Han pasado tres años desde que Marco, Kurogane y yo nos separamos de Luffy y el resto. Kurogane pregunta por su padre, y yo... ¿Qué le puedo decir?
Llevo una semana en la que apenas puedo dormir. Siempre tengo el mismo sueño... Siempre la misma pesadilla...
Pensaba que lo había olvidado, pero...en esa pesadilla...veo a Zorro con aquella gran herida que le hizo Kuma en medio del torso, y al lado veo a...a Marco con la misma herida... Ambos mirándome fijamente...
– ¡Zoro! – Volví a despertarme de manera agitada por culpa de esa pesadilla – Mierda... –Dije mientras me llevaba una mano a la cabeza.
– ¿Qué pasa...? – Era Marco, se había despertado. Estaba refregándose los ojos y acto seguido se incorporó un poco – ¿Otra pesadilla?
–Si... –Dije con la cabeza gacha – Siento...siento haberte despertado, Marco.
–No pasa nada. –Contesta él con esa cálida sonrisa que me reconforta en estos momentos.
–Voy...voy a tomar el aire un rato. Enseguida vuelvo. –Trato de esbozar una sonrisa que le convenza de que me encuentro bien, pero parece no surgir mucho efecto, pues suspira y asiente.
-Está bien…si quieres algo llámame, ¿vale? –Yo asiento. Se que no le he convencido pero el se resigna.
Me siento mal, no por mí, si no por él, porque jamás, ni con mil vidas por delante, podré merecerme su cariño, por que se que él es cociente de que no consigo olvidarme de Zoro y que difícilmente lo haré con el tiempo.
No se que hacer, solamente me inclino hacia él para poder darle un dulce beso en la frente y me levanto de la cama, sintiéndome la peor persona que pueda existir, incluso peor que Kuma y Ledroptha juntos…
Cojo una bata y me la echo por encima para no pasar frío. Acomodo los pies a los suaves zapatos de casa y salgo del dormitorio al salón, abriendo las ventanas correderas que dan al balcón. Aspiro profundamente, deseando sacar después todos mis pensamientos, todas esas pesadillas, todos mis recuerdos, incluso mi propia alma con el viento, pero no puedo y tengo que vivir con ello.
Una vez allí, apoyo mis codos sobre la barandilla.
Durante estos tres años, tras la muerte de Zoro, he pensado y planeado miles de formas de perder la vida, algunas veces tratando de que pareciese un accidente y otras veces, de la simple desesperación mi muerte lenta y dolorosa, de la manera más sádica posible, por que eso es lo que me merezco. Desde el día en que nací condené a todas las personas a las que quería morir, y aún me cuestiono di Andrea, Belén y Javier seguirán con vida. La única persona que retiene en este mundo es él. La viva imagen de Zoro. Nuestro hijo. Lo poco que me queda de él.
Siento como las lágrimas empiezan a rodar por mis mejillas pero no preocupo mucho en retirarlas.
Recuerdo aquella promesa que le hice al abuelo en su último aliento. Aún recuerdo sus palabras textuales… Quiero que os encarguéis…de vuestra propia felicidad… Felicidad… Casi no recuerdo que significa esa palabra. Y lo siento, pero no podré cumplir esa promesa.
Sea donde sea que esté él, mi abuelo, se que estará con Zoro, regañándole por cualquier sandez.
No puedo evitar soltar una risita.
Parece que fue ayer cuando nos regañaba por nuestras continuas discusiones tontas.
-Mamá, no puedo dormir.
No me hace falta girarme para saber quién es. Me seco rápidamente las lágrimas, no quiero que Kurogane me vea así. Una vez que no hay signos del llanto, me giro, sonriéndole a mi pequeño Kurogane.
-¿Una pesadilla?
-Sí… -Confirmaba él, con esa mirada idéntica a la de su puñetero padre- ¿Has llorado? –Preguntó él, ladeando la cabeza. No se le escapa nada al niño, vaya.
-Sí, pero es porque al salir me he pillado el meñique del pie con la puerta por que iba descalza… -Me excusé. Aún era pequeño así que no me cuestionaría nada- Y eso es lo que te pasará a ti si no me haces caso y no te pones los zapatos, mocosillo. –Dije, alzándolo para poder cogerlo.
-Mama. –Me llamó, con esa voz que adoraba.
-Dime, Kurogane.
-Te quiero. –Dijo, acurrucándose contra mi pecho para acomodarse y cerrar los ojos, esperando a que lo llevase a su cama y arroparlo.
