Condes de Chester:
Capítulo I:
La arrastraban a través de un oscuro pasillo, estrecho, que parecía no tener fin. Ella no caminaba; no oponía resistencia a pesar de que estaba aterrada. A pesar de que sabía muy bien que a merced de aquellos hombres no le aguardaba nada bueno.
No se sentía ni un ápice de esperanza o rebeldía en su interior, porque estar lejos de los suyos era cruzar el límite entre el cielo y el infierno.
La arrojaron sobre una superficie firme y húmeda, y oyó la puerta cerrarse estrepitosamente a su espalda con fuerza. Después percibió el sonido de la falleba desplazándose. Y luego no advirtió nada más que el goteo frecuente, lejano… La lluvia no cesaba.
No se atrevió a pararse para inspeccionar dónde se encontraba, ni siquiera se movió del lugar donde había caído.
Había logrado encerrarla de una vez por todas.
Permaneció allí, con los ojos cerrados, respirando regularmente. Recordando la vida que una vez tuvo y de la que tan orgullosa siempre había estado: su felicidad consistía en bailar de noche junto a sus amigas en el campamento, ir al río con los pescadores, escaparse a la ciudad de turno para leer el futuro en la mano de los payos y escuchar las historias de los más ancianos de la tribu.
Y ser casi feliz. Casi. Porque su origen, sus costumbres y su oficio le traían muchos problemas. Eran discriminados, perseguidos y obligados a llevar una vida nómade, y estaban trasladándose de pueblo en pueblo constantemente.
Y ante los habitantes de Chester ellos no tenían derechos. No eran sus iguales.
Detestaba que esto ocurriera, pero nada podía hacer. Ya la habían vencido, aquella vez y esta. Ahora solo le restaba existir, y no sabía por cuánto tiempo.
El Castillo de Beeston tenía una vista muy agradable, donde predominaba el verde de los campos y el colorido de un jardín de rosas bien cuidado por su amiga Mai Valentine. Tea disfrutaba el paisaje sentada junto a la gran ventana observando hacia las colinas que podían divisarse muy en el fondo, detrás de las coníferas.
Aún no había empezado a escribir la carta que pretendía enviarle a su primo Devlin. Esperaba a que Yami y su hermano llegaran de ir a cabalgar, como todas las mañanas lo hacían.
Una de sus criadas, Serenity, la hermana del escudero, entró en la habitación y le entregó un sobre.
— ¿De quién es?— le preguntó.
—No lo sé, señora— dijo Serenity —. Acaba de traerlo Rex, el nieto de la señora Donna.
Luego de decir esto y con el permiso de su jefa, salió de allí y bajó hacia la cocina.
Tea Kaiba observó el sobre amarillento durante un rato especulando sobre qué se podía tratar y comprobando mientras lo inspeccionaba que no indicaba de quién provenía. Descartó la idea de que su primo le escribiera porque sería demasiada coincidencia. Y los condes de Cheshire no creían en las coincidencias.
Desde que su cuñada había muerto no lo había vuelto a ver; y Devlin no era muy partidario de las comunicaciones familiares. O al menos esa era la impresión que ella tenía, en eso su hermano mayor y su primo se parecían demasiado.
Decidió que lo mejor era esperar a que su esposo llegara, no quería llevarse ninguna sorpresa.
Desde hacía ya dos semanas que tenía un mal presentimiento, el cual se hacía mayor con cada sueño que la atormentaba por las noches. Ya había tomado medidas contra ellos.
Al principio decidió dejar de cenar, así cuando se acostara sus sistemas dejarían de trabajar y su cerebro también, pero no funcionó. Luego optó por dejar de dormir, pero nunca lo lograba y el sueño terminaba venciéndola. Y había probado ambos métodos a la vez, ya que creía que la necesidad de alimentarse no le permitiría conciliar el sueño. Pero todo fue en vano. Durante catorce días siguió reviviendo sus pesadillas. Más bien su pesadilla, porque siempre era la misma. Y esa era la razón por la cual decidió escribirle a su primo.
Sintió el sonido de unos trotes afuera y presumió que se trataba de su marido. Bajo rápidamente las escaleras hasta la sala con el sobre en la mano y permaneció de pie junto a la vitrina de trofeos de él.
Yami ingresó a la habitación seguido de Joey y Tristán. Avanzó hasta donde ella estaba y la besó, pero Tea estaba demasiado alterada como para reparar en delicadezas.
—Yami— dijo despegándose de su rostro —, ha llegado un sobre hace un rato.
—Ah… ¿Sí? ¿Y de quién es?
—No lo sé, aún no lo he abierto— respondió entregándoselo.
Yami lo tomó y lo abrió rápidamente, la actitud de Tea era demasiado intrigante, y la curiosidad consumía su paciencia. Sacó lo que parecía ser un telegrama de Sir. Crawford, el juez del condado. En este pedía que fuera a su despacho el día siguiente, pues tenía un asunto importante que tratar.
—Léela Yami— ordenó Tea impaciente —. ¿Qué dice?
"Sir. Seto Kaiba;
Conde de Chester:
Me consta que hace seis años no tiene noticias de su primo, el Conde de Southampton. Lamento tener que informarle que tengo datos muy importantes sobre el destino de su Sir. Devlin, datos que le haré saber el día de mañana si acepta concurrir a mi despacho a primer hora de la tarde.
Atte.
Sir. P. Crawford."
—Yami— dijo Tea de brazos cruzados, aparentemente molesta —, acabas de abrir una carta que era para mi hermano.
—Claro que no— respondió tranquilo—. Tú me diste el sobre para que lo leyera. ¿Acaso no dijiste: "Léelo, Yami"?
—Pero yo no sabía que era para él… — se detuvo mientras observaba a Joey y Tristán —. Hablando de Seto, ¿dónde se encuentra? ¿No estaba contigo y Mokuba?
—Lo estaba— dijo mientras se servía una copa de vino—. Pero se fue con el abuelo al pueblo a ver las exposiciones.
— ¿Con Salomón? Él nunca va con Salomón.
—Lo sé, pero tu hermano así se lo pidió.
—Ya… eso tiene sentido.
