En la pequeña colina a la orilla del mar en la ciudad de Hargeon que colindaba con la ciudad de Magnolia estaba una casa de dos niveles color durazno. En ella vivía una pequeña familia, en realidad demasiado pequeña. Consistía en una madre, su hija y su gato.
Podrían pasar por una familia normal, pero algo las mantenía apartadas del resto de las dos ciudades cercanas.
El anochecer se presentaba y el calor abrazador desaparecía poco a poco.
La rutina pronto cesaría para los ciudadanos dando paso al descanso para los trabajadores y la labor de los mercaderes.
El mar golpeaba con fuerza en las rocas y la fachada posterior de la casa en la colina recibía la brisa que soltaba el mar en su choque.
Lucy Heartfilia de diecisiete años le gustaba asomarse por la ventana de su cuarto hacia el mar y sentir la frescura de la brisa y escuchar el ritmo y la pauta del mar en movimiento. Eso la arrullaba por las noches y la acompañaba en sus pensamientos matinales. Era música para sus oídos.
Ella era de complexión delgada y tez blanca, su cabello era rubio y largo, sus ojos de color avellana tenían un hermoso brillo y eran destacables cuando sus mejillas se enrojecían.
Su atuendo favorito era un overol de mezclilla color azul marino que compro en internet. Podía usarlo con cualquier playera debajo y solo se lo quitaba cuando necesitaba lavarlo y cuando su madre la obligaba a ponerse cualquier otro atuendo.
Además de usar sus tenis converse blancos, a pesar del constante rechazo de su madre por ese calzado y repetirle que usara por lo menos dos veces a la semana unos zapatos de tacón bajo, para que se acostumbrara por si un día fuera necesario y por la salud de sus pies.
Le encantaba las cosas antiguas y por eso su habitación tenía una decoración vintage que ella misma había confeccionado. Sus paredes eran de un tono salmón con fotografías esparcidas, un mapa de Fiore (el reino donde habitaban) y dibujos que ella hacía, algo que se le daba muy bien.
Tenía un librero de madera que parecía desgastado pero le daba un buen toque de antigüedad, en la parte superior de éste había artilugios que ella misma encontraba a orillas del mar o que su madre le regalaba de alguna tienda de antigüedades, su cama tenía una colcha blanca que su madre le había hecho. Un tocador con un gran espejo ovalado. Y en su ventana una terraza donde se sentaba a leer, dibujar o tomar una buena taza de café.
-Lucy - escuchó la voz de su madre Layla en la puerta y volteo sintiendo la brisa en su cuello que hizo que tuviera escalofríos - te buscan.
Lucy era parecida a su madre, sus ojos, su cabello, su color de piel. Eran idénticas, pero su madre demostraba en sus rasgos la madurez y edad que tenía. Además de hablar con cierta delicadeza.
-Ahora voy- dijo Lucy suspirando.
-No te sientas obligada hija, sabes que puedo decirle que no puedes.
-Pero si no lo hago, volverá - dijo levantándose y sacudiendo su atuendo.
-Está en la sala. Te esperamos - dijo su madre caminando de regreso hacia el invitado no tan invitado.
Lucy se preparó mentalmente para bajar. Esperaba que la persona que había llegado fuera desconocida y lejana al destino que ella sí conocía.
Tomó de su librero un cuaderno de bocetos y salió de su habitación.
Bajó la escalera de madera, y por lo desgastada que estaba rechinaba a cada paso que daba e inevitablemente se hacía escuchar ante los invitados.
Sin embargo eso no le molestaba a Lucy pues su sonambulismo hacia que su madre se diera cuenta en que momento de la madrugada podría involuntariamente salir de la casa y posteriormente regresarla a su habitación sin pasar ningún peligro.
Antes de llegar al último escalón alcanzó a divisar una anciana sentada en medio del sillón de tres plazas la cual intentaba levantarse en cuanto la vio.
-No se moleste - dijo Lucy evitando el sobreesfuerzo de la anciana.
Se acercó a ella para saludarla pero la anciana no le mostró ni una sonrisa y dejó con el brazo estirado a la rubia. Se mostró temerosa y preocupada, algo que normalmente veía en las personas Lucy en su presencia.
-Para su tranquilidad le puedo asegurar que no está en este cuaderno - dijo Lucy tratando de que la anciana no se preocupara.
-Lo sé - dijo ella.
Lucy observó a su madre que salía de la cocina con una bandeja con galletas y tres tazas de algún liquido caliente y encogiendo los hombros.
-¿Entonces puede decirme el motivo de su visita? - preguntó sentándose en el sillón de dos plazas frente a la anciana mientras veía a su madre colocar la bandeja en la mesa de centro.
-Quería observar tus bocetos - dijo la anciana tomando una taza caliente y colocándola en su regazo.
Lucy hizo lo mismo pero sorbió antes de contestar. Su madre había preparado un atole* que a Lucy le encantaba y con voz baja le dio las gracias. No era muy frecuente la preparación de esa bebida y por eso le gustaba a Lucy.
-Me temo que no puedo hacerlo sin que primero me diga sus verdaderas intenciones.
-¿Me harás firmar un contrato de confidencialidad jovencita? - respondió la anciana un poco enfadada.
-No. Debería pero no es un requisito. Solo necesito saber porque quiere que se lo muestre abiertamente.
La anciana tomó del líquido caliente y soltó un suspiro.
-Hace una semana unos parientes fueron al mercado y me mencionaron que te vieron y por eso quise venir a verte - respondió.
Lucy asintió.
-Confiaré en usted - respondió Lucy colocando la taza en la mesa y abriendo su cuaderno frente a la anciana - estos son bocetos de la última semana. Puede observar lo que quiera desde esta página en adelante.
