Declaimer: Todos los personajes pertenecen a Stephenie Meyer, yo sólo juego y me divierto con ellos.
Capítulo I
Correr, esa era la única orden que mis pies recibían. Si no lo hacía, él me mataría como lo había hecho con ella.
El denso bosque me impedía avanzar con rapidez, pero también me servía para esconderme de él.
-¡Isabella! ¡Vuelve acá, maldita sea! – Ahogué el grito que pugnaba por salir de mis labios y rápidamente me refugié en un árbol.
El miedo corría por mis venas junto con la adrenalina. Podía oír el crujir de sus pisadas; estaba muy cerca. Cerré los ojos con fuerza sentándome en el suelo, envolví mis pequeñas y flacuchas piernas con mis brazos y escondí mi cabeza entre ellas. El frío penetraba mis huesos, podía sentir como mis extremidades se adormecían rápidamente.
Ya no lo escuchaba cerca. Me puse de pie y con todas las fuerzas que tenía, corrí. Corría para salvarme.
Desperté con mi corazón latiendo furioso en mi pecho y jadeando en busca de aire. Jamás tendría un descanso de mis pesadillas, ellas estarían siempre recordándome todo mi pasado. Reviviéndolo una y otra vez. Y eso me hacía odiarlas aún más.
Miré el reloj y ya era hora de levantarme. Me di una ducha corta y comencé a prepararme para el trabajo. No tardé más de quince minutos. Salí de mi pequeña y solitaria casa que había heredado de mi madre. Me dirigí a corriendo a mi monovolumen; mi padre lo odiaba, siempre me ofrecía comprarme un carro de esos carísimos, pero yo me negaba. No tenía problemas con tener un nuevo carro, el problema era con Charlie. Yo no lo perdonaría nunca, aunque pusiera el mundo a mis pies. Cada vez que me ofrecía cosas así, sentía como si tratara de comprar mi perdón. Él había intentado todo, incluyendo los carísimos psicólogos, las largas y agotadoras terapias, y los miles de obsequios que siempre terminaban en la bolsa que se destinaba a donaciones. Pero yo no sería capaz de perdonarlo nunca; de solo ver su rostro me recordaba lo vivido esa noche hace muchos años.
Me estacioné en mi lugar de costumbre, tomé mi bolso y bajé de mi monovolumen de un saltito, camine hacia la entrada y ahí estaba esperándome con una cálida sonrisa como todos los días: Eleazar.
-Buenos días, Isabella – Me saludó mientras abría la puerta de la librería –. Llegas temprano.
-Buenas días, Eleazar – Le di lo más parecido a una sonrisa que tenía. Hoy mi humor no era el mejor, lo bueno es que él se percataba de inmediato y no insistía en crear una conversación que terminaría siendo incómoda para ambos.
Eran dos años que llevaba trabajando para él en su librería. Carmen, su esposa, era quien me había contratado, necesitaban a alguien quien los ayudara ahora que esperaban a su primer hijo. La pequeña Sofía, ya tenía un año y en tres meses cumpliría los dos. Sabía que mi tiempo aquí se acababa, pronto Carmen regresaría a su trabajo y yo tendría que buscar un nuevo empleo.
Ocupaba todo el día ordenando libros, Eleazar solo me ayudaba una hora y luego se dirigía a su trabajo en el hospital. Tenía dolor de cabeza, estaba cansada por no conseguir dormir tranquila y mi padre llevaba horas tratando de comunicarse conmigo. Genial. Sabía lo que quería, pero este año tampoco le daría en el gusto. El cumpleaños de Renée se acercaba y Charlie insistiría para que lo celebráramos juntos. Como siempre me negaría. El cumpleaños de mi madre era algo que celebraba sola. Ella fue mi todo. Ella era la mejor madre del mundo. Ella no merecía morir, menos a manos de un ser tan despreciable como él.
Eleazar llegó puntualmente para ayudarme a cerrar la librería. Estaba apurado por irse, así que cerró en tiempo record y se marchó directo a su casa. Yo por mi parte me fui a paso lento a mi monovolumen, la lluvia mojaba mi cabello, el frío se colaba por mi abrigo, pero no sentía nada. Para sentir frío debía sentir calor, y yo lo único que siento es frío. Mi piel siempre está fría. Desde esa noche.
En cuanto atravesé la puerta, tiré las llaves sobre la mesa. La decoración de la casa estaba ya desgastada, sin vida; las paredes estaban pintadas de un amarillo desvaído, los muebles que adornan mi pequeña casita eran muebles viejos, algunos deteriorados, pero no me importaba. No quería nada que fuera lujoso en mi humilde casita. No quería que la gente se diera cuenta que era la hija de Charlie Swan.
