Aunque Wanda Maximoff había hecho grandes avances, la confianza seguía sin ser su fuerte. Observó a todas las personas que disfrutaban de aquella fiesta, ajenas a lo que estaba sucediendo con ella, y bajó la cabeza.
Agradecía todo lo que SHIELD le había dado -algo así como un hogar, un trabajo, incluso una especie de singular familia- pero seguía sin encontrar su lugar entre las mismas personas a las que alguna vez había querido eliminar. Parecía que habían transcurrido décadas desde entonces pero hacía tan sólo tres meses que había despedido a Pietro y se había instalado entre todos ellos. Cualquier sentimiento de ira o venganza había desaparecido una vez que había aceptado que, con todos sus errores, con un pasado más o menos destructivo y con el orgullo propio de quien se sabe mejor que el resto, eran buenas personas. Pero no se sentía verdaderamente cercana a ninguno de ellos. Con una excepción.
Giró la cabeza cuando Visión se colocó junto a ella, con una tranquila sonrisa en sus labios. Con él había aprendido a disfrutar de una paz inusitada, un tipo de calma de la que nada hubiera sabido si él no hubiera aparecido en su vida.
– Wanda, ¿estás bien? –Preguntó, preocupado.
Su voz era melosa. Arrastraba cada sílaba con sosiego, quizá consciente de que significaba una especie de calmante para quienes le rodeaban.
– Sí, es solo que...
– Esto sigue siendo extraño para ti –completó, mirándola fijamente–. Es normal que te sientas de esa manera, has pasado por muchas cosas en muy poco tiempo.
Visión apartó su mirada de ella y la llevó al frente; parecía recordar todas esas cosas mientras analizaba a las personas que formaban parte de sus recuerdos. Wanda sonrió. Él había salvado su vida en varios sentidos. Más allá de evitar que muriese en su querida Sokovia de la que ya no quedaban más que restos, le había infundado vida después de todo aquello. Había consolado su tristeza, escuchado sus inquietudes y secado sus lágrimas; incluso había velado sus noches, proporcionándole esa paz de la que ella carecía en su interior. Wanda leía todo cuanto quería leer en él; esa bondad que no había visto en nadie más, una preocupación auténtica, sin dobles fondos, por la vida y una pureza que nunca hubiera imaginado que pudiese existir.
Visión, descifrando sus pensamientos, juntó sus manos y volvieron a mirarse. No necesitaban hablar para entenderse; intercambian recuerdos mediante imágenes y sentimientos a través de gestos que los demás eran incapaces de comprender. Por ello, no le fue difícil entender que, en esos momentos, Wanda estaba agradeciéndole su presencia mientras le suplicaba que nunca se fuera de su lado.
– Creo que las fiestas no son lo mío –se excusó Wanda.
– Sabes que podemos marcharnos en cualquier momento, sólo tienes que pedirlo.
En un detalle impropio de ella, teniendo en cuenta que no estaban solos, Wanda dejó caer su cabeza sobre el pecho de Visión. Y cerró los ojos. Había conocido muchos lugares a lo largo de su vida y por ello, para sentirse segura, había tenido que ir adaptando la palabra 'hogar' a diferentes ubicaciones. Por fin había encontrado la auténtica. Ese hogar estaba en él.
Visión apoyó una mano en la parte posterior de la cabeza de Wanda.
– No sé qué haría sin ti –susurró ella.
– Seguir adelante –respondió, de inmediato. Wanda alzó la cabeza–. Eres una superviviente.
– Es fácil decir eso cuando estás cerca.
Volvió a descansar sobre él.
– Entonces, supongo que podrás decirlo siempre.
La abrazó con cariño. Wanda lo amaba tanto como él la amaba a ella; de forma diferente porque ellos mismos eran diferentes pero con la sinceridad de quien sabe que no puede esconderse, que no tiene que esconderse. Se leían con tan solo una mirada. Nunca podrían esconderse. Nunca querrían hacerlo.
