Nota de autor: primero que todo, me disculpo. Bueno… estoy muy consciente de que nadie va a leer esto, considerando los hits que recibe esta pareja en esta sección, y probablemente, es por eso que voy a perder toda la vergüenza con este fic y hacerlo tan cliché, triste, cruel y pervertido como deseo, ya está, sin ninguna vergüenza ¡que carajos! Aquí nadie puede verme la cara, voy a hacer lo que quiero, al menos sé que si alguien me juzga, no serán muchos. En fin, las 10 personas que lean este fic, espero que lo disfruten.
disclaimer: Frozen no me pertenece.
[Atrapada]
Anna escuchó los pasos a la distancia. Las finas botas de cuero golpeando una y otra vez contra el suelo de madera en una estrepitosa carrera, que le recordaba en la situación urgente en la que se encontraban.
— No hay señales de ella— murmuró uno de los generales, lo suficientemente bajo como para que nadie los escuchara. Sin embargo, Anna sí logró hacerlo.
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Toda aquella pesadilla comenzó durante la mañana, en lo que prometía haber sido el día más feliz de su vida. Anna debió saber que algo marchaba mal desde el mismo momento en que un pequeño ejercito de mucamas entraron a su habitación para ayudarla a prepararse para el día de su boda, pero no había señas de su hermana.
— ¿Dónde está Elsa? — preguntó la chica mientras que Gerda le cepillaba fuertemente el cabello.
— No la he visto Alteza, pero su Majestad nos dijo ayer por la noche, que quería preparar una sorpresa especial para su matrimonio — dijo la mujer con una sonrisa en sus labios. Aquellas palabras, le hicieron bastante ilusión, pues no podía dejar de imaginar que cosas hermosas planearía su hermana mayor, o de que forma la sorprendería. Después de todo, así Elsa no quisiera reconocerlo, ella tenía un don, y era capaz de utilizarlo de la manera más maravillosa.
— Estoy impaciente por ver lo que Elsa tiene planeado — dijo la chica con una sonrisa en tanto las mucamas terminaban de poner los últimos detalles a su velo de novia.
Anna se miró en el espejo, y se vio completamente cubierta con hermoso e inmaculado vestido blanco de escote bajo, y falda labrada. La princesa nunca se había considerado particularmente bonita, al menos, no en la forma de Elsa, ya que la reina era clásicamente hermosa, con sus misteriosos poderes y sus facciones delicadas, mientras que ella no tenía nada especial que ofrecer. Pero, aún así, Anna había encontrado una persona que vio en ella algo especial, y al imaginarse junto a Kristoff durante el resto de sus vidas, su corazón se llenaba de una felicidad, casi comparable a la que experimentó el último año junto a su hermana y al recolector de hielo.
— ¡Anna! — exclamó Kristoff mientras entraba bruscamente a su habitación.
— ¡Kristoff! — respondió Anna sorprendida — ¿qué se supone que estás haciendo aquí? no deberías verme antes del matrimonio, es de mala suerte ver a la novia… — comenzó la chica, pero su frase quedó en el aire, ya que el recolector de hielo tomó fuertemente su mano y comenzó a halarla por los pasillos del palacio, en donde reinaba un gran alboroto de mucamas y soldados, cruzando de un lado para otro, con sus fusiles completamente cargados, y listos para la batalla.
— Tenemos que escapar, es una emergencia — dijo el recolector de hielo. — Nos atacan, y no tardarán en llegar al castillo.
— ¿Quién nos ataca? — preguntó Anna mientras que trataba de seguirle el paso — ¿dónde está Elsa?
— Nadie lo sabe — contestó Kristoff mientras que rápidamente la miraba a los ojos. — desapareció esta mañana, y no hemos vuelto a tener noticias de ella — dijo el recolector con el seño fruncido.
— Eso no puede ser ¿Por qué no me habían dicho nada? — empezó Anna horrorizada — Y Olaf, el no está… — trató de preguntar la chica, quien sabía que si el hombre de nieve se encontraba desecho, de seguro su hermana estaría muerta.
— Él se encuentra bien — respondió el muchacho. En aquel momento, Anna y Kristoff pasaron frente a una ventana, y la chica pudo ver claramente la razón de la alarma: una flota de barcos militares que se extendía por el horizonte. En aquel momento, la princesa soltó la mano de su prometido y caminó hacía el cristal, quería ver con detenimiento a quien pertenecían esos barcos.
