A las barricadas

Capítulo 01: Entre lodo y sangre.

Sobre aquellas cuatro paredes, pintadas de impoluto blanco, chocaban sus voces. Era una habitación ostentosa. Los muebles eran de la mejor calidad que habían podido encontrar en la tienda y estaban sobrecargados de pequeños detalles. Siempre había pensado, desde pequeño, que parecía que estaban sacados de los castillos de los nobles. Los sillones eran de piel y una alfombra cubría una considerable parte del suelo de la estancia.

La habitación se trataba del claro símbolo de la riqueza y el resto de las que conformaban la casa era igual o peor. Y a pesar de ser ricos, allí estaba él, peleando con su padre mientras su madre lloraba cerca de la ventana. A sus propios pies había una bolsa de color negro y aspecto desgastado. La cremallera era plateada y llevaba una banderita pegada en un costado. Suspiró pesadamente, se agachó para recoger la que era su maleta y pronunció la que había sido la frase que inició y que, en este caso, terminaría también la disputa.

- Padre, madre... Me voy a España a luchar.


Nadie hubiese adivinado que iba a dejar algún día sus tierras para ir al país vecino. Él, que había vivido su adolescencia rodeado de dinero, dinero y más dinero. Siempre que había deseado algo, se lo habían concedido: un juguete, ropa, dulces...

Pero a los 20 había empezado, por casualidad, una correspondencia con una chica en España. Se había sentido encandilado por su escritura que aunque algo menos delicada que la del resto de las chicas, destilaba carácter. En ese momento, Francis Bonnefoy dedicó cualquier rato libre que tenía a aprender español. Sus cartas eran muy amenas y él fue cayendo en el encanto de la personalidad de ella. Se pasaba los días mirando el buzón de su ostentosa casa, esperando hasta que llegaba otra más. Entonces, corría hasta su habitación, se encerraba y se echaba sobre su cama a leer qué nuevas cosas tenía que contarle.

Fue cuando tenía 22 que las cartas empezaron a cambiar. Ella no dejaba de mencionar una y otra vez que las cosas en España no andaban bien. La gente estaba crispada y había un temor que no tenía nombre pero que todos podían presentir. De repente estalló la guerra en España. Francis no podía despegar la vista del periódico y podía notar los latidos de su corazón, inquieto, rápidos y fuerte contra su caja torácica. No podía dejar de pensar en ella.

A pesar de las constantes quejas de sus padres, empezó a dedicar mucho rato a buscar información sobre lo que acontecía en la península. No recibió más cartas de ella desde entonces. Durante meses, no supo qué hacer. Miraba aquella fotografía antigua en la que aparecía junto a sus padres y no podía evitar preocuparse. Mucha gente estaba muriendo en el país vecino, ¿estaría ella en la lista de defunciones? Cada vez que lo pensaba, le daban escalofríos.

Y en diciembre de 1936, cuando ya contaba con 24 años, de repente recibió lo que él más tarde consideraría una señal. Iba caminando por las calles de París enfundado en un caro y cálido abrigo mientras su mente andaba perdida en otros asuntos. Las manos estaban en los bolsillos y el rostro enterrado entre las telas del cuello de la chaqueta. Entonces miró a su derecha y vio un llamativo cartel. No era demasiado hermoso y seguramente no habían invertido cuantioso presupuesto en imprimirlo pero, sin duda, llamó su atención. Se trataba de un anuncio del partido comunista y aunque Francis no es que fuese devoto a esa ideología, se acercó más. Lo que realmente captó su interés fue la petición que ese cartel lanzaba. Buscaban a gente que estuviese dispuesta a ir a batallar a España, para salvar la república de las manos fascistas. En ese momento, su pulso se aceleró. Nunca había sido dado a pelear. De hecho, era bastante cobarde y cuando iba al colegio una chica le pegó. Pero, en ese momento, sintió algo más fuerte que él mismo. El deseo de saber algo de ella era enorme. Y no sólo eso, también, de repente, experimentó una cosa que nunca antes había pasado. Deseó ir a luchar. Tuvo ganas de ir a España y ayudar a esa gente a obtener su libertad. Si algo similar ocurriese en Francia, seguro que desearía que sus vecinos españoles ayudasen. Era hora de hacer lo mismo por ellos.

Tardó unos meses en alistarse, preparar el papeleo y ser asignado a uno de los viajes que se realizaban. En última instancia le quedaba decírselo a sus padres.

