Bucky caminaba despacio por las praderas de Wakanda. Aquella noche, los sueños habían sido especialmente violentos y se sentía intranquilo. No había sabido distinguir las imágenes que le habían acosado en las últimas horas; no estaba seguro de si había revivido antiguos crímenes o si todo había sido producto de su imaginación, solo esperaba que no fueran presagios de un futuro que seguía siendo incierto. Aunque en aquel lugar el cielo solía estar despejado, sentía que sobre él planeaban unos grises nubarrones que terminarían por alcanzarlo en algún momento.

Tras ese despertar por el que tanto había luchado, se había obligado a serenarse hasta lograr alcanzar un estado de resignación respaldado por una cierta tranquilidad. Por el momento, sentía aquello como suficiente. Resignación con su pasado, consigo mismo y con la vida que podía llevar a partir de entonces. Tranquilidad a medias porque allí, en Wakanda, todo parecía quedar lejos de las batallas, del sonido de un disparo, de un ruido metálico.

Hizo amago de palparse el brazo, pero recordó que ya no estaba. No le reconfortó; incluso aunque no lo extrañara, su vacío era otra herida de guerra, y pesaba. Estaba lejos de todo, pero era difícil escapar del propio ruido.

Sabía que nunca llegaría a estar en paz consigo mismo, no por completo. Los recuerdos no se marcharían y en las peores noches creía poder ver sus manos teñidas de sangre en la oscuridad. Casi podía olerlo hasta sentir náuseas. Ni siquiera bajo el sol de Wakanda, ni siquiera bajo la protección de T'Challa, Shuri y su gran familia, aquello terminaba de desaparecer. Y lamentablemente viviría siempre alerta, porque él no buscaba las batallas pero sabía con la seguridad de quien ha mirado a los ojos a su destino que nunca podría escapar por completo de ellas.

Pese a todo, sí, lo habría logrado. Había encontrado una paz en ese lugar que difícilmente hubiera imaginado cuando volvió a topar con Steve, después de tantos años y tantos crímenes. Lo único que quedaba del Soldado de Invierno que había atemorizado al mundo eran sus recuerdos y su miedo a ese soldado, que no dejaba de ser él mismo.

Esos recuerdos no dejaban de acosarle, pero cuando se sentía con ánimos se obligaba a realizar un esfuerzo y girar la cabeza a todo aquello. Aunque fuera un rato. Realizaba las tareas que le habían asignado, la mayoría mecánicas destinadas a mantenerlo ocupado, y conversaba con todo aquel que quería conversar con él. Había descubierto que eran muchas las personas que, pese a todo, no le rechazaban por quien había sido. Al contrario. Wakanda era un lugar acogedor y un día se sorprendió entendiendo que nunca querría marcharse de allí. Desde entonces, esa había sido una de las constantes a las que se aferraba. Quería estar allí. Después de tanto, había encontrado un lugar en el que descansar.

Resultaría difícil, por tanto, explicar cómo se sintió cuando, ese día de cielos despejados y nubarrones internos, T'Challa reclamó su presencia mientras portaba una especie de maletín cuyo contenido conocía. Le habló de amenazas, del regreso de Steve, de una ayuda necesaria y del retorno de unos renovados Vengadores que habían desaparecido cuando él apareció. Bucky lo escuchó solemne. Con resignación. El destino arrastró sus últimos pensamientos y se preparó, una vez más, para una batalla que nunca había buscado.