Bueno, he aquí una historia con dos parejas un tanto extrañas, un Faramir/Arwen que es producto de un Aragorn/Éowyn, espero que que les guste y que me manden muchos reviews, espero sus críticas, siempre ayudan a mejorar. Ah, y agradecer a Krissel Majere que me sugiriera un fic del Señor de los Anillos con una pareja extraña, aunque debo decir que desde que leí los libros hace muchos años ya me rondaba esta pareja por la cabeza, pero a ella le debo la materialización de ésta. También a mi mejor amiga Koumal, que me aguanta pacientemente incluso cuando hablo de parejas que no le gustan o simplemente no le interesan. Y por supuesto, a todos los que leyeron mi one-shot de Harry Potter, sus reviews me animan mucho a seguir escribiendo: JKRanIV, Tasha Turner, toxic.secrets, HoneyBeeM y Siry pop. Muchísimas gracias por sus palabras.
Amor inesperado
PérdidaArwen cabalgaba velozmente hacia Gondor impaciente por volver a verle. Sabía que Aragorn la estaba esperando, después de haberse convertido en rey, para cumplir el compromiso que hicieron y casarse de una vez por todas. La elfa se sentía exultantemente feliz, y sólo deseaba volver a ver el rostro de su amado, para amarle y consolarle tras tantos años de oscuridad, de dolor y guerras constantes.
Después de tanto tiempo separados iban a unirse con un lazo que los mantendría unidos más allá de la muerte, nada ni nadie podría separarlos jamás.
Entonces logró ver su destino, la Ciudad Blanca, hermosa y limpia tras la cuidadosa reconstrucción a la que había sido sometida. A Arwen se le antojó aún más bella que la ciudad de Lórien y que la de Imladris, porque ése era el reino que él había conquistado para ella, para que reinaran juntos a partir de ese día.
Entonces se percató de que la Ciudad estaba prácticamente vacía, y que una extraña música sonaba a lo lejos. Supuso que estarían celebrando algo, y decidió ir a contemplar la manera en que los Hombres, que ahora eran su gente, expresaban su alegría en las fiestas.
Llegó hasta la entrada de la morada del Rey Aragorn, en cuya escalinata de entrada se hallaba agolpada una gran cantidad de gente, que lanzaba flores y vítores a los pies de dos figuras ataviadas con ropas lujosas y de colores claros. Una de ellas era una doncella vestida enteramente de blanco, con ricos bordados a lo largo de sus mangas y en el recatado escote de su vestido, con un cinturón de oro que ceñía el vestido a su estrecha cintura combinando con sus largos cabellos, que lucían cual oro fundido sujetos por una corona de plata. La doncella se encaminaba hacia la segunda figura, que era la de un hombre alto, de cabellos oscuros y ojos grises, con una corona alada sobre la cabeza. Arwen lo reconoció al momento: Aragorn. Luchó contra el impulso de bajar del corcel y echar a correr a su lado, y se mantuvo semioculta tras su capa, con la que nadie podía reconocer su naturaleza élfica.
Desde su posición, podía ver perfectamente cómo la doncella de cabellos dorados llegaba hasta Aragorn, que le ofreció su mano hasta ponerla a su altura, y retirando su corona plateada tomó su mano y la besó, para acto seguido colocar sobre su cabeza una corona mayor, de oro y piedras preciosas, la corona de la Reina.
Arwen se sintió desfallecer, pero intentando ser fuerte se mantuvo sobre su silla de montar y siguió contemplando la coronación de la nueva Reina de Gondor, mientras el Rey proclamaba:
- Un Rey tiene un compromiso para con su pueblo y su gente, tiene el deber de protegerlos, de amarlos, de reinar para ellos, de mantener la gloria y el esplendor de su Reino. Y debe velar por la continuidad de su estirpe, para evitar futuras guerras entre hermanos. Así, tomo por esposa a la Dama Éowyn de Rohan, que me es muy amada y que reinará sobre todos los Hombres de Gondor.