Hacía ya dos meses que se encontraba en España y no había dado con ella. Tampoco es que pudiese ir a donde deseara. Tenían lugares asignados y visitaban los sitios que necesitaban refuerzos. Comían cuando podían, se duchaban cuando tenían la ocasión, dormían si tenían suerte. Le había crecido una pobre barbita que se había ganado parte de las risas de la XII Brigada Internacional. Por mucho que lo había intentado, no había logrado convencerles de que era pobre pero que eso le daba clase. Bueno, por suerte su mote no era tan horrible. Había uno que tenía un apodo extremadamente humillante. A su lado, que a Francis le llamaran "la princesita con barba" era un halago.

Ahora sus ojos estaban puestos en Guadalajara, habían escuchado que una batalla había empezado. La XI Brigada Internacional ya iba en camino al campo de batalla y ellos iban a unirse en cosa de un día a la escaramuza. Francis se encontraba empapado de pies a cabeza de su desgastado y sucio uniforme que ahora parecía de color negro. Sujetó más su arma y continuó avanzando a paso decidido hacia su destino.


Su batallón no era demasiado grande. Se componía de unos 35 hombres que se dedicaban a ir dando tumbos por diversos lugares de la península a socorrer a escuadrones importantes. Lo fácil hubiese sido unirse a uno de los grandes y numerosos republicanos, pero ninguno de ellos quería hacerlo. De este modo llegaban antes a los sitios. No contaban con grandes piezas de artillería y sin embargo eran efectivos. Al ser menos numerosos, podían esconderse fácilmente, también podían huir con más rapidez y se organizaban con eficacia. Contaban con un pequeño campamento que habían improvisado a cosa de unos cuantos kilómetros de donde se estaba desarrollando la batalla. Unos cinco hombres y él, al mando, se habían dirigido hacia Guadalajara con intenciones de ver cómo estaban los ánimos por la zona y decidir qué estrategia seguirían ellos para ayudar a las tropas de la República.

El cielo les acababa de dar un pequeño descanso aunque tanto su pelo castaño, aplastado contra su cabeza por el mismo peso de agua, y sus ropas, verdes aunque ahora mismo se veían casi negras, se encontraban empapadas por el aguacero que había estado cayendo durante la noche anterior y parte de esa misma mañana.

- ¡Oye! -escuchó que alguien gritaba a cierta distancia por delante de él, a su derecha- ¡Ven! ¡Aquí hay un montón de muertos!

Sus ojos verdes se cerraron y suspiró a disgusto. Últimamente lo único que veían eran muertos por todas partes. Estaba bastante cansado de todo aquello.

El panorama era desolador. Había unos veinte hombres cubiertos de sangre y algo de barro. En el suelo, se encontraba un gran charco en el que se mezclaba el agua y el líquido de color escarlata que manaba de las heridas de aquellos cuerpos ya bastante fríos.

- Parecen extranjeros... -murmuró él, paseando con cuidado por la zona y observando el rostro de aquellos pobres desgraciados.

- Yo ya he visto dos banderas francesas en los ropajes. -dijo su compañero.

- Serán de las Brigadas Internacionales que están ayudando en Guadalajara. Aunque estos parecen haber sufrido una emboscada. Quizás deberíamos enterrarlos para que al menos tengan un descanso digno, ¿no, Luís?

Se agachó y escudriño la persona que tenía delante. Tenía más o menos su edad y su cabello era rubio, a pesar de estar manchado por el barro. Tenía una ridícula barbita y...

- Se mueve... -dijo abriendo sus ojos verdes mucho- ¡Oye! ¡Este se mueve! ¡Está vivo! ¡Venid!

Analizó rápidamente su estado. Le había alcanzado un tiro en el hombro, que sangraba bastante y que al parecer no había salido. Otra bala le había atravesado un costado aunque muy hacia fuera, seguramente no había rozado ningún órgano. La decisión fue ecuánime: ese hombre debía ser visto por un doctor y por suerte en el campamento había uno. El traslado no fue sencillo ya que se despertó y empezó a gritar de puro dolor. No podían llevarlo de forma que su cuerpo no se moviese ni un milímetro y cualquiera, por pequeño que fuese, le producía un intenso sufrimiento y hacía que sangrara más.

