Capitulo 1

Sabía que se le estaba acabando el tiempo. Se paso la mano por el cabello al centrar la atención en una parte del contrato que tenía ante si.

Debido a la diferencia de edad que pueda existir entre los contrayentes, la boda deberá realizarse obligatoriamente antes de que el más joven de los cónyuges cumpla veintitrés años.

Siguió leyendo, bajando hasta una de las normas que era la que más preocupado le tenía.

Este contrato es vinculante. Las consecuencias de que el contrato no sea realizado, provocarían el final de las familias Black y Thorment.

Seis míseros meses quedaban para que su familia quedara destrozada. Seis meses y aún no había ningún indicio que pudiera indicarle donde estaban los descendientes de los Thorment. No es que quedara demasiada gente con su apellido como para que esto supusiera realmente un problema, pero se daba el hecho de que se le había enseñado desde antes de que comenzara a andar que nunca jamás debería atreverse a manchar su apellido. Los Malfoy debían engrandecerse en cada generación, jamás retroceder. Y en caso de que el contrato no se cumpliera, perdería lo poco que le quedaba: su orgullo.

Un orgullo que en más de una ocasión había tenido que tragarse para conseguir sus objetivos. La primera vez fue tras el asesinato de su madre. Tardo más de un mes en dar con la ya famosa Orden del Fénix y tuvo que rebajarse a suplicar que le dieran la oportunidad de demostrar que realmente deseaba derrotar a Voldemort.

Pero tuvo que explicar muchas cosas con exactitud, entre ellas que era lo que motivaba a alguien que siempre había dicho que la pureza de la sangre era de extrema importancia a luchar contra aquel que borraría del mapa a todos los llamados sangre sucia y a los muggles.

Y mientras se llevaba la copa de oporto a los labios se sumergió en los recuerdos.

Tenía diecisiete años y estaba escuchando a escondidas la conversación que se mantenía dentro del despacho de su padre. Sabía que las consecuencias de que le pillaran podrían ser terribles, pero no podía evitar la curiosidad natural que le provocaba el hecho de que El Señor Tenebroso se encontrara en su casa.

Pudo ver por una pequeñita rendija en la puerta que sus padres se encontraban arrodillados ante él. Ambos tenían la cabeza gacha y el cuerpo de su padre se sacudió con fuerza cuando el-que-no-debe-ser-nombrado le lanzo la maldición Cruciatus.

Cuando los efectos de la tortura pasaron, su padre murmuro:

-Os ruego que disculpéis la torpeza de la inútil de mi esposa.

-Pero Lucios¿que sería de mí si no exigiera que mis órdenes se cumplan al pie de la letra? Tu familia merece un castigo ejemplar por haber fallado a la hora de cumplir con ellas.

Su madre seguía sin hablar, desde la posición en la que se encontraba podía ver como su rostro estaba extremadamente pálido. Sus manos posadas en el suelo ante ella estaban crispadas y sus labios apretados.

-Mi señor, decidme como puedo enmendar nuestro error.

-Lucios, los errores deben ser eliminados.

En ese instante Narcisa levanto ligeramente la cabeza y con los ojos intento discernir de que modo podía borrarse su error.

-Mi Señor, decidme como deseáis que mi error sea borrado.

-¡Crucio! Parece ser que se te ha olvidado que a menos que yo te de permiso para hablar, hay que estar en silencio en mi presencia. Pero disculpare por el momento tu segundo error...

-Gracias, mi Lord.

-Oh, no me lo agradezcas. Lucios, el modo en que debes enmendar este desacierto es aniquilando a aquel que ha cometido el error.

Desde detrás de la puerta, Draco vio como su padre apretaba las manos y asentía rápidamente con la cabeza. No fue hasta que vio como se levantaba su padre y empuñaba la varita que comprendió cual era realmente el deseo del Señor Tenebroso.

Su madre alzo el rostro, con el miedo desfigurando sus facciones, instantes antes de que su padre lanzara la maldición asesina. Vio como el cuerpo sin vida de su madre caía al suelo, con las extremidades puestas en un extraño ángulo pues en ningún momento se había puesto en pie.

-Muy bien, Lucios. Espero que no vuelvas a cometer ningún error, pues ya sabes cuales son las consecuencias.

Lucios Malfoy asintió con la cabeza e hizo una reverencia ante su Señor.

A pesar de que su sangre estaba hirviendo de indignación y asco, Draco era un ser frío y pensante ante todo. Sin hacer ningún ruido se alejo de la puerta y subió hasta su dormitorio. Una vez allí se teletransporto hasta una distancia medianamente segura de su casa, se encontraba en territorio muggle y no sabía que debía hacer.

Quería venganza, tanto contra aquel que le había engendrado como el que había propiciado en primer lugar la muerte de su madre. El único miembro de su familia que había sido capaz de verle como un ser humano, con errores y virtudes, alguien que no era una mera extensión de un apellido.

Ando metro a metro, alejandose del punto en el que había aparecido sin notar las miradas de extrañeza que había en el rostro de los muggles. Miradas que en otro momento hubieran provocado una agresión verbal o incluso llegar a las manos, en ese momento eran desapercibidas. Alzo sus ojos y miro un alto edificio en una calle en la que solo se veía a una o dos personas. Dentro de ese edificio había un apartamento que pertenecía a la familia Black.

En un acto de rebelión hacía su esposo, Narcisa había andado y comprado ese apartamento dentro de un mundo que debía considerar inferior. Por suerte para Draco, su padre desconocía completamente la existencia de ese lugar.

Entro y subió por las escaleras hasta llegar al decimoquinto piso, miro a su alrededor y tras asegurarse de que no había nadie se acerco a la puerta de su apartamento y murmuro:

-Alohomora.

Tras asegurarse de que la puerta estaba completamente cerrada y afianzar esto con un hechizo bastante complejo, se giro y se apoyo contra la puerta.