Era viernes por la noche y como todos los fines de semana decidí salir a tomarme una copa. Tomé una corta ducha sin mojar mi cabello. Me vestí con un jeans ajustado y una polera roja que dejaba ver el nacimiento de mis pechos, mis converse y mi cazadora negra. Mi maquillaje como siempre fue sutil, solo resalté mi mirada y pinte mis labios de un rosa natural. No me puse perfume, no me gustaba.
Todos los fines de semana iba al mismo bar, estaba algo alejado de Forks pero eso era mejor, así nadie le iría con el chisme a Charlie. El lugar era tranquilo, de vez en cuando conseguía algún acompañante digno de entrar en mi cama. Bueno, no en mi cama, sino en el cuarto de hotel que rentaba. Era el único contacto que podría tener con los hombre, solo era sexo, no estaba interesada en tener una relación. Había veces en que me acostaba más de una vez con el mismo tipo, pero esas eran excepciones, no había sentimientos involucrados.
Entré al bar y me senté en la barra, pedí un Martini y le di mi primer sorbo, Me giré para lograr mirar a los chicos que bailaban, a los que estaban en mesas con más amigos, ya sabía reconocer a los que se escondían tímidamente tras esa piel de oveja y en la cama no eran más que unos lobos salvajes.
Un chico me llamó la atención, lo estaba observando desde hace un rato, sin llegar a acercarme, pero ya era hora. Era alto, un poco musculoso, sus ojos eran hermosos, sus labios carnosos y deseables, sus dientes blancos y perfectos, no lograba percibir más por las luces del lugar y mi posición. Lo observaría un poco más para cerciorarme que no viniera acompañado, no quería pelearme, menos por un hombre.
Lo observe unos 30 minutos más, una chica se acercó para invitarlo a bailar pero él muy caballerosamente se negó. No vi a ninguna chica que lo acompañara así que supuse había venido solo con sus dos amigos. Me puse de pie y comencé a caminar hacia él, meneando mis caderas sensual y provocativamente, algunos tipos posaban su mirada en mí, sabía que era un poco atractiva y también me daba cuenta todo lo que provocaba en algunos hombres, y ahora le sacaba provecho, pero estaba segura que si estos tipos conocían a la torpe Isabella no la mirarían dos veces. Los ojos de él se posaron en mí, me miró fijamente a los ojos y luego comenzó a recorrer mi cuerpo con una ardiente mirada. Mordí mi labio inferior y él me sonrió. El juego comenzaba.
Paré en medio de la pista de baile, comencé a moverme muy sensualmente, provocándolo; con mis manos tomé mi melena y la levanté un poco desordenándola, continué delineando con mis manos mis curvas, mis caderas se contoneaban al ritmo de la música, mi cuerpo tomaba vida propia para bailar, pude ver como él se ponía de pie y comenzaba a caminar hacia donde estaba yo. Le sonreí seductoramente mientras él se acercaba, se paró frente a mí con una coqueta sonrisa dibujada en su rostro y comenzamos a bailar.
Generalmente yo era tímida y callada, pero los fines de semana mi personalidad cambiaba totalmente, me volvía atrevida.
Comenzamos a bailar más apegados, puse mis manos en su pecho y pude sentir sobre la fina tela de su camisa los músculos que definían su pecho, mordí mi labio con deseo y él me apegó más a su pecho. Pude sentir su erección en mi vientre bajo, y de mis labios se escapó un gemido involuntario. Me acerqué a su cuello e inhalé el aroma de su perfume, olía bien. Enterré mis dientes en su cuello, provocando que él me apretara con más fuerza y deseo, sus manos estaban agarrando fuertemente mis caderas, el contacto que manteníamos era enloquecedor.
Bailamos por más de 30 minutos, cada minuto fue una tortura, una placentera tortura. Con cada roce de nuestros cuerpos el deseo crecía más. Jugué con él, llevándolo hasta la locura, tanto así que me tomó de la mano y me llevó fuera de la pista de baile, me acorraló en un pasillo y tomó firmemente de mi mandíbula, cada toque de él era dominado por el deseo.
-Me vuelves loco, niña bonita – Su voz era ronca, cargada de deseo. Puse mi mano en su cuello y lo atraje más cerca de mí.
-Y eso que aún no has probado nada – Mi propia voz era diferente, un poco más ronca, llena de sensualidad y cargada de promesas.