Una vez en el campamento, lo dejaron en una de las camillas que habían improvisado y él mismo se acercó a examinarlo. Los ojos del francés miraban de un lado a otro confundido, preso de un pánico que seguro que radicaba en el dolor intenso que le sobrevenía con cada inoportuna moción. El médico, Matías, vino entonces. Empezó a hablar al galo y decirle que todo iba a ir bien. Antes de hacer nada más, le administraron sedación y aunque no lo durmió por completo, sirvió para que no notase el daño que le producía el médico hurgando en la herida. Dejó el metal sobre una bandejita. Francis lo observó mientras suspiraba pesadamente. Estúpida emboscada habían sufrido... Se habían separado del grupo para buscar algunas provisiones y traerlas al resto de la brigada cuando de repente unos nacionales españoles les habían cosido a balazos. Tenía la amarga certeza de que si él estaba vivo era porque sus compañeros habían recibido algunos de los tiros que iban destinados a él. Sintió el golpe contra el suelo tras recibir el impacto en el hombro. Levantó la vista mientras la sangre manaba de su herida y se acercó un muchacho, joven. Éste le miró a los ojos, tembloroso, apuntó el arma hacia él y cerró los ojos antes de disparar.

Le dolió mucho y aún así se las apañó para no gritar. Cerró los ojos y se quedó lo más quieto que podía. Sin embargo el sufrimiento era lo bastante intenso como para estar corroyéndolo por dentro. Escuchó que felicitaban al chico y se marchaban para seguir con su batalla. Francis respiró de repente, agitado y jadeando. Vio a su lado uno de sus compañeros, muertos. Entonces el dolor se volvió demasiado intenso y se desmayó.

Lo siguiente era el movimiento, aquellas punzadas del demonio y voces en español. Si eran los nacionales, que lo mataran. Quiso decirlo pero no le salía la voz más que para gritar. Todo le parecía borroso, lejano, extraño y hasta que no estuvo sobre una superficie blanda, Francis no fue consciente de lo que estaba ocurriendo. Su vista se aclaró y vio a un chico de su edad, cabello castaño y despeinado por la parte de arriba, unos mechones largos le caían por la espalda y estaban atados por una goma en la nuca y los ojos verdes que le examinaban. Entonces llegó el otro médico y él se alejó.

Ya sedado, Francis miró al chico. Estaba en el otro rincón y hablaba con unos. De repente un gesto de rabia se instaló en su cara y pegó un puñetazo a una pared. Escuchó su voz, por encima de todo ese tumulto.

- ¡¿Yo qué le dije?! ¡Es idiota! ¡Es un gran idiota! ¡Dejadle!

El chico de cabellos castaños se apartó y suspiró pesadamente. Se frotó el rostro con una mano y recuperó la tranquilidad. Entonces el médico le preguntó que si le podía ayudar y se acercó.

- ¿Puedes vendarle tú? Tengo que atender a David y José.

- Claro, ya me encargo yo de él. -dijo sonriendo agradablemente. Tomó las vendas en la mano y le dirigió unas últimas palabras al médico. Luego se volvió y le observó un segundo antes de empezar a vendar la herida- Veo que ya estás más centrado.

- Ayuda el no sentir como si te estuvieran perforando el cuerpo todo el rato. -dijo Francis con voz suave.

- Como imaginaba, eres francés. Tus compañeros están muertos, eres el único que has sobrevivido. ¿Eres integrante de las Brigadas?

- Sí... -suspiró un poco al sentir que apretaba y hacía un nudo para que no se soltaran. Luego notó que empezaba a vendar el torso- Todos formamos parte de la XII Brigada Internacional y prácticamente todos somos franceses. Nos separamos y nos emboscaron los enemigos. Vosotros...

- Ah, no... -dijo sonriendo- Nosotros no somos nacionales, los fieles a la República, sólo que no formamos parte de ningún ejército conocido. Somos similares a los mercenarios, vamos de un sitio para otro y ayudamos a los que podemos. ¿Cómo te llamas?

- Soy Francis Bonnefoy. Me alegra que no seáis el enemigo, he estado a nada de pediros que me rematarais antes.

- No digas eso muy a la ligera, Francis. Me parece que muchos te harían caso. No vamos muy bien de comida y creo que para algunos sólo eres otra boca más a la que alimentar. ¿Eres de París?

- ¿Cómo lo sabes? -preguntó sorprendido mientras se fijaba más en sus rasgos.

- Bueno, no es muy difícil. Muchos de los franceses vienen de allí. Y aquí los españoles se preguntan si eso no es más que la vergüenza que sienten porque su país nos está abandonando a nuestra suerte.