No se molesto en encender las luces del piso, a pesar de que no era precisamente la primera vez que estaba allí y sabía donde se encontraban cada uno de los interruptores. Notaba las manos sudorosas y con un fuerte temblor. Tenía la garganta reseca, con los gritos de dolor estancados en ella. La cabeza gacha, en ese momento se sentía vencido. Siempre había sabido que su padre no era digno de confianza, que era un hombre capaz de hacer cualquier cosa para cumplir sus objetivos.

Pero nunca hubiera creído que sería capaz de matar a Narcisa sin que le temblaran al menos una milésima las manos. Había actuado como si estuviera exterminando una molesta plaga, algo que carecía de importancia. No actuó como si la mujer que estaba ante su varita fuera la misma con la que había compartido tantos años, aquella que le había dado a su único hijo y heredero.

Un heredero que había hecho todo cuanto estuvo en sus manos y varita, para asegurarse de inculcarle esos dogmas por los que él siempre se había guiado. Nunca le preocupo los métodos que tenía que emplear para conseguirlo: un bofetón, varios días a base de pan y agua, un Cruciatus cuando su cuerpo fue lo bastante fuerte como para soportarlo. Pero para su desgracia, lo único que consiguió con ello fue crear a un perfecto actor, un camaleón que era capaz de desenvolverse en cualquier ambiente dando la imagen que fuera necesaria en cada momento. Por temor de que los rumores llegaran hasta su padre, se había asegurado de que nunca pudiera haber dudas sobre sus inclinaciones hacía esos dogmas entre los que destacaba la inferioridad de los sangre sucia.

Unas creencias que nunca le habían llenado, unas ideas que notaba un tanto estupidas pero por temor nunca se atrevió a demostrar aquello que realmente opinaba.

Al pensar en esto, recordó a una de las sangres sucias de Hogwarts. Hermione Granger, una sabelotodo insoportable, que en la actualidad luchaba duramente contra el poder del que no debe ser nombrado.

¿Cual era el nombre de la organización a la que pertenecía? Orden de... de... ¿Fénix? Asintió con la cabeza al recordar las maldiciones que gritaba su padre, entre las que destacaba una en la que deseaba la más horrorosa de las muertes a todos los integrantes de esta Orden.

Se alejo de la puerta con la cabeza bullendo en ideas sobre como utilizar esa información. Sabía que no tenía suficiente poder como para destruir a todo aquel que había destrozado la vida de su madre, pero si conseguía una sola posibilidad para unirse a esa Orden, entonces podría hacer realidad su venganza.

Se tumbo en la cama, sin dar ningún luz y sin molestarse por el estado en que podría estar su ropa a la mañana siguiente tras haber dormido una noche entera con ellas puestas. Cerró los ojos... solo para que la imagen del cuerpo sin vida de su madre se le presentara. Una lagrima descendió por su mejilla y fue en ese momento en el que se permitió prescindir de la mascara que había mantenido puesta durante tantos años.

En sus lagrimas se entremezclaba el dolor por la perdida, por una infancia que nunca fue tal, y por que no reconocerlo, por la seguridad que tenía de que sus alocados planes de dar con la Orden del Fénix no servirían de nada.

Un fuerte dolor en su mano hizo que volviera a la realidad, sacudió la cabeza al ver que los recuerdos habían hecho que destrozara la copa que tenía en la mano. Cinco años, cinco largos y malditos años hacía de esa noche... y el recuerdo de ella aún era capaz de dejarle destrozado.

Sus ojos se dirigieron a la chimenea y se levanto, con la resolución corriendo fuertemente por sus venas. Si era necesario, tomaría la búsqueda de esa familia en sus propias manos, pero primero se aseguraría de si el detective que había contratado había sido de utilidad.

Tomo un poco de Polvos Flu y los arrojó a la chimenea haciendo que su cabeza apareciera en el despacho del detective.

-¿Sabe algo ya? –pregunto con un tono altanero y frío.

-Señor Malfoy, estaba a punto de contactar con usted. Finalmente he conseguido dar con la familia del muggle con la que se caso la señorita Thorment. Viven aquí en Inglaterra, a no mucha distancia.

-¿Cual es su apellido?

-Granger, tienen una única hija.

Draco apretó los labios, solo había conocido a una mujer apellidada Granger, y esperaba por todo lo que era sagrado y, por que no reconocerlo, también todo lo maldito que no fuera esa Granger.

-Su nombre es Hermione. Hermione Jane Granger.

Una fuerte maldición escapo de los labios de Malfoy al comprender que estaba destinado a tener que seguir soportando durante algún tiempo más a esa maldita sabelotodo.

Tras obtener la dirección desapareció de la chimenea y se dirigió al aparador para servirse otra copa. Seguida de otra más. Y otra... y es que no todos los días uno descubre que por obligación debe casarse con aquella que durante tanto tiempo fue su enemiga.

Desconocedora de que alguien había estado buscándola durante más de seis meses, Hermione se encontraba enterrada en libros. Hacía poco menos de un año que la Guerra había terminado y tras esta, parecía un descanso el tener que estudiar algo que no tuviera nada que ver con hechizos defensivos o de contraataque. Miro una de las pociones que tenía que memorizar y una sonrisa curvo sus labios. Parecía que había algo bueno en todos los datos que había tenido que memorizar a causa de la Guerra, y es que hubo muchos momentos en que miembros de la Orden no podían trasladarse hasta un sanador a tiempo de salvar la vida. Eso había llevado a que algunos participantes tomaran clases y estudiaran duramente en el campo de la Medimagia, de modo que pudieran mantener sus bajas lo más mínimas como fuera posible.

Algo que no sabían sus padres era que esa experiencia fue lo que hizo que tomara la decisión de estudiar Medimagia. Antes de tener que participar en la lucha, había pensado en estudiar Leyes de modo que pudiera entrar en el Ministerio y finalmente introducir algunos cambios que consideraba imprescindibles para mejorar el mundo mágico. Pero durante esta, había descubierto que tenía un verdadero don para sanar y una facilidad extrema en memorizar las cosas necesarias para salvar las vidas de sus compañeros.

