Disclaimer: Harley Quinn, Poison Ivy y el resto de los personajes aquí mencionados pertenecen a DC Comics.
Aviso:Este fic participa en el Reto # 7: "Dos Meses de Long-fic" del foro "Los héroes del mañana".
Solo para aclarar Midland no tiene nada que ver con Midway City, me inspiré en una localidad pequeñita en Estados Unidos pero esta es ficticia.
Cualquier otra alucinación loca le echaré la culpa a Palahniuk. Necesitó café, o ponche con alcohol por ahora...
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Panaeolus cyanescens
Uno de los hongos más ricos en alcaloides, caracterizado por su efecto alucinógeno fuerte. Son adorables con el pie blanco en que se yerguen mientras que el sombrero que lo encumbra es lo más parecido a una galleta con forma de flor escurriendo.
El reino fungi tiene adorables representantes. Cada uno puede tener un favorito. Jamás podría escoger uno porque sería cómo preguntarle al astrónomo cuál es su constelación favorita o al entomólogo su insecto favorito. Es verdad que algunos tendrán un favorito, y yo también tengo elecciones predilectas, más el Panaeolus cyanescens si bien es una lindura no acabó en mis labios por accidente.
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Harley & I
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Best friends
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Harley no provenía de una familia común en Midland aunque tampoco una especial, no era la mayor de sus hermanos ni la menor, muchas bocas que alimentar en su casa por lo cual prefería vivir ahí con la única intención de usar la mayor parte del tiempo el dormitorio y comedor. Tampoco parecía ser muy lista por su apariencia de chica campirana por la que al vernos usar una remera anudada y shorts apenas a los muslos nos llamaban perdidas en incontables ocasiones. Y el asunto no era la promiscuidad porque nuestro libido era normal comparado con el promedio. No, el juego preferido que Harls llevaba entre manos al fingirse estúpida cuando en realidad no lo era se debía a lo mucho que le gustaba observar a las personas, analizarlas, desentrañar sus secretos y luego destaparlos como pasatiempo con el fin de humillar a alguien que odiara o chantajear por un favor gratis.
Se metió en muchos problemas por esto, odio, vivir sin amigos. A ella no le importaba si tenía chicos por montón a sus pies con sus largas piernas contorneadas y su rostro de ángel. Al ser bonitas realmente no nos importaba nada.
Yo era su única amiga. Pam y Harley conocidas en todo Midland Town, las chicas del autolavado ardiente de verano donde ganábamos suficiente pasta para medio año comprando ropa y excentricidades solo por enjabonarnos y mojarnos con la manguera mientras lavamos autos de desconocidos y vecinos con erecciones por menores de edad. Realmente era muy divertido.
Pero jamás, y digo jamás, el vernos embebidas en nuestro juego sexy acaparando la atención era sinónimo de estupidez. Sabíamos lo que hacíamos y cuando era demasiado.
Nosotras nos volvimos amigas no porque cálculo nos aburría sino porque en realidad era tedioso aquello que no era de nuestro interés o no le encontrábamos utilidad.
Harley quería conquistar el mundo como gimnasta, porque en verdad, la chica tenía talento, aspiraba a una beca deportiva buscando no sentirse solo bella sino poderosa. Para mí era lo mismo si modelaba para pagar la carrera, ya había recibido varias ofertas e iría al ser alta, en esos años apenas un poco más alta que mi amiga.
Solo una cosa era clara para las dos, y eso era que no nos quedaríamos en Midland Town a casarnos, tener hijos y volvernos amas de casa como nuestras madres. Nosotras devoraríamos el mundo entero a mordidas.
Todo el tiempo la veías leyendo esos libros por todas partes, Schopenhauer, Hegel, Sartre, y luego saltó con un libro en específico: El suicidio de Émile Durkheim del que repente quedó anclada a lo que yo primero creí que sería sociología, pero Harleen, mi amada y entrañable Harleen, escogió con vehemencia psicología; y aún más allá quería ser una psiquiatra especializada en mentalismo y psicoanálisis. Sus sueños eran grandes.
Harls puso su bandera muy alto cuando eligió aquello que quería ser, dejaba el atletismo a un lado como un pasatiempo en el que era muy buena por aquel título que quería conseguir.
Ella tenía una mirada de fijación cuando encontraba un nuevo pasatiempo, lo fue así al involucrarse con chicos mayores con pasta y auto cómo deporte, lo hacía solo para que le compraran cosas. También fue pasajero su entusiasmo con el dinero de hacer de niñera y cuidar niños ajenos a los que dejaba hacer lo que quisieran sin reglas.
A Harley solo le conocía pocas constantes en la fórmula de su vida que no pudiera abandonar por nada del mundo. Estas eran la gimnasia, volverse psiquiatra, verse siempre bien, y por supuesto, Pamela Easley, su servidora.
Fui Pam cuando nos conocimos en primer grado de elemental en la clase de la Señorita Dogherty, pero mientras ella tardó hasta los doce años saber que no basaría su vida en buscar los juegos olímpicos al enamorarse de la psiquiatría yo ya había encontrado en la flora la pasión de mi vida.
Siempre sembraba árboles en mi hortaliza, protegía de plagas a mis querubines, sembraba frutas y flores, hermosas flores de todas clases. El porche acristalado de mi casa lo convertí en invernadero pese a las quejas de mis padres; conseguí crear diversos ecosistemas en mi jardín, en el balcón, el porche y el desván, todo lo que necesitaran mis amores. Agazanias, hortensias, madreselva, azaleas, tulipanes, anémonas, astromelias. Mi labor tardó mucho en ser reconocida hasta que mi madre pudo cocinar con los frutos de mi jardín mejores que los de supermercado, más jugosos y de piel perfecta.
A Harley le llevaba canastas de naranjas, uvas, fresas y duraznos, y me entretenía haciendo adornos florales o diademas para nuestras cabezas corriendo descalzas por los prados. Con Harley le mandaba mensajes a través de mis conocimientos de florigrafía, y a ella le gustaba aún más lo que sabía de herbolaría. Besaba mi nariz y me daba un abrazo de oso.
Éramos las mejores amigas.
No había secreto alguno entre nosotras, ningún chico era más importante que nuestra amistad escuchando a Black Sabbath y Led Zeppelin en la grabadora. Nos pintábamos las uñas contándonos chistes y confidencias, rizándonos la una a la otra el cabello en nuestras pijamadas.
Jamás hubo competitividad o envidia. Jamás fue una competencia quién dormía con más chicos o quién se atrevía a levantarse la remera para que los chicos del deportivo rojo que pasaba por la carretera de Midland nos vieran como una despedida excitante del pueblo.
No. Nosotras éramos felices, leales, no había nadie más para mí que Harley y mis plantas, y para ella su mundo era yo.
Todo era perfecto. Sublime.
No había nada que pudiera arruinarlo, nada de lo que pudiéramos quejarnos.
Por lo menos lo fue hasta que aquel criminal buscado en más de cuatro estados llegó en su Impala negro con llamas verdes pintadas a asaltar el banco de la ciudad y tomar a mi Harley de rehén. A mi Harley.
Nada fue lo mismo después de eso.
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