- No es mi caso. No quiero decir que crea que debamos mirar hacia otro lado cuando nuestros vecinos están pasando un mal rato, pero mis motivos son diferentes. Conozco a alguien y desde que empezó la guerra no tengo noticias de esa persona. Además, quería pelear por vuestra libertad. Y no soy un gran luchador, es ridículo.

Se hizo un breve silencio. El español estaba acabando por fin el vendaje y el francés no dejaba de pensar una y otra vez si podía hacer o no la pregunta que le rondaba la cabeza. Es que no podía dejar de mirar su cara y, desde que se percató, le producía intriga.

- Sé que no es asunto mío pero, ¿es reciente esa cicatriz que tienes en el rostro?

Él le miró sorprendido y se llevó la mano cerca del ojo derecho. Luego bajó la vista y por un momento se perdió en sus recuerdos. En ese mismo momento, el galo supo que no debería haber hecho la pregunta.

- Es reciente. Sanó hace poco y por eso se ve tan rosita aún. Me han dicho que no se va a ir nunca. -le sonrió- Pero bueno, estoy vivo y eso es lo que importa. Me llamo Carlos Fernández. Acabo de darme cuenta de que no me había presentado.

- Encantado, Carlos. Gracias por el vendaje. Os debo la vida. Si no me hubieseis encontrado, seguramente aún estaría allí tirado, desangrándome. Es más que probable que ya fuese un cadáver más.

- No me las tienes que dar. Sois nuestros aliados y aunque seáis de fuera, para nosotros ya sois parte de esta tierra, como un español más. Uno con un fortísimo acento francés, pero bueno. -dijo riendo.

Francis sonrió. Era muy simpático ese hombre. Ya sabía que tenía un acento hablando español que hacía que sus raíces fueran bien claras. Al menos ahora no sentiría vergüenza al usarlo. Estuvieron hablando cosa de una hora. Carlos le contó acerca de sus tareas, de cómo le habían encontrado, le dijo que habían decidido mantenerse al margen ya que con sus efectivos poco podían hacer, también le contó que había un chico francés entre sus filas y que esperaban partir en poco. Francis le explicó acerca del batallón, de lo que le había ocurrido. Era reconfortante hablar con alguien de ese modo. En algunos momentos, había temido que si encontraba a aquella chica, no podría hablar con ella con normalidad. Sin embargo, ese chico era muy agradable y la tarea de conversar, aún en otro idioma, no se hacía nada pesada.

Además, Carlos era bastante guapo. Porque sí, Francis se escribía cartas con una chica que le gustaba bastante, pero tampoco le hacía ascos a los hombres. Y no es que estuviera confundido y no hubiese probado nada, no. Francis había mantenido relaciones con hombres y había descubierto que también le gustaban. ¡Tenía todo el mercado disponible para él! No era algo tan malo. Aunque no lo podía ir proclamando abiertamente. De cada cuatro personas que se enteraban tres se escandalizaban y una le decía eso de que podía elegir de donde quisiera.

Su momento de paz relativa se esfumó cuando un hombre entró en la enfermería con el semblante pálido, sudoroso y el cuerpo tembloroso. Su aparición, repentina y brusca, había hecho que tanto Carlos como Francis dejaran de hablar. El hombre, con la ropa sucia y mojada, se acercó hasta el hispano y le puso la mano en el hombro.

- Acaban de avisar de que ya regresa. Está herido.

Carlos se tensó por completo y miró a su informador con el ceño fruncido. Francis estaba intrigado. Seguro que se refería a la persona de la que hablaban antes. Al parecer el tema afectaba lo suficiente al español.

- ¿Está grave? -dijo con voz queda.

- No es una herida superficial pero cuando Matías lo trate, mejorará.

- Bien...

En ese momento las puertas se volvieron a abrir y entraron un grupo de hombres cargando a otro que gritaba. Francis observó atónito que el que estaban transportando era clavado a Carlos. Habían algunas diferencias, pero demasiado sutiles y que pasaban desapercibidas a simple vista. Lo más notable era que no tenía la cicatriz y que su cabello era corto.

Cuando lo depositaron en la camilla que quedaba al lado, Carlos se levantó y el francés abrió los ojos con sorpresa al ver que se acercaba a ese hombre tan parecido a él y le pegaba un capón en la cabeza..

- ¿¡Es que estás gilipollas!? -gritó.

- ¡Eso tendría que preguntarlo yo, joder! -proclamó el "clon" entre ahogados gemidos de dolor.