Desvió su mirada del libro al pergamino que tenía extendido sobre su escritorio y tras mojar la pluma comenzó a escribir aquellos datos que consideraba necesario recordar para el examen que tendría en una semana.

Siguió abriendo libros y buscando datos que tuviera que memorizar, amontonando en una esquina de la mesa aquellos que ya no le eran de utilidad.

El nombre de una de las pociones atrapo su atención, fue la primera que tuvo que aprender. Esencia de Díctamo. Miro el papiro, con su mano sujetando la pluma encima de él, acababa de escribir este nombre aunque era casi imposible de descifrar por el fuerte temblor que se extendía por todo su cuerpo. Se fijo en su mano y la vio cubierta de sangre, de la sangre que solía ver en sus pesadillas, una lágrima descendió lentamente por su mejilla mientras los recuerdos la asaltaban de un modo en el que le era imposible escapar de ellos.

Terribles maldiciones surcaban el aire. Se había preparado duramente para esto, pero no sabía que era imposible prepararse para una de las muchas batallas que serían necesarias para obtener la victoria. Podía mentalizarse para ello, pero nadie le había dicho nunca como se veía una guerra estando en el mismo centro de esta. Y no era una visión agradable...

Habían sido divididos en grupo, cada uno dispuesto a atacar desde un flanco diferente. Miro a su alrededor y vio las caras serias y blanquecinas de Luna, Ginny, Neville, Harry y Ron. Apretó con más fuerza la varita en su mano, temiendo que a causa de su palma sudorosa esta resbalara. Por su mente pasaban rápidamente los hechizos que había memorizado, pero su boca estaba seca desde el momento en que vio la primera luz verde que indicaba que la lucha había comenzado y había habido la primera baja.

Tenía miedo, no le daba vergüenza reconocerlo, no era miedo solamente por ella sino también por cada uno de sus amigos y cada persona dentro y fuera del mundo mágico que le importaban.

La muerte se acercaba y sabía que la miraría directamente a los ojos, la varita preparada y un hechizo a punto de salir de sus labios. Porque no podía vivir siendo una cobarde, no podía darle la espalda a sus amigos, a sus padres que desconocían todo lo que estaba pasando, que no sabían que su hija estaba arriesgando su vida también para mantenerlos seguros a ellos.

Una maldición dio de lleno a un miembro de su grupo, la mirada de Hermione se dirigió sin poder evitarlo al cuerpo inerte de este chico valiente y demasiado joven para morir, pero que en ese momento carecía de cualquier halito de vida en el cuerpo.

Esa muerte dio la fuerza necesaria a su mente, corazón y alma para ser capaz de no vacilar cuando tuviera que utilizar una de las maldiciones imperdonables. El temblor de sus manos paro y noto como las dos terribles palabras salían de sus labios, Avada Kadreva, la Maldición Asesina. Y en ese segundo supo que una parte de ella acababa de descender a los Infiernos. El hechizo dio de lleno al Mortifago, que no esperaba que una chiquilla tuviera el valor y el odio necesarios como para que esas oscuras palabras surtieran un verdadero efecto. Pago caro su error, pues su cuerpo cayo a tierra aún con una expresión de incredulidad pintada en sus facciones, las mascaras dejadas atrás hacía tiempo pues ya carecía de importancia que todo el mundo conociera la identidad de aquellos que apoyaban incondicionalmente al Señor Tenebroso.

En esa batalla, no hubo más dudas en la mente de Hermione. No se las permitió. Había comprendido que en la lucha o morías o matabas. No quedaba lugar para la decencia, para un duelo justo, para una batalla en igualdad de condiciones.

No fue hasta muchas horas después que comprendería la verdad que había descubierto en ese campo de batalla. Apoyada contra una de las paredes del dormitorio que se le había asignado, permitió que sus piernas cedieran, deslizándose hasta el suelo, quedando como una muñeca rota que ha sido olvidada hace mucho por su dueño. Hecho la cabeza hacía atrás y un mudo grito escapo de sus labios. Esa noche había acabado con la vida de más de un Mortifago, sin que su voz y mano temblaran, repartiendo una justicia que durante toda su vida creyó que solo pertenecía realmente a Dios.

Esa noche se había visto obligada a tomar la justicia por su mano, porque cuando sabes que solo puedes elegir entre vivir y morir, no hay ninguna duda de cual será tu elección. Y esa elección había arrancado de un solo golpe la mayor parte de inocencia que se encontraba en el interior de la joven.

Las lágrimas se deslizaron por su rostro. Tanto por sus compañeros caídos como por lo que se había visto obligada a hacer. Miro sus manos y tuvo que morderse el labio hasta notar como su boca se llenaba del acre sabor de la sangre para evitar que gritos desesperados salieran de ella.

Sus manos estaban manchadas de sangre, aunque no hubiera ni una minúscula partícula de esta en ellas, Hermione la veía. Sangre negra y espesa, manchando completamente sus manos. Las subió hasta su rostro apoyandolas sobre su rostro y permitió que el poco control que le quedaba se desvaneciera.

Paso horas sentada en el suelo, mirando al vació y con las imágenes de esa batalla moviéndose por su mente. Se levanto con las piernas temblorosas y bajo hasta la cocina, encontrándose allí a Neville. Él tenía un profundo corte en la mejilla y estaba poniéndose una poción que tras ser aplicada en el corte dejaba escapar un extraño humo verde y se sorprendió al ver que la herida sangrante parecía tener ya varios días.

-Neville¿que es eso?

-Esencia de Díctamo. Es muy útil, suelo llevar siempre un poco ya que como a menudo me caigo y demás pues para poderme curar si me hago alguna herida.

Hermoine frunció el ceño y tras despedirse, se dirigió a la biblioteca que había en la casa de Sirius. Miro detalladamente todos los libros, hasta dar con uno titulado "Mil pociones curativas", lo tomo y tras apoyarlo sobre la mesa, comenzó a pasar las paginas hasta finalmente encontrar la poción que buscaba. Miro los ingredientes y una sonrisa curvo sus labios, no eran demasiado difíciles de conseguir.