— Natsia — dijo Anna al ver el primer estandarte — Barona — comentó al ver el segundo — y las Islas del Sur… — concluyó la chica conteniendo el aliento. Pues si bien, ella tenía historia con uno de los príncipes de estás naciones, Anna nunca se imaginó que fuera a existir un conflicto diplomático entre ellos, mucho menos, que tres países con los que apenas tenían relaciones, se aliaran en su contra.
— Su alteza — la llamó uno de los generales del ejercito que se acercó a ella por la espalda — sería conveniente que nos acompañara, tendremos un concejo de guerra, y ya que la reina no está presente, usted debe venir con nosotros — sugirió.
— ¿Dónde? — preguntó Anna con una voz tan dura que no parecía la propia.
— En la biblioteca — respondió el sujeto. De repente, Anna sintió el suelo moverse, y el antiguo armazón del palacio de Arandelle temblar como si amenazara con caerse.
— Señor — dijo en soldado que se aproximó al general — Nos dispararon con uno de sus cañones, fue tan solo un ataque preventivo, pero tenemos que hacer algo — concluyó el muchacho, que a juzgar por su uniforme, Anna supuso debía ser un lugarteniente u otro rango de menor jerarquía.
— Venga conmigo Alteza — le indicó el general. Anna se dispuso a seguirlo, pero antes de irse, dio media vuelta, y le dedicó una suave mirada a Kristoff.
— Adiós, nos veremos después. Por favor, no te pongas en peligro — le recomendó la chica antes de darle un suave beso en los labios.
— Adiós Anna, tu también cuídate — le dijo el muchacho en un suspiro.
—Sí — asintió la chica sonriendo levemente.
Después, Anna siguió al general hasta la biblioteca, donde más que un concejo de guerra encontró a un grupo de hombres decaídos, y a un par heridos mientras que un medico y dos enfermeras hacían lo posible por atenderlos.
— Su alteza se encuentra aquí, probablemente ella pueda… — empezó el general que la condujo hasta allí.
— Fersen, no hay caso, todo está perdido — comentó uno de los militares, el que se encontraba sentado en una silla cercana, mientras apretaba un paño ensangrentado a una herida en su cabeza.
— ¿Qué es lo que está pasando? — preguntó Anna molesta — ¿Por qué nadie me había avisado de esta situación?
— Su alteza… — comenzó uno de los generales nervioso.
— Dígame — insistió Anna perdiendo la paciencia.
— Desde hace unos meses hemos recibido ataques fantasmas — dijo el general con la herida en la cabeza.
— Karl, la reina ordenó que no debemos contarle nada acerca de… —trató de interrumpirlo otro general.
—¡La reina no está! — gritó el sujeto — pero ella — dijo refiriéndose a Anna mientras la señalaba con la cabeza — ella sí está aquí, así que considerando que será a quien le corresponda enfrentar todo este desastre, creo que debe conocer la verdad.
— Desde hace unos meses hemos recibido ataques fantasmas— comenzó nuevamente el hombre — siempre se había tratado de un par de barcos, siempre los hundíamos en alta mar, pero nunca logramos hallar sus estandartes o nada que nos indicara de donde procedían. Su hermana nos ordenó mantenerlo en secreto.
— Hace un mes — prosiguió el general — uno de sus ataques fue especialmente brutal. Ocurrió en alta mar, por lo que nadie en la ciudad pudo haberlo visto. — comentó — era una derrota segura, no había forma de que ganáramos, usted sabe que no contamos con muchos barcos, y que en comparación a otros ejércitos, el nuestro es débil. Hasta que ella intervino.
— ¿Quién? — preguntó Anna intuyendo la respuesta.
— Su hermana — contestó el soldado mirándola a los ojos — ella congeló sus barcos, fue allí cuando descubrimos que los ataques no eran un hechos aislados, ni obra de criminales comunes. Pensamos que con la demostración de la reina sería suficiente para alejarlos, pero, al parecer, no lo fue, y ahora no sabemos donde está— dijo el sujeto tratando de conservar la calma, mientras que la atmosfera junto a Anna se tornaba cada vez más y más pesada.
— General — comenzó Anna con voz carrasposa — quiero que sea completamente honesto ¿Cree que tengamos alguna posibilidad? — preguntó la chica con el mayor valor que logró reunir.