El grito de la multitud fue estruendoso y lleno de alegría. Todo el pueblo se regocijaba de tener una Reina como la Dama Éowyn, que les era muy preciada por su valor y su belleza. Sólo Arwen no río ni vitoreó esa elección. Ella se había prometido a Aragorn, por él renunció a su inmortalidad, a su linaje eldarin, había renunciado a ser la Estrella de la Tarde de los elfos, a su inmaculada belleza, a Valinor, a ver por primera vez las Tierras Imperecederas y sus señores loas Valar. Ella había renunciado a reencontrarse con su madre, con su abuela y sus hermanos. Renunció a reencontrarse con su padre, al que había amado más de lo que cualquier otra hija había amado nunca a un padre, y todo por amor.
Y ahora, había perdido a ese amor.
Sólo una pregunta en su mente¿Por qué? Ella renunció a todo por amor, pero él no supo esperar su llegada. Había escogido a una mujer mortal con la que compartía más de lo que jamás podría compartir con ella, y no podía dejar de preguntarse por qué no se lo había dicho, por qué no había impedido toda esa pérdida inútil y sin sentido, por qué la había dejado hundida sin nada a lo que aferrarse, sin un amigo, un familiar, sin un lugar en el que refugiarse.
Quiso gritar, gritarle todo esto ante toda esta multitud que, ignorante del dolor que la oprimía, cantaba y bailaba de pura alegría y presentaba sus respetos a la nueva pareja real. Pero no lo hizo. Alzó el mentón, y, con un orgullo nacido del rencor más absoluto, se marchó lentamente, tratando de no llamar la atención, y una vez que estuvo a salvo de miradas indiscretas, cabalgó a toda velocidad sin rumbo, sin percatarse de que se había adentrado a unas tierras desconocidas para ella, siniestras en cierto modo, y comprendió lo estúpida que había sido al no dirigir personalmente el destino de su caballo.
El sol se había puesto hacía rato y seguía sin encontrar un camino transitable. Su corcel se ponía más y más nervioso, y ella misma era presa de una inquietud cada vez mayor, pues de forma instintiva sabía que había algo pendiente de sus movimientos. No acababa de comprender si había malas o buenas intenciones en quien la estuviera vigilando, a veces se sentía acechada por un mal y otras protegida por la insistente sensación de ser controlada.
De repente, sus dudas se disiparon cuando una manada de orcos apareció de la nada con sus toscas armas dispuestas para luchar. Arwen sacó de su vaina una espada élfica, ligeramente curvada que relució a la luz de la luna y las estrellas con un brillo puro, irreal.
Combatió contra sus enemigos, pero a medida que acababa con ellos, aparecían más, hasta que una de esas aborrecibles criaturas logró herirla en una pierna, rasgando su vestido y su capa. Ésta misma limitaba sus movimientos, pero la gran cantidad de adversarios le impedía tener un sólo respiro para deshacerse de ella.
Mientras acababa con el orco que la había herido recibió una nueva herida, esta vez en el brazo con el que manejaba la espada.
De la impresión dejó caer su arma y fue empujada por otro orco, recibiendo un fuerte golpe en la cabeza al caer al suelo. En ese momento, supo que sería su final. La hoja que se había hundido en su brazo tenía el filo envenenado, y estaba a merced de sus enemigos. Sentía como su cabeza daba vueltas, y con un enrome esfuerzo abrió los ojos y trató de enfocarlos en la oscuridad. Seguía habiendo ruido de espadas, y se preguntó si estaban luchando entre ellos discutiendo por el botín, pero únicamente vio una figura humana rodeada de cadáveres orcos que se acercaba a ella con premura.
- ¿Estás bien? – dijo el hombre con tono preocupado, pero no recibió respuesta. El veneno, el golpe en la cabeza y el cansancio le hicieron perder el conocimiento.
Bueno, hasta aquí el primer capítulo, espero que les guste la historia, ya saben que yo sólo puedo saberlo gracias a sus reviews, así que les pido que me dejen los suficientes para seguir la historia, ya que no tiene sentido continuar algo que no le gusta a nadie¿no creen? Espero sus opiniones y sus consejos¡y se aceptan sugerencias!
