Autor: Claudia Medina

Por Claudia Medina

"Y llegaste tú, una bendición… caída del cielo"

Mini Albert-Fic

Capítulo 1

Llevaba muchas horas manejando, los párpados se cerraron solos, estaban totalmente pesados y el pie se mantuvo en el acelerador, ya casi llegaba al puente, el viejo carro Chevrolet se zarandeó. El auto cual escena de los Dukes de Hazard voló hacia el río. Ella no lo sintió, estaba totalmente dormida, ni siquiera cuando el carro entró al agua, su cabeza después de ir en un vaivén terminó en el volante y una línea de sangre brotó de su ceja. Medio abrió los ojos y solo vio un rayito de luz por el parabrisas, unas manos de hombre se acercaban hacia su rostro, pero perdió la conciencia.

La brisa fresca se regodeo en su cara, abrió los ojos y las hojas de un árbol la cubrían del sol, el ruido del agua corriendo la ubicó un poco, sintió el frío de una bolsa de hielo sobre su ceja, se lo quitó y se giró para quedar sobre su hombro derecho y pudo ver la visión más angelical que hubiera visto en su vida.

-Dios, ya morí, estoy viendo a mi ángel de la guarda- pensó al admirar una espalda ancha y bien torneada, una melena rubia y mojada que se alejaba río adentro hacia donde parecía estaban regadas sus pertenencias. Así estuvo por quien sabe cuantos minutos, abría y cerraba los ojos conforme podía, hasta que el rostro de su ángel estaba frente a ella. Sus ojos azules la miraban con escrutinio para después dejar escapar una dulce y pícara sonrisa, un hoyuelo en su mejilla derecha le pareció encantador.

-¿Se encuentra bien, señorita?- dijo el ángel.

-¿Hablas como humano?- preguntó ella curiosa

-¿Cómo?- pensó que el golpe le había echo daño.

Lo miró por un instante y creyó ser la mujer más tonta del mundo.

-Bueno me habían dicho cualquier clase de insulto, creo que tuve una regresión al kindergarden… pero no… alien jamás me habían dicho- dijo riendo mientras revisaba la herida de la cabeza.

-Perdón… disculpe- dijo la rubia chica al querer incorporarse, pero su intento se vio fallido. Él la cachó antes que se pegara en el suelo. Sus rostros quedaron demasiado cerca podían sentir el aliento del otro.

-¿Aún le parezco un alien?

-No, nunca me lo pareció- dijo algo avergonzada, indicándole con las manos que podía recargarse en el suelo.

-Disculpe….

-Albert, mi nombre es Albert, pero puede decirme Al. Y usted… debe ser la enfermera que estamos esperando en el pueblo…

-Si es Riverdale, sí, mi nombre es Candice White y puede decirme Candice. Él hizo un gesto de asombro

-No es cierto- soltó la risa contenida- todos me dicen Candy.

-Vaya que nombre tan dulce… le sienta muy bien- dijo carraspeando la garganta al percatarse que su rescatada tenía la blusa abierta. Buscó entre sus cosas y tomó una toalla volteó el rostro hacia donde no estaba ella y se la ofreció. Ella la tomó, un color rojo iluminó su cara.

-¿Ya se siente mejor? Para irnos al pueblo antes de que anochezca, una chica de ciudad como usted podrá asustarse en el campo nocturno.

-No que va, yo me crié en una casa hogar en lugar llamado Lakewood, en la afueras de Chicago, así que estoy acostumbrada a eso, veo que le gusta pescar…

-Bueno, quien me dijera que hoy pesqué una sirena de agua dulce… -dijo al reír.

Después de compartir unos sándwiches y unos refrescos, esperando que no hubiera algún indicio que el golpe en la cabeza tuviera consecuencias, Albert subió todas las cosas de Candy a su vieja camioneta.

-Riverdale es un pueblo pequeño, todos se conocen, y son demasiado predecibles, pero son gente buena, noble, creo que la pasará bien aquí- dijo Albert mientras manejaba- Por su carro no se preocupe, Stear vendrá por él. Es el dueño de la grúa y el mecánico del pueblo y algo así como el inventor loco… somos amigos desde niños.