Cuando Neville había hecho el comentario sobre las heridas, recordó varios hechizos sobre los que había leído brevemente en su búsqueda de ataques defensivos. Estos hacían que salieran diferentes heridas que podían provocar que una persona se desangrara. Si toda la Orden llevaba encima una pequeña botellita con esa poción, sería posible curar en el mismo campo de batalla algunas de las peores heridas. Pero también tendría que buscar alguna clase de hechizo que endureciera el cristal de modo que no pudieran romper accidentalmente los frascos con la pócima.

La joven se encontraba pálida, parecía difícil creer que no hubiera perdido la conciencia aún, y volvía a sentir el sabor de la sangre en su boca, como aquella noche de hacía tanto tiempo. Miro hacía la puerta de su habitación, centrando su atención preocupada de haber hecho algo que provocara que sus padres entraran por esa puerta con los ojos muy abiertos y los corazones atronando dentro de sus pechos.

Aunque les había explicado parte de lo sucedido, en ningún momento había procedido a explicar los detalles de lo que se había visto obligada a ver o hacer. Notaba como terribles escalofríos recorrían su cuerpo, y por primera vez en su vida se vio obligada a desatender sus estudios y moverse cuidadosamente hasta su armario, sacando de un cajón un frasco con una poción que la haría dormir sin soñar. La poción había permanecido oculta, no había querido tocarla, sabía que podía acabar siendo adicta a esta y ese hecho le había encogido el corazón. No quería depender de ella, por lo tanto solo cuando veía que estaba a punto de romperse la tomaba.

Con el sabor de esta aún en los labios, se tumbo en la cama, sin desvestirse ni abrirla, pues notaba que sus piernas no aguantarían su peso mucho más tiempo. Las lágrimas mojaron su almohada y apretó fuertemente la mano cerrada en un puño, clavándose las uñas en la palma de la mano en un desesperado intento de apartar su mente de esas terribles imágenes.

Era en momentos como ese que comprendía porque estaba habiendo tantos suicidios en el mundo mágico. No es fácil vivir sabiendo lo que has tenido que hacer, pero se negaba a que ese fuera su destino. Se fortalecería y solo sería cuestión de tiempo que la guerra solo fuera un mal recuerdo en su mente. Pero temía el tiempo que tardaría hasta que llegara ese momento. Se forzó a pensar en Ron y Harry, para apartar su mente de esos negros recuerdos y poder pensar aunque solo fuera durante una milésima de segundo que todo había valido la pena.

Su mente aceptaba este hecho, al igual que había comprendido siempre que las circunstancias la habían llevado a saltarse cada norma en la que creía. Pero no podía conciliar el sueño al saber que se había visto obligada a tomar más de una vida humana a pesar de que fuera en defensa personal. Sentía que tenía el alma quebrada pero esperaba que fuera simplemente cuestión de tiempo que pudiera recomponer esos trozos hasta que sus pesadillas poco a poco fueran haciéndose menos habituales, comprendía que el tiempo que le llevara conseguirlo sería uno de los más negros de su vida. Al fin y al cabo cada vez las pesadillas eran menos frecuentes.

Horas después fue despertada por el estruendoso sonido de su despertador, movió la mano aún más dormida que despierta y lo apago. Se levanto y desperezo, procediendo a vestirse con unos vaqueros, una camiseta y la túnica encima. Entro en el cuarto de baño y mientras se peinaba vio como su rostro se veía demacrado, con pálidas ojeras bajo sus ojos. A pesar de la poción, no había conseguido descansar mucho. Un suspiro escapo de sus labios cuando cogió los libros y demás útiles que debía llevar a clase y bajo a desayunar.

Sus padres se habían marchado hacía unos minutos, dejándole el desayuno preparado sobre la mesa. Se lo comió con prisa y se desmaterializo apareciendo en un amplio terreno que daba al magnifico edificio en el que se impartían, entre otras, las clases de Auror y Medimagia.

Esa fue una de las pocas veces en la vida de Draco Malfoy en las que se vio obligado a vestirse con ropa muggle. Tenía que ir a la consulta del señor Granger y no podía ir con su ropa habitual si no quería despertar miradas inquisitivas en los muggles. Y no es que le importara en demasía lo que estos pensaran, pero se conocía lo bastante bien como para saber que no iba a soportar ni una sola mirada de curiosidad o extrañeza.

Miro el amplio recibidor de la consulta y se acerco a la recepcionista, explicándole en pocas palabras que debía hablar con el señor Granger. La joven alzo una ceja al mirarle y dijo:

-Señor, él tiene toda la tarde ocupada, si desea le puedo dar cita para mañana.

-¿No ha oído que tengo que hablar ahora mismo con él? Es algo referido a su hija.

La joven frunció el ceño tras esas palabras y se levanto, dirigiéndose hasta la consulta para comentarle rápidamente a su jefe que un extraño joven se encontraba en la salita diciendo que tenía que hablar sobre algo de la señorita Granger con él.

Tras acabar con el paciente que tenía dentro de la consulta, salio acompañado por la joven hasta donde se encontraba Draco.

-¿Señor Granger? Soy Draco Malfoy, tengo que hablar con usted, es sobre la familia Thorment.

El señor Granger frunció el ceño y miro de arriba abajo a ese joven rubio. Poca gente sabía que su madre se había apellidado así, y los que aún lo recordaban, pertenecían al mundo mágico. Asintió con la cabeza e hizo que le siguiera hasta su despacho que se encontraba al final de un largo pasillo.

Tras sentarse e indicarle que hiciera lo mismo, espero que Draco explicara para que se encontraba allí.

-No sé si su madre le hablo acerca de la familia Black, pero en este contrato firmado por su familia y por la mía, se establece con un hechizo vinculante que se debe realizar un matrimonio.

-Mi madre me lo comento una vez, pero de eso hace años, de modo que había olvidado completamente todo esto.

-Como puede imaginar, necesito que hable cuanto antes con su hija y le explique lo que está pasando detalladamente.