Francis se sintió mareado. Era casi como si uno fuese un reflejo en el espejo. Bueno, sus voces no eran iguales, claro que el recién llegado tenía su tono claramente afectado por el dolor. La pierna tenía un corte feísimo que no dejaba de sangrar abundantemente.

- ¡Te dije que te esperaras a que volviésemos, Antonio! ¡Te lo dije! ¡Y tú venga a correr! Podrías haberte muerto y esa hubiese sido una buena lección para ti.

- ¡V-vete a la mierda...!

- Te voy a tener que coser. -dijo Matías con los guantes puestos y la aguja en la mano.

- Ponme anestesia... -dijo el que se llamaba Antonio mirando al médico.

- No tengo.

La mano temblorosa de Antonio se agarró a la bata del médico con inusitada fuerza. Pudo ver que por el rostro moreno de Matías caían unas gotitas de sudor frío (y dedujo que era frío porque no hacía calor). El doctor balbuceó un par de veces antes de poder articular una frase coherente.

- ¡No te pongas así! Hace mucho que no nos aprovisionamos de material médico. Quedaba una y se la hemos puesto al francés.

Él se tensó. Carlos le miraba, Matías también, pero, lo que era aún peor, ese tipo con lengua envenenada y humor de perros también tenía sus ojos clavados en él. Antonio examinaba a ese tipo que no había visto hasta entonces. No sabía quién era, ni de dónde había salido. Pensó por unos segundos y no recordaba a ningún otro francés en el grupo además de Pierre. ¿Y ése de dónde había salido? Miró a Matías.

- ¡¿Y le habéis puesto la última a ese gabacho que ha aparecido de la nada?!

- Soy francés pero tengo orejas y entiendo el español muy bien, espingouin.

- Que te follen. -espetó Antonio.

- Modera tu lenguaje. -dijo Carlos- Francis es un combatiente de las Brigadas Internacionales y un aliado. Y tú vas a tener que aguantarte y dejar que te cosa ese estropicio sin anestesia.

Antonio bufó en incontables ocasiones mientras el doctor preparaba todo lo que necesitaba. No dejaba de murmurar que no entendía cómo podían estar sin anestesia y que por mucho que fuera uno de las Brigadas, si se pasaba de listo, se pasaba de listo. Francis se mordió la lengua para no contestarle nada. Desvió la mirada y de repente se desató algo peor que lo que había ocurrido hasta el momento. Bueno, quizás peor en otro sentido. Los quejidos de Antonio pasaron a ser jadeos ahogados y a veces gruñidos. Francis devolvió la vista a la camilla y se sintió mareado ante la cantidad de sangre y la visión de la pierna. Carlos y otro hombre que no conocía sujetaban a Antonio, el cual se movía aunque no quisiera. Su rostro estaba bañado en sudor y contraído en una mueca del dolor que le embargaba. En la zona del centro, el español no pudo aguantar algunos gritos. La tirantez de la piel ya herida y la aguja perforándola era demasiado para aguantarlo sin inmutarse. El galo nunca había sido muy dado a visualizar ese tipo de espectáculo y ahora se veía atrapado. Aprovechó que nadie le miraba, se giró en la cama y se tapó el oído con un cojín. Por suerte así se escuchaba menos fuerte. Dedujo que habían terminado ya que no escuchaba nada. Se descubrió la cara y miró. Carlos y Matías hablaban a un lado y Antonio, con el brazo cubriéndole los ojos, respiraba agitadamente.

- Es probable que se infecte. Por el tipo de herida, parece que emplearon un arma vieja.

- ¿Quién te hizo la herida, Antonio? ¿Le conoces? -preguntó Carlos ahora observándole.

- Sí... Ha sido ese italiano... -dijo apretando el puño.

- ¡Te tengo dicho que no vayas a por él! A la mínima logra engañarte, tú eres gilipollas y consigues que te hiera.

- ¡Si quisiera podría ganarle! Lo que pasa es que es un tramposo y siempre me pilla desprevenido.

- Me parece que algunos llevan armas antiguas, seguro que le dará una infección. Mañana, si presenta síntomas, le damos antibióticos y lo controlo. Así, pasado, podremos salir.

- Ya sabes, Antonio. -pero no contestaba de repente.

- Creo que o se ha dormido, o se ha desmayado. -informó Francis- Lamento entrometerme, pero desde aquí es imposible no escucharos.

Matías se retiró a terminar de limpiar todo y Carlos se acercó a la cama de Francis. Suspiró. Le apenaba que hubiese tenido que presenciar ese lamentable espectáculo.

