedo cubriros unos veinte minutos más, después estáis por vuestra cuenta.

-Gracias, Jones, te debo una. Estaré allí en diez.- Respondí agradecido, dando un par de vueltas al mapa que sujetaba. Pan comido.

-¿No has dicho que al menos quince minutos de atasco?- Preguntó intrigado.

-¡Ahora te veo!- Exclamé alegremente, colgando.

Veamos. Entrecerré los ojos escaneando los huecos frente a mí y el ritmo dolorosamente lento al que se movía la fila. Debería haber un desvío, y según el mapa podía dar un rodeo y llegar al edificio por ese otro camino más largo.

Sonriendo, pisé el acelerador y di un volantazo, cambiando bruscamente de carril y adelantando mientras el resto de conductores pitaban enfurecidos. Casi me como uno de los coches, un elegante deportivo que presionó el claxon con todas sus fuerzas. Le saludé con la mano sin dejar de sonreír a modo de disculpa y seguí adelantando no del todo legalmente hasta que pillé el desvío. Por fin libre del embotellamiento principal aceleré con ganas, conduciendo disparado hacia el edificio del FBI.

En ocho minutos me encontraba atravesando la puerta, y los controles de seguridad, mochila al hombro, dirigiéndome hacia la recepción, donde un hombre asiático con expresión paciente estaba hablando por teléfono. Al acercarme me dirigió una sonrisa amable y me indicó para que esperase. Asentí sonriendo y me dediqué a apreciar la arquitectura del edificio. Mucho cristal y hormigón, dándole una apariencia profesional y moderna.

Canturreé por lo bajo, comparándolo con el edificio de la policía allá en Barcelona. João habría dicho algo sobre lo forrados que estaban los americanos. Dios, ya estaba echando de menos hasta a João. Si le dijera eso probablemente me pegaría. Nos conocíamos desde que entramos en la fuerza, pero a mi compañero portugués le encantaba fingir que no me adoraba. Contuve una mueca, hundiendo las manos en los bolsillos de mi sudadera.

Me pregunté cuanto tiempo me mantendría este caso lejos de casa. No es como si fuese la primera vez que me llamaban por algún trabajo en otro país, pero normalmente era solo como consultor. No quería ni imaginarme el papeleo que este caso en particular iba a suponer. Colaboración entre agencias y policías de distintas partes del mundo nunca era fácil.

Y que se estuvieran tomando la molestia de hacerlo solo hablaba de la magnitud del alcance de estos asesinatos.

Todavía no tenía todos los datos concretos, solo una idea vaga por lo que Jones me había enviado. Pero sin duda era algo grande. Por lo que había entendido yo no era el único detective venido de otro continente. No podía evitar sentir curiosidad.

-Perdone por hacerle esperar, ¿en qué puedo ayudarle?- Dijo entonces el hombre de la recepción, colgando el teléfono y dirigiéndome un gesto educado de disculpa.

-¡No hay problema!- Sonreí ampliamente. El otro hombre casi pareció sobresaltarse. Uy, ¿tal vez había hablado muy alto? Me suele pasar, seguramente tenga que ver con venir de una familia muy numerosa. Para hacernos oír tenemos que gritar, y ya ni quiero hablar de las luchas por el baño que llenaron mi infancia y adolescencia, recuerdo haber llegado a empezar batallas campales por la ducha… El hombre de cabello negro carraspeó suavemente, volviendo a llamar mi atención a la conversación.- ¡Detective Antonio Fernández Carriedo!- Exclamé, cortando mis divagaciones y sobresaltando de nuevo al recepcionista.- Estoy aquí para una reunión, el agente Jones ha sido mi contacto.

-Oh, detective Carriedo, de España, por supuesto.- Respondió suavemente. Asentí con entusiasmo, a lo que el hombre alzó de manera casi imperceptible una fina ceja.- Están esperándole, sala de juntas, tercera planta a la derecha. El ascensor está aquí al fondo, no tiene pérdida.- Me dijo con tono amable. Le dediqué una sonrisa.

-¡Muchas gracias! ¡Que tengas un buen día!- Grité mientras me dirigía hacia el ascensor casi corriendo. Estoy bastante seguro de que el recepcionista sonrió y puso los ojos en blanco.