Un suspiro escapo de los labios del padre de Hermione, la conversación que le esperaba no le entusiasmaba precisamente. Pero recordaba lo suficiente como para darle las explicaciones necesarias a su hija de modo que ella fuera capaz de entenderle por completo.

-Esta misma noche se lo explicare cuando llegue a casa.

-Entonces, mañana le enviare una lechuza para que ella y yo podamos ultimar los detalles de esta boda.

Sin tener nada más que decirle al señor Granger, se levanto y salio del despacho, hasta llegar a la calle y a un punto sin transito en el que podría desmaterializarse hasta su casa.

Hermione llego a su casa cansada pero feliz tras un provechoso día de estudios. El hecho de encontrarse a sus padres sentados juntos, mirando al vació y con una expresión extremadamente seria tendría que haberla preparado para lo que se avecinaba. Tras saludarles, subió hasta su dormitorio y dejo sus materiales encima del escritorio. Bajo de nuevo y se preocupo al ver que sus padres seguían sin moverse y la miraban de un modo algo extraño.

-Hermione, tengo que hablar contigo.

La joven se detuvo en su camino hacía la cocina y se giro al oír la voz de su padre. Se acerco y espero a que hablara.

-Siéntate.

Ahora si podía afirmar que verdaderamente algo malo estaba pasando, pues no era normal que su padre se comportara de esta manera y su madre permaneciera en silencio, pues incluso al decirle "hola" su voz había sonado algo temblorosa. Se sentó y miro a su padre.

-¿Que pasa?

-Veras, no sé como explicarte esto. Imagino que tendría que haberte dicho algo hace ya mucho tiempo, cuando descubrimos que eras una bruja, pero creía que esta historia no tenía porque salpicarte... espero que me sepas perdonar por no haber tenido el valor necesario de no hablarte sobre ello hasta que ha sido demasiado tarde.

-Papa, me estás asustando. ¿Que pasa?

-¿Te acuerdas de la abuela Miranda? Era una Thorment, perteneciente a una antiquísima familia de magos. Ella fue una squib y en aquella época eso estaba casi peor visto que ser un mago hijo de muggles. Mi madre hablaba muy poco de ese tiempo, solía decir que la segunda persona que nunca la juzgo mal por ser incapaz de hacer el más sencillo de los hechizos fue mi padre...

-Entonces¿como es que tu no eres mago?

-Es extraño, la magia se puede saltar una generación, raramente dos... pero en ocasiones el poder de una familia, no sé sabe porque, desaparece completamente y no vuelve a surgir. Mi madre al ver que yo no tenía ninguna habilidad mágica creyó que ese era el caso de nuestra familia. Murió cuando tu tenias diez años, nunca estuvo presente cuando pasaban esas extrañas cosas, y... hasta en su lecho de muerte, no me explico quien era, ni el contrato que estaba firmado por su familia y por la nuestra. Un trato que en la actualidad es intransferible y por desgracia no hemos visto el modo de evitarlo.

-¿Que trato? Papa, por favor, explícate bien.

Su padre asintió con la cabeza. En cierto modo temía la reacción de su hija, sabía que lo que tenía que decirle no era fácil de aceptar o comprender.

-El contrato trata sobre el matrimonio que tendría que haber unido a las familias Thorment y Black. Tú eres la ultima descendiente, con poder mágico, de los Thorment.

-¿Black? –murmuro la joven, recordando al padrino de su mejor amigo, no era posible que se estuvieran refiriendo a él.

-Sí, este chico se ha presentado hoy en la consulta. Su nombre es Draco Malfoy.

-Papa, te ruego que me digas que estás bromeando. Por cierto, es una broma de pésimo gusto.

-No es una broma.

-Pero es que es imposible que Malfoy y yo tengamos una relación, nos cuesta Dios y ayuda tener una conversación medianamente civilizada, mucho menos podría pensar en que él estuviera incluido en mi futuro.

-Hija, si no asumes tu responsabilidad como descendiente de Miranda, nuestra familia se extinguirá. Esa es una de las pocas cosas que me explico mi madre, la importancia que tenía ese contrato. Pero, lo siento, no le di la importancia que tendría que haberle dado.

Hermione sacudió la cabeza, asombrada por el cariz que estaban tomando los acontecimientos.

-Seguro que esto es una broma de Molfoy. Cuando lo pille, que se prepare que parece que aún no sabe quien es Hermione Jane Granger.

-No es una broma –repitió de nuevo el padre, un poco cansado ya de que su hija no confiara en lo que le estaba explicando-. Pero, bueno, mañana tendrás tiempo de hablar con él. Antes de irse, me ha dicho que te enviara una lechuza para acordar la hora en que tenéis que encontraros.

Hermione apretó los puños y se trago la palabra "broma" que no dejaba de saltar y brincar por su mente. Esta noticia la había descolocado por completo y no sabía como reaccionar a este hecho. Nunca nada había logrado dejarla tan descolocada como lo que acababa de explicarle su padre y no era una sensación agradable la que estaba experimentando. Estuvo tentada de darle un poco de Verisaterum para hacer que confesara que estaba bromeando con ella pero le conocía lo bastante bien como para saber que él jamás bromearía con algo así.

-Papa –musito la joven, con la boca completamente seca-, voy a subir a mi habitación, tengo que pensar...

Se levanto del sofá, notando como sus piernas parecían incapaces de sostenerla. Deseaba correr y cerrar su habitación, de modo que las malas noticias se quedaran estancadas fuera pero sabía que todo lo negativo tenía que ser enfrentado de frente. A pesar de haber combatido al lado de Draco, no podía evitar el no terminar de confiar en él.

Se tumbo en su cama y el nombre de él volvió a su mente. Draco Malfoy. Parecía que ese maldito nombre se hubiera establecido en su mente desde que su padre le contara todo. Esto trajo consigo que recordara la primera ocasión en la que este dejo a un lado su orgullo y menosprecio a los que consideraba inferiores y se presento ante la Orden.

Llevaba viviendo casi algo más de tres meses en la casa de Grimmauld Place, junto a Harry y Sirius.