— Ninguna — respondió, al tiempo que una serie de murmullos estallaban a las espaldas de Anna. La chica cerró los ojos y tomó aire, como si con esto pudiera prepararse para lo que venía.
— Entonces, lo más conveniente será firmar la rendición — comentó la princesa tranquilamente.
— Sí, sería lo más prudente— aceptó el soldado. Anna pensó que escucharía una serie de gritos en contra de su decisión, y que los soldados llamarían a la guerra, con una serie de frases llenas de patriotismo. Sin embargo, la princesa no escuchó más que murmullos. En realidad, ya no quedaba esperanza.
— Que vaya una comisión a negociar, yo firmaré lo que ellos me traigan — dijo la chica firmemente.
— Si, su majestad — dijeron los generales refiriéndose a Anna cómo si fuera la reina, y no con el tradicional "su alteza" que se usaba para las princesas como ella.
Anna sabía claramente que en situaciones como aquellas, el noble de turno ya abría huido, sin embargo, ella no tuvo tiempo para hacerlo, aunque tampoco tenía ninguna intención de hacerlo. La princesa cruzó la parte habitable del palacio, la misma que aún no se había convertido en un hospital de guerra, mientras se retiraba el velo de la cabeza.
— Anna — la llamó Kristoff quien atravesó el pasillo con la mayor rapidez — Anna — repitió tomándole ambas manos — en unos minutos saldré de este lugar, tienes que venir conmigo, nos podremos a salvo — dijo el recolector completamente alterado.
— No puedo hacerlo, tengo que firmar el acuerdo de rendición, aún estamos negociando — se negó la chica.
— Negociación, ¿qué negociación? esto es una invasión. No puedes negociar cuando ellos ya lo han tomado todo — afirmó Kristoff sin aliento.
— Aún no sé en donde se encuentra Elsa — susurro Anna.
— No me puedo ir sin ella — afirmó la chica. — tengo que buscarla. Probablemente, si llegamos a un acuerdo, ellos la dejarán ir en paz.
— Anna… — suspiró Kristoff preocupado. — ellos jamás dejarán que tu hermana escape, no, mientras tenga esos poderes. De seguro la matarán en cuanto tengan la oportunidad — murmuró frenéticamente.
—¿Cómo puedes decir algo tan horrible? — preguntó Anna asustada.
— Es la verdad, Anna, tienes que aceptarlo, Elsa está perdida — sentenció el muchacho. En ese momento, la princesa se lleno de ira, se soltó del agarre de Kristoff y lo miró a los ojos.
— Kristoff, esta es mi última oportunidad. Tengo que averiguar donde está Elsa, tengo que encontrarla. No puedo dejarla atrás, a ella, y a la gente de Arandelle. Debo firmar la rendición — dijo la chica firmemente.
—Ya veo que no puedo detenerte, entonces, me quedaré contigo — anunció el recolector de hielo.
—¡No, no lo harás! — ordenó Anna— yo soy una noble, en cierta medida, eso me protege, pero a ti te fusilaran sin pensarlo dos veces— dijo la chica.
— Espérame en el puesto de Oaken — le indicó la muchacha. — en cuanto pueda escapar, yo llegaré allí, nos reuniremos a las cuatro de la tarde. Por favor, espérame… — dijo Anna susurrando las últimas palabras como si se tratara de una oración.
— Te esperare Anna, te prometo que lo haré— dijo el muchacho juntando su frente a la de la chica. Los dos se quedaron un par de segundos así, tras lo que compartieron un breve beso.
—Es una lástima— dijo el muchacho. — te veías hermosa hoy, realmente pensé que podríamos compartir el día como marido y mujer.
— Yo también, pero no te preocupes, sé que lo haremos muy pronto, te veré en el puesto de Oaken — respondió la chica sonriente.
— Adiós Anna — se despidió Kristoff.
— Adiós Kristoff — respondió Anna.
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Anna pasó las horas siguientes sentada en la oficina de su hermana, mientras escuchaba a los militares pasar y murmurar en susurros como si se encontraran al lado de su lecho de muerte, y temieran interrumpir su descanso.
— Su majestad, aquí está, es la rendición — dijo uno de sus ministros en tanto le ponía una hoja de papel en frente. Anna la leyó en silencio.