Tatareé distraídamente, mientras trataba de organizar mis papeles. Eché un vistazo a mi reflejo en el espejo. Escaneé mi pelo alborotado con mechones disparados en todas direcciones, mi camisa arrugada y mi sudadera roja de cremallera y capucha… uh…¿era eso una mancha de tomate? Me encogí de hombros y salí del ascensor. No estaba tan mal. João suele decir que tengo pintas de vagabundo daltónico. ¿Qué sabrá ese portugués de todas formas? Sonreí para mis adentros y llamé a la puerta de la sala indicada.

Sin esperar respuesta la abrí, sonriendo y avanzando al interior, analizando por el rabillo del ojo a todos los presentes.

Había cinco personas allí reunidas. Dos mujeres y tres hombres. En seguida reconocí a Alfred Jones, de pie y caminando hacia mí para recibirme con un fuerte apretón de manos.

-¡Carriedo! Diez minutos clavados.- Me dijo en voz algo más baja, con una mueca divertida.- ¡Es un placer conocerte en persona al fin!- Habló de nuevo en voz alta.

-Lo mismo digo.- Contesté, respondiendo a su entusiasta apretón.- Siento llegar tarde. ¡El tráfico aquí es una pesadilla!- Dije, dirigiéndome al resto de los presentes.

-Sí, suele ser espantoso.- Respondió con una sonrisa empática una de las dos mujeres. Era bajita y con curvas, de largo cabello rubio ondulado, gafas y expresión amable. Por su postura parecía algo tímida, pero su tono de voz era suave y tranquilo, y generaba una sensación de confianza y seguridad. Apostaría algo a que sería un hacha en un interrogatorio.

-Y fácilmente predecible, detective Carriedo. En próximas reuniones espero la puntualidad requerida.- Dijo un hombre rubio de traje, con tono que apenas camuflaba un tinte de molestia. Le reconocí de inmediato, claro, era difícil olvidar esas cejas espesas y cara de pocos amigos: Arthur Kirkland, director del departamento y mi superior en este caso.- Ya no estás en España, aquí llegar a tiempo se considera un requisito.- Añadió con su pomposo acento inglés. Ya podía aventurarme a decir que ese tío era un gilipollas. Le dediqué una mueca interpretable como de disculpa.

-Claro, no volverá a ocurrir, si puedo evitarlo.- Contesté. Kirkland alzó una ceja ante mis últimas tres palabras. Me pregunté distraídamente si le costaría esfuerzo físico levantar toda esa masa de pelo.

-Eso espero, Carriedo. Tenemos algo importante entre manos, hay vidas en juego.- Añadió el director inglés. Sentí su acerada mirada verde escanearme de arriba abajo con aparente disgusto.- Y por favor, trate de vestirse de manera adecuada y profesional.- Suspiró el cejas.

Asentí teatralmente solemne, tratando de evitar resoplar. Llevaba una camisa, ¿qué era más profesional que eso? Además la ropa que llevo ayuda mucho a que la gente se forme una determinada idea sobre mí. Y entonces tienden a subestimarme. Lo que es muy, muy útil en mi línea de trabajo, la mayor parte del tiempo.

-¿Detective Carriedo?- Dijo entonces el tercer hombre, un enorme rubio (¿era yo el único moreno?) de expresión severa y afilados ojos azules. Su acento era claramente alemán. Se acercó hasta mí y me ofreció la mano, que no dudé en estrechar, agitándola enérgicamente.- Soy el doctor Ludwig Beilschmidt, he oído hablar mucho de usted, encantado.

-¡Espero que cosas buenas!- Repuse guiñando un ojo. El rubio parpadeó lentamente. Contuve una risa. ¡Oh, esto iba a ser divertido!

Me guardé para mí el hecho de que yo también hubiera oído hablar de él. Era uno de los mayores expertos forenses del mundo, y había publicado diversos artículos en revistas especializadas, e incluso un libro. Pese a su juventud era muy respetado en su campo, y su libro, a pesar de parecer haber sido escrito por un robot (me quedé dormido más de una vez), demostraba sus vastos conocimientos y exponía interesantes ejemplos prácticos diseccionados meticulosamente. La verdad es que había aprendido más sobre el propio Beilschmidt que sobre medicina forense, pero ese es uno de los inconvenientes de este trabajo: no puedo leer o ver una película o un cuadro sin analizar a la mente tras ellos automáticamente. Y normalmente eso era más interesante que lo que fuera que tratasen de contar.

