Basado en unos pocos hechos cruciales del capítulo 13 de esta temporada, vistos desde el punto de vista de Cuddy, de House y de Rachel. Un capítulo para cada uno. Espero que os guste.

Cuando Greg encontró a Rachel

Cuddy

Había sido un día horrible... hasta que, de pronto, se convirtió en uno de los más felices de mi vida.

Después de seis semanas de ser la mamá de Rachel las 24 horas del día, aquello no era lo que yo esperaba. No sé qué es lo que esperaba, en realidad. Pero sentía que algo faltaba. La niña no daba ninguna lata, era un cielo, pero yo no sentía por ella una adoración como la que creí que experimentaría. Nunca protestaba, apenas lloraba. Se limitaba a mirarme seria con esos ojos grandes, tan azules (¿a quién me recuerdan?), y yo sentía como si me estuviera juzgando. Presentía que ella debía pensar que no soy tan buena madre como debiera, ya que mostraba hacia ella unos sentimientos tan tibios y desapasionados.

En el hospital, todos me felicitaron y se deshicieron en elogios al precioso bebé. House estuvo odioso, dudando de mis razones para estar allí, y reprochándome haber dejado a mi hija al cuidado de las enfermeras. Dijo que sería mejor que devolviera a la niña. ¿Era éste el mismo hombre que me dijo, antes de besarme como si la vida le fuera en ello, que hubiera sido una gran madre? Pero en el despacho de Wilson no pude hacer otra cosa que reconocer ante él mis temores. Quizás no debiera quedarme con Rachel... Ella necesitaba, se merecía, alguien que la quiera apasionada e incondicionalmente. James me daba aliento, diciéndome que no debía pensar eso.

Hermosa depresión post-parto la mía, sin siquiera haber pasado por el doloroso trámite.

Pero de vuelta a casa, por fin, Rachel decidió poner las cartas sobre la mesa. Se enfadó, y con muy buenas razones. Quiso hacerme reaccionar, y lo logró. Por las buenas no habíamos roto el hielo... pues tuvo que ser a las malas. Minutos que me parecieron horas de hacerse notar, y un berrinche con profusión de lágrimas y congestión, bastaron para que todo mi ser se volcara en intentar averiguar qué le pasaba a mi pequeña. La angustia que sentí al no saber qué ocurría sólo se compensó cuando, por fin, nuestras miradas se cruzaron y, de pronto, me sonrió. ¡No pasa nada, mami, los bebés somos así, de pronto agarramos perretas!, pareció decirme. Y no pude menos que, entre lágrimas, sonreír también a aquella mini-sinvergüenza que tanto me había asustado. Estábamos conectadas. De pronto supe que nada nos detendría. Éramos las chicas Cuddy, poderosas e invencibles. Y, además, qué caramba, muuuy guapas.

Esa misma tarde, hicimos otra visita. Decidí que ya era hora, que House me había evitado bastante. Rachel estaba en mi vida para quedarse, y Greg tenía que asumirlo. Tampoco quería perderlo a él, aunque sólo fuera para que siguiera pinchándome. Eran muchos años de amor y odio, de pelea y reconciliación, para que ahora se alejara de mí como lo estaba haciendo.

Creo que le pillé desprevenido, y antes de que se diera cuenta le coloqué a Rachel en sus brazos. Se miraron... y soy testigo, lo puedo jurar, de que allí pasó algo. Rachel sostuvo la mirada como no le he visto hacer a nadie ante House. Y él no pudo dejar de mirarla tampoco. Yo tuve que limitarme a sonreír ante la imagen que ofrecían. Y de pronto, Rachel soltó un eructo húmedo, que le llenó el cuello y parte de la camisa de leche regurgitada. Ni siquiera se enfadó. Soltó un rollo tremendo de por qué toleramos el vómito de un bebé sin que nos ofenda... De pronto, la acción de Rachel le inspiró una idea reveladora para el diagnóstico del caso que se traían entre manos, me devolvió la niña y salío rápido a resolverlo. Rachel no le quitaba los ojos de encima, desde que los puso sobre él ya no los pudo apartar. ¡Ocho semanas de edad y ya se ha enamorado de él! ¡También en eso es como su madre!

Las invencibles chicas Cuddy tenemos, al parecer, una sola debilidad. Tiene nombre y apellido... y un título de doctor en medicina.