La primera vez que habla con ella, no es algo que tenga planeado hacer.
Está en el despacho de su casa en la playa, en mitad de su supuesta semana de vacaciones, frotándose los ojos enrojecidos tras horas observando la pantalla de su ordenador. Horas y horas arreglando el despropósito que Finn ha conseguido liar en su último proyecto, casi costándoles no sólo la financiación de las obras del nuevo hotel en la Polinesia Francesa, si no también los visados del chef de cinco tenedores que su experto, y caro, buscador de talentos encontró en un pueblo perdido de los alpes franceses, y al que ha costado convencer para que se una a la familia de Polis Resorts y su idea de crear uno de los hoteles más lujosos y elitistas hasta ahora visto.
Se deja caer en su silla y suspira.
Siempre estuvo en contra de que metieran a Finn en el proyecto. Hijo de uno de los accionistas mayoritarios y elegido a dedo, con títulos comprados a base de donaciones a grandes universidades... Le pone enferma. Ha sudado, peleado y apenas dormido por conseguir no sólo su empleo, si no su puesto en el proyecto.
Es entonces cuando deja vagar la mirada por la mesa, para descubrir el "regalo" de cumpleaños de su hermana (ah, sí, ¿se le ha olvidado aclarar que es su cumpleaños hoy? Gracias, Finn...). La tarjeta le devuelve la mirada.
Negra, con una tipografía cursiva y dorada.
VELOUR.
Después, una combinación de números y letras que, según su preciada hermana Anya, a la que casi tira la tarjeta a la cara, le da acceso a crearse una cuenta Y a una hora gratis para poder usar los servicios de la afamada y elitista línea erótica. "A ver si así te relajas de verdad, hermanita, porque estás más tensa que la cuerda de una guitarra".
Gilipollas.
...
Aunque eso no evita que alargue el brazo y coja la tarjeta, al tiempo que abre su navegador (en modo incógnito, claro) para entrar en la web de la línea en cuestión.
Página en negro, y la misma tipografía con efecto dorado.
Hace clic en ella, y le da dos opciones, meter un doble código como cliente o, por el contrario, introducir un código de nuevo miembro.
Pone este segundo y, tal cual teclea el último número, la página actualiza y se le abre un formulario. No le pide ni nombre ni apellidos, tan sólo un apodo, su género y franja de edad.
Tamborilea sus dedos sobre la mesa antes de teclear: HEDA.
Luego, obviamente, rellena los otros campos e introduce los datos de una tarjeta, para cuando se le acabe la hora.
Sonríe, no va a gastarla ni de coña.
Tan sólo va a probar cómo funciona por simple curiosidad, nada más. Ha oído hablar de este sitio a base de frases susurradas por lo bajo, en baños, fiestas de empresa, copas con posibles clientes...
Velour, donde tus sueños se hacen realidad, a una sola llamada de distancia.
Rellena el formulario y la página le pide que se descargue una app en el móvil, llamada "Secret Menu" y la sincronice con su cuenta usando su apodo y un código de un sólo uso.
Interesante.
Minutos después, puede dejar el ordenador. Ya lo tiene.
La aplicación resulta ser, efectivamente, el menú de Velour.
¿Deseas hablar con un hombre? ¿Una mujer?
¿Qué franja de edad?
¿Alguna fantasía? La lista de opciones es laaaaaaaarga.
Y tiene hasta la posibilidad de pedir a alguien en particular, de planificar una llamada (porque resulta que no tienes que llamar, te llaman).
La verdad, en este punto Lexa está impresionada. Profesional, personal y simple. Si llegase a conocer al fundador (o fundadora, no desea juzgar nada), le daría la mano y su más sincera enhorabuena.
Marca la opción "Mujer", por eso de saber que es gay desde los siete. Pone "25 a 30 años", para que sea de más o menos de su edad. No le llama ninguna fantasía, la verdad, por lo que no marca nada, y ...
Para, deja el móvil sobre su portátil (ahora cerrado) y se levanta de la silla.
Oh, dios, ¿lo va a hacer?
...
Sí, lo va a hacer.
Pero primero, necesita una copa.
Sale del despacho y se encamina al pequeño bar de su salón, cuyos ventanales dan a esa pequeña playa de arena blanca y privada que venía con la vivienda (un pequeño regalo por su último ascenso de parte de su padre adoptivo).
Una vez tiene su whiskey en la mano (con hielo y sin agitar, gracias), vuelve a su despacho, a su silla y a su móvil. Desde la pantalla de este, el botón de "Llamar ahora" la espera.
Bebe un trago y aprieta el dichoso botón.
El corazón le va a cien por hora, y observa su ordenador.
No debería estar haciendo... esto. Debería seguir arreglando el desaguisado de...
Su teléfono suena.
Número oculto.
Las yemas de los dedos le cosquillean y, tras un nuevo trago rápido, acepta la llamada.
- Hey -intenta decir. Aunque lo que sale de su garganta sea más parecido a una pobre imitación del croar de una rana.
Una risa grave, profunda y, pese a todo, muy femenina, le llega desde el otro lado de la línea.
...
- Hola, Heda -le saluda una voz igual de grave y profunda que la risa. Su dueña, claro.
"
Oh, vaya", piensa, debatiendo internamente si el nerviosismo que siente es por esa voz o por, bueno, por la excitación de estar haciendo algo considerado moralmente tabú.
- Hola -devuelve el saludo, deteniéndose al darse cuenta de que no sabe cómo llamar a su interlocutora, por lo que suelta un elegante-, eeeeh...
- Puedes llamarme Eliza.
Lexa frunce el ceño.
- No es tu verdadero nombre, ¿verdad? -pregunta, sólo para cerciorarse de que este "encuentro" se va a quedar en el más absoluto anonimato por ambas partes.