.
El chico estaba durmiendo desnudo en la cama, cubierto por la sabana que se enredaba en sus piernas. Tomé mi ropa y me vestí rápidamente. La habitación era un desastre, todo tirado por todas partes, mis bragas no estaban en condiciones de ser utilizadas otra vez, él las había destrozado. El chico era tal y como me lo imaginé. Pero ahora necesitaba salir de aquí, y rápido.
Una vez afuera, la infaltable lluvia baño mi rostro, era una agradable sensación; sentía que toda la mierda que siempre me inundaba se limpiaba gracias al agua que recorría mi rosto. Pero la sensación no duraba mucho.
Nunca pensé que todo tuviera que terminar así, siempre soñé con los cuentos de hadas y los príncipes azules. Siempre creí en el amor. Pero eso fue en el pasado. Ahora ya no había vuelta atrás. Mi vida era una mierda, vivía hundida en el miedo y el terror de que él me quitara lo poco que conservaba.
Mis problemas, mis fantasmas, todo vivía en mi mente, nunca me dejaban tranquila y terminaban por hundirme aún más en mi miseria. Bajé mi rostro, escondiéndolo de la lluvia, esta jamás me ayudaría ni me limpiaría de mis culpas.
Terminé encerrada en mi cuarto, sabía que Charlie haría lo imposible por que fuera a la celebración, pero no podía, no estaba preparada para ver su rostro aún. Me puse mi pijama, hoy era sábado y no haría nada, como siempre. Mi estómago rugió exigiendo ser alimentado, me dirigí a la cocina, me preparé un sándwich y me serví un vaso de jugo. Lo llevé todo a mi habitación, puse una película y ahí estuve toda la tarde, de vez en cuando dormía, otras me perdía en mis pensamientos, en mis miedos.
Me despertó mi móvil, vibraba y sonaba estrepitosamente sobre mi cama exigiendo respuesta.
-Diga –Contesté somnolienta, sin llegar a ver quién me llamaba.
-Isabella, te dignas a contestarle a tu padre – Su tono era reprobatorio, pero él más que nadie sabía las razones que tenía para no hacerlo.
-¿Qué quieres, Charlie? – Fui directo al grano, no me gustaba andar con rodeos.
-Que vengas conmigo mañana, es el cumpleaños de tu madre, a ella le gustaría que lo celebráramos todos juntos, como una familia. – Charlie siempre insistía con la misma mierda, todos los años, desde que cumplí la mayoría de edad y abandoné la casa.
-No me vengas con eso, Charlie. Ya no somos una puta familia. Nunca lo volveremos a ser. – Mis duras palabras dirigidas a él, ya no lo sorprendían en absoluto.
-Es sólo una vez al año, Isabella. Sólo por tu madre. –Sabía que no dejaría de insistir.
-Está bien, solo será un rato, me iré temprano. No me arriesgaré a que mi camión quede tirado en medio de la carretera.
-Bueno, mandaré un chofer por ti, así no te preocupas de quedar tirada en la carretera. Mañana a las siete de la tarde pasará por ti – Su voz sonaba muy contenta, hace tres años que no celebrábamos juntos el cumpleaños de Renée – Nos vemos Isabella – Y colgó.
¿Qué mierda había hecho? Me iría a meter a la boca del lobo yo sola. Me arriesgaría a volver a verlo y salir herida. No, ya no me haría daño, ya no era como antes, ahora sabía defenderme, ya no era la niña de 14 años indefensa, ahora tenía 21 años y ya no podían arrebatarme nada.
Mi teléfono volvió a sonar, pero ahora verifiqué sobre quién se trataba. Era Eleazar.
-Eleazar ¿Ocurrió algo? – Él nunca me llamaba, menos un día sábado por la noche a menos que quisiera que trabajara el día domingo.
-Isabella, lamento molestarte, pero la madre de Carmen está en el hospital y necesito acompañarla. Puede que no sobreviva otro día más –Me quedé en silencio. No podía decirle que no. No cuando yo hubiese dado lo que fuera por poder despedirme de mi madre.
-Claro, Eleazar, no tengo problema – Mi voz fue dulce y un poco infantil, nunca lo era.
-Gracias, Isabella, solo abriré porque mañana llegan los pedidos y necesito que los recibas, luego de eso puedes irte. Te dejaré la llave en el buzón, y nuevamente, muchas gracias Isabella, Carmen también te lo agradece.
-De nada, Eleazar. Ustedes vayan tranquilos que yo me haré cargo de todo.