Se dirigió rápidamente hasta el despacho en el que se llevaría a cabo una reunión de urgencia. No podía evitar que miles de terribles pensamientos revolotearan por su mente, sin llegar a detenerse lo bastante como para que se pudiera estar seguro de nada, sobre cual sería la motivación de Dumbledore para haber convocado esa reunión en concreto.

Abrió la puerta y se quedo paralizada en el umbral. Saco rápidamente su varita y la apunto hacía el rubio que permanecía cerca de la mesa. Reconocería ese porte en cualquier sitio. Tenía ante si a un Malfoy, seguidores eternos del que no debe ser nombrado.

-¿Que demonios haces aquí?

Draco se giro, su rostro estaba serio y no presto mucha atención al hecho de que la joven tuviera la varita lista para atacar.

-Dumbledore me ha traído.

La joven no le perdió de vista en ningún momento, temerosa de cuales podrían ser las causas que habían provocado que estuviera ahí. Miro su rostro y por primera vez aprecio que ya no tenía ese aire arrogante y esplendoroso que le había caracterizado durante sus años en Hogwarts. Todo lo contrario. Tenía los hombros caídos, su mirada se veía apagada y sin brillo, con fuertes ojeras violáceas bajo ellos, el rostro algo más pálido de lo normal y la piel cetrina. Parecía que había pasado algo realmente terrible.

-¿Para que te ha traído?

-Creo que tendrías que esperar a que estuvierais todos, la verdad no me apetece tener que explicarme dos veces.

A pesar de las palabras que parecían "amables" su tono no lo había sido. Seguía siendo frío como el hielo, duro y levemente siseante. La joven alzo una ceja ante estas y siguió vigilando cada uno de sus movimientos al lado de la puerta, preparada para atacar y gritar por refuerzos en caso necesario.

Después de que todos los miembros estuvieran en la sala y hubieran tomado asiento, Dumbledore explico a grandes rasgos porque se encontraba ahí Draco. Ante las fuertes palabras que siguieron a esto, Draco tomo la palabra.

-Creo que tengo motivos más que suficientes para desear ver muerto al Señor Tenebroso.

-Pero no confiamos en ti, no podemos luchar a tu lado –dijo Alastor Moody.

-Mi padre mato a mi madre por ordenes de ese ser¿creéis realmente que no quiero obtener justicia? O venganza, o como demonios querías llamarlo. Pero tengo motivos más que suficientes para estar dispuesto a cubriros las espaldas y luchar a vuestro lado.

Después de que Draco hablara, Dumbledore tomo la palabra:

-Opino que se le debe dar una oportunidad –tras estas palabras no se espero las opiniones de los demás, a pesar de todos los gritos que se habían alzado con ellas-. Serás vigilado de cerca, en una semana tendrás tu primera misión. Hermione te acompañara hasta la habitación en la que permanecerás. Ten en cuenta que si en cualquier momento traicionas nuestra confianza, no podremos confiar en un simple hechizo desmemorizador por lo que nos obligarías a acabar con tu vida.

Albus Dumbledore odiaba lo que había tenido que decir, realmente no le gustaba la idea de que si ese chiquillo demostraba ser un traidor tendría que acabar con su vida. Pero había demasiado en juego en esa guerra y no podía permitirse correr ningún riesgo innecesario.

Cuando la joven y Draco se levantaron, Dumbledore les lanzo una dura mirada a Harry y Ron. Sin necesidad de palabras consiguió que volvieran a sentarse a pesar de que se notaba que no confiaban en lo más mínimo en Draco.

Hermione le condujo por esa casa laberíntica hasta llegar a una habitación del segundo piso. Antes de dejarle en ella y marcharse, le miro y dijo:

-Quiero que sepas que vamos a estar observando cada uno de tus movimientos, se haces cualquier cosa que sea algo sospechosa no creas que vamos a esperar a que Dumbledore actué. No podemos permitirnos tener un traidor entre nosotros.

Los ojos de Draco se encendieron y mil palabras pasaron por su mente, pero no salieron de su boca ya que sabía que en ese momento cualquier cosa que dijera podría ser utilizada en su contra. Podía y sin duda sería utilizada.

A pesar de tener que entregar el Lunes un ensayo bastante largo, Hermione se encontraba incapaz de centrar su mente en aquello que tanto la apasionaba. Sabía que Draco había cambiado, el asesinato de su madre fue el primer paso que le llevo al cambio, pero seguía teniendo los mismos defectos que en Hogwarts y comprendía que si tenía que casarse con él su vida sería un infierno durante ese tiempo.

Harry y Ron finalmente dejaron los insultos y aceptaron que Draco estaba en el mismo bando que ellos, esto ocasiono que si bien seguían habiendo "insultos" estos no fueran con intención hiriente sino como un extraño modo de distender el ambiente tan tenso que se respiraba sobretodo hacía el final de la guerra.

Comprendía que había cambiado, aunque no soliera demostrarlo, pero eso no borraba el hecho de que él hizo cuanto estuvo en su mano para hacerle la vida imposible durante años. Aunque hubieran luchado codo con codo en muchas batallas, aunque no dudara al tener que confiar en que él le protegería la espalda, no podía evitar el tener miles de dudas acerca de lo que se avecinaba. Y esas dudas surgían de la parte más lógica del cerebro de Hermione, no se estaba dejando llevar por la imaginación sino por la pura realidad de que Draco aún menospreciaba a los muggles. Y aunque ahora acabara de descubrir que realmente era mestiza, también sabía que los squibs estaban considerados como la "plaga" del mundo mágico. Eran una vergüenza, y como tal habían sido ocultados en los armarios más oscuros de hasta las mejores y más antiguas familias mágicas.

Con mil ideas y pesares en mente, se sentó cansadamente en la silla ante su escritorio, tomo papel y pluma y comenzó a escribir una carta.

¡Hola, Harry! Y hola también a ti Ron, que se que Harry no tardara nada en dejarte leer la carta.

Os extrañara que os este escribiendo esto cuando el Lunes volveremos a vernos, pero es que no podéis imaginar lo que ha pasado cuando he llegado a mi casa. Mis padres me estaban esperando, y me han soltado una noticia... ¿como definirla? Creo que la palabra más adecuada es "asombrosa".