- Él es Antonio, mi hermano. Lamento lo que te ha dicho antes. No suele ser tan maleducado la primera vez que conoce a alguien. También es verdad que últimamente, cuando estamos en el campo de batalla, se irrita con más facilidad de lo usual.

- No debes disculparte. Su herida tampoco parecía algo que tomarse a la ligera. ¿Quién es ese italiano del que hablabais? No he oído nada acerca de alguien así.

- Bueno... No es un destacado militar. De hecho es tramposo y en cuanto ve que ha infligido daño o que la situación es muy difícil, huye a una velocidad que sorprende a muchos. Tiene un hermano que se dedica a la parte de huir únicamente. Son los hermanos Vargas. El que engaña a Antonio siempre se llama Lovino. Le va diciendo o que no está ahí por gusto, que quiere ayudar y que se dio cuenta de su error... Cosas así. El imbécil de mi hermano le cree y siempre le ataca. Para cuando se la quiere devolver, ya no está. No entiendo cómo puede seguir creyendo que hay algo de bondad en ese hombre.

- Es peligroso que confíe en el enemigo repetidamente. ¿Es tonto?

- Eso mismo pienso yo. A ver si alguien mata a ese tipo y mi hermano deja de pensar en eso también. Se obsesiona demasiado con las cosas. Bueno, ¿y tú qué planeas hacer? No sabemos dónde está tu brigada. Ir solo sería un suicidio. Cantas. Tu pelo rubio dice que eres extranjero y todo el mundo se acercará para saber si eres republicano o no. Si te encuentras a otros republicanos, seguro que serás bienvenido como lo has sido aquí. Si son fascistas, estarás jodido. Como ves, no es que andemos sobrados de recursos pero puedes quedarte con nosotros. Si en cualquier momento te quieres ir, perfecto. Siempre que no nos engañes y nos metas en problemas, te trataremos como a uno más. Mañana te presentaré a Pierre. Se unió a nosotros en circunstancias similares y desde hace más de un mes que está aquí. Por lo visto no quiere irse.

- Me lo pensaré.

- Salimos el miércoles. Tienes todo el día de mañana para pensártelo. -dijo y le sonrió con amabilidad tras apoyar su mano en uno de los brazos del francés- Si necesitas cualquier cosa, pídesela a Matías o a otra persona que pase por aquí. Descansa. El día ha sido duro y mañana, cuando ya no quede ni rastro de la anestesia, te van a doler las heridas.

- Gracias de nuevo.

- No hay de qué.

Tras guiñarle un ojo, Carlos salió de allí. Francis suspiró y se acomodó un poco más en la cama. Notó una leve punzada y tuvo la certeza de que sí, le iba a doler más cuando amaneciese. Estaba terriblemente cansado y sabía que no iba a aguantar mucho más tiempo despierto. Ladeó el rostro y observó al hermano de Carlos. Aun profundamente dormido, no estaba teniendo un sueño pacífico, seguramente por la herida de la pierna. Volvió a mirar al frente, pensando en sus compañeros muertos, y poco a poco se fue quedando dormido.


Se despertó ya que había alguien hablando. Estaba mareado y cuando se movió un poco sintió el dolor de todo lo que había sufrido el día anterior. Abrió los ojos y tuvo que frotárselos para dejar de ver borroso. Matías estaba en la camilla del lado con un termómetro en la mano.

- Sí, tienes fiebre. No te preocupes, lo que te acabas de tomar te hará desaparecer la infección en poco. Mantente quietecito por hoy y mañana podrás ir cojeando por ahí.

- De acuerdo.

Antonio suspiró. Eso de estar en la cama, todo el día tumbado, cuando no era por ocio, sino por enfermedad, era un coñazo. Cuando su mente decidía estar lúcida, no podía apartar sus pensamientos de los diferentes enfrentamientos que había por toda la península. Matías se fue hacia un lado y le siguió con la mirada. Estaba hablando con el francés y le preguntaba acerca de cómo había pasado la noche y si le dolía mucho. Antonio seguía de mal humor y dejó de escuchar su conversación. Además, tenía por seguro que le faltaba otra charla de su hermano. Siempre era un agonías. Ni por venir medio muerto le dejaba en paz.

- Me llamo Francis Bonnefoy.