-Ah, siempre es bueno tener un amigo que se lleve bien con la ciencia… por cierto… yo no soy enfermera

-Ah ¿no?- preguntó asombrado

-Soy médico.

-Ah- le volvió el alma al cuerpo.

-Tengo que reportarme con el reverendo Andley, William Andley… ¡Que nombre!…

-¿Tiene algo el nombre?- preguntó curioso

-Pues si, tiene un nombre… así… como de novela acá… solo le falta poner tercero… William Andely tercero o algo así pero tratándose de un reverendo me parece como de esos curas viejitos regañones…que te mandan al infierno por solo mascar chicle en la iglesia… espero llevarme bien con él… es el encargado del asilo creo.

-Bueno de la iglesia, hace de todo- dijo sonriendo- y creo tal vez se lleve bien… no es, digamos… un reverendo ortodoxo… creo que alguna vez se portó mal y por eso lo castigaron y lo mandaron a este pueblo.

-Me imagino que fue hippie y protestó por la guerra de Vietnam o algo así… si es así… creo que nos llevaremos bien … háblame de tu, somos casi de la misma edad- dijo sonriendo.

Candy aspiró fuerte el aire que le llegaba de su ventana abierta – extrañaba el aroma del campo y su tranquilidad- su mente se perdió. Albert la veía de reojo, era el perfil femenino más hermoso y perfecto que jamás había visto. Sacudió su cabeza y se concentró en manejar.

Por fin llegaron al pueblo, la camioneta se estacionó afuera de lo que parecía una iglesia en reconstrucción, a su lado estaba un edificio con una entrada de puertas de vidrio una chiquilla de unos 10 años, castaña y de grandes ojos azules corrió a recibirlo.

-Tío Al, Tío Al, que bueno que llegaste, la señora Parker tuvo otro de sus ataques… por lo visto no puedes tener un día libre- dijo la niña al hacer fuerzas para abrir la pesada puerta de la camioneta mientras su Tío buscaba algo en el asiento trasero. Se admiró de la presencia femenina de Candy.-¿Quién es ella Tío?

-Es la en… no la doctora Candice White.

-Vaya no pudo llegar en mejor momento- dijo la niña al poder por fin abrir la puerta.

Candy trató de abrir pero no pudo, Albert acomodó algo en su regazo y se dispuso a empujar con su mano izquierda la atrancada portezuela, lo que de nuevo hizo que su espacio se acortara y Candy pudo ver de cerca la tez blanca y algo accidentada del hombre, pero no menos bella de lo que le pareció a su primera impresión, también pudo oler su fragancia revuelta con el olor a hierba.

-Ya – dijo al ganarle a su camioneta.

-Andale tío- apresuró la niña

Candy se bajo aún mareada pero quiso entrar le parecía alguna emergencia médica. Trató de acicalarse un poco, sería la primera impresión y estaba hecha un desastre, se acomodó el pelo en una cola de caballo para por lo menos parecer peinada.

La niña tomó de la mano a su tío y abrió la puerta mosquitera que rechinó y al momento se prendieron todas las luces y un grito unísono dijo "Feliz Cumpleaños", Candy entró con ellos al salón, globos de colores y un banner pegado a la pared decía "Happy Birthday Reverendo Andley" . Candy volteó para buscar al anciano pero al momento de topar su mirada en Albert él lucía su cuello blanco en la camisa negra que traía. Abrió los ojos y quería que se la tragara la tierra, haberle dicho eso de su nombre, del viejito regañón y sobretodo haberle gustado de esa manera de seguro si moría esa noche se iba directo a las flamas del infierno.

-Felicidades Tío Al- dijo la niña al plantarle un beso en la mejilla.

-Miren yo también les traigo una sorpresa- dijo Albert y tomó del brazo a Candy- ella es la señorita Candice White, ella prácticamente nos cayó del cielo- dijo sonriendo- no es enfermera sino doctora- vio al grupo de ancianos y feligreses… oficialmente Riverdale tiene médico- dijo con orgullo. Todos aplaudieron y Candy solo sonrió ante la bienvenida tan acogedora.