— Esto es inaceptable. Aquí dice que los terrenos de Arandelle serán repartidos entre Barona, Natsia y las Islas del Sur, yo no puedo aceptar esto— dijo la chica frustrada.
— No hay otra opción, majestad. Estamos rodeados — le recordó el ministro.
— Bien… — aceptó Anna en tanto sentía que las lagrimas finalmente se formaban en sus ojos. La chica tomó su pluma, la humedeció en el tintero, y firmó aquel documento cómo si se tratara de su sentencia de muerte, aunque, muy en el fondo, Anna sabía que equivalía a algo parecido.
—Ya está—anunció el ministro— se la llevaré al comandante de la flota de las Islas del Sur.
— Las Islas del Sur… — empezó Anna pensativamente —¿Sabe sí él está con ellos? — preguntó la chica.
— Por su puesto majestad— afirmó el ministro de gobierno
— Por su puesto— repitió Anna a modo de asentimiento. Por su puesto que Hans estaría entre los oficiales que comandaban la invasión, ¿cómo no habría de hacerlo? De seguro, el ansiaría esta oportunidad para vengarse personalmente de ella y de su hermana. Y de paso, reivindicarse frente a los ojos de su familia por su fracaso en Arandelle.
Anna bajó al salón de baile, que en Arandelle también hacía las veces de salón del trono, a esperar a los soldados, y entregarles de una vez por todas, la corona. De repente, la puerta se abrió de par en par, dejando ver a una serie de oficiales elegantemente vestidos, pero en muchos casos, cansados y sucios por la batalla. La princesa los miró atentamente, pues a decir verdad, había esperado que la comitiva fuera un poco más grande, o que por lo menos hubiera un soldado de los otros dos ejércitos, pero al juzgar por sus uniformes, todos pertenecían a las Islas del Sur.
— Su majestad… — hizo una reverencia el mayor, quien debía ser un noble a juzgar por su porte aristocrático y cabello rubio.
— ¿Dónde está mi hermana? — preguntó groseramente Anna quien no deseaba cruzar otra palabra más con aquellos hombres.
— Su alteza, tenemos que discutir los términos de su rendición ya sabe… — comenzó el sujeto.
— Ya firmé lo que ustedes querían, ahora déjeme ver a mi hermana— insistió Anna, quien no sabía de donde había sacado las fuerzas para enfrentárseles.
— Yo de ti sería más humilde, no tienes nada más que tu linda cara, no estás en posición de exigir nada — dijo un sujeto pelirrojo que se encontraba al lado del primero.
— Lo único que quiero es ver a mi hermana — exigió Anna nuevamente, quien no se daría por vencida, Elsa era lo único que le quedaba.
— ¿Podríamos discutirlo en privado? — preguntó el mismo sujeto. Anna caminó rápidamente hacia un cuartico en la parte de atrás del trono, lo abrió, y les hizo una seña con la cabeza para que entrarán, sin siquiera molestarse en dirigirle la palabra.
Los hombres pasaron, y Anna tras ellos. Sin embargo, antes de que la chica pudiera dar un paso más, sintió un par de manos empujarla fuertemente, por lo que perdió el balance y cayó al piso. El dolor fue muy intenso, y Anna no tuvo el control de la situación por algunos segundos, hasta que se percató de que alguien estaba sobre ella.
— ¡No! — Gritó Anna al tiempo que abría los ojos y comenzaba a patear y lanzar puños a su atacante.
— Tranquila princesa, eres muy altanera para alguien que acaba de perderlo todo — dijo un sujeto rubio, alto y feo que se unió al pelirrojo que se encontraba sobre ella, tomándole fuertemente las manos.
— ¡Déjeme! — gritó Anna, quien no dejaba de moverse, aunque se encontrara completamente aterrada.
— Rudi, Runo, ¿qué están haciendo? — preguntó cansadamente uno de los tres hombres que observaban la escena tranquilamente desde la salita al fondo de la habitación.
— Enseñándole modales a la princesa — respondió el que estaba sobre ella mientras encontraba el extremo de su falda.
— ¿No creen que es muy pronto para perder el tiempo en esas tonterías? — preguntó otro de los tres hombres, quienes claramente no tenían intención de ayudarla
— No nos tardaremos —dijo el que le sostenía las manos, en tanto Anna sentía que quien estaba sobre ella, finalmente alcanzaba la liga que había colocado aquella mañana como parte de las tradiciones nupciales.