…Te quiero… No puedo evitar esbozar una amplia sonrisa. No se ni siquiera si me merezco que me llame madre, por que en más de una ocasión me he sumergido en depresiones por culpa de Zoro y sus recuerdos, dejando al pequeño desatendido, una de las razones por las que jamás podré agradecerle a Marco todo lo que hace día a día por Kurogane y por mí.
-Y yo a ti, mi vida. –Le respondo, abrazándolo un poco más fuerte y empezando a caminar hacia el cuarto del pequeñajo.
Algunos rayos de sol empezaban a colarse entre las cortinas del dormitorio de Kurogane. Empiezo a despertarme. Para mi es todo un reto dormir con algo de luz.
No tengo un reloj a mano, pero supongo que serán cerca de las siete de la mañana. Miro a mi alrededor y suspiro. Anoche me quedé dormida mientras le contaba un cuento al niño. Es la primera vez en una semana que consigo dormir sin pesadillas de por medio.
Me levanto con cuidado de no despertar al pequeño y le arropo con la sábana con cariño, le doy un beso en la frente y salgo de la habitación.
Camino directa al baño, necesito una ducha ligera, tal vez el agua arrastre junto con el jabón, muchos de mis pensamientos. Paso por delante de mi habitación y abro lentamente la puerta para coger ropa interior limpia y la primera camisa y los primeros pantalones que se me cruzan de por medio.
Vuelvo a emprender mi camino hacia el baño y una vez llego me miro al espejo. Tengo unas horrorosas ojeras a causa de todo este tiempo sin dormir como dios manda. Empiezo a desnudarme y entro en la ducha. Enciendo el grifo, soltando un leve gemido al sentir el agua helada resbalarse por mi piel. Recuerdo que a Zoro le gustaban también las duchas frías…Zoro… Me muerdo el labio cuando él invade mi mente, porque junto a él, vienen todos sus recuerdos.
No quiero verle más, sacar fuerzas de flaqueza… Sacarlo de mi imaginación, porque no me deja reaccionar. A veces pienso que la vida no es más que una broma pesada.
Empiezo a tararear una suave canción, solo recuerdo la melodía, no la letra. Es uno de los escasos recuerdos que me quedan de mi madre cuando aún vivía.
Una vez salgo de la ducha y me seco con la toalla, comienzo a vestirme: ropa interior de color blanco, una camiseta lisa de color azul y unos vaqueros largos. Empiezo a cepillarme el pelo, que aún está húmedo tras la ducha. Me echo un poco de maquillaje en las ojeras, en un intento en vano de ocultarlas. Me observo: ni si quiera yo me reconozco.
-Por mucho que llores, él no va a volver, Diana. –Me auto regañé.
Suspiro muy profundamente para después extender la mano hasta la encimera del lavado, cogiendo el pañuelo que se ataba Zoro el en brazo izquierdo, donde ahora me lo hato yo. Tras su muerte, no hay día en el que me separe del dichoso pañuelo negro, porque me recuerda a él, como las muchas cosas del día a día que lo hacen.
Salgo del baño y bajo a la cocina para prepararles el desayuno a los bakas de Kurogane y Marco. Yo, la verdad, no tengo mucho apetito.
Para cuando termino con todo, ya son las nueve, ¿cuánto tiempo he estado metida en el baño?
Salgo a la calle, no sin antes dejarle una nota a Marco para avisarle de que voy a dar una vuelta.
En la calle tan solo hay una mujer de avanzada edad caminando hacia el mercado del pueblo, dos críos madrugadores jugando a las chapitas, el repartidor de periódicos y el panadero que se acercaba a las casas de los pobres ancianos que no podían valerse por si mismos como para salir de compras.
Como venía haciendo todo este tiempo, lo primero que hago es acercarme al puerto, el cual está bastante animado: bastantes pescadores a los que se les habrán pegado las sábanas y que se dan prisa por hacerse a la mar y pescar antes de que otros pescadores más avispados les robasen el pescado fresco para después venderlo en el mercado del pueblo; otros pocos, simplemente quieren darse una vuelta por la costa.
Me siento al filo del suelo, dejando los pies colgando hacia el "abismo", esperando en vano, el regreso de ellos.
Paso un par de minutos más allí, mirando a la nebulosa. Me levanto y esta vez sí, me dispongo a ir al mercado.
Llego al mercado y alzo una ceja: la plaza esta, literalmente, rebosando de gente. Algo importante habrá pasado. Me acerco a uno de los conciudadanos y le pregunto que es lo que pasa para que la plaza esté así.
-¿Aún no te has enterado, muchacha? -Yo tan solo niego- Nos ha visitado a Rennes un famosísimo juglar: Mattius. Su barco encalló anoche en una playa de por aquí al lado así que se quedará bastante tiempo hasta que su navío este servible de nuevo.