-Gracias por la bienvenida pero la fiesta es el reverendo…así que ¿Cuántos cumple?- dijo tratando de no robar la atención.

-Pués…- contestó- ni tantos-

-ay tío, que vanidoso nos saliste

-La vanidad es un pecado reverendo- dijo una anciana con dulzura- a mi si me va decir…es más déjeme hacer cuentas… yo recuerdo cuando usted nació…

-Bueno está bien… 36… ¿contentos?

-Yo me llamo Antonella Tribiannni- dijo la chiquilla a Candy mientras le daba una rebanada de pastel.- Mi mamá se llamaba Rose Mary y vino a vivir aquí con mi Tía Elroy, esa señora que ves allá- dijo señalando a una anciana que estaba acompañada de otras platicando amenamente.- cuando mi papá murió, se llamaba Antonio, él y mi tío eran muy amigos fueron juntos al ejército… aunque la vocación de mi tío Al siempre fue la de servir a Dios, de todas formas se enlistó, él siempre dice que servir a la patria también es servir a Dios… así que mi mamá me estaba esperando, ellos vivían en Chicago pero cuando mi tío regresó de la guerra del Golfo trayendo las malas noticias de que mi papá murió, prefirieron regresar a este pueblo donde habían nacido y crecido… mi mamá dijo que era el mejor ambiente para que yo creciera… pero ella también murió hace un año, de cáncer… y bueno ahora solo tengo a mi tía Elroy y a mi tío Al, que para mi ha sido el único padre que he tenido.

-Gracias Antonella por contarme tu historia… tengo el presentimiento que seremos buenas amigas

-¿Tu no tienes una historia?

-Claro como toda la gente… pero creo que este no es el momento Anto, ¿Te puedo decir así?

-si, si yo te puedo decir Candy- dijo la niña con la misma sonrisa familiar.

-Este es tu cuarto- dijo Albert al abrir la puerta de una recamara sencilla pero muy limpia. Pertenecía a la casa pastoral donde vivía Albert con su sobrina. La Tía ELroy vivía en una hermosa casa del pueblo, sino la más bonita aunque pasaba más tiempo en el asilo de ancianos y en la iglesia ayudando a su sobrino.

-Gracias, y feliz cumpleaños- dijo sonriendo tímidamente y titubeo para darle un abrazo que él tímidamente también titubeo para recibirlo, pero al fin terminaron unidos en un abrazo diplomático y cortés. Sellaron el encuentro con una sonrisa

-Al, perdón reverendo… yo… quiero ofrecerle disculpas… yo no…sabía…

-Y no tenías porque saberlo- contestó riendo apacible- la verdad mi nombre es algo… extravagante… William Albert Andley… pero no tercero- dijo con una sonrisa cómplice.

-Ah que bien…

-segundo- dijo antes de cerrar la puerta. Después la volvió a abrir- descansa mañana nos espera mucho trabajo.

A la mañana siguiente Antonella tocó a la puerta de Candy con premura.

-Candy, Candy, despierta que mi tío levanta la mesa a la ocho menos 10, no vas a alcanzar a comer nada. Tenemos que irnos a la escuela.

-Dios lo que me faltaba, un soldado y un soldado de Dios.- dijo Candice al levantarse a regañadientes, se vio al espejo y sus rizos le tapaban literalmente la cara.

-El baño está acá en el pasillo- gritó Anto antes de retirarse.

Bajo las escaleras y el aroma de los pancakes inundaba la pequeña casa, la mesa de la cocina estaba a medio poner Antonella hacía lo que podía mientras se peinaba y Albert pegado a la estufa poniendo el último de la pila de los pancakes.