Veréis, resulta que mi abuela Miranda (sí, Ron, sé que nunca te he hablado de mi abuela, pero hay muchas cosas que no te he contado así que sigue leyendo sin hacer preguntas tontas) fue una squibs. Su familia era muy buena amiga de los Black y determinaron que sería adecuado unir ambas familias en matrimonio. Pero al no tener ella ningún poder, decidieron que la siguiente generación que naciera de su línea tendría que casarse con un Black. Y no cualquier Black, sino con el descendiente de aquel que se negó a ver más allá de la falta de poderes de mi abuela.

Bueno, lo peor no es eso. Es que es un contrato mágico, por lo tanto vinculante a pesar de no estar firmado por mi. Bueno, eso casi puedo aceptarlo pero lo peor de todo es que ese hombre con el que se supone que tengo que casarme es Malfoy. Sí, chicos, Draco Malfoy. De verdad que no me puedo creer mi mala suerte...

La verdad es que aún no sé con exactitud los términos del contrato, por lo tanto no sé si podré tener la suerte de encontrar algún resquicio que pueda utilizar para evitar toda esta locura.

Hermione

Tras firmar la carta la cerró y se dirigió a la lechuza que dormitaba en su habitación. La había comprado al poco de comenzar a luchar en la guerra, había sido una necesidad tener una que pudiera llevar mensajes. Por ello también era una lechuza extremadamente normal, sin rasgos que pudieran destacarla de modo que nadie hubiera podido extrañarse si la veía tomando a menudo una misma dirección ya que facilmente se la podía confundir con otras veinte.

-Lowell, tienes que llevarle esta carta a Harry –dijo mientras ataba con cuidado la carta a la pata de él.

Abrió la ventana y la dejo salir, sabiendo que Lowell sería capaz de encontrar a Harry estuviera donde estuviera. Después de escribir la carta, las dudas la asaltaron. Sabía que podía confiar con su misma vida en Harry y Ron¿pero como reaccionarían al saber lo que se veía obligada a hacer?

Con esta idea en mente, la asaltaron miles de dudas. La verdad es que ellos fueron los primeros amigos que hizo, amigos de verdad. De los que son capaces de cualquier cosa para ayudarte, de los que arriesgan la vida por ti, los que son capaces de consolarte cuando lloras mientras sus mentes despotrican contra aquel que te ha hecho daño. Y no era de extrañar que por estas y otras razones les quisiera como hermanos. Trato de convencerse para no temer la respuesta que llegara de ellos, les conocía, sabía que no le darían la espalda, pero no podía sacarse la espinita que tenía en el corazón de solo pensar que ellos la pudieran mirar con odio o asco.

Suspirando derrotada, sabiendo que no podía hacer nada con esas inseguridades, se desvistió y se puso un cómodo pijama de franela rojo. Sabía que no era precisamente un atuendo muy "bonito", pero siempre había sido de la opinión de que el descanso era imprescindible para tener la mente despejada y la quería completamente clara para el día siguiente.

Se metió en la cama, tumbándose de lado y mirando por la ventana las casas de enfrente. Cerro los ojos e intento relajarse, dejándose caer en el sueño.

El despertador sonó a la misma hora de todos los días a la mañana siguiente. La joven ya estaba despierta y se movió por la habitación para apagarlo. Giro hacía el armario y saco unos vaqueros azul oscuro y una camiseta que su madre se había empeñado en comprarle. Tenía que reconocer que era bonita, pero no era su estilo. Y es que para la ropa de a diario prefería la comodidad y algo con un escote pronunciado y ceñido desde luego no podía entrar en esa calificación. Entro en el cuarto de baño y sin fijarse demasiado en la imagen que le devolvía el espejo se desenredo el pelo y lo recogió en una larga trenza.

A los pocos minutos de salir de su habitación, se encontró con una lechuza en la cocina. Era completamente negra y con unos lindos ojos amarillentos.

-Hola, mama. ¿Has visto de quien es la carta? –señalo a la lechuza.

-Hermione, cada vez que intento acercarme, ese maldito animal me pega un picotazo. Imagino que se le ha dicho que solo tu puedes coger la carta... o yo que sé lo que le pasa a ese bicho.

-Tranquila, ahora te bajo un poco de Esencia de Díctamo –se giro y subió corriendo las escaleras, bajando en cuestión de minutos con un pequeño frasquito en la mano-. Ten.

Se acerco a la lechuza hablándole con un tono dulce y tomo la carta. Frunció el ceño al ver de quien era.

-¿Pero... quien se cree para escribirme así? Ni que el muy impresentable pudiera darme ordenes –despotrico.

-Cariño¿qué pasa? –su madre se giro apartando su atención de la sartén en la que estaba preparando una tanda de tortitas.

-Mi "prometido", que su modo de hablar no podría ser más... galante. Mira lo que pone. "Espero que tu padre te haya explicado lo que pasa; pasare a recogerte a las dos, estate preparada y, por Merlín, arréglate un poco" –mientras leía imito un tono ligeramente siseante y frío, altanero.

-¿Por que hablas así? –pregunto su padre al entrar en la cocina.

-Por nada, es que le estaba leyendo a mana la carta de Malfoy y simplemente he imitado su modo de hablar.

-Hermione, sabes que no me gusta que menosprecies a la gente.

-¿Menospreciar¿Yo? Papa, no lo conoces como para poder juzgar porque actuó así cuando se trata de él.

-No me importa. Por la memoria de tu abuela, intenta comportarte. Y si con eso no te basta, piensa en mí y lo mal que me sentiría al comprender que no he sido capaz de educar correctamente a mi hija.

La joven apretó los labios y agacho la cabeza. Conocía a su padre, era un hombre que verdaderamente odiaba a la gente que se consideraba superior a los demás y además no se preocupaba por tontos prejuicios. Asintió con la cabeza, dándole a entender que comprendía lo que le había dicho y que haría lo que estuviera en su mano para no decepcionarle.

