Lo logre, no sé cómo, no sé por qué, pero simplemente un día desperté y al abrir los ojos…, lo era… ¡Era un árbol!
Aunque es más qué nada un decir. Los arboles no tienen ojos y no pueden ver, pero a través de lo que yo sentía que eran mis raíces, podía interactuar con el exterior. No podía ver, no podía oler, no podía moverme, no podía escuchar, pero si podía sentir. Sentía como a través de mis hojas el viento pasaba suavemente trayendo consigo esporas y algunos insectos que se postraban en mis desoladas ramas. Sin darme cuenta un pequeño bulto hacia peso en una de mis extrañas y poco útiles extremidades, supuse que se trataba de un panal de abejas y yo me había convertido en su nuevo y humilde hogar. Pero su felicidad se vio opacada pronto por una fuerte granizada…, aunque realmente no tiene sentido; podría decir que se trataban de unos potrillos traviesos que le lanzaban piedras al panal y algunas me caían fuertemente encima, pero nunca podre confirmarlo, no hay manera. El panal termino por caer en el suelo y me sentí solitaria de nuevo.
El tiempo transcurrió rápidamente, aunque para los ponis hubiesen pasado meses o años, yo solo sentía que fuesen horas o días, en efímeros momentos me veía afectada por la madre naturaleza y sus poderosas estaciones. Brotaban pequeñas flores en mi, estas luego se secaban, pronto se cayeron y por ultimo un frio atroz me carcomió todita, supuse que sería mi fin pero como ya lo había dicho, el tiempo paso rápido y mis brotes florales habían vuelto.
Sentía que en algunas ramas en vez de crecer bultos grandes, solo sentía un peso pequeño y acolchonado, no me costó mucho comprender que varias de las aves que volvían a aparecer después del invierno eran las que habían comenzado a hacer sus nidos en mí, ¡no lo podía creer! ¡Era su matriarca!
El peso en mis ramas proveniente de los pájaros que hace tiempo habían tenido crías, comenzaba a desaparecer y sin más me volví a sentir sola.
Paso poco tiempo hasta que volví a sentir interacción del exterior, pero no era en mis ramas sino en mi tronco, esto venía acompañado de unas extrañas pero muy acogedoras vibraciones. Era un poni que gentilmente recitaba su poesía recostado en mí. No podía entender ni una palabra que salía de su hocico, pero la suavidad y el ritmo que impartía en mi era lo suficiente como para reconocer que se trataba de un experto artista. Pronto no era solo un poni, sino dos, aunque el otro lo único que hacía era escuchar y soltar uno que otro sonido fuerte, sin ritmo y esporádico, posiblemente risas de alegría. Luego sin más, ambos ponis desaparecieron y nunca volvieron.
Según el ritmo con el que pasaban las estaciones y estas influenciaban en mi comportamiento, logre averiguar que desde que me había convertido en árbol habían pasado ya 10 años, ¡guau! ¿¡Me pregunto cómo estarán mis amigas!?
…Luego fueron 20 años… Ya había vivido todo lo que un árbol vive, me refiero a que ya todo comenzaba a tener un patrón y todo era una constante repetición. Un día abejas, un día aves, un día hongos, un día rocas, etc. Todo comenzaba a ser aburrido, mi tronco se sentía desgastado y lleno de cortes que ni me gustaría imaginar cuando llegaron ahí.
Algo curioso comenzaba a acontecer, era que volvía a sentir ponis recostados en mí, pero esta vez no eran solo dos, ¡eran 3! 2 de un tamaño y peso normal y uno muy pequeño y liviano. De seguro eran los mismos ponis porque seguían recitando sus hermosos y rítmicos poemas. Igual, esto no duro mucho.
Otro día en el cual podía sentir una extraña humedad en el aire, fui impactada por una magia muy extraña que por la temperatura, supuse que me estaba quemando las hojas y ramas, sentí mucho temor y era muy doloroso, pero luego sentí unas gotas de agua que controlaron rápidamente el incendio. Estas gotas no eran de lluvia, estoy segura de que algún pegaso (¡Tal vez Rainbow!) se las había arreglado para que el agua callera exactamente donde me carbonizaba.
Mucho tiempo volvió a pasar, trozos medianos comenzaron a desprenderse de mí, pero no fue hasta un día que el dolor aumento descontroladamente y casi ni lo podía soportar. ¡Me estaban talando! Y podía sentir cada hachazo tan doloroso como creía que era para los indefensos arboles, aunque para mi suerte fue rápido. Comencé a caer, pude ver como la vida pasaba frente a mis ojos…, raíces, y segundos antes de caer en mí triste final pude volver a sentir todo de nuevo. Sentía que tenía mi antiguo cuerpo de pegaso: alas, ojos, crin, extensio… Quiero decir patas y cascos, pero igual sentía que me estaba cayendo. Cuando choque con el suelo abrí rápidamente los ojos en acto reflejo para descubrir que seguía en mi casa. Todo había sido un sueño.
... ¿Un sueño? ¡No puedo creer que todo haya sido un simple sueño!... Se sintió tan real…
Desde ese día no dejo de preguntarme si aun quisiera ser un árbol… ¡Por supuesto que no me arrepiento de haberlo soñado!… Pero me pregunto si valdría la pena dejar a mis amigas y mis obligaciones por la vida tranquila y estable de un árbol…
Angel me comenzó a jalar el casco, de seguro tenía hambre. Busque mi diario y muy rápida anote todo lo soñado y deje esa pregunta que después de leerla no dejaba de sentirla muy vaga: "¿valdría la pena?".