— Miren lo que encontré —anunció el sujeto en una voz cantarina, en tanto se la retiraba de las piernas, sin que Anna dejara de patearlo repetidas veces en el camino.
— ¿Una liga de bodas? ¿por qué? — preguntó uno de los sujetos que se encontraban sentados en la salita, como si en frente de ellos no estuviera sucediendo nada.
— Si no estoy mal, ella iba a casarse hoy. Después de todo, se suponía que era un ataque sorpresa — comentó el mayor de los sujetos.
— En mis tiempos, antes de proceder a hacer eso, le dabas un "Buenas tardes" — bromeó uno de ellos, al tiempo que los otros se reían.
Mientras tanto, a Anna ya había aceptado que tan solo le quedaba la opción de gritar, patear con todas sus fuerzas, y preguntar cómo podían permanecer sentados, charlando tan tranquilamente mientras esto le sucedía a unos cuantos pasos. Toda la escena parecía sacada de un libro de horror o alguna pesadilla gótica. La princesa sintió como levantaban su falda hasta la cintura, en tanto, que uno de los sujetos en la sala dejaba escapar una mirada furtiva en su dirección, cómo si realmente se sintiera curioso por ver aquello.
— ¡Tranquila! — le gritó el hombre que estaba sobre ella, en tanto se acomodaba mejor entre sus piernas. Anna siguió gritando, cada vez con más fuerza, preguntándose porque ninguno de sus soldados apostados en la parte de afuera del cuarto la ayudaban, hasta que sintió una mano deslizarse por su corpiño hasta el borde de su escote.
— ¡No! Por favor — gritó nuevamente.
— ¡Suficiente! — dijo una voz masculina que se acercó hacía ellos y empujó al sujeto sobre la chica.
— Deberían tratar de disimular, sus gritos pueden escucharse hasta el piso de abajo. Lo último que quiero es ocasionar una matanza innecesaria — dijo el sujeto mientras tomaba sus manos y la ayudaba a ponerse de pie. Anna miró a los ojos a su salvador, y soltó rápidamente sus manos ya que había sido rescatada justó por la última persona que deseaba que lo hiciera.
— ¿Estás bien? — preguntó Hans sin verdadero interés.
— ¿Dónde está mi hermana? — preguntó la chica nuevamente, de una manera ruda, pero con la voz temblorosa.
— De eso hablaremos luego — respondió el mismo sujeto que pidió hablar en privado con ella.
— ¡No! — gritó Anna — y-yo firmé la rendición, ahora q-quiero que me devuelvan a Elsa — exigió la chica torpemente.
— Su Majestad, usted no está en posición de exigir nada — dijo el sujeto— me temo, que en nombre de la alianza del Sur, usted está bajo arresto— anunció el sujeto.
— ¿Alianza del Sur? Así que se hacen llamar "Alianza del Sur", que nombre más estúpido, es… — comenzó a balbucear la chica.
— ¡Cállate Anna! — le ordenó Hans, después la tomó por el codo, y se dirigió a los otros hombres — la llevaré a su habitación, pondré un par de soldados para que la vigilen. Volveré en seguida— dijo el príncipe.
— Te esperaremos aquí, hermanito — dijo burlonamente el sujeto pelirrojo que atacó a Anna, por lo que ella le dedicó una mirada cargada de resentimiento, a la que él respondió con una sonrisa lasciva, en tanto ponía la prenda que le había quitado en su bolsillo.
— Ugh, que asco — se quejó Anna en tanto salía de aquella habitación acompañada de Hans.
—Hans, dime donde está Elsa — pidió la chica mientras él la arrastraba a través de los pasillos hasta su habitación.
— En prisión — respondió sencillamente el príncipe.
— ¿Esta bien? — preguntó Anna preocupada.
— Considerando las circunstancias, podría estar mucho peor— contestó.
— Por favor, por favor, déjame verla — rogó la princesa en tanto que él prácticamente la lanzaba al cuarto.
— No puedo, eso se encuentra fuera de mi control — respondió el príncipe, quien se quedó mirando con curiosidad a su alrededor. Anna se sentó silenciosamente en su cama en tanto el inspeccionaba el tocador de la chica.
— Así que los rumores eran ciertos, realmente pensabas casarte con un plebeyo— dijo el príncipe mientras levantaba el ramo de flores que Anna pensaba utilizar durante la ceremonia.