Una sonrisa curvo sus labios cuando vio como su madre colocaba las tortitas sobre la mesa. Aunque fueran dentistas nunca le habían dicho que no podía comer dulces, solo que no comiera demasiado y que siempre se lavara dos veces los dientes después. Disfruto como una niña con las dulces tortitas bañadas en chocolate, subió a su dormitorio y con el agradable sabor a mentol que siempre le dejaba la pasta dentífrica se sentó ante el escritorio. Eran las diez de la mañana, de modo que podría trabajar durante unas horas en el ensayo sobre la poción Matalobos.

Tomo un libro y comenzó a ojearlo, apuntando en sucio todo aquello que veía interesante desde información de la poción como los resultados que se estaban obteniendo en otras más potentes que permitieran al licántropo ser consciente de sus actos durante la transformación. La verdad es que por el momento esa poción parecía más una quimera que otra cosa, pero por las noticias que obtenía gracias al boletín medico al que estaba suscrita sabía que por el momento se estaba ensayando en laboratorios.

Pensó en Remus Lupin y deseo poder informarle de los avances que se estaban haciendo en cuanto a la licantropía, pero era un deseo inútil ya que él había desaparecido poco después de la última batalla. Sabían que estaba vivo y sano, pero en ningún momento les había indicado donde encontrarle.

Habían llegado a trabar una fuerte amistad con él y le dolía lo que había hecho al alejarse, pero sobretodo le dolía ver a la pobre Tonk que a pesar de todo seguía amándole y esperando que él volviera.

Sacudió la cabeza sacando estos pensamientos de su mente y volvió a centrarse en los estudios.

Cuando mucho después se estiro suavemente para quitarse la rigidez de los hombros por estar durante tanto tiempo inclinada sobre un libro, miro el reloj. La una y media. Le quedaba media hora para que Draco viniera a buscarla. Estaba muy tentada a irse tal y como estaba en ese momento, pero sabía que su padre la había escuchado mientras leía la carta y consideraría un insulto a la memoria de su madre el que su hija le hiciera un desplante a Malfoy. Con un suspiro de derrota se levanto y se encamino hacía el armario.

Mientras pasaba una percha tras otra, una sonrisa curvo sus labios. Había hallado el modo de demostrarle a Malfoy que no iba a ceder ante él y al mismo tiempo no molestar a su padre. Saco un vestido largo de un tono borgoña con hermosos bordados en dorado. Ropa muggle con los colores de Gryffindor. Seguía sonriendo cuando empezó a recogerse el cabello en un apretado moño en el que se podían ver algunas ondulaciones a causa de la fuerza de sus rizos. Dejo unos mechones sueltos y les aplico un poco de poción fijadora haciendo que se vieran como hermosos bucles enmarcando su rostro.

Se puso el vestido y se alegro de que su madre la hubiera convencido de comprarlo en una de esas raras ocasiones en las que iban de tiendas juntas. El vestido era ceñido, provocativo sin llegar a rozar lo vulgar. Con un escote barco y una muy disimulada abertura a lo largo de la pierna derecha hasta llegar a dos palmos por encima de la rodilla. Cuando estaba quieta, parecía completamente cubierta, pero al andar la abertura dejaba ver sus largas piernas que terminaban en unos pequeños pies enfundados por unos zapatos rojos de tacón de aguja.

Escucho el timbre de la puerta y tras una ultima mirada al espejo para asegurarse de que sus padres no pudieran tener queja alguna en cuanto a su apariencia, cogió un chal dorado y bajo las escaleras. Sus padres estaban hablando con Draco. Por primera vez lo vio sin las típicas túnicas y tuvo que reconocer que sabía sacar partido a la ropa muggle. Y es que aunque le pesara, a él le quedaba muy bien ese traje negro de raya diplomática con camisa blanca y una corbata de un tono verde oscuro casi negro.

-Malfoy.

-Granger¿estás lista? –la miro de arriba abajo y enarco una ceja. Ella asintió con la cabeza y se despidió de sus padres.

Se acerco hasta donde estaba él y Draco apoyo una mano en su espalda y la dirigió hacía la puerta. Pareció no notar el escalofrío que había recorrido el cuerpo de la joven al sentir como la tocaba.

Hermione le miro y supo que tendría que luchar duramente contra él. No podía permitirse olvidar que esto no era una cita real ni el hecho de que estaba con Draco Malfoy, aquel que durante tantos años le había hecho la vida completamente imposible con insultos que, si bien no demostraban su inteligencia, seguían siendo hirientes.

No podía permitirse encontrarlo atractivo y el reconocer que la ropa muggle le sentaba bien la hacía encaminarse en ese camino que sabía acabaría siendo oscuro y tenebroso. En ese momento se decidió a levantar las defensas, dejándolas al mismo nivel que antes de que hubieran luchado juntos. Él podía haber cambiado algo y demostrar ser digno de confianza, pero no debía olvidar que seguía siendo un Malfoy y nada que llevara asociado ese apellido era bueno.


Mi primer fic sobre HP, y me centro en una de mis parejas preferidas, Hermione y Draco. Como podréis ir viendo, no hay spoilers de cosas que a día de hoy no conocemos todos... por lo que me permito cambiar ligeramente la personalidad de los personajes, ya que la guerra no será tal y como se ve en el séptimo libro sino mucho más oscura. Por lo menos en mi opinión, y es que me cuesta creer que el "bando de los buenos" no tuviera que soltar ningún Avada de modo que aquí veremos de un modo más "realista" una guerra. No sé si voy a ser capaz de plasmar las ideas que tengo tal y como se definen en mi mente, de modo que si me veis cualquier error no dudéis en decírmelo.

¡Ah! Y a los que no les guste que se den cambios en los personajes, sobretodo vosotros, decidme si consideráis creíble los cambios que poco a poco se van a ir viendo y que son consecuencia de la lucha que tuvieron que enfrentar... también espero que todos aquellos que ya leían mi historia, al leer este capitulo hayáis empezado a comprender lo que me ha impulsado a hacer los cambios.