Vuelve la risa, y Lexa debe cruzarse de piernas.
- No, no lo es. Primeriza, ¿eh?
- Ah, sí. Lo siento, yo no suelo... hacer... esto...
Señala el aire, como si la tal Eliza pudiese verla y entender a qué se refiere.
El caso es que funciona.
- Tranquila, no vamos a hacer nada que no quieras. Puedes cortar la llamada cuando quieras, sin necesidad de despedidas ni nada. Las reglas las pones tú.
Bebe otro trago.
- ¿Qué bebes? -pregunta Eliza.
- Whiskey.
- ¿Con hielo?
Lexa asiente, antes de responder:
- Sí.
- Buena opción. ¿Y dónde estás, Heda?
Ah...
- Tranquila -vuelve a hablar Eliza, seguramente tras oír cómo Lexa tragaba saliva-, con que me digas en casa, en el trabajo o en un hotel, me vale.
Suspira.
- En casa, en el despacho de mi casa. Yo... lo siento, de veras. No debería estar... hablando contigo ahora mismo, la verdad. Debería estar trabajando.
Deja el vaso sobre la mesa y se pasa la mano libre por la frente.
- Todos nos merecemos un pequeño descanso, Heda. Seguro que te lo mereces. ¿Supongo bien si digo que estás en el sillón de tu despacho?
- Supones bien -le confirma.
- Tienes voz de tener una de esas mesas escritorio modernas. Me imagino, madera oscura, tal vez reciclada, sobre patas de acero negro, ¿me acerco?
Lexa mira su mesa de cristal.
- Completamente -responde, porque quién es ella para negarle algo a la dueña de esa voz que se le asemeja al caramelo fundido.
- ¿Sabes? Si estuviese allí, contigo, me sentaría sobre la mesa, entre ti y el teclado.
Uy.
- Me subiría ligeramente la falda para que puedas apreciar mis piernas. Me encantan, ¿sabes? Largas, bronceadas, ¿te gustan, Heda?
- Sí -susurra, abriéndose un poco el cuello de su camisa.
Mira el aire acondicionado. Sí, sigue puesto.
- ¿Sí?
- Sí, me gustan.
La risa vuelve a aparecer y Lexa no puede juntar más sus piernas.
- ¿Eres una chica de piernas, Lexa? O prefieres los pechos, o tal vez seas una amante de culos. ¿Qué te encanta de una mujer, Heda?
- Los pechos -no duda en responder.
- Vaya, estás de suerte, porque la camisa que llevo se me ha desabrochado de varios botones.
- Qué casualidad -susurra Lexa, cerrando los ojos y agarrando su camisa en un esfuerzo por no caer aún en la tentación de bajarla.
- Qué casualidad, sí. Y me viene bien, porque hace calor, demasiado, y me la quiero quitar. Quiero que el aire acaricie suavemente mi piel, y enseñarte el precioso sujetador de encaje negro que me he comprado sólo para ti. Es una preciosidad, ¿quieres verlo, Heda?
- Mmmsí, sí, claro -contesta, bajando su mano, colándola entre sus muslos, por encima de sus vaqueros.
- Te estoy sonriendo, traviesa, mientras me desabrocho cada botón. Len. Ta. Men. Te.
Oh, dios.
Se desabrocha ella también los botones del pantalón, colándola sin pensarlo por dentro de su ropa interior.
Dios, está tan mojada.
- ¿Te gusta, Heda?
- Oh, sí -medio gime.
Eliza ríe.
- Me refiero al sujetador, ¿te gusta?
- Te sobra.
- Directa -responde la dueña de esa voz que le está fundiendo el cerebro, y termina de petárselo al susurrarle al oído-, me encanta. Heda, ¿me haces un favor? ¿Le dices adiós a mi sujetador?
- Ah...adiós sujetador -consigue decir, al tiempo que su mano se mueve, rítmicamente por el interior de sus bragas.
- ¿Sigues queriendo seguir trabajando? O prefieres mis pechos, firmes, de los que te llenan la mano al cogerlos, con mis preciosos y duros pezones rosas. Me los quiero agarrar y apretar, ¿puedo?
Lexa asiente, aumentando el ritmo de su mano, apretando su clítoris, dibujando círculos, espirales y el puto abecedario entero, con números incluidos, y está en la G, curiosamente, cuando vuelve a oír la voz de Eliza.
- Heda -susurra-, ¿puedo?
- Sí, puedes. Puedes.
Oye un gemido al otro lado y...
Oh, joder.
Una explosión de placer le recorre el cuerpo.
Joder.
Oh, joder, joder, joder.
- Joder -se le escapa.
La risa vuelve, y podría correrse una segunda vez con ella.
- Ah, lo siento. Suelo durar más.
- Tranquila, seguramente sea que necesitabas mucho este... descanso. ¿Quieres seguir?
- Yo, ah...
Se saca la mano del pantalón, sin saber muy bien qué hacer con ella.
- Lo entiendo, el trabajo es el trabajo -le indica Eliza.
- Lo siento, en serio.
- No te disculpes, tranquila. ¿Te ha gustado?
- Oh, sí. Sí, mucho.
- En ese caso, si quieres, la próxima que necesites un descanso, escribe mi nombre y podemos seguir. Quien sabe, igual hasta te enseño si mis braguitas hacen juego con mi sujetador.
- Dios -susurra, Lexa.
De nuevo, la risa.
- Te dejo que me llames Eliza. Hasta la próxima, Heda.
- Ciao -se despide, antes de colgar.
...
¿Ciao?
¿En serio?
Dios...
Le va a tener que dar un abrazo a Anya.