— No puedo creer que Elsa te halla dejado salirte con la tuya. En mi familia, jamás te hubieran permitido cometer aquella tontería —opinó mientras soltaba el ramo de flores sobre la mesa.
— ¿Tu familia? — preguntó Anna sorprendida — si no estoy mal, ese asqueroso cerdo te llamó hermano.
— Ellos son cinco de mis doce hermanos — confesó Hans.
Fue entonces, cuando la chica tuvo la posibilidad de mirarse en el espejo, por primera vez, desde que dejó la habitación aquella mañana, y encontró a una mujer muy diferente en él, esta chica se veía pálida, con el vestido mal puesto y el peinado desecho.
— ¿Por qué querían lastimarme? — preguntó Anna con voz cansada — Ustedes ya ganaron, ya no me queda nada, no tenían porque… hacerme más daño, explícame Hans, ¿por qué? — insistió mientras sentía los parpados pesados y los ojos llorosos.
— Porque pueden hacerlo, por que ganaron y tu perdiste. Porque ellos son fuertes y tú débil, porqué así es el mundo real, no queda nadie a quien le importe si vives o mueres — comentó amargamente el príncipe mientras se dejaba caer pesadamente en un silla junto a la ventana.
— Tu y tu familia son asquerosos, apenas si cruzamos dos palabras, y mira lo que por poco sucede — dijo la chica, sin acabar de entender.
— Lo son, e incluso peores de lo que imaginas. En realidad, hace tiempo solía creer que era mejor que ellos, a estas alturas, sé que no lo soy. Pero, a diferencia de mis hermanos, yo no necesito ser innecesariamente cruel para sentirme satisfecho. Anna, si crees que yo soy lo peor de mi familia, entonces vas a tener un duro despertar, princesa — dijo sarcásticamente el príncipe en tanto sonreía amargamente.
— No entiendo que está pasando aquí. Ayer, todo era hermoso y pacifico y hoy… — empezó Anna dejando salir un par de lágrimas — esto es una pesadilla.
— Tienes que agradecerle a Elsa por eso — comentó venenosamente — hemos atacado por meses, pero, por supuesto, ella te mantuvo protegida en este castillo, lejos del mundo real, siempre ha sido así — opinó mientras inspeccionaba un par de muñecas de trapo que Anna conservaba sobre su mesa, y que eran una copia en miniatura de Elsa y ella misma.
En ese momento, la puerta se abrió de par en par, y el hermano de Hans, él mismo pelirrojo que la atacó, entró y la miró de arriba a abajo como si quisiera beberla de un solo trago.
— ¿Ya terminaste aquí, hermanito? — preguntó el sujeto sin quitarle los ojos de encima. Anna solo entrecruzó sus manos sobre su regazo y conservó su vista fija hacía el suelo.
— Oh por favor… — murmuró cansadamente Hans en tanto dejaba caer su cabeza hacia atrás — déjala en paz. Rudi, ella ni siquiera tenía la menor idea de lo que estaba pasando, hasta que comenzó el bombardeo. Mírala, está aterrada. Además, pronto llegarán los oficiales de Barona, sería un escandalo— opinó el príncipe menor en tanto que Anna lo miraba preguntándose porqué la defendía.
— Que compasivo eres, no lo hubiera imaginado de ti —se burló Rudi.
— Es simple sentido común — opinó Hans — no estás jugando a la guerra en el patio del castillo, esto es real — comentó el treceavo.
— Hola princesa— la saludó el hermano de Hans, en tanto se sentaba junto a ella en la cama — mi nombre es Rudi Westergard, supongo que no debo decirte más, mi hermano ya ha hablado por mi — dijo acercándose a ella y tratando de parecer encantador.
— No, sus acciones han hablado por usted, y me dicen que es un cerdo — dijo Anna furiosa. Por lo que él respondió lanzándose contra ella mientras trataba de besarla, y meterse debajo de su falda cómo lo había hecho minutos antes en el salón del trono.
— ¡Ya basta! — gritó Hans — déjala, basta — insistió el príncipe, en tanto separaba a su hermano de la chica.
— ¿Por qué me detienes? ¿a ti que te importa lo que le pase a esta chica? — preguntó el muchacho — no sería la primera.