Las personas reales siempre me han intrigado más que nada en el mundo.

-Agente Elizaveta Héderváry, de la Europol.- Se presentó la mujer que aun no había hablado. Tenía el pelo caoba recogido en una coleta, era esbelta y atlética, con una mirada firme y sonrisa segura.

Formé rápidamente un boceto sobre su personalidad. Parecía una persona de acción, de las que disfrutan estando fuera en el campo, arriesgándose, y no sepultada en papeleo relegada su mesa. Podía empatizar.

-¡Encantado!- Exclamé, plantándole dos besos en las mejillas antes de reparar en su mano abierta y recordar que eso era lo normal. Se la estreché también, disculpándome, ante su expresión divertida. Anoté mentalmente que tampoco parecía de esas personas que se toman excesivamente en serio a sí misma, al contrario que el inglés, por ejemplo. Probablemente trabajaríamos bien juntos.

-Madeleine Williams.- Acabó introduciéndose la mujer rubia que había hablado primero, dirigiéndome una sonrisa amable y dándome dos besos, lo que provocó que le correspondiese con una sonrisa agradecida.- De la policía de Canadá.

-¡Es un placer!- Repuse.- Detective Antonio Fernández Carriedo, recién llegado de Barcelona.

-Muy bien, y ahora, si hemos acabado con las presentaciones, vamos a centrarnos en por qué estáis aquí.- Interrumpió Kirkland, con un gesto de impaciencia.

-Aun no ha llegado el detective Vargas, jefe.- Informó Jones, para nada intimidado con la mirada furibunda que le dirigió el inglés.

-Lo que me faltaba ahora es tener que aguantar la puntualidad de un jodido italiano además de la del español.- Murmuró Kirkland para sí. Solo le escuché por ser el más cercano, pero supongo que no estaba destinado para mis oídos.- Vamos a empezar de todas formas, el señor Vargas se incorporará cuando sea que se digne en llegar. Jones, explica.

-Ok, jefe.- Repuso el americano animadamente, pulsando el mando para bajar la pantalla y encender el proyector. El escritorio del ordenador, con una imagen del propio Jones y una muchacha morena en bañador en lo que parecía la playa, parpadeó ante nosotros.- Ooops. Fallo mío.- Dijo el agente, para nada avergonzado, sonriendo.- Cancún, precioso sitio, la comida una pasada, no sé si habéis estado pero…

-¡Jones!- Rugió el director inglés, rojo de indignación.- ¡Céntrate!

-Claro, claro, a eso iba.- Se disculpó alegremente. Me reí entre dientes, disimulando cuando Kirkland clavó su mirada en mí. De reojo vi que Héderváry sonreía divertida y Williams lo hacía suavemente. El forense alemán parecía simplemente incómodo.

Jones abrió un archivo y el ambiente de la sala cambió por completo ante la imagen que apareció en la pantalla. Era una fotografía general de la escena del crimen. Mostraba un hombre desnudo colgado de un poste con la bandera americana en lo alto, con las extremidades extendidas. La piel y los músculos de sus brazos habían sido desgarrados en tiras que colgaban como flecos, y había plumas enganchadas a la carne, en pequeños intervalos. No supe decir si recordaba más a alas o a un atrapasueños macabro. Le habían arrancado la cabellera y había más plumas, grapadas alrededor de su cabeza, hacia arriba, como una especie de corona. Tenía los párpados cerrados, y sobre cada uno había un gran ojo dibujado color rojo. A sus pies, en la base del poste había cientos de objetos agolpados. Desde juguetes rotos a envoltorios de comida, casi como si hubieran vaciado un contenedor encima. El agente americano cambió la imagen a otro ángulo de la misma escena. Noté un retortijón en el estómago al ver más de cerca los irreconocibles brazos masacrados.