-Oh, vaya… No tengo el gusto de conocerlo, pero domo arigato igualmente, caballero. –Agradezco. ¿Un juglar llamado Mattius? No, no me suena de nada.
Lo único que alcanzo a escuchar, a parte de los voceríos y gritos, admirando, supongo, que ha ese tal Mattius, es una voz grave y muy masculina, supongo que será de este, por que aunque no llegue a escuchar con claridad lo que dice, algo entiendo.
-Narran los Pergaminos de Aquisgrán que en el extenso mar de Grand Line se haya una gran isla en la que se encuentras tres valiosos ejes. Estos ejes poseen un poder inimaginable, tan grande es este, que ni la mente del ser humano es capaz de imaginarse –Vaya, esas palabras me resultan familiares-. Hasta el día de hoy, nadie conoce la ubicación de estos tres ejes, ni siquiera la localización de esta isla: ¿Verdad o una de las muchas leyendas? Quién sabe.
Y en una ola de aplausos y silbidos de admiración ante la narración del juglar y de abucheos por otro lado de gente que no se ha creído esta historia, me quedo pensativa. Así que estos ejes tienen un poder inimaginable…
El juglar se marchaba de la plaza, así que me adentré en un par de callejones hasta dar con él.
-Perdone. –Le llamé.
-Perdóneme, tengo prisa. –Contestó fríamente.
-Espere, por favor, son solo cinco minutos. –Suplico, a lo que él, resignado, para de caminar y me mira.
-Está bien, ¿qué demonios quieres?
-Simplemente saber que es capaz de hacer los ejes que mencionó hace un rato en la plaza.
-¿Y yo que se? –Bufó- Mira, no tengo tiempo como para perderlo con una cría cuyo sueño es casarse con un tío asquerosamente rico, vivir en una mansión junto con un lindo Golden Retriever.
Hacía tiempo que no me cabreaba como me acabo de cabrear. Cojo a Mattius por el hombro, empujándolo contra la pared de una casa. Lo agarro por una de las solapas de la camisa color verde botella que lleva y lo atravieso con la mirada.
-Soy madre, perdí al padre por que este intentó salvarme de un asesino y lo único que deseo en esta puta vida es que mi hijo conozca a su padre, así que no me toques los cojones.
El juglar me miraba con las cejas levantados, supongo que sorprendido por mi reacción, pero enseguida volvió a fruncir el ceño.
-¿Y que se supone que pinto yo?
-Pues lo que pintas es contarme todo lo que sepas de los dichosos ejes.
-Está bien, pero no te saldrá gratis. Mi barco sufrió un percance y tendré que quedarme en este muermo de pueblo durante un tiempo, y no tengo donde hospedarme.
-En mi casa hay una habitación libre.
-Vamos, Sirius. –Dijo simplemente, llamando a su perro, que más bien parecía un pony, por que no he visto a un perro más grande en todos los días de mi vida. Su pelaje es, en general, grisáceo, aunque tiene alguna que otra zona más clara.
Nos acercamos a una zona menos transitada del puerto, al que llamamos El Quemador, una nave abandonada, el mercado negro del pueblo, aquí es donde cambiamos animales que cazamos en el bosque, cerámica, tejidos a cambio de otro producto alimenticio como especias, caldos para sopas, a cambio de alguna ardilla o liebre del campo; ganado vacuno o bovino a cambio de una buena caza, aunque generalmente, estos truques se suelen hacer a cambio de productos de muy buena calidad.
Marco y yo solemos ir los fines de semana al campo a cazar. Estos tres años, Marco me ha estado enseñando como usar el arco y flecha para poder desenvolverme fácilmente en el bosque, cosa que me ha ayudado a desahogarme bastante; y con la caza, lo llevamos a El Quemador y lo intercambiamos por otros productos.
Nos quedamos algo apartados de la nave, es una zona muy poco transitada, pues siempre corremos el riesgo de que alguien se vaya de la lengua, pero como se suele decir: las paredes tienen oídos, y no nos interesa que algún fisgón escuche nuestra conversación.
-¿Y bien? –Pregunta el juglar- ¿Qué es exactamente lo que quieres saber?
-Todo, quiero saberlo todo.
-Pues bien, ahí va: Me llamo Mattius, soy juglar, tengo 30 años, nací en una aldea del East Blue…
-¡Eso no es lo que me interesa! –Me quejé-
-Es que no has especificado, hija, el don de la adivinanza no lo controlo todavía –Suspiro, este tío va a ser duro de pelar-. Creo que primero vas a ser tú la que me cuente tu historia.