La anciana un poco temerosa hojeó las páginas mientras Lucy y su madre comían galletas y sorbían del atole. Se mantuvieron en silencio, el viento se hacía presente y se escuchaba como viajaba entre el pasto en el patio y el sonido de los grillos al cantar, además de las olas rompiéndose al contacto de la colina.
Pasaron un poco menos de quince minutos y la anciana cerró el cuaderno. Y Lucy notó el alivio en su rostro.
-Gracias - dijo por fin y se levantó lentamente del sillón.
Lucy y su madre hicieron lo mismo y notaron el cambio de actitud de la mujer.
-Tengo que reconocer que fui muy grosera - dijo la anciana y le brindo la mano a Lucy la cual sujetó de inmediato - mi nombre es Ultear Milkovich. Tenía miedo de que alguien conocido estuviera en este cuaderno. Lo lamento.
-No se preocupe - dijo Lucy - es normal tener miedo. Por algo son llamados los bocetos de la muerte.
Y era cierto, cuando terminaba un cuaderno y se disponía a comprar otro escuchaba los murmullos de la gente en cuanto elegía uno.
"Ahí va. Otro cuaderno elegido para los bocetos de la muerte" murmuraban.
-Es cierto. Debo mencionar que tu don de clarividencia es un poco atemorizante - dijo la anciana.
-No lo llamaría clarividencia ni mucho menos un don - dijo Lucy con una sonrisa triste – llamémoslo horrible pasatiempo perverso si usted gusta.
La anciana soltó una risita y Lucy se ganó una mirada desaprobatoria de su madre mientras acompañaba a la anciana a la salida.
-Les agradezco la hospitalidad y lamento irme tan pronto pero tengo que dar las buenas nuevas.
-No se preocupe señora Milkovich - dijo Layla.
-Dígame Ultear. Me siento anciana si me llaman por mi apellido - dijo guiñando un ojo y sonriendo - por cierto Lucy, tus bocetos son hermosos, después de todo.
-Gracias - respondió Lucy sonrojándose y sonriendo.
Layla acompañó a Ultear a la parada del autobús y Lucy se quedó en la sala tomando su atole y comiendo unas galletas.
Pensó en la anciana, deseó que la mayoría de las personas fueran como ella, claro, siempre llegaban temerosas por saber su destino, pero ella había sido diferente y le agradó esa alma joven que mostraba tener a pesar de su apariencia.
Todo el tiempo había odiado ese don - como lo había llamado la anciana - con el que desde que tenía conciencia había contado.
Odiaba acercarse a algún lugar donde había demasiada gente y saber que cualquiera de esas personas pronto morirían. Notaba el rechazo de los ciudadanos ante su presencia como si ella fuera a ejecutarlos voluntariamente.
Desde que tenía memoria cuando personas se encontraban a un radio cercano a ella inevitablemente sucedía algo en su interior el cual notaba la poca vida de algunas personas y sin necesidad de verlas, la imagen de cada una se grababan en su mente.
Entonces tomaba su cuaderno y su lápiz y por las noches las dibujaba resultando una figura humana. Y cuando terminaba se acostaba en su cama y lloraba de saber que moriría y no podía hacer nada por ellas.
No supo que tenía esa habilidad hasta una edad temprana, porque varios compañeros en su escuela a los que ella dibujaba aun sin conocerlos y haberlos visto por lo menos una vez, en días posteriores habían sido asesinados.
Pero simplemente pensó que había sido una coincidencia. Sin embargo sucedió varias veces más.
Varios amigos sabían de sus dibujos y la admiraban por su talento, pero al enterarse de tantas coincidencias con respecto a las muertes sospecharon de Lucy y se alejaron de ella.
Pensaron que ella los dibujaba antes de asesinarlos pero lo descartaron al saber que no todos morían de esa manera pues a algunos las enfermedades los acababan y otros terminaban arrebatándose la vida deliberadamente.
Entonces fue que Lucy y sus bocetos se hicieron famosos entre los ciudadanos, hasta el punto en que los consultaban para saber si alguien conocido estaba en ellos arriesgándose a ser el próximo en sus páginas.
Claramente Lucy por mucho que le gustara dibujar quería dejar de hacerlo, porque no quería seguir sintiendo el rechazo por lo que hacía, pero nunca pudo; si lo dejaba unos días sus manos cosquilleaban y si lo dejaba por semanas su sonambulismo incrementaba. También podía dibujar otro tipo de cosas pero la imagen de las personas bloqueaba su mente hasta que los plasmaba.
Su madre decidió irse a vivir apartadas de la ciudad y darle clases particulares pero no podía mantenerla alejada de todo. Por lo menos una vez a la semana tenía que salir a hacer las compras y necesitaba a Lucy para que le ayudara a cargar con bolsas. En ocasiones cuando la lista de compras era grande la repartían y compraban por separado y se encontraban en un lugar específico para regresar juntas a casa.
Y siempre sucedía lo mismo. Lucy llegaba y dibujaba sin cesar y a los pocos días en el noticiario y en los periódicos no faltaba que mostraran un porcentaje de las personas que Lucy había bocetado en su cuaderno.
Lucy terminó su atole y comió la última galleta en la bandeja.
Notó que la taza de la anciana estaba casi intacta, por la prisa que llevaba no termino su porción. Lucy no alejó su mirada de la taza y sintió una punzada en su corazón. Esperaba que esa noche pudiera estar tranquila y sin el temor de tener que dibujar.
Le había agradado la señora Ultear y no quería que formara parte de los miles de bocetos en su cuaderno.
Sin embargo mientras imploraba que esto no sucediera sus dedos comenzaron a cosquillear.