Ladeó el rostro, algo anonadado, y comprobó que el francés estaba hablando con él. Le examinó con expresión muda. ¿Por qué tenía que entablar conversación con él precisamente? Al otro lado tenía a Manu, podría hablar con él... Bueno, vale, Manu estaba inconsciente y seguramente no le fuese a dar mucho tema. Pero podría intentarlo. De verdad que no se sentía de humor, la fiebre le tenía agotado y mareado. Ladeó el rostro para que entendiese que no quería contestar.

- Anda~ No seas así. Somos los únicos que están conscientes dentro de esta habitación y me aburro. Podrías hablarme un poquito al menos, ya sólo por educación. Me llamo Francis Bonnefoy, encantado.

- Pues bien por ti. -dijo Antonio sin ganas. Qué francés más parlanchín, por Dios...

- Me llamo Francis Bonnefoy.

- Para ser francés, parloteas un montón en español, ¿eh? -vio que el galo abría la boca y se apresuró a interrumpir- No quiero saberlo, no me interesa, no quiero hablar contigo.

- Me llamo Francis Bonnefoy. -insistió. Él tenía todo el tiempo del mundo y seguro que el español contaba con menos paciencia. Sólo hacía falta repetirlo hasta que cediese. Escuchó un profundo suspiro de su vecino de cama.

- Soy Antonio, Antonio Fernández. -de repente sonrió forzado, con enfado- Deja de poner esa cara, gabacho. Lo he hecho para que te calles, me estabas dando ya dolor de cabeza.

La cara de victoria de Francis se tornó una sonrisa resignada. Bueno, no podía pedir imposibles. Al menos le había dicho el nombre y eso ya era algo.

- Carlos es tu hermano, ¿no? Es increíble. Aún siendo hermanos, vuestro parecido es sorprendente.

- Pues claro. ¿Dónde se ha visto gemelos que no se parezcan? No digas gilipolleces.

- Oh. Oooh~ -murmuró de repente, como si acabase de entender la verdad sobre el mundo- Claro, por eso os parecéis tanto. -se fijó en la mirada de reproche que Antonio le dirigió y dedujo que eso no debía hacerle demasiada gracia- A primera vista, después sois muy diferentes.

- Claro que lo somos. -replicó Antonio haciendo un pucherito gracioso.

- Sé que no nos conocemos apenas, pero debo decirte... ¿Eres idiota?

La cara de Antonio se quedó sin expresión y entonces se empezó a formar una sonrisa siniestra que le puso el bello de punta a Francis. Negó con la cabeza repetidamente.

- N-no me refería a... Q-quiero decir... El italiano que te engaña...

- Menudo valor tienes insultándome de este modo. Y yo hablando contigo cuando no eres más que...

- ¿Qué está pasando aquí? -preguntó Carlos en la entrada de la sala, viendo la extraña y peculiar escena. Francis lo había mirado medio llorando y con notable alivio.

- ¡D-dios, dile algo! ¡Parece que quiere arrancarme la cabeza! Me equivoqué al formular la pregunta, pero no merezco la pena capital.

- ¡Me preguntaste si era idiota! -dijo Antonio indignado.

- Venga, cálmate ya, Antonio. Francis tiene razón, con la de veces que te has dejado engañar por Lovino, eres idiota.

El de cabellos cortos miró al francés de manera fulminante y éste sudó frío. Madre mía... Le producía una fuerte sensación de alarma. Su instinto de supervivencia le decía que debía salir por patas de ahí antes de que le arrancase la piel a tiras. Volvió a negar con la cabeza.

- Te juro por mi madre en París que yo en ningún momento he afirmado que estés idiota. Sólo me lo he preguntado, pero sin connotaciones ofensivas y siempre desde el más profundo de los respetos. Díselo, Carlos.

- No puedes seguir así, Antonio... Estoy harto de decírtelo una y otra vez. Me haces preguntarme si en vez de un cerebro tienes serrín en la cabeza. Te he dicho montones de veces que no debes ser tan impulsivo y que si continúas de este modo acabarás muerto. Es por...

- Carlos. -interrumpió de manera seca Antonio- No empieces ahora con esa charla. Sé que me la vas a dar igualmente, pero no me la des con este tipo delante.

Francis Bonnefoy no sabía dónde meterse. Si se cubría las orejas llamaría su atención, no podía no escucharles cuando el resto de la habitación estaba en silencio. Además, le parecía curiosa la manera en la que hablaban. Había algo que seguro que no tenía nada que ver con la misión suicida de Antonio el día anterior. Carlos suspiró y asintió con la cabeza.