Nadie habló mientras diversas imágenes de lo mismo se sucedían. Cuando volvió a la primera fotografía el rostro de Jones era serio, y apretaba la mandíbula con fuerza.

-El nombre de la víctima es Thomas Harris, jefe de una importante compañía.- Dijo, con tono grave.- Fue hallado muerto hace dos semanas en medio del parque de una pequeña ciudad a las afueras de Las Vegas, Nevada.

-¿Thomas Harris? ¿Cómo el escritor de Hannibal?- Murmuró Williams, para sí misma, con una mueca irónica. No pude evitar asentir, encontrando la casualidad algo perturbadora pese a lo común del apellido.

-Al menos nadie se ha comido el hígado de nadie, ¿no?- Musitó Héderváry, levantando las cejas con expresión sarcástica.

-Lo encontraron unos críos que estaban haciendo pellas, a primera hora de la mañana.- Continuó Kirkland, ajeno a esto.- Colgado en lo alto del poste de la bandera, tal y como muestran las imágenes. No es un lugar frecuente de paso, está bastante alejado del centro, el típico sitio dónde van los adolescentes a saltarse las clases y fumar.

-Los pobres chavales estaban bastante traumatizados.- Aportó Jones, con un gesto de disgusto.- Y no les culpo. Creedme que ver esto en directo no es bonito.- Señaló la pantalla y sacudió la cabeza.

-¿Y cuál es la relación con el resto de casos? Porque fallo en ver un modus operandi si vuestra teoría del asesino serial es correcta.- Preguntó Héderváry, cruzándose de brazos con semblante centrado. Sonreí un poco ante su enfoque directo.

Beilschmidt asintió, de acuerdo con la agente de la Europol, revisando sus notas perfectamente organizadas en un portafolios que dejaba a mi triste carpeta por los suelos.

-En el caso del señor Harris, la muerte fue causada por un disparo a la cabeza, a modo de ejecución.- Dijo con tono monocorde.- En cambio el resto informes de víctimas que nos habéis hecho llegar muestran distintas causas. Desde arma blanca hasta ahogamiento. A primera vista nada indica que estemos hablando de un mismo sujeto.

Kirkland chasqueó la lengua.

-Exacto. A primera vista.- Apuntó.- Es por eso por lo que estáis aquí.- Se giró hacia la policía canadiense.- ¿Williams?

La mujer rubia asintió, acercándose hasta el ordenador y abriendo un nuevo archivo. Se recolocó las gafas y seleccionó una serie de imágenes y datos que fue pasando en la pantalla. Pese a haber visto antes fotografías y el informe de los casos, no pude evitar un ligero escalofrío. Daba igual cuantos escenarios macabros hubiera presenciado, tendría que ser de piedra para que no me afectase.

Proyectados aparecían distintos ángulos de una mujer joven, desnuda sobre una capa de hojas teñidas con su sangre. Lo más extraño era el hecho de que su boca estaba cosida.

-Amy Roy, 25 años, trabajaba como diplomática en Quebec.- Explicó Williams con su tono suave.- Apareció en Johnsons Crossing hace tres meses, en el territorio del Yucón, tras haber sido reportada como desaparecida una semana atrás.

-¿Se supone que esto tiene que convencernos de que es el mismo sujeto?- Preguntó la agente morena, escéptica.- No veo nada en común.

-¿Son hojas de arce?- Intervine de pronto, fijándome en ese detalle. No aparecía en el informe, pero…

Kirkland me dedicó una mirada evaluadora.

-Sí que lo son, Carriedo.

En ese momento las puertas se abrieron con estrépito, dando paso a un hombre vestido de manera demasiado elegante como para venir a trabajar, que entró avanzando a grandes zancadas. Ladeé la cabeza curioso, obteniendo un mejor vistazo. Era bajito, de pelo oscuro, y portaba una de las mejores expresiones de cabreo que he visto en mi vida. Llevaba un sofisticado traje gris perla, con camisa, chaleco y corbata, como recién salido de la alfombra roja. El tipo, detective Vargas supongo, se dedicó lanzarnos a todos una mirada furibunda, y antes de que nadie pudiera decir nada, nos señaló con el dedo.

-¿Cuál de vosotros es el cabrón dueño de ese coche rojo?