— Créeme, no me importa lo que le pase— negó Hans — ya sé que no es la primera, pero trata de usar tu cabeza por dos segundos. Ella no es una plebeya, es una princesa, y papá no podrá pagarle a su familia para cubrir tus indiscreciones. Además, no sabes que planes tiene para ella, si yo fuera tú, no le haría nada hasta que él decida su suerte, yo ya cometí un error, y aún pago por eso, así que no planeo fallar dos veces — le aconsejó el menor.
— Es un buen punto — Aceptó el muchacho. De repente, las campanas de la catedral comenzaron a sonar, como el rugir de un animal furioso, anunciando que la ciudad finalmente había caído en manos de los invasores.
— Genial — dijo Rudi sarcásticamente — los de Barona ya llegaron, tendrá que esperar— se quejó antes de salir y cerrar con un fuerte golpe tras ella.
— Hans, que quiere decir ese toque de las campanas — preguntó Anna al borde de las lagrimas y aún asustada por el segundo ataque del hermano de Hans.
— Ya oíste a mi hermano, eso significa que la ciudad por fin es nuestra, los de Barona, están aquí, los de Natsia también, y si no me equivoco, ellos tienen a tu hermana.
— Natsia — murmuró la chica.
— Sí, ellos la tienen. La gente de Natsia tenía la obligación de incapacitarla, y traerla con vida al palacio — confirmó Hans.
— Por favor, por favor, déjame verla — pidió la chica.
— Te dije que Natsia la tiene, yo no tengo ninguna influencia, no podría hacerlo aunque lo quisiera— respondió Hans algo fastidiado.
— Hans — empezó nuevamente Anna.
— ¿Qué? — preguntó algo exasperado al ver que ella no tenía la intención de callarse.
— ¿Él esta en prisión? — dijo Anna.
— Sí es que estamos hablando de tu recolector, la respuesta es no — contesto Hans. — aparentemente, logró escapar.
— ¿Por qué no te llevó con él? — procedió a preguntar el príncipe casi en tono de burla.
— Porque yo tenía que ver a Elsa, y saber que está viva— contestó Anna en un suspiro.
— Estúpida — empezó nuevamente Hans — realmente, no usas la cabeza ¿no es verdad? — dijo el príncipe alterado, mientras que Anna lo observaba sintiéndose ofendida.
— Pudiste haber salido de aquí, casarte con tu recolector de hielo, y tener una vida decente con él, ahora estás atrapada, te has convertido en un trofeo de guerra de mi padre, uno más para la colección, es solo cuestión de tiempo antes que él deje que Rudy y Runo hagan lo que quieran contigo — prosiguió Hans.
— Yo… yo solo quería ver a Elsa una vez más — dijo Anna con la voz temblorosa.
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Hans se quedó mirando a la chica llorar en silencio, en tanto que recordaba el sentimiento de envidia que tuvo poco antes de intentar matar a Elsa. Pues la hermana mayor parecía completamente destruida ante la perspectiva de ver a la menor. En aquel momento, el príncipe de las Islas del Sur entendió que entre ellas había una clase de amor que no encontraría en ninguno de sus hermanos mayores, incluyendo a Lars, que era el más decente de ellos.
— Si tu recolector de Hielo tiene algo de cerebro, se mantendrá alejado de todo esto— comentó Hans casualmente — y si tu tienes algo de cerebro, no llamaras la atención hacia él, no lo menciones, no hables de él, no pronuncies su nombre, y pronto la gente olvidará que existió, y tu podrás continuar con tu vida — le aconsejó el príncipe.
— ¿Eso crees? — preguntó Anna.
— Sí.
— Hans, siempre pensé que si yo estuviera en tus manos nuevamente, como hace un año, tu me habrías matado al instante, pero, ahora me estas ayudando ¿por qué? — lo cuestionó Anna genuinamente intrigada.
— Por dos razones, la primera, por conveniencia, lo que le dije a mi hermano no es mentira, mi padre será quien decida tu futuro, así que no debemos desobedecerlo. Y la segunda, no te la diré, ese es mi problema, no el tuyo — respondió el príncipe quien no estaba listo para compartir sus pensamientos con ella, mucho menos, después de todo lo que había sufrido desde que dejó Arandelle.
— Iré por algo de comer, supongo que tu debes encontrarte hambrienta, dudo mucho que hallas probado bocado desde la mañana — dijo casualmente, al tiempo que se ponía de pie y se dirigía hacía la puerta.