-Probablemente me tomarás por loca o algo peor, así que no creo que el que conozcas mi historia, mejore las cosas.
-La realidad supera a la ficción. He visto y oído cosas sorprendentes, difíciles de creer, así que dispara, que no tengo todo el día.
-Simplemente empezaré con esto, eres libre de juzgarme como quieras: Yo no nací en este mundo.
Sus ojos se abrieron tanto, que daba la impresión de que en cualquier momento saldrían de sus órbitas, sin embargo, acabó por relajar su expresión
-Viví junto con mi abuelo. Mis padres fueron asesinados cuando yo aún era una cría de cinco años. Mi pueblo estaba sometido a dos autoridades, una de ellas no se conocía. Tenía dieciséis años cuando alguien llegó a mi vida, marcándola para siempre. El ex-cazarrecompensas Roronoa Zoro –El sigue escuchando, aparentemente interesado-. Los asesinos de mi familia, también acabaron con mi abuelo, sin embargo, poco después acabamos con esos cabrones –Prefiero no contarle la parte del Al-Andalus-. Zoro y yo…entablamos una relación. Decidimos que ambos iríamos al mundo de Zoro para reunirnos con sus nakamas, pero yo me quedé un par de meses en el pueblo, para ayudar con los desperfectos. Tras esos meses, volví a reunirme con Zoro, conocí a sus nakamas y pasé los meses más felices de mi vida…hasta que descubrimos que uno de los asesinos… Kuma…seguía vivo e iba a acabar con lo que había empezado: su próximo objetivo era yo. Zoro, sin contar con nadie, fue en su busca y…acabó con él, si, pero…él también murió… -Cierro los ojos, haciendo un esfuerzo por no parecer débil. Al poco tiempo…me enteré de que me había quedado embarazada, y sí, el padre era Zoro… Ahora vivo en este pueblo junto con uno de mis antiguos nakamas y mi hijo. Lo único que quiero es verle…que conozca a su hijo, que sepa que es padre…solo quiero despedirme de él…por que no pude hacerlo… -Miro hacia otro lado, sintiendo una desagradable opresión en mi pecho.
Hay un incómodo silencio durante un momento, tal vez esté procesando toda esa información, o tal vez esté conteniendo la risa, ni lo se, ni me importa.
-Entiendo… -Murmura él- Está bien, te ayudaré a encontrar esos dichosos ejes, sin embargo, no te garantizo que existan.
-¿De verdad? –Pregunto, atónita. Mattius parece y es un tipo serio, así que me sorprende que haya creído mi extraña historia.
-Si, no te lo voy a repetir. Ahora, si me disculpas, he de irme de nuevo a la plaza, tendré que ganarme la vida de algún modo. Nos vemos dentro de un par de horas en el callejón de antes, la plaza volverá a estar abarrotada y nos será difícil encontrarnos.
-De acuerdo.
Camino hacia mi casa tras pasearme un rato y hacer un par de compras en El Quemador. No tengo ganas de pensar, por que cualquier pensamiento está relacionado con él y eso hace que mi mente se bloquee.
Me siento en el bordillo de la empolvada acera, al lado de la puerta de mi hogar, sin embargo, no quiero entrar, no ahora, que me entran ganas de llorar y no puedo permitir que mi hijo me vez así de vulnerable.
Volver a ver a Zoro, aunque solo sea un segundo, es mi sueño…
Noto como varias lágrimas ruedan por mis mejillas, dibujando una línea recta por estas, sin embargo, no me preocupo demasiado en quitarlas.
-Es difícil vivir lejos de la persona a la que amas. –Dice una voz detrás de mí, me es familiar, demasiado, y enseguida limpio los rastros visibles de lágrimas.
-Vaya, desconocía ese lado poeta tuyo, Marco. –Digo, tratantazo de parecer convincente mientras me giro.
-Sabes que si hubiese podido ir yo a acabar con Kuma, lo habría echo. –Dice, sentándose a mi lado, pero mirando al frente, pero se que sus palabras son ciertas, pues, por desgracia, conozco sus sentimientos hacia mi.
-No digas eso, baka, no me gustan ese tipo de bromas.
-No es ninguna broma, Diana.
No se que decir, me siento mal por él, porque lo da todo por mí, y yo se lo pago así.
-Marco… -El me mira- …Puede que haya…una forma de que él vuelva.
-¿Nani? –Pregunta, asombrado por mis palabras,
To Be Continued
*Domo Arigato: Muchas gracias.
*¿Nani?: ¿Qué?