- Está bien. -aunque de repente le tiró de la oreja- Pero vuelve a hacer eso y cuando vengas, encima, yo mismo te pegaré una paliza.

- ¡Suéltame la oreja, portugués! ¡Como si pudieses ganarme...!

- Oye, Carlos, ¿puedo ayudarte con algo? -interrumpió Francis- Me siento mejor y para cosas ligeras puedo echar una mano, para agradecer lo que habéis hecho por mí. Y no me digas que descanse, estoy bastante mejor.

El de cabello castaño largo le observó curiosamente durante algunos segundos y acabó por sonreír resignado. Era un cabezota. Seguro que esas heridas debían doler y él insistía en ayudar para devolver el favor. Suspiró y se encogió de hombros.

- Está bien, te espero fuera. Nos ayudarás a decidir por qué caminos iremos a nuestro próximo destino. Es algo ligero y que aunque estés herido podrás hacer sin ningún tipo de problema.

Carlos salió de allí y Francis se incorporó en el lecho. Se puso bien la camisa y como pudo se la abrochó. Cuando ya terminaba, levantó la vista y observó de reojo a Antonio. Estaba mirando hacia un rincón con la vista perdida, como si estuviese sumido en sus propios pensamientos. Desde que había dicho aquello último que no había pronunciado ni una sola palabra. El francés lo encontró hasta raro. Esperaba que se burlara quizás de él por tratar de ayudar. Le parecía ese tipo de persona.

- Hasta luego, Antonio. -dijo Francis intentando sacarle de su ensoñación.

Pero no dijo nada. Ladeó la mirada, lo examinó con una expresión que hasta parecía triste y que sorprendió a Francis, y luego volvió a mirar hacia otro lado. Abrió la boca pero no articuló la pregunta, que se atascó en su garganta y se negó a salir. Giró sobre sus talones y salió con Carlos.

- No te ha dicho adiós, ¿verdad? -dijo el chico cuando vio la cara con la que salía Francis de allí.

- ¿Qué le pasa a tu hermano? Parece que le hace falta echar un buen polvo. No es normal. Sois demasiado diferentes para ser gemelos. ¿Y por qué te llama portugués?

- Es una idiotez suya. Siempre me he metido con él porque nació casi una hora más tarde que yo, así que él empezó a vengarse, por así decirlo, llamándome "portugués" aunque no lo sea. Mi madre intentó que parase, pero no dejó de hacerlo nunca y ahora ya es demasiado tarde para que pierda la costumbre. Está cambiado...

Bueno, no era su asunto así que no iba a preguntar. De alguna manera no le interesaba. Ese chico era muy desagradable y maleducado y no le caía bien. Su hermano Carlos era mejor. Así que siguió sus pasos sin añadir nada más acerca del tema.

- ¿Al final has decidido qué vas a hacer? ¿Te vendrás con nosotros o regresarás con las Brigadas?

- He estado pensando y creo que la mejor opción que tengo ahora mismo es la de ir con vosotros. Deseo encontrar a una chica con la que me escribía. Quiero saber si está bien y darle una gran sorpresa. Además, sé que a vuestro lado podré seguir luchando y eso me anima. Todo si no supone demasiada molestia. Siempre podría irme solo.

- No digas tonterías. Tendremos que vigilar más con la comida, pero siempre es bienvenida nueva gente. Además tu experiencia en el campo de batalla nos viene bien.


Hoolas~

Aquí estoy, otra semana más, para traeros en esta ocasión un nuevo fic. Los capítulos serán aproximadamente de 10 páginas cada uno, alguno más largo, alguno más corto. En total serán 17 capítulos y un pequeño epílogo de menos de diez páginas.

Me apetecía escribir algo sobre la Guerra Civil pero sin que fuesen países, porque de ese tema ya tengo escrito un fic (de mi época pasada de fan de Spamano que ya pasó). Quiero comentar que Antonio, durante el fic, va a parecer demasiado malhumorado, pero es parte del argumento y poco a poco tendrá su carácter habitual, no me lo tengáis en cuenta, plz ovo

El título era una idea desechada del fanfic La Quinta Columna. A las Barricadas era parte de una canción popular de la época, y así estuvo a punto de llamarse, pero al final me decidí por el otro título. Ahora me ha venido muy bien porque he tenido un título histórico y con fundamento sin tener que devanarme los sesos. Yeeey ouo xDDD

Y eso es todo por esta semana.

Nos leemos la que viene.

Un saludo,

Miruru.

El botón de review no come, os lo prometo :D