— Ni se te ocurra intentar escapar, pondré un par de guardias en la entrada — le advirtió Hans antes de dejar la habitación.
Hans bajó las escaleras hasta el piso de abajo, en donde encontró a un sin fin de soldados reunidos en el recibidor del castillo. Hacían parte de las tres naciones aliadas, ya que portaban sus uniformes mientras compartían la cena como los felices vencedores que eran en aquel momento. Sin embargo, al príncipe le importaba un bledo la victoria, aquella no significaba nada, tan solo una masacre más, en donde se perdieron muchas vidas, y de la que él no ganó nada más que unas cuantas heridas, y la satisfacción de no haber muerto en combate.
—¿Ya acabaste con ella, hermanito? — preguntó Runo algo intoxicado por el alcohol en su cerveza.
— No, voy a llevarle algo de comer — respondió Hans mientras tomaba un plato grande y servía comida de las enormes mesas comunales instaladas en el recibidor.
—Que galante eres — lo alabó su hermano falsamente — ¿qué es lo que pretendes? — preguntó venenosamente.
— Nada — dijo Hans honestamente — me conformo con no arruinar mi vida nuevamente, ya está bastante dañada cómo para añadir más mierda — comentó el menor con resentimiento en su voz.
— Oh, pobre hermanito— dijo Runo quien luego tomó un sorbo de su boca — eres un inútil y lo sabes, nada va a cambiar eso, pero creo que tienes razón, lo mejor es mantenerse en el lado bueno de papá, y si se entera de que la princesita fue herida o perjudicada de alguna manera, sin que él halla decidido su destino, nos enviará al calabozo a todos — opinó.
— Debo admitir que no lo había pensado — dijo otro de sus hermanos, el mayor del grupo y quinto en la línea de sucesión: Jorgen, quien se acercó a ellos de improviso — lo que Hans dice es bastante sensato. No lo pensé cuando estábamos en el cuarto del salón del trono, pero ahora es claro como el agua, no es buena idea provocar a papá, el decidirá el futuro de la princesa… ¿cómo era su nombre? — preguntó el sujeto mirando a su hermano menor.
— Anna — respondió Hans completamente maravillado y horrorizado por la sangre fría de sus hermanos, que a pesar de los años, no dejaba de causarle una fuerte impresión. Y pensar que Anna pensaba que él era quien tenía el corazón congelado.
— Abran paso, abran paso— gritaron una serie de hombres al tiempo que entraba un pequeño pelotón al comedor. Hans se les quedó viendo, y notó que uno de ellos cargaba a una chica en sus brazos.
— No puede ser… — murmuró Hans asombrado.
— Sí es ella, es la reina Elsa — dijo Jorgen al tiempo que los hombres desaparecían por las escaleras que conducían a las mazmorras.
— Anna quiere verla, ¿puede hacerse? — preguntó Hans a su hermano mayor.
— Sí, creo que no habrá problema si se despide de ella, en todo caso, está drogada, no habrá gran diferencia si lo hace — dijo el mayor de los hermanos.
Hans no se demoró en subir las escaleras, con el fin de llevarle la comida y las noticias a la chica, mientras que comenzaba a prepararse mentalmente para los días siguientes, ya que tenía la plena consciencia de que tendría que enfrentarse a todos y cada uno de los fantasmas de su pasado, y a lo que había prometido dejar atrás a fin de conservar su cordura.
Hola a todos, sí traigo otro nuevo fic, sí, ya sé que estoy loca, pero mi cerebro funciona a base de obsesiones, y la actual es la de escribir. En realidad, para ser honesta, este es un fic que he tenido desde hace tiempo lo empecé a escribir durante las tardes. He estado tomando unos cursos en un instituto después de salir del trabajo, y normalmente llego 30 o 15 minutos antes a clase, por lo que comencé a escribir esto en mi celular, la verdad es que comenzó como algo secreto, algo para complacerme únicamente a mi misma, me daba como pena publicarlo, pero que diablos, lo voy a hacer, así que desde ya les advierto que el raiting puede cambiar a M, ahh por cierto, tome los nombres de este fic del preview del libro "frozen heart" me muero por leerlo, espero que si no está disponible en Colombia (sé que no lo estará) por lo menos salga en Itunes, realmente quiero comprarlo.