-Buenos Días Candy, perdón, ayer olvide decirte que nos levantamos a las seis menos 20 tenemos que llegar temprano a la escuela… como enfermera… bueno como encargada de la vigilancia de salud tienes que tomar un turno cada tres días en la escuela y el resto de la semana en el asilo. Disculpa pero ayer por lo del convivio…

-No hay cuidado… tenemos tiempo para ponernos de acuerdo, a sus ordenes mi superior- dijo al cuadrarse cual obediente soldado frente a su sargento.- dígame las instrucciones de hoy.

-Bueno por lo pronto hay que comernos todos estos… porque si no viene Dana a hacer la limpieza y se los lleva a sus cerditos.

-Si ni siquiera es para guardarlos en el refri, ya nos ha pasado muchas veces.

La enfermería de la pequeña escuela era un desastre y Candy no tuvo más remedio que ponerse a limpiar, arremangó las mangas de su blusa y fue a lo que parecía el cuarto de limpieza para empezar su trabajo. Atrás escuchó unas voces, una masculina y otra femenina pero no pudo entender claramente lo que decían solo hasta que un grito que fue ahogado y un cállate la puso en alerta salió y encontró a una chica de aproximadamente 17 años con un hombre que parecía el alguacil del pueblo.

-¿Qué pasa aquí?- preguntó con autoridad

-Nada- dijo la chica de color al tocarse el brazo izquierdo

-¿Quién es usted?- preguntó el oficial

-La doctora Candice White- contestó mientras se acercaba

-Ah, escuché algo, de que un doctor había llegado pero no sabía que era una mujer y muy hermosa por cierto, yo soy

Luther Smith- dijo el hombre de unos 23 años alto fuerte, de rasgos afro-americanos- soy oficial del departamento de seguridad de la ciudad.

-Ah, bueno, creo que hay mucho por hacer, creo que…

-Aisha Smith, Luther es mi hermano- contestó la chica peinada con trenzas por toda la cabeza.

-Aisha, tiene que entrar a clases, vamos dijo dulcemente.

-Mucho gusto, doc.

-Igualmente-contestó Candy al tomar suavemente el brazo a Aisha y acompañarla a entrar al edificio.

-¿No me va a preguntar nada?

-¿Tendría que hacerlo?- preguntó Candy para darle pie a que ella sola hablara.

-No, solo acompáñeme al salón por favor para que el reverendo vea que vengo con usted y no me regañe.

-Está bien.

Por la tarde en el asilo su trabajo fue un poco más llevadero, las instalaciones si estaban al tanto, ya que Elroy junto con Paty Ann, la hija del alcalde, una chica voluntaria y muy bonita habían preparado todo para que Candy se sintiera como en casa, hasta habían hecho una lista de citas de los pacientes. Que por cierto la agenda si estuvo apretada, porque a parte de incluir a residentes del asilo, también se presentaron mujeres con sus bebés.

Apenas podía caminar, entrar de lleno a su jornada laboral fue precipitado, subió las escaleras después de haber tocado pero nadie le abrió, lo que le alegró ya que podía darse un baño a sus anchas sin la presión de que Albert en cualquier momento le tocara la puerta, entró a su recámara y tomó su ropa, movió su cuello en forma circular y también sus hombros, hizo algunos estiramientos para destensarse de estar casi toda la tarde sentada y abrió la puerta del baño que no tenía cerrojo, el vapor del agua caliente le dio en la cara, Albert estaba cubierto solo con una toalla en la cadera volteó a tres cuartos ya que su posición original era de espaldas a la puerta porque estaba rasurándose frente al espejo. Ahora pudo ver su abdomen marcado como si fuera tallado en mármol, sus piernas gruesas que no estaban cubiertas, su cara a medio enjabonar y el cabello solo algo húmedo que le daba movimiento. Aunque la cara de sorpresa y no grata no la pudo evitar, más bien alcanzó a ver su rostro enrojecido. Candy soltó un grito y cerró inmediatamente la puerta.

Al llegar a su habitación se sentó en la cama

-Creo que no es buena idea vivir en la misma casa que el reverendo.

CONTINUARÁ...

Chicas, un Albert, muuuy diferente, espero que les guste... comentarios ya saben a CB. GE, ARt-G, Centinelas, Residencia y DPA. O a mi mail claumedh .